El pasado 27 de mayo, fueron trasladados
los restos mortales del Padre Leonardo Castillo, sacerdote diocesano de
Sevilla, desde el cementerio a la parroquia de su pueblo de Algar (Cádiz). Y
los actos estuvieron presididos por el cardenal Amigo Vallejo y el obispo de
Jerez, José Mazuelo.
Yo escribí sobre él, poco antes de su
muerte, «La faena de su vida. Conversaciones con el Padre Leonardo Castillo».
En la segunda edición, incluí un último capítulo con el relato de su muerte, y
el título de «Tu última faena».
Andaba
yo ultimando la biografía de un sacerdote santo de Sevilla del tiempo de los
Reyes Católicos y del emperador Carlos V, el venerable Fernando de Contreras,
que reposa a los pies del altar mayor de la Catedral, en un sitio tan preciado
que los mismos canónigos no consintieron que arzobispo alguno se enterrara en
semejante lugar. Fernando de Contreras, apóstol de Sevilla y redentor de
cautivos, no pasó de simple cura. Y sin embargo, los canónigos de entonces,
movidos por la santidad de este hombre, le obsequiaron con tan preciado lugar.
Pues bien, estaba culminando su biografía, cuando pensé si encontraría un
sacerdote digno de resaltar su figura en los tiempos que hoy corren. Y se me
vino a las mientes, casi sin pensarlo, como una premonición, la persona de
Leonardo Castillo.
Por
eso, tras un sacerdote ejemplar de la Iglesia de Sevilla del siglo XVI, me
apresuré a escribir sobre otro sacerdote ejemplar del siglo XX al XXI. Pretendía
profundizar en el corazón de este hombre, buen amigo mío. Me preguntaba al
pergeñar el nuevo libro:
–¿Qué
le mueve a ser así? ¿Por qué quiere tanto a Dios? ¿Por qué quiere tanto a los
hombres? ¿Por qué lo quiere todo el mundo? ¿Por qué tiene tantos amigos? ¿Por
qué es tan amigo de los toreros? ¿Y de los presos? ¿Y de los pobres? ¿Por qué
sonríe siempre?
Esto
último me lo aclaró enseguida, cuando comenzamos a hablar:
–¿Me
voy a poner a llorar porque tengo un cáncer de colon?– me decía y decía a
todos. Y se echaba a reír.
–Siempre
le pido a Dios más humor que salud, porque la gente quiere que le sonría y me
ría con ella. Hoy mi mejor sermón es reírme.
Tenía muchos motes. Lo
de Padre Festivales le vino de Julio Montes, cronista de la «Hoja del Lunes» de
Sevilla, que lo denominó así cuando organizaba los festivales taurinos en pro
de la Escuela Profesional de Cazalla, que le llevó a mantener de por vida una
amistad entrañable con los toreros y su mundo. También le cayeron por aquel
tiempo otros motes, que han perdurado menos en la memoria colectiva de la
gente, como Padre Botella, Padre Ladrillo, Padre Tebeo… En sus últimos días era
simplemente Padre Leonardo. Y si queréis un mote, Padre Cáritas. Con eso bastaba,
todo el mundo lo entendía.
Murió el 25 de marzo, Viernes Santo de
2005. Ese toro, el último de la faena de su vida, le pilló de verdad. Se lo dijo
a su amigo, el médico Ramón Vila:
—Esta vez me ha cogido bien. Me ha dado una
cornada grave, y bien dada…
¡Qué día eligió para morirse! Un día
preñado de significado, un día providencial: Viernes Santo, a la caída de
tarde, como Jesús en el Calvario. Nubarrones y lluvia ese día obligó al Cachorro
a quedar en su templo. Pero a eso de las siete de la tarde, cuando lanzó el
último suspiro, se puso en marcha procesional su Hermandad de la O. Y ni una
gota más, recorrido completo. En La Campana, cuando corrió la voz de que había
muerto, los pasos del Cristo y Virgen de la O fueron izados en levantá silenciosa, sin música, en honor
de quien había sido su párroco y director espiritual.
Y día también de la Virgen, Anunciación y
Encarnación del Verbo, 25 de marzo. Muerte de Viernes Santo, Encarnación de
vida. De la muerte a la vida. Así es, así fue, su muerte y el significado
simbólico y providencial de sus pasos de esta tierra a la eternidad.
Atrás ha dejado las visitas a la cárcel, a
la que acudía hasta sus últimos momentos. Y atrás ha dejado también la nueva
sede de «Costaleros para un Cristo Vivo», donde instaló su despacho después de
resignar la Delegación Diocesana de Cáritas. Quería, intentaba continuar con su
actividad febril de siempre, pero ya no podía, estaba encorvado, su columna
vertebral se había arqueado como un junco vencido.
El lunes de Resurrección, 28 de marzo, fue
la misa de funeral en una Catedral abarrotada de gente. Sevilla daba su
multitudinario adiós a quien consideró como un cura generoso y santo. Un
cardenal de la Santa Madre Iglesia, un arzobispo, dos obispos y ciento y pico
de curas en el altar. Y esa Catedral de Sevilla, imponente y mágica, repleta de
un pueblo fiel que le ha querido en el alma. En primera fila, numerosos
impedidos, llevados a la Catedral por los Costaleros para un Cristo Vivo,
distinguidos por su sudadera blanca y pañuelo celeste. Los sonidos del órgano lo
despidieron con una música de primavera, «La canción del viejo poeta», de Luis
Iruarrizaga, que se cantaba en el Seminario, inspirada en una bella música mexicana
titulada «La despedida del torero». Un fuerte aplauso atronó en la Catedral al
viejo «torero» cuando el féretro salía por la Puerta de San Miguel.
En el cielo, el Potra y Gandía le han dado
el abrazo de bienvenida y han enviado un mensaje a la tierra.
–¿Se me oye bien? Espérate, me voy a mover
de sitio.
Es Antonio Burgos quien conecta con el
móvil del Potra, lo cuenta en su Recuadro de ABC.
–¿Pues no que acaba de llegar aquí arriba
el Padre Leonardo y no veas la que le han formado? Yo he visto salir a muchos
toreros a hombros, valiendo y sin valer, con orejas regalás y con orejas de
ley, en Sevilla, en Madrid, en Pamplona. Pero lo que no había visto nunca, joé,
esto sí que es grande, es entrar a nadie a hombros en un sitio. Y yo he visto
que al Padre Leonardo, será mamón el cura, lo han entrado aquí en el cielo a
hombros.
El Potra es así de mal hablado, incluso en
el cielo mantiene esta afición, pero es buena gente. Todo se le perdona por lo
caritativo que fue con el Padre Leonardo, a quien le enviaba cajas todos los
años para sus presos y gitanillos.
Y el Potra pregunta a Paco Gandía, apoyado
en la barra de Becerra de allá arriba:
–¿Qué es eso, qué es lo que viene ahí,
Paco?
Y Paco Gandía, desde el balcón del cielo:
–¿Qué va a ser, Miguel? El Padre Leonardo,
que como ha estado enorme, lo traen a hombros los enfermos y los gitanos por el
Paseo Colón y lo van a entrar por la puerta grande de los verdaderos santos de
Sevilla. Y yo creo que le van a tener que echar un poquito de tres en uno a esa
puerta, porque no se abría desde lo de Sor Ángela.
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