sábado, 28 de julio de 2018

Guy de Larigaudie: Un santo para los scouts


En este mes de julio, que fenece, se ha llenado de campamentos scouts por doquier la geografía hispana. Yo, que vivo ya solo de nostalgias, recuerdo mis tiempos scouts como jefe scout dirigiendo campamentos y, tras mi sacerdocio, con tantas misas en campamentos bajo una encina o a la luz de la luna.
Quiero recordar aquí a uno de nuestros santos scouts. Aunque no ha sido oficialmente canonizado por la Iglesia, sí es un modelo para los scouts católicos del mundo. Me refiero a Guy de Larigaudie, escritor, explorador, conferenciante y periodista francés, nacido en París el 18 de enero de 1908 y muerto en el campo de batalla durante la segunda guerra mundial el 11 de mayo de 1940, en Musson, Bélgica, en la frontera de Luxemburgo.


Se le encontró encima una carta, escrita a una religiosa carmelita, en la que decía:
–Hermana: Estoy en pleno campo de batalla. Puede que no vuelva. Tenía hermosos sueños y grandes proyectos. Sin embargo, si no fuera por la pena inmensa que esto va a causar a mi pobre madre y a los míos, saltaría de gozo. Tenía tanta nostalgia del cielo..., y ahora presiento que pronto va a abrirse la puerta. Al ser tan grande mi deseo del cielo y de la posesión de Dios el sacrificio de mi vida no es tal sacrificio. Había soñado llegar a ser santo y ser un modelo para los lobatos, scouts y routiers. Demasiada ambición quizá para mi talla. Pero así era. Formo parte de un escuadrón de caballería y me hace feliz pensar que mi última aventura sea a caballo...
Dejó hermosos libros en los que contó sus aventuras de joven, habiéndose recorrido medio mundo, cuando en su tiempo ello no era fácil. En 1934 estuvo en Australia, con motivo del Jamboree scout de Frankston. En 1935, visitó los Estados Unidos. En 1936, las islas del Pacífico. Y en 1937, se lanzó con su amigo Roger Drapier, a la mayor aventura de su vida: el primero que unió en automóvil Francia con Indochina al volante de un Ford 19 CV, viejo cacharro que ya tenía 70.000 kilómetros encima y al que bautizó como Jeannette. Después de Ginebra, Viena, Budapest, Belgrado, Sofía, llegó a Palestina, atravesó Afganistán y la India para lanzarse a lo desconocido, falto de mapas precisos, sorteando regiones accidentadas de difícil acceso, para llegar finalmente a Saigón, donde, ya en 1938, una emocionante fiesta scout se desarrolló en el recinto de un gran estadio en su honor. A su vuelta a Francia, recaló en el puerto de Marsella el 4 de julio de 1938, donde Guy contó su largo viaje a un periodista de Radio París.
Recojo aquí algunos de sus pensamientos extractados especialmente de su libro «Etoile au grand large», que fue traducido al español hace años por la Editorial Sígueme con el título de «Buscando a Dios».
–Nuestra vida no es más que una sucesión de gestos ínfimos, que divinizados labran nuestra eternidad.
–Tan hermoso es pelar patatas por amor de Dios, como edificar catedrales.
