Miguel Cid, el cantor de la Inmaculada, es
un seglar sevillano, nacido a mediados del siglo XVI y fallecido en diciembre
de 1615. De ascendencia humilde, casado y con cinco hijos, era sayalero de
profesión. Vivió en la collación de San Juan de la Palma, en la calle Caño
Quebrado, pero en sus últimos años, ya viudo, reside en la collación del
Salvador. Dos hijas entraron de monjas en el convento de Santa María de Gracia,
y un hijo de su mismo nombre y apellido, recogió las poesías del progenitor y
las publicó en 1657. En este libro confiesa: «Mientras que mi padre vivió, se
ocupó en alabar a Dios, a su Madre y a los Santos... Aficionábansele todos,
religiosos y seglares, particularmente cuando compuso las coplas de Todo el
mundo en general en honra de la Pura y Limpia Concepción de Nuestra Señora,
tan celebradas en toda la Cristiandad que muchas veces los devotos de este
Misterio lo abrazaban y aplaudían por las calles de Sevilla».
Este es el arranque del conflicto
inmaculista que prendió fuerte en la ciudad de Sevilla en 1615 y se propagó por
todo el arzobispado. Nunca unos versos en noche inspirada darán tanta gloria y
renombre a sus autores: letra de Miguel Cid y música de Bernardo de Toro. El
estribillo es muy conocido: «Todo el mundo el general / a voces, Reina
escogida, / diga que sois concebida / sin pecado original». Mateo Vázquez
de Leca, el canónigo rico del grupo, lo dio a la imprenta para que se
imprimieran unas cuatro mil hojillas que se repartieron por las escuelas de
Sevilla, e incluso se enviaron a otros puntos de España.
Había sucedido antes, 8 de septiembre de
1613, el sermón de un dominico en el convento de Regina, que cuestionaba la
Inmaculada Concepción de la Virgen y el escándalo que ello produjo en la
ciudad. Esta copla corría por la ciudad: «Aunque se empeñe Molina / y los
frailes de Regina / con su padre provincial, / María fue concebida / sin pecado
original».
Vázquez de Leca y Bernardo de Toro
marcharán a la corte de Felipe III, que se hallaba en Valladolid, y de allí a
Roma, comisionados para lograr del pontífice la declaración dogmática de la
Inmaculada Concepción. En Roma lograron al menos un decreto de Paulo V, dado en
1617, que prohibía públicamente, en las aulas o en los púlpitos, se predicase
la opinión rigurosa acerca de la Inmaculada Concepción, es decir, que María
fuese concebida en pecado original y santificada después en el seno materno.
Ese decreto produjo una conmoción enorme en Sevilla por el celo que esta ciudad
mostraba en la defensa inmaculista. El 8 de diciembre de 1617, Sevilla hizo
voto solemne en la catedral en defensa de este misterio.
Pero Miguel Cid no conocerá estos logros de
la ciudad en favor del dogma de la Inmaculada. «Cae enfermo en el apogeo de su
gloria y el 4 de diciembre de 1615, sintiendo cercano el fin de su vida, llama
al escribano público Diego de Zuleta para redactar el testamento y última
voluntad...». Murió entre el día del testamento y el 11 de diciembre, día en
que comparece Cristóbal de Saravia ante el escribano público, declarando que
«Miguel Cid, su suegro, era fallecido y pasado de esta presente vida». Le
amortajaron con el hábito de san Francisco y colocaron en sus manos las
célebres coplas, tan recordadas: «Todo el mundo en general…»
«Detrás del cuerpo le acompañaron
dignidades, canónigos, prebendados, beneficiados de las parroquias, religiosos
de todas órdenes, jueces, caballeros y todo el resto de este numerosísimo pueblo
que supo su muerte». Un cronista anónimo pone la pincelada mariana: «Vino el
entierro a la Santa Iglesia y la Santísima Virgen como tan agradecida quiso dar
muestras de su agradecimiento, y movió a todos los Maestros de las escuelas,
que enviasen a los niños de ellas, que a coros fuesen delante del entierro
cantando las coplas que él había compuesto y enseñádoles».
Poeta conceptuoso, quizá no muy brillante,
murió con la gloria del pueblo. Cervantes lo elogió: «Este que sigue es un
poeta santo, / digo, famoso: Miguel Cid se llama / que al coro de las Musas
pone espanto». Francisco Pacheco lo pintó al pie de una Inmaculada, con las
coplas en la mano, lienzo que fue colocado en sitio concurrido, en el Patio de
los Naranjos de la catedral, frente a la capilla de la Granada, en la puerta
del Lagarto.
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