El 30 de enero de 1846 nació en Sevilla Santa
Ángela de la Cruz, hace de ello 173 años. Y como siempre que llega esta fecha
escribo algo de la Santa de Sevilla, fundadora de la Compañía de las Hermanas
de la Cruz, hoy lo dedicaré a la primera niña huérfana que fue acogida en su
internado.
La Compañía de la Cruz lleva dos años de
existencia cuando vino por Sevilla un rudo invierno, triste y negro, de
comienzos de 1877. La epidemia de viruelas y las inundaciones han lanzado a las
calles puñados de pobres hambrientos que, como en tiempos pasados, se apiñan en
torno al palacio de San Telmo... o del Alcázar, a la espera de una limosna.
Santa Ángela de la Cruz
Verán: Sevilla se ha convertido en pequeña
corte. En el Alcázar reside Isabel II con sus hijas Pilar, Eulalia y Paz. En
San Telmo, los duques de Montpensier y familia. Asentado en el trono Alfonso
XII, lsabel II, que se encontraba desterrada en París, añora volver a España.
Cosa en la que Cánovas no muestra maldito interés. Pero la reina está empeñada
y Cánovas tiene que ceder. Llegan a un acuerdo: Regresará a España, pero no
podrá permanecer en Madrid; elegirá como residencia Barcelona o Sevilla.
Eligió Sevilla.
El 30 de julio de 1876 desembarcó en
Santander. La esperaba su hijo, el rey Alfonso. Tras unos meses de residencia
en El Escorial se instala en el Alcázar sevillano.
Poco después, regresaron también los duques
de Montpensier, pero el resentimiento seguía vivo entre ambas familias. Isabel II
no quiso saludar a su hermana María Luisa y cuñado Montpensier cuando llegaron
a la ciudad, y prohibió a sus hijas el menor trato con la familia de su
hermana: no podía olvidar las apetencias al trono del duque y las zancadillas
que propinó siempre que pudo para colocar sobre sus sienes la corona de España.
Pero Montpensier busca la reconciliación y lo va a lograr. Cuenta con un
resorte magnífico: su linda hija Mercedes, de quien está perdidamente enamorado
el rey Alfonso XII. Las relaciones rotas hacía ocho años se hilvanan una tarde
que los duques anuncian visita al Alcázar: besos, abrazos... Al día siguiente,
Isabel II devuelve la visita a San Telmo. Desde ese momento las infantas juegan
con sus primos y primas. El embrujo sevillano ha traído la paz a la pequeña
corte de Sevilla.
Pero en la calle el ambiente no es tan
idílico.
El Guadalquivir se ha salido de madre y la
epidemia de viruelas hace estragos. El invierno es negro para los pobres.
Las Hermanas de la Cruz redoblan sus
esfuerzos. No hay tiempo para la fatiga cuando el dolor se halla desparramado
por la ciudad.
Ocurrió un caso singular en aquella
epidemia.
Un obrero pierde a su mujer y queda con una
niña de corta edad. Las Hermanas acuden solícitas a cuidarlos. También pilla él
la enfermedad. A punto de morir, suplica a las Hermanas:
–¡Por Dios, Hermanas, no abandonen a mi
pobre hija!
Ante un grito de piedad así, ¿qué hacer?
¿Qué responderle? En el diagrama que Sor Ángela se había dibujado sobre la
Compañía de la Cruz no aparecía la posibilidad de acogida de niñas huérfanas.
Pero aquel hombre se muere. Y busca el
consuelo de una respuesta positiva.
¿Qué hacer?
Sor Ángela consulta el caso con el Padre
Torres Padilla.
–Adelante– le contesta.
Y Sor Ángela tomó a la niña consigo.
El buen hombre, sacramentado, murió gozoso
dando gracias a Dios y a las Hermanas de la Cruz.
Y en la Compañía se inició con aquella
niñita la primera experiencia de internado de niñas.