–Nuestro deseo de felicidad es demasiado grande para que pueda colmarse con algo distinto del Más Allá.
–Admira y haz tuya la belleza del universo esparcida a tu alrededor. Esfuérzate en traducirla, aunque sea en páginas imperfectas, para que suba en humilde homenaje hacia el Señor.
–Sigue el camino –tortuoso o recto– que Dios te ha señalado. Pase lo que pase no lo abandones, porque es el tuyo. Lánzate audaz y alegremente, y cuando tropieces con la única aventura, el don total a Dios, acéptala. Sólo Dios cuenta. Sólo su luz y su amor pueden colmar nuestro pobre corazón, demasiado grande para el mundo que lo rodea.
–Una religión negativa: no harás esto, no harás lo otro. ¡Nunca! Sino un amor a Dios tan profundo, tan intenso, que brote a flor de labios siempre, constantemente. Esto es lo positivo, lo único capaz de mantenerte en pie contra viento y marea.
–Hacer de la vida una conversación con Dios.
–Nuestras faltas han de servirnos de trampolín para el amor.
–No somos más que almas imperfectas en pobres cuerpos humanos cargados de deseos. Pero os amamos, Dios mío, os amamos con toda la fuerza de estas pobres almas, con toda la fuerza de estos pobres cuerpos.
–No comprendemos nada de nada. Se esconde un misterio tan profundo en la germinación de un grano de trigo como en el movimiento de las estrellas. Pero sabemos perfectamente que sólo nosotros somos capaces de amar. Por esto el más pequeño de los hombres es mayor que todos los mundos reunidos.
–Debía ser mestiza: hombros espléndidos, labios macizos, ojos inmensos. Era bella, salvajemente bella. No tenía que hacer más que una cosa. No la hice. Monté a caballo y partí a toda velocidad, llorando de desesperación y de rabia. Creo que en el día del Juicio, si no tengo otra cosa positiva, podré ofrecer a Dios, como una gavilla, todos esos abrazos que, por su amor, no he querido dar.
–Nuestro mundo no está hecho a nuestra medida y tenemos el corazón triste a veces de tanta nostalgia del cielo.
–La naturaleza es violencia, robos, muertes. Aves de rapiña que se acechan, huyen, se persiguen encarnizadamente y se devoran. Su objetivo, matar y no ser muerto. Sólo el hombre ha inventado la dulzura. La Hermana de la Caridad rehace el mundo.
–Hay mujeres que conservan alma de muchacha durante toda la vida.
–Cuando, frente al mar, el desierto o una noche tachonada de estrellas, se siente el corazón a punto de estallar de felicidad, es bueno pensar que más allá encontraremos algo mucho más hermoso, más grande, algo a la medida de nuestra alma, algo que colmará el inmenso deseo de felicidad que es, a la vez, nuestro sufrimiento y nuestra grandeza de hombres.
–En la última torreta del palo mayor de un velero, cuando no hay tierra a la vista, uno posee para él solo el círculo del horizonte. Pero inmediatamente aflora el deseo de empujar más esa línea, de hacer estallar ese límite que, a pesar de todo, nos aprisiona, porque estamos hechos para lejanías más dilatadas que las pobres perspectivas de los horizontes de este mundo.

