jueves, 1 de noviembre de 2018

Festividad de Todos los Santos


Esta mañana, las campanas de las iglesias repican una vez más en la festividad de Todos los Santos, esa fiesta democrática de la Iglesia, entre caídas de hojas de árboles de un grisáceo otoño, en la que caben los pequeños, los humildes, los pobres, los que no tienen sus nombres inscritos en letras de gloria en los calendarios, los millones y millones de anónimos santificados sobre la tierra oscura.
Todos los Santos es la fiesta de los que son santificados, sin gloria individual, en su pequeña vida gris de cada día.
Todos los Santos es la fiesta de todas esas flores del campo, de una variedad y de una belleza casi infinita. El profeta lo ha visto, esa multitud innombrable de santos reunidos ante el trono del Cordero: de todas las naciones, de todas las lenguas, de todas las razas. 



Todos los Santos es la fiesta de un Dios que abre sus brazos al pueblo y murmura con su voz dulce pero más fuerte que la de los corifeos de este mundo:
Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
–Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra.
–Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
–Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados.
–Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
–Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
–Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
–Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
O con las Bienaventuranzas del Papa Francisco:
Ser pobre en el corazón, esto es santidad.
Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad.
Saber llorar con los demás, esto es santidad.
Buscar la justicia con hambre y sed, esto es santidad.
Mirar y actuar con misericordia, esto es santidad.
Mantener el corazón limpio de todo lo que mancha el amor, esto es santidad.
Sembrar paz a nuestro alrededor, esto es santidad.
Aceptar cada día el camino del Evangelio, aunque nos traiga problemas, esto es santidad.
Fiesta también del mañana, de los que aún luchamos en la vida terrena, a la espera de ir hacia el más allá, todos, unos antes y otros después. «Si yo parto antes que tú… ¡ruega por mí!», «Si tú partes antes que yo… ¡no me olvides en el seno de Dios!».
Mientras tanto, procuremos vivir por Dios y para Dios.
Mañana, 2 de noviembre, es como el reverso de la misma Fiesta: la Fiesta de Todos los Difuntos. Día de muertos, día de recuerdos, día de visita al cementerio, día de flores en las tumbas de los seres queridos… Cuando los cristianos vamos a rezar a una tumba encontramos un consuelo inexpresable que desconocen los no creyentes sin esperanza.
¡Bienaventurados los que viven y mueren en Cristo! Son los que han entendido la palabra de Cristo Salvador:
–A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos. (Mt 10, 32-33).

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