Este 29 de septiembre se
cumplen 150 años del nacimiento de Unamuno, «este donquijotesco / don Miguel de
Unamuno, fuerte vasco, / lleva el arnés grotesco / y el irrisorio
casco / del buen manchego…», que versificara Antonio Machado. Hay un libro
que leo y releo de vez en cuando: Vida de
don Quijote y Sancho, un precioso ensayo del vasco Unamuno sobre la lectura
e interpretación del Quijote. No pocas veces recuerdo a mis amigos jesuitas ese
pasaje donde cuenta cómo Iñigo de Loyola se dejó guiar de la inspiración de su
cabalgadura, cual hiciera don Quijote en su primera salida.
–Esta aventura de los
mercaderes – refiere Unamuno– trae a mi memoria aquella otra del caballero
Iñigo de Loyola, que nos cuenta el P. Rivadeneira en el libro de su Vida, cuando yendo Ignacio camino de
Monserrate «topó acaso con un moro de los que en aquel tiempo quedaban en
España en los reinos de Valencia y Aragón» y «comenzaron a andar juntos, y a
trabar plática y de una en otra vinieron a tratar de la virginidad y pureza de
la gloriosísima Virgen Nuestra Señora». Y tal se puso la cosa, que Iñigo, al
separarse del moro, quedó «muy dudoso y perplejo en lo que había de hacer;
porque no sabía si la fe que profesaba y la piedad cristiana le obligaba a
darse priesa tras el moro, y alcanzarle y darle de puñaladas por el
atrevimiento y osadía que había tenido de hablar tan desvergonzadamente en
desacato de la bienaventurada siempre Virgen sin mancilla». Y al llegar a una encrucijada,
se lo dejó a la cabalgadura, según el camino que tomase, o para buscar al moro
y matarle a puñaladas o para no hacerle caso. Y Dios quiso iluminar a la
cabalgadura, y «dejando el camino ancho y llano por do había ido el moro, se
fue por el que era más a propósito para Ignacio». Y ved cómo se debe la
Compañía de Jesús a la inspiración de una caballería.
Y es así cómo Iñigo de
Loyola llegó a Manresa, escribió el librito de los Ejercicios Espirituales y pergeñó la Compañía de Jesús que surgiría
años más tarde en Montmartre de París. Es curiosa la apreciación de Unamuno. La
Compañía de Jesús surgió de la decisión de una caballería, mula o caballo, vete
a saber. Si hubiera tomado el camino del moro, lo hubiera matado por agraviar
la religión católica, pero hubiera fenecido la semilla de la futura Compañía de
Jesús.
Mas quiero referir otro
caso poco conocido. El encuentro de Unamuno con un fraile agustino. Cuenta el
vasco en su libro Contra esto y aquello,
de relatos cortos, cómo el padre Mortara pronunció en su presencia «un sermón
predicado en vascuence en Guernica». «Era un genuino israelita y un israelita
italiano, vivo y sagaz, ingenioso y emprendedor». «Era un verdadero poliglota;
hablaba una porción de lenguas y predicaba en algunas de ellas. Y en llegando a
mi país se propuso hablar vascuence y llegó a conseguirlo».
Edgardo Mortara, que así
se llamaba este fraile agustino, es protagonista de una historia bastante
rocambolesca, impensable en nuestro tiempo. Nacido en una familia judía, a los
16 meses sufrió una grave enfermedad y la criada, Anna Morisi, cristiana de 16
ó 18 años, decidió bautizarlo sin que sus padres lo supieran. Pasado un tiempo
vino a saberse y la autoridad eclesiástica determinó que el niño fuera remitido
a la Curia Romana, porque la ley de los Estados Pontificios prohibía a un niño
cristiano ser educado en un hogar no cristiano. Y lo separaron de sus padres.
Semejante barbaridad se
dio en tiempo de Pío IX, que recibió con amabilidad al niño y se declaró su
padre adoptivo, preocupándose por su educación y su futuro. Esto ocurrió el 24
de junio de 1858. Al principio, los padres tenían permiso para ver y hablar con
el niño, pero él iba mostrando cierto distanciamiento. Pasaron unos años y en
1870 las tropas nacionalistas italianas ocuparon los Estados Pontificios y
Roma. Y los ocupantes liberales consideraron de honor «liberar» al joven
Mortara, que ya tenía 19 años, del poder teocrático.
El nuevo jefe de
policía, señor Berti, le dijo:
–Por tu propio bien y el
de tu comunidad judía te ordeno que vuelvas con tu familia.
Pero Mortara se negó. Le
dijo que ya había dado a su padre todas las pruebas de afecto filial. Visitó al general Lamarmora,
entonces lugarteniente del rey Víctor Manuel. Después de explicarle su caso, le
dijo:
–Entonces, ¿qué quieren
de usted?
–La policía quiere
forzarme a volver con mi familia.
–Pero ¿cuántos años
tiene usted?
–Diecinueve, excelencia.
–Entonces, usted es
libre. ¡Haga lo que quiera!
–Pero, excelencia, me
amenazan con represalias.
–En ese caso, venga a
verme y le protegeré.
Su padre murió en 1871.
Un año después, a los 23 años, se ordenó de sacerdote en la orden de los
agustinos. Políglota consumado, predicó por muchas partes del mundo este niño
judío Edgardo Mortara, que fuera adoptado por Pío IX y protagonista de un caso que
en su tiempo creó tanta polémica. Se dice ahora que el judío Steven Spielberg
desea filmar esta historia, que, como se ha de suponer, no será benigna con la
Iglesia del XIX y la figura de Pío IX, quien, siendo un monarca absoluto, el
último papa soberano de los Estados Pontificios, era también un tipo simpático
y cercano, que jugaba al billar no solo con Edgardo, también con los guardias
suizos.
¡Tiempos aquellos…!