martes, 24 de julio de 2018

Antonio Machado nació en Sevilla una noche de julio


«Nací en Sevilla una noche de julio de 1875, en el célebre palacio de las Dueñas, sito en la calle del mismo nombre». Propiamente en unas casas adjuntas al patio del palacio que los duques de Alba tenían alquiladas a varias familias de Sevilla. Antonio Machado recuerda su niñez sevillana en aquellos versos de Campos de Castilla:

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla
y un huerto claro donde madura el limonero...


Años más tarde, en su estancia en Baeza, afloran de nuevo sus recuerdos infantiles:

Tengo recuerdos de mi infancia, tengo
imágenes de luz y de palmeras,
y en una gloria de oro,
de lueñes campanarios con cigüeñas,
de ciudades con calles sin mujeres
bajo un cielo de añil, plazas desiertas
donde crecen naranjos encendidos
con sus frutas redondas y bermejas,
y en un huerto sombrío, el limonero
de ramas polvorientas
y pálidos limones amarillos
que el agua clara de la fuente espeja,
un aroma de nardos y claveles
y un fuerte olor de albahaca y
                                  /hierbabuena...

Fue el segundo fruto del matrimonio de Antonio Machado Álvarez, abogado y escritor, que bajo el seudónimo de Demófilo fue un destacado estudioso del folklore español, y de Ana Ruiz, hija de un confitero de Triana. Cuenta Antonio cómo se conocieron sus padres, a orillas del Guadalquivir, cuando la curiosidad llevó a mucha gente a contemplar el insólito espectáculo de unos delfines que, a favor de la marea, se habían adentrado río arriba. «Damitas y galanes, entre ellos los que fueron mis padres, que allí se vieron por primera vez. Fue una tarde de sol, que yo he creído, o he soñado, recordar alguna vez».
Vivió después la familia en la calle Navas (actual Mateo Alemán), en el barrio de la Magdalena, y en Orfila, junto a la capillita de San Andrés, que tenía un patio con un limonero en el centro. Tal vez sea éste el limonero cantado por Machado.
Tendría seis o siete años de otro recuerdo que aflora en su mente.
–Estábame una mañana de sol sentado en compañía de mi abuela en un banco de la plaza de la Magdalena y tenía una caña dulce en la mano. No lejos de nosotros pasaba otro niño con su madre. Llevaba también una caña de azúcar. Yo pensaba: ‘La mía es mucho mayor’. Recuerdo bien cuán seguro estaba yo de esto. Sin embargo, pregunté a mi abuela: ‘¿No es verdad que mi caña es mayor que la de ese niño?’ Yo no dudaba de una contestación afirmativa. Pero mi abuela no tardó en responder, con un acento de verdad y de cariño que no olvidaré nunca: ‘Al contrario, hijo mío; la de ese niño es mucho mayor que la tuya’. Parece imposible que este trivial suceso haya tenido tanta influencia en mi vida. Todo lo que soy –bueno y malo–, cuanto hay en mí de reflexión y de fracaso, lo debo al recuerdo de mi caña dulce.
Estos recuerdos, lejanos en la profundidad de la infancia, son los que le quedan a Antonio Machado de su estancia en Sevilla, «porque a los ocho años pasé a Madrid, adonde mis padres se trasladaron». Allí continúa sus estudios en la Institución Libre de Enseñanza y después en el Instituto Cardenal Cisneros, donde tuvo una media de aprobado en sus calificaciones con algunos suspensos. Recuerda Machado, en una nota de Juan de Mairena, su examen de Física y Química:
–Los bachilleres de mi tiempo estudiábamos una química a ojo de buen cubero, que se detenía en los umbrales de la química orgánica y en una lección de funesta memoria para mí, que se titulaba ‘Brevísima idea de los hidrocarburos’. Era la última y más extensa lección del libro y la única que no alcancé a estudiar. Por desdicha, me tocó en suerte a la hora del examen. ‘Los hidrocarburos –dije yo con voz entrecortada por el terror al suspenso inevitable– son unas sustancias compuestas de hidrógeno y de carbono’. Y como el catedrático me invitase a continuar, añadí humildemente: ‘Como dice: Brevísima idea...’

Una tarde parda y fría
de invierno. Los colegiales
estudian. Monotonía
de la lluvia en los cristales.

No fue buen estudiante Antonio Machado. Pero sí un soñador y genial poeta.

miércoles, 18 de julio de 2018

Cristo de San Agustín


El 18 de julio de 1936 comenzó la guerra civil, pero es un tema que quiero deliberadamente marginar. Ni deseo hablar de los templos incendiados en Sevilla esa tarde y noche, a saber: Omnium Sanctorum, San Juan de la Palma, San Roque, Santa Ana, La O, La Concepción, Santa Marina, San Gil, San Marcos, San Román y Montesión, y los conventos de Mercedarias y Salesas. En ese día aciago en que ocurrieron todas estas barbaridades y muchas más, me limitaré a discurrir sobre la historia del Cristo de San Agustín, que pereció en las llamas en esa fecha. Un Cristo veneradísimo en Sevilla desde siglos atrás, que perteneció al convento de San Agustín, extramuros de la ciudad, junto a la puerta de Carmona, y, desde la exclaustración de 1835, depositado en la parroquia de San Roque.


