jueves, 5 de marzo de 2015

José Antonio y sor Cristina de Arteaga

Removiendo viejos papeles, me he topado con una entrevista que hice a sor Cristina de Arteaga hace ahora 45 años, febrero de 1970. Le pasé unas nueve preguntas y ella me contestó por escrito en unos folios que conservo ya amarillentos con su elegante firma al final.
Sor Cristina de Arteaga, descendiente de don Diego Hurtado de Mendoza, hija de los duques del Infantado, doctora en Filosofía y Letras por la Universidad de Madrid, literata, poeta e historiadora, pero por encima de todo y por la gracia de Dios, monja jerónima, fue tras la guerra civil la impulsora de la Federación de la Orden Jerónima.
Conversé con esta gran mujer no pocas veces en el locutorio del monasterio de Santa Paula de Sevilla. Y me congratulo que su causa de beatificación siga su curso, ya dentro de los muros vaticanos.
Le pregunté en la entrevista sobre la vida monacal. ¿Cuál es el amor del que habláis? ¿Qué vendéis? ¿Por qué os retiráis? En nuestro mundo de la velocidad y la eficacia no entendemos del reposo y del silencio. ¿Sois parásitas? Preguntas que ella supo responder con elegancia y hondura.
En sus años mozos tuvo un director espiritual de excepción, el jesuita P. Rubio, ya en los altares. Cuando la joven Cristina le explicó por primera vez sus ardores monásticos, el P. Rubio se caló las gafas y exclamó:
–Hija, usted sueña con un gran claustro, con una vida que no existe en el mundo.
Y Cristina le contestó:
–Pues, si no existe, lo inventaré.
Y el invento se hizo en Santa Paula de Sevilla y en los demás monasterios de la Federación jerónima, donde Cristina de Arteaga fue durante más de treinta años alma y sostén de la restauración de su Orden, tanto masculina como femenina.
Se ha hablado, y yo también lo he recogido en algún lugar, de un presunto noviazgo con José Antonio. De hecho fueron compañeros de estudios en la Universidad, pero más bien fue un amor platónico primerizo del hijo del dictador Primo de Rivera, al que ella no correspondió. Según cuenta Araceli Casans, en su libro «Tras las huellas de San Jerónimo. Vida de la Madre Cristina de Arteaga», al ser preguntada en 1981, en una entrevista de televisión, respondió que «de aquella simpática amistad y camaradería no se derivó ningún amor, al menos por su parte».
Hablando de ello José María Zabala, en su libro «La pasión de José Antonio», vino a decir de ella que fue «una excelente oradora ante la que también sucumbió Emilio Castelar, quien, tras escucharla hablar en público, dijo inspirándose en ella: El mundo está gobernado por faldas» (p. 16). Sorprendido ante semejante boutade, le envié un correo electrónico. Le decía:
–Emilio Castelar, político y gran orador de la Primera República Española, murió en 1899. Difícilmente podía oír en público a Cristina de Arteaga, que nació en 1902. Si se tratara de otro Emilio Castelar, que usted conozca, hubiera sido bueno que especificara su personalidad, porque en la historia de España, cuando se habla de Emilio Castelar, no hay otro sino el político gaditano del siglo XIX. Esta misma cita la repite usted en la página 85 de su libro. Me gustaría que me aclarara esta duda. Mi saludo cordial.
No ha tenido el gusto de responderme.
Pero yo, que soy un ratón de biblioteca, le voy a decir de dónde ha sacado tal cita y la ligereza que tienen ciertos historiadores a la hora de interpretar los datos. El 3 de enero de 1921, habló sor Cristina en el Conservatorio de Madrid, con asistencia de personalidades académicas. Este acto fue recogido por el periódico El Debate (4 enero 1921, n. 3.603), donde resume el discurso de la hija de los duques del Infantado. Habló de la intervención de la mujer en la vida pública, y dijo:
–No es que haya crecido ahora la influencia íntima de la mujer, pues, como decía Castelar, el mundo está gobernado por faldas
Cristina cita una frase del político ya fenecido. Así pues, Emilio Castelar no pudo escuchar a sor Cristina. ¿Está claro?
José María Zabala acaba de presentar este 2 de marzo pasado en la Casa del Libro de Madrid su última obra «Las últimas horas de José Antonio». No lo pienso comprar. Ya tengo bastante con su libro anterior. Pero en la reseña periodística se hace esta pregunta:
–¿Llegará a convertirse José Antonio finalmente en Siervo de Dios por la Santa Sede, igual que los llamados «mártires de Novelda», fusilados junto a él y sepultados luego en la misma fosa común del cementerio de Alicante: los falangistas Ezequiel Mira Iñesta y Luis Segura Baus, y los requetés Vicente Muñoz Navarro y Luis López López?
La palabra «mártir» está tomada aquí en un sentido lato. Ni estos falangistas y requetés fueron mártires en el sentido que lo significa la Iglesia. Aunque todos ellos, y José Antonio también, murieron confortados por los sacramentos y confesando su fe, no fueron fusilados el 20 de noviembre de 1936 por odium fidei (odio a la fe), sino por odio político.
Dejo al lector con unos versos de sor Cristina espigados de su producción poética, como un pequeño testamento de lo que fue su vida:
–Sin saber quién recoge / sembrad / serenos, sin prisas, / las buenas acciones, palabras, sonrisas… / Sin saber quién recoge, dejad / que se lleven las siembras las brisas… 

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