Hernando Colón murió en Sevilla el 12 de
julio de 1539, se cumplen hoy 479 años. Dispuso en su testamento que lo
enterraran «en el cuerpo de la iglesia [catedral de Sevilla], en el espacio que
[hay] desde las espaldas del coro hasta la puerta del perdón, con que sea lo
más en medio que ser pudiera, así de luego como de través; y si esto no se
pudiere obtener, en tal caso yo elijo por enterramiento el monasterio de las
Cuevas de Sevilla, para que mi cuerpo sea allí enterrado en el coro de los legos,
a un lado y al otro, como non impida el paso de los que entraren. Lo cual yo
elijo por la mucha devoción que mis señores padre y hermano, Almirantes que
fueron de las Indias, e yo siempre tuvimos a aquella casa; e porque sus cuerpos
han estado mucho tiempo allí depositados».
Hijo natural de Cristóbal Colón, nació en
Córdoba el 15 de agosto de 1488 de Beatriz Enríquez de Arana, mujer que aparece
envuelta en nebulosa en la vida de los Colón. Cuando Hernando escribió la Historia
del Almirante, no hace referencia a la calidad de su familia cordobesa, que
debía ser de extracción humilde. Subido al carro de la gloria de su padre,
descubridor del Nuevo Mundo, deja en la penumbra sus orígenes ilegítimos. Y
con ello, a su propia madre.
Cristóbal tuvo sólo dos hijos: Diego y
Hernando. Diego Colón nació en 1479 en Portugal, donde su padre casó con Felipa
Moniz de Perestrello, mientras trataba de vender su idea oceánica a la corte
lusitana. La madre murió pronto y Cristóbal, ya viudo, vino a España en 1485
con su hijo pequeño, que dejó en La Rábida con los frailes franciscos, o tal
vez en Huelva, al cuidado de unos tíos, parientes de su madre. La aventurilla
de Colón en Córdoba se debió a su estancia en esta ciudad, porque ahí se
encontraba la corte de los Reyes Católicos, en su afán por lograr la toma de
Granada.
Cuando Cristóbal Colón volvió de su primer
viaje y pudo mostrar la gloria de su descubrimiento, Hernando fue legitimado,
a la edad de cinco años, y nombrado paje del príncipe don Juan, hijo de los
Reyes Católicos. Muerto el príncipe en 1497, pasó de paje de la reina Isabel
con su hermano Diego. Él tenía unos once o doce años y su hermano Diego cerca
de los veinte, cuando sintió las hablillas de la corte, la envidia cobarde de
los celosos. Hernando cuenta en su libro una escena significativa ocurrida en
Granada, al paso de la comitiva de los reyes. Los descontentos gritaban:
–Mirad los hijos del Almirante de los
mosquitos, de aquel que ha descubierto tierras de vanidad y engaño para
sepulcro y miseria de los hidalgos castellanos.
Hijo de nuevo rico, había que borrar todo
vestigio plebeyo en una sociedad donde se miraba hasta la nimiedad la última
gota de la nobleza de sangre. Los blasones del escudo de los Colón están
relucientes por lo nuevo; les falta la pátina añeja de los años, la vejez de
las casas nobiliarias de siglos atrás.
Fue una torpeza de Hernando Colón: tratar
durante toda su vida de borrar su humilde ascendencia cordobesa. Aunque
comprendo que fuera difícil sobrellevarlo en medio de las pullas cortesanas.
Porque Hernando fue hombre inteligente, el
hijo que mejor defendió el honor de su padre y gastó su fortuna en los
llamados Pleitos Colombinos.