Acerca del Cristo de San Agustín refiere un manuscrito de la Biblioteca del Palacio arzobispal: «Este año de 1314 fue hallado el Santísimo Cristo de San Agustín por un pobre hombre en una cueva que había en una huerta en el Prado de Santa Justa, desclavada la mano izquierda y con ella tapaba la llaga de su costado, a esta maravilla acudieron los religiosos del convento de San Agustín, y queriendo llevarse a el mismo tiempo su majestad Santísima quitó la mano de la llaga y la extendió a la Cruz al lugar del clavo y se quedó del modo que hoy se admira. Desde este tiempo hasta los presentes ha experimentado esta Ciudad de este Santísimo Crucifijo grandes y extraordinarios favores en sus mayores conflictos y necesidades, como son pestes y secas».
La devoción de Sevilla por este Cristo lo certifica Morgado, que escribía en 1587: «A cuya devoción ocurre luego Sevilla en cualquiera grandes trabajos de males temporales, o enfermedades, y, sacándole en procesión general por sus calles, se han visto milagrosas mercedes del Señor. Las quales me fueron ocasión de querer saber su primero principio, mas ninguna razón de escriptura se halla, sino algunas tradiciones tan confusas como esto, que el Santo Crucifixo fue traydo de Indias, y que los Religiosos Augustinos lo uvieron para este su Convento, y que pretendiéndole también el Cabildo de la Sancta Iglesia, se uvieron de meter en ello los Padres del Sancto Oficio prestando su beneplácito, para que con toda decencia fuesse puesto en una Litera de dos Cavallos a la disposición del Cielo, y que los Cavallos se vinieron derechos a este Sancto Convento».
Pero no está muy convencido Morgado de que lo que ha contado sea verdad, porque el Cristo es más antiguo que el descubrimiento de Indias, sino una leyenda mal hilvanada más de las muchas que se cuentan en Sevilla. Porque a continuación dice: «Otra tradición antigua, que el Sancto Crucifixo fue revelado a un Pastor en una Acequia entre este Convento y el de la Sanctissima Trinidad, que son con­vezinos, y que tenía el brazo derecho doblado sobre la llaga del Costado, que si esto así pasó, dixéramos aver quedado de tiempo de Godos, pero todo esto es hablar a tiento, sin otra comprobación de más verdad».
Zúñiga, en sus Anales, se hace eco de la leyenda del brazo extendido y al relatar el suceso de la invención en la cueva, afirma que «se cuenta en una fidedigna noticia que cuando fue hallado tenía desclavado el brazo izquierdo, caído sobre la llaga del costado y que a vista de muchos lo extendió, milagrosamente, como ahora está».
De la devoción que le tenía Sevilla habla claramente el Abad Gordillo en sus Religiosas Estaciones: «Ha sido muy grande la devoción que el pueblo ha tenido a Cristo Nuestro Señor en su santa imagen, de manera que en sus tribulaciones acude a su Señor y especialmente en las esterilidades y faltas de agua; de lo que se han visto milagros notables, como sacarle con tiempo sereno de su capilla y no poderlo restituir a ella por la abundancia de la lluvia, que Dios ha enviado, especialmente guiando la procesión al humilladero o Cruz del Campo que parece va de buena o mejor voluntad allí, como lugar que recuerda la memoria de su triunfo, donde lució su misericordia con la copiosa redención que allí obró. Y allí se refiere que en el año de 1525 habiendo habido en Sevilla una gran sequía y falta de agua, sacando con tiempo claro la imagen del Santo Cristo en procesión y llevándolo al humilladero de la Cruz, fue tanta el agua que llegando allí cayó del cielo, que no pudo volver la procesión, y se quedó aquella noche y otro día el Santo Cristo en la ermita que allí junto está edificada; y se refiere que al paso de la procesión iba un muchacho por encima de los caños de Carmona dando gritos, y diciendo ‘Misericordia, Señor nuestro’, con que creció y se aumentó la reverencia y devoción que después en muchas ocasiones se ha continuado en esta estación y valerse en diversas necesidades con manifiesta y evidente demostración de la misericordia de Dios. Al clamor del muchacho levantó al pueblo el clamor mismo y así que comenzó a llover, nunca más el muchacho apareció, siendo así que del lugar donde estaba mirando y clamando, era imposible que pudiese brevemente mudarse por la mucha distancia que había del principio y fin de la cañería del agua por donde se sube y él iba».
Era el Cristo de San Agustín una escultura tallada en madera de cedro, de tamaño natural, la cabeza inclinada hacia la derecha y sobre la cabellera, tallada en la madera, tenía superpuesta dos más, una de pasta y otra de cabello natural. Representaba a un Cristo muerto, clavado a la cruz con tres clavos, y la lanzada en el costado. Sus brazos eran desiguales: mientras el izquierdo medía ochenta centímetros, el derecho sólo alcanzaba setenta. El sudario largo, hasta las rodillas.
El 2 de julio de 1649, en pleno fragor de la peste que asoló Sevilla, hubo un acuerdo capitular de hacer voto al Cristo de San Agustín, con misa y sermón, por el fin de la peste. Este voto lo cumplió año tras año en este día el Ayuntamiento sevillano en el convento de San Agustín y desde 1835 en la iglesia de San Roque. Fue suspendido en 1931, tras la proclamación de la República. Y pocos años después, en 1936, como hemos contado, pereció el Cristo de San Agustín en el incendio de la iglesia de San Roque. Aunque el Ayuntamiento costeó una nueva imagen en 1950, obra del escultor Agustín Sánchez Cid, no se ha reanudado la función hasta 1991. Por acuerdo capitular de 11 de marzo de ese año se continúa la tradición interrumpida celebrándose solemne función el 2 de julio con asistencia del alcalde y representantes de los grupos políticos.

