Fundadora del monasterio
de Santa Inés y heroína de una de las leyendas más hermosas de Sevilla, el
cuerpo de doña María Coronel, después de casi seiscientos años, aún pervive con
la marca en su rostro y en su pecho como testimonio elocuente de lo que cuenta
Sevilla de generación en generación.
Un drama trágico bailaba
alrededor de esta mujer y de su familia. Nació en Sevilla hacia 1334, hija de Alfonso
Fernández Coronel, alguacil mayor de Sevilla y señor de Aguilar, hombre
principalísimo en el consejo privado del rey Alfonso XI, y de Elvira Alfonso,
hija del que fuera también alguacil mayor de Sevilla, Alfonso Fernández de
Biedma. Casó en 1349 con Juan de la Cerda, descendiente por línea directa de
Fernando III el Santo. En febrero de 1353 muere decapitado, por orden del rey
don Pedro, su padre Alfonso Fernández Coronel, que se había sublevado contra el
rey en la lucha nobiliaria que se desencadenó al subir al poder. Años más
tarde, en 1357, muere decapitado Juan de la Cerda, su esposo, también sublevado
contra el rey don Pedro, perdiendo doña María Coronel todos sus bienes,
confiscados por el rey, que no recuperará hasta la venida al trono de Enrique
II.
Por los años sesenta del
siglo XIV, momento de nuestra historia, el convento de Santa Clara, de franciscanas
clarisas, es un monasterio floreciente. A él acude doña María Coronel, ya
viuda y todavía joven de veintitantos años, a guardar su llorada soledad y
huir de las instigaciones amorosas del rey Pedro I.
La escena primera se sitúa
al pie mismo de la Torre de don Fadrique, esa magnífica torre, transición del
románico al gótico, que antiguamente formaba parte del monasterio de Santa
Clara, ubicado en su huerta. Los muros del convento no bastan para frenar al altivo
rey don Pedro. Y el día fatídico llegó. Unos emisarios anuncian que tienen
órdenes expresas y terminantes del rey de hacer salir de allí a doña María Coronel
y conducirla al Alcázar. Revuelos de tocas por el convento. Carreras precipitadas.
Susurros tras las columnas. En mínimos segundos, todo el monasterio es sabedor
de la noticia.
¿Qué hará doña María
Coronel? Corre a la huerta y, al pie mismo de la Torre de don Fadrique, se
esconde en un hoyo que el hortelano había preparado de antemano. Otras monjitas
cubren el hueco con tablas y echan tierra encima, para disimular el escondite.
Pero el engaño es muy burdo. La tierra removida es una clara denuncia del
cuerpo del delito. ¿Se darán cuenta los esbirros de don Pedro? Porque éstos ya
han entrado en el convento, rompiendo toda clausura. Llegan a la huerta,
después de haber hurgado por todo el monasterio, y aquí surge el prodigio.
Cuando se acercan a los
pies mismos de la torre, donde se encuentra el hoyo que oculta a doña María
Coronel, prodigiosamente la tierra removida se cubre de espesas matas de
hierba, iguales a las de su alrededor. La tradición dice que esas matas eran de
perejil. Por eso, años atrás, cuando la Torre de don Fadrique, torre encantada,
testigo mudo e impresionante de un acontecimiento tan milagroso, pertenecía al
monasterio, las monjitas sembraban a su alrededor matas de perejil, en recuerdo
de doña María Coronel.
La escena segunda se sitúa
en el interior del monasterio. Es don Pedro, el rey mismo, quien acude al
convento. La puerta reglar se abre ante el mandato imperioso del rey, quien corre
presuroso por claustros y estancias en busca de doña María Coronel. Esta,
acosada, en carrera alocada, se refugia en la cocina, donde realiza el gesto heroico
que la ha inmortalizado: «El aceite,
cuyo olor / tiene impregnada la brisa», lo vierte sobre su rostro.
Tanto don Pedro el Cruel
como doña María Coronel son personajes muy de Sevilla, patrimonio de su
tradición y de su historia. Han muerto, pero viven en el recuerdo indeleble de
las tradiciones sevillanas. Protagonistas de un drama, muestran al visitante
viajero el antagonismo de sus restos. Como antagónicas fueron sus vidas. El uno
reposa sus cenizas en la cripta de la Capilla Real de la Catedral de Sevilla.
La otra muestra su cuerpo entero en el monasterio de Santa Inés, por ella
fundado en la vieja casa solariega de sus padres, donde puede ser contemplado
incorrupto anualmente el día 2 de diciembre. Las clarisas os invitan a visitar
ese día a doña María Coronel.
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