En 1502, cuando contaba tan sólo catorce
años, Cristóbal Colón se lo llevó a América en su cuarto viaje. A la vuelta,
en 1504, la reina Isabel, gran valedora de Colón, ha muerto, y poco después, en
1506, el mismo Cristóbal Colón muere en Valladolid. Los famosos Pleitos
Colombinos salen a la palestra. Los hijos de Colón exigen se cumpla lo
acordado en las capitulaciones de Santa Fe. Pero el rey Fernando, muerta Isabel
la Católica, cree excesivas las pretensiones colombinas. Las alegres gracias
que en un principio se prometieron a Cristóbal Colón parecen, al paso del
tiempo, excesivas y desproporcionadas. Porque se suscribieron cuando no se
tenía una idea precisa de lo descubierto por Colón. Las capitulaciones de Santa
Fe hablaban fundamentalmente de conceder no sólo a Colón sino a sus herederos,
en las tierras descubiertas, los títulos de Almirante, Virrey y Gobernador y
el diezmo de las riquezas producidas, entre otros honores, títulos y
privilegios.
Pero no vamos a entrar en esto. Deseo
resaltar su obra científica y el mecenazgo cultural que se proyecta hasta
nuestros días con su magnífica biblioteca, que reposa bajo los muros de la
catedral. Experto en cosmografía, viajó por Europa, con un cierto desprecio de
sentirse castellano y un afán por recalcar su ascendencia genovesa. En el
extranjero le gustaba pasar por italiano. Habrá que regañarle también esta
estúpida pretensión, porque la gloria de su familia, a pesar de los Pleitos
Colombinos, le viene de los reyes de Castilla y por sus venas corre sangre
andaluza de la mejor calidad, la que viene del pueblo, de su madre Beatriz, a
la que él nombra en muy contadas ocasiones. Pero hay que valorar al erudito y
bibliófilo.
En 1509 realizó un segundo viaje a las
Indias, acompañando a su hermano Diego, que había sido nombrado gobernador de
La Española, pero vuelve enseguida y escribe un Memorial por el Almirante
(finales 1509) y un poco después un Tratado sobre la forma de descubrir y
poblar en Indias. En 1511 escribe el Proyecto de Hernando Colón en
nombre y representación del Almirante, su hermano, para dar la vuelta al mundo,
con lo que se adelanta en unos años a lo realizado por Magallanes y Elcano.
En 1517 puso en marcha una obra de
envergadura que él denominó Descripción y Cosmografía de España, en la
que trataba de recoger por orden alfabético todos los datos geográficos y
topográficos de España. No pudo completarlo, por una prohibición que le vino en
1523, y aparecieron los libros de anticipación que llamó Itinerario y Vocabulario.
En ellos se adelantó a Las Relaciones topográficas, publicadas en tiempos
de Felipe II.
En los últimos años de su vida, creó su
casa solariega en los aledaños del barrio de los Humeros, después de haber
vivido por otras collaciones de la ciudad. Y coleccionó la mejor y más completa
biblioteca que un particular pudo tener hasta entonces. Se calcula en unos
25.000 volúmenes, que él fue coleccionando a lo largo de toda su vida.
Hernando Colón no se casó ni tuvo descendencia.
Al morir el 12 de agosto de 1539 dejó la casa y la fabulosa biblioteca, en
calidad de depósito, a su sobrino el almirante don Luis, mayorazgo de la casa
de Colón, con la condición de gastar «cada año en aumento y conservación de la
biblioteca perpetuamente cien mil maravedíes». Si no cumplía estas
condiciones, la biblioteca pasaría a la iglesia catedral de Sevilla y en su
defecto a los dominicos del convento de San Pablo. Pero el sobrino, ni se
preocupó de la biblioteca ni de la casa. El cabildo, con buen criterio, exigió
el depósito de los libros, pero la madre y tutora de don Luis lo entregó a los
dominicos. El pleito entablado por el cabildo catedral duró hasta 1552 en que
la Chancillería de Granada pronunció sentencia favorable. Desde entonces,
aunque mermada, la Biblioteca Colombina, con sus impresos e incunables de
incalculable valor, forma parte del patrimonio de la catedral de Sevilla.
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