jueves, 12 de julio de 2018

Hernando Colón, hijo natural de Cristóbal Colón


Hernando Colón murió en Sevilla el 12 de julio de 1539, se cumplen hoy 479 años. Dispuso en su testamento que lo enterraran «en el cuerpo de la iglesia [catedral de Sevilla], en el espacio que [hay] desde las espaldas del coro hasta la puerta del perdón, con que sea lo más en medio que ser pudiera, así de luego como de través; y si esto no se pudiere obtener, en tal caso yo elijo por enterramiento el monasterio de las Cuevas de Sevilla, para que mi cuerpo sea allí enterrado en el coro de los legos, a un lado y al otro, como non impida el paso de los que entraren. Lo cual yo elijo por la mucha devoción que mis señores padre y hermano, Almirantes que fueron de las Indias, e yo siempre tuvimos a aquella casa; e porque sus cuerpos han estado mucho tiempo allí depositados».


 Definitivamente, fue enterrado en el trascoro de la catedral, en el lugar mismo donde en tiempos más solemnes los canónigos levantaban el soberbio monumento del Jueves Santo.
Hijo na­tural de Cristóbal Colón, nació en Córdoba el 15 de agosto de 1488 de Beatriz Enríquez de Arana, mujer que aparece en­vuelta en nebulosa en la vida de los Colón. Cuando Hernando escribió la Historia del Almirante, no hace referencia a la calidad de su familia cordobesa, que debía ser de extracción humilde. Subido al carro de la gloria de su padre, descubri­dor del Nuevo Mundo, deja en la penumbra sus orígenes ilegí­timos. Y con ello, a su propia madre.
Cristóbal tuvo sólo dos hijos: Diego y Hernando. Diego Colón nació en 1479 en Portugal, donde su padre casó con Fe­lipa Moniz de Perestrello, mientras trataba de vender su idea oceánica a la corte lusitana. La madre murió pronto y Cristóbal, ya viudo, vino a España en 1485 con su hijo pe­queño, que dejó en La Rábida con los frailes franciscos, o tal vez en Huelva, al cuidado de unos tíos, parientes de su madre. La aventurilla de Colón en Córdoba se debió a su es­tancia en esta ciudad, porque ahí se encontraba la corte de los Reyes Católicos, en su afán por lograr la toma de Gra­nada.    
Cuando Cristóbal Colón volvió de su primer viaje y pudo mostrar la gloria de su descubrimiento, Hernando fue legiti­mado, a la edad de cinco años, y nombrado paje del príncipe don Juan, hijo de los Reyes Católicos. Muerto el príncipe en 1497, pasó de paje de la reina Isabel con su hermano Diego. Él tenía unos once o doce años y su hermano Diego cerca de los veinte, cuando sintió las hablillas de la corte, la en­vidia cobarde de los celosos. Hernando cuenta en su libro una escena significativa ocurrida en Granada, al paso de la comitiva de los reyes. Los descontentos gritaban:
–Mirad los hijos del Almirante de los mosquitos, de aquel que ha descubierto tierras de vanidad y engaño para sepulcro y miseria de los hidalgos castellanos.
Hijo de nuevo rico, había que borrar todo vestigio ple­beyo en una sociedad donde se miraba hasta la nimiedad la última gota de la nobleza de sangre. Los blasones del escudo de los Colón están relucientes por lo nuevo; les falta la pátina añeja de los años, la vejez de las casas nobiliarias de siglos atrás.
Fue una torpeza de Hernando Colón: tratar du­rante toda su vida de borrar su humilde ascendencia cordo­besa. Aunque comprendo que fuera difícil sobrellevarlo en medio de las pullas cortesanas.
Porque Hernando fue hombre inteligente, el hijo que me­jor defendió el honor de su padre y gastó su fortuna en los llamados Pleitos Colombinos.
