Me parece que es de santo Tomás de
Aquino esta frase: «Quien dice verdades, pierde amistades». Y si non è vero, è ben trovato, que dicen
los italianos.
Creo haber perdido el aprecio de dos
curas, compañeros míos de la Universidad Pontificia de Comillas, porque dije
ciertas cosas de Cataluña que han herido sus sensibilidades. Y es que el
nacionalismo es tan sensible como vulnerable.
Me ocurre también con mi último libro
sobre el cardenal Segura. Basta que en la entrevista que se me hizo en ABC
apareciera en el titular eso del «hijo secreto» del cardenal para que se
dispararan las alarmas de más de uno. Por supuesto, sin leer el libro.
Un profesor de Universidad ha preguntado
a otro, amigo mío, sabedor del libro porque lo ha leído:
–¿Merece la pena comprarlo o es
simplemente un libro amarillo?
Y el catedrático aludido le ha
respondido que el libro está muy bien documentado. Y que refleja la complejidad
de este personaje –no solo esa anécdota de juventud– de cara a la política de
su tiempo y de la Iglesia. Expulsado de España por la República, sus
diferencias con el nuncio Tedeschini y Ángel Herrera Oria, a los que acusa que
son ellos y no el Gobierno republicano los que lo han echado de España, su
vuelta a España después de un exilio en Roma de seis años, su pontificado en
Sevilla, su choque con la Falange y Franco, que a punto estuvo también de expulsarlo
de España en 1940, el rompimiento total con Franco en 1953 y la carta que
Segura escribe a Pío XII donde da su versión de los hechos y retrata el
pensamiento que él tiene y ha tenido de Franco (carta inédita hasta ahora) y,
finalmente, su destronamiento de la sede hispalense por Pío XII en 1954. Un
cardenal atípico, montaraz y selvático…, así lo calificaban en la República.
Ocurre también que un cura «dogmático» –joven,
de esos bien etiquetados con su clergyman, como gusta a monseñor– se ha
acercado por la Librería San Pablo de Sevilla y ha protestado al Hermano
Esteban que se venda allí el libro de Segura de Carlos Ros. El día anterior,
hizo lo mismo un seglar.
No han leído el libro. Han leído tan
solo el titular de ABC. Y se han rasgado las vestiduras, porque no hay que
sacar los trapos sucios de la Iglesia a la calle.
Podría decirles a estos «pudorosos»
varones, que tengo en la calle más de setenta publicaciones y la mayoría de
ellos son vidas venerables de santos. Y escritos con honestidad histórica, sin
tener que recurrir a eso tan manido de que ya meaban desde la cuna agua
bendita. Ya conté hace poco cómo un cura, «historiador» de la figura de san
Juan de Ribera, sevillano de nacimiento y patriarca-arzobispo de Valencia, olvida
en su biografía que era hijo natural y tuvo sus problemas para su ordenación
sacerdotal. Pues bien, el susodicho «historiador» soslayó semejante incidencia
de la vida del santo patriarca. Pensaría que, como se dice ahora, no era
políticamente correcto.
En 1986 –hace ya treinta años– publiqué
un Episcopologio de la Iglesia de Sevilla, que titulé: «Los Arzobispos de
Sevilla. Luces y sombras en la sede hispalense». Eso de contar también «las
sombras» –es decir, los hijos que ciertos arzobispos tuvieron en sus épocas
medievales y no tan medievales–, sentó mal al vicario general de entonces, que
era licenciado en Historia por Roma. Cuando un historiador de fuera de Sevilla
preguntaba al Arzobispado qué Episcopologio había de la diócesis de Sevilla,
siempre el vicario general soslayaba mi libro y le orientaba hacia el último
publicado en 1908 –un siglo atrás– por Alonso Morgado, que es un Episcopologio
como debe ser, con obispos santos e inmaculados.
Descendiendo ya al caso Segura, diré que
ese hijo secreto que tuvo era algo sabido en Sevilla desde siempre, pero
deformado por el pueblo y achacado a una marquesa sevillana con la que Segura
tenía una amistad algo más estrecha. Lo tuvo sí de una sevillana, su futura
cuñada, Pepita Ferns, pero en Valladolid cuando era obispo auxiliar. Y si ahora
escribo de una cosa que sé desde hace muchos años –antes de que escribiera el
Episcopologio sevillano– es porque tengo documentación al respecto. Al abrirse
el Archivo Secreto Vaticano del pontificado de Pío XI y publicada buena parte
de sus documentos referentes a España por el historiador –y cura– Vicente
Cárcel Ortí, y publicados también los cuadernos de visita de los años 1930 y
1931 del secretario de Estado de Pío XI, cardenal Pacelli (futuro Pío XII), he
podido basarme en ellos sin añadir de mi parte nada nuevo. Prácticamente me he
limitado a citar documentos.
Y el que quiera saber más, que compre el
libro y lo lea. Así me ayuda a pagar la edición del libro que he tenido que
publicar por mí mismo porque ciertas editoriales católicas –entre ellas, la
Editorial de la Librería San Pablo– no se han atrevido a publicar. Y seguro que
aprenderá muchas cosas de la vida de Segura –con sus luces también a pesar de
sus sombras– y de la España de la República y del primer Franquismo. Y el
«dogmatismo», que lo arrumbe en el baúl de su casa. La Iglesia del papa
Francisco quiere ser, por gracia de Dios, una Iglesia transparente. También a
él, por decir verdades, le han surgido ciertos desapegos entre sus más cercanos
purpurados de la Curia vaticana.
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