En 1502, cuando contaba tan sólo catorce años, Cristó­bal Colón se lo llevó a América en su cuarto viaje. A la vuelta, en 1504, la reina Isabel, gran valedora de Colón, ha muerto, y poco después, en 1506, el mismo Cristóbal Colón muere en Valladolid. Los famosos Pleitos Colombinos salen a la palestra. Los hijos de Colón exigen se cumpla lo acordado en las capitulaciones de Santa Fe. Pero el rey Fernando, muerta Isabel la Católica, cree excesivas las pretensiones colombinas. Las alegres gracias que en un principio se pro­metieron a Cristóbal Colón parecen, al paso del tiempo, ex­cesivas y desproporcionadas. Porque se suscribieron cuando no se tenía una idea precisa de lo descubierto por Colón. Las capitulaciones de Santa Fe hablaban fundamentalmente de conceder no sólo a Colón sino a sus herederos, en las tie­rras descubiertas, los títulos de Almirante, Virrey y Gober­nador y el diezmo de las riquezas producidas, entre otros honores, títulos y privilegios.
Pero no vamos a entrar en esto. Deseo resaltar su obra científica y el mecenazgo cultural que se proyecta hasta nuestros días con su magnífica biblioteca, que reposa bajo los muros de la catedral. Experto en cosmografía, viajó por Eu­ropa, con un cierto desprecio de sentirse castellano y un afán por recalcar su ascendencia genovesa. En el extranjero le gustaba pasar por italiano. Habrá que regañarle también esta estúpida pretensión, porque la gloria de su familia, a pesar de los Pleitos Colombinos, le viene de los reyes de Castilla y por sus venas corre sangre andaluza de la mejor calidad, la que viene del pueblo, de su madre Beatriz, a la que él nombra en muy contadas ocasiones. Pero hay que valo­rar al erudito y bibliófilo.
En 1509 realizó un segundo viaje a las Indias, acompa­ñando a su hermano Diego, que había sido nombrado gobernador de La Española, pero vuelve enseguida y escribe un Memorial por el Almirante (finales 1509) y un poco después un Tra­tado sobre la forma de descubrir y poblar en Indias. En 1511 es­cribe el Proyecto de Hernando Colón en nombre y represen­tación del Almirante, su hermano, para dar la vuelta al mundo, con lo que se adelanta en unos años a lo realizado por Magallanes y Elcano.
En 1517 puso en marcha una obra de envergadura que él denominó Descripción y Cosmografía de España, en la que tra­taba de recoger por orden alfabético todos los datos geográ­ficos y topográficos de España. No pudo completarlo, por una prohibición que le vino en 1523, y aparecieron los libros de anticipación que llamó Itinerario y Vocabulario. En ellos se adelantó a Las Relaciones topográficas, publicadas en tiem­pos de Felipe II.
En los últimos años de su vida, creó su casa solariega en los aledaños del barrio de los Humeros, después de haber vivido por otras collaciones de la ciudad. Y coleccionó la mejor y más completa biblioteca que un particular pudo tener hasta entonces. Se calcula en unos 25.000 volúmenes, que él fue coleccionando a lo largo de toda su vida.
Hernando Colón no se casó ni tuvo descen­dencia. Al morir el 12 de agosto de 1539 dejó la casa y la fabulosa biblioteca, en calidad de depósito, a su sobrino el almirante don Luis, mayorazgo de la casa de Colón, con la condición de gastar «cada año en aumento y conservación de la biblioteca perpetuamente cien mil maravedíes». Si no cum­plía estas condiciones, la biblioteca pasaría a la iglesia catedral de Sevilla y en su defecto a los dominicos del con­vento de San Pablo. Pero el sobrino, ni se preocupó de la biblioteca ni de la casa. El cabildo, con buen criterio, exigió el depósito de los libros, pero la madre y tutora de don Luis lo entregó a los dominicos. El pleito entablado por el cabildo catedral duró hasta 1552 en que la Chancillería de Granada pronunció sentencia favorable. Desde entonces, aunque mermada, la Biblioteca Colombina, con sus impresos e incunables de incalculable valor, forma parte del patrimo­nio de la catedral de Sevilla.

sábado, 7 de julio de 2018

La eutanasia de Hitler


Menos conocido que el holocausto de los judíos fue el asesinato de miles de alemanes, de toda condición, víctimas del «Programa eutanasia». Un holocausto en menor escala, pero igualmente inhumano y terrible.
Fue un proceso gradual que transitó de una ley de esterilización a la eutanasia. La eutanasia era un eufemismo nazi para definir el asesinato de los discapacitados, seres humanos «cuya vida no merecía ser vivida».
Ya el 14 de julio de 1933, cuatro meses después de la subida al poder de Hitler, su gobierno dictó una ley para la prevención de la prole que afectaba a las enfermedades hereditarias e imponía la esterilización forzosa de los discapacitados. Se calcula que al inicio de la guerra habían sido esterilizados de trescientos a cuatrocientos mil alemanes. Esquizofrénicos, maníacos depresivos, epilépticos, alcohólicos, ciegos, sordos y otras personas con deformaciones físicas… Eran considerados «existencias gravosas», «envoltorios humanos vacíos», «personas defectuosas»…


Los obispos alemanes condenaron la esterilización. El cardenal Bertram preguntó en 1933 al secretario de Estado, cardenal Pacelli, cómo proceder. Y el futuro Pío XII le dijo que debían regularse por la encíclica Casti connubii de Pío XI, que condenaba la esterilización.
Pero iniciada la guerra, la careta nazi se cayó. Y lo que era esterilización se convirtió en eutanasia, es decir, en muerte de los discapacitados físicos y psíquicos. Para tal función, Hitler nombró a su médico personal, Karl Brandt, y al jefe de la cancillería del Führer, Viktor Brack. Los dos dispusieron de un equipo de médicos para planificar la operación y ciertos hospitales para la eliminación de los discapacitados, especialmente de los niños recién nacidos. Se le llamó Operación T4 (por la sede de la organización central que se encontraba en la Tiergartenstrasse 4 de Berlín). Tras el registro civil con una supuesta muerte, se incineraba el cadáver. Las reiteradas sospechas de los familiares llegaron al conocimiento del pueblo alemán de lo que se estaba perpetrando. Y vinieron las voces de condena. La voz más significativa fue la del obispo de Münster, Clemens August von Galen, con tres famosas homilías pronunciadas en el verano de 1941, en tres domingos consecutivos, la tercera con denuncia expresa de los crímenes que se estaban cometiendo.
La tercera prédica, la que tuvo más resonancia, la ofreció el domingo 3 de agosto, dedicada al quinto mandamiento, en la iglesia de San Lamberto.
–Desde hace algunos meses vemos que, por disposición de Berlín, son cogidas forzadamente de las casas de cura y manicomios personas enfermas desde hace tiempo y que podrían parecer incurables. Regularmente, los familiares al poco tiempo son informados que los restos mortales han sido incinerados y que las cenizas de sus difuntos pueden serles enviadas. Generalmente se tiene la sospecha, casi la certeza, de que estos numerosos casos de inesperados fallecimientos de enfermos mentales no se producen espontáneamente, sino que son causados intencionalmente, que se sigue en estos casos la doctrina que afirma que se pueden destruir las llamadas «vidas inútiles», es decir, matar seres inocentes, si se juzga que su vida no posee valor alguno para el pueblo ni para el Estado. Doctrina horrible que quiere justificar el asesinato de inocentes y permite, por principio, la muerte violenta de inválidos para el trabajo, de mutilados, de enfermos incurables, de personas decrépitas. Por fuentes atendibles sé que ahora en las casas de cura y en los manicomios de la provincia de Westfalia se redactan listas de esos enfermos, que los llamados «compatriotas improductivos» en breve plazo deben ser cogidos y eliminados. Durante esta semana ha partido el primer transporte desde la casa de cura de Marienthal cerca de Münster.
La denuncia de von Galen no puede ser más clara y directa.
–Se me ha asegurado que en el ministerio del Interior y en las oficinas del jefe de los médicos del Reich, doctor Conti, no se hace ningún misterio del hecho de que, en realidad, se ha matado ya premeditadamente un gran número de enfermos mentales en Alemania y que lo mismo sucederá en el futuro.
Alemania está en guerra y el terror impera en la gente. Hitler está en el apogeo de su poder. Sus ejércitos se pasean victoriosos a Este y Oeste de Europa. Y, sin embargo, un obispo sube al púlpito y clama de esta manera. Las tres homilías fueron copiadas y recopiadas, pasando de mano en mano. Llegó incluso a los soldados alemanes, que luchaban en el frente, con gran impacto mediático. El caso «von Galen» llegó también al ministerio de Propaganda y a la cancillería del Reich. Bormann, secretario particular de Hitler, pidió el ahorcamiento del obispo. Pero Goebels abrió el expediente titulado Graf Galen y convenció a Hitler de no «hacer mártires» durante la guerra y ajustarle las cuentas después de la victoria. Unas cuentas que saldaría, según Hitler, «hasta el último céntimo».
A la voz del obispo se unieron las reacciones de protesta de la opinión pública y obligó a la interrupción oficial de la operación eutanasia. Si hasta entonces se habían eliminado a unos 70.000 discapacitados, a partir de este momento –finales de verano de 1941– se llegaría de forma más subrepticia a eliminar hasta el final de la guerra a otros 50.000.

viernes, 6 de julio de 2018

Virgen de los Reyes y Fernando III el Santo


Fernando III así lo ha dispuesto aquel 22 de diciembre de 1248. Más que una marcha triunfal guerrera, aquella entrada en la ciudad de la Sevilla moruna, de estrechas y tortuosas calles, parecía una devota procesión presidida por la sagrada imagen de la Virgen de los Reyes, procesionada en un magnífico carro triunfal.
  


 Se dirigen a la mezquita mayor, que previamente ha sido purificada para el culto cristiano por don Gutierre, obispo de Córdoba y electo de Toledo. El agua bendita ha rociado cada rincón de aquella suntuosa aljama, la cruz asoma en su esbelta torre y unas campanas han sido izadas para el repicar alegre de aquella jornada memorable, que causó estupor en el oriente musulmán y júbilo en el occidente cristiano…
Fernando III, monarca que plantó las raíces de la Sevilla de hoy, yace incorrupto en la Capilla Real de la Catedral en sepulcro labrado en plata bajo el altar que preside la imagen que legó al pueblo de Sevilla, Nuestra Señora de los Reyes, patrona de la archidiócesis hispalense. Un rey hon­rado con los honores de héroe y de santo y una Virgen de los Reyes, venerada cual ninguna otra imagen mariana por Sevilla toda.
De ello trata el libro Virgen de los Reyes y Fernando III el Santo, que ya aparece por las librerías de Sevilla al precio de 15 euros.