domingo, 31 de enero de 2016

La Semana Santa y el cardenal Segura

Nació el cardenal Segura en el municipio de Carazo, pueblecito de Burgos, el 4 de diciembre de 1880. No tendría entonces el pueblo más de cuatrocientos habitantes y hoy, con la despoblación, ha quedado reducido a unos cuarenta.
Aparece historiado este pequeño terruño no solo porque en él nació el cardenal don Pedro Segura y Sáenz, es historiado también –si vale la frivolidad– porque en él fue rodada en el verano de 1966 la película El bueno, el feo y el malo del director italiano Sergio Leone, con Clint Eastwood, Eli Wallach y Lee Van Cleef.
No sé qué papel podría corresponder a este atípico cardenal Segura, si se pudieran trasmutar los tiempos. Cierto que no pocas veces hizo de malo, algunas de feo, y también a veces de bueno.


 He terminado un libro –que espero publicar– sobre el cardenal Segura, primado de Toledo, expulsado por la República en 1931, y arzobispo de Sevilla en 1937, al que trato con el rigor histórico que ofrece su figura montaraz y selvática. Luchaba contra todo y contra todos. Las suyas no eran amables cartas pastorales, eran admoniciones pastorales, en cuaresma contra los Carnavales, en abril contra la Feria de Sevilla y sus bailes, en verano con las playas, y en su integrismo radical contra la Falange y el Protestantismo.
Pero tenía una cosa positiva. Es curioso, pero al cardenal Segura le gustaba la Semana Santa de Sevilla. Aún no había tenido tiempo de saborearla, puesto que será la del año 1938 la primera que contemple desde el balcón del Palacio arzobispal, cuando las cofradías salen de la catedral por la Puerta de los Palos y vuelven hacia Su Eminencia los pasos, a los que bendice, y ya los días 7 y 31 de marzo, escribió un par de documentos positivos sobre las cofradías sevillanas. El primero titulado Las Cofradías y la vida cristiana, y el segundo, Declaración sobre las Procesiones de Semana Santa de Sevilla. Por la verdad y la justicia.
–Aun en medio de la bancarrota de los verdaderos valores nacionales en las últimas épocas, nos es dado descubrir vestigios de esta vida cristiana exuberante, en la que debemos fijar detenidamente nuestra atención. Uno de esos vestigios gloriosos es el de las Cofradías piadosas que tanto abundan no solo en la capital sino en las parroquias todas de la Archidiócesis… ¡Institución santa! ¡Pensamiento inspirado por el cielo, y el más útil y conveniente de cuantos los hombres pudieran imaginar! Esas fueron las Cofradías de Sevilla desde sus comienzos y por tener raíces tan hondas han conservado su vida a través de esos últimos siglos de indiferentismo religioso…
En el segundo documento sale «en defensa del prestigio de la Archidiócesis que el Señor por medio de su Vicario en la tierra ha confiado a Nuestro cuidado». Y acude en salvaguarda de la Semana Santa de Sevilla contra vestigios de leyenda negra como son las declaraciones del obispo portugués Agostino, de la diócesis de Lamego, quien había publicado el 28 de enero de 1938 en la revista Lumen, Revista de cultura para o Clero, un artículo titulado Aplicaçao de Pastoral sobre Festas, donde a su vez cita un artículo publicado dos años antes en la revista Renacimiento, de un anónimo escritor, que tacha de «paganismo» la Semana Santa sevillana.
El obispo Agostino anota, por ejemplo, del literato portugués:
–Muchas personas acompañaron descalzas las procesiones. Antes la procesión se detenía muchas veces para que los devotos pudieran divertirse con bailes que aquí y allí se organizaban, cuando menos se esperaba. Bailarina afamada que estuviese pre­senciando el paso de la procesión era invitada en el acto para que bailara, no haciéndose rogar a la invitación. ¡Y es de creer que apareciese allí precisamente para exhibir sus habilidades en la danza!...
El obispo de Lamego saca de esto la siguiente conclusión:
Al leer aquellos artículos, Nos decíamos a Nosotros mismos: ¿Cómo puede una nación en que semejantes profanaciones se cometen ser bendecida por Dios?
Se refiere a la Guerra Civil española, que para el obispo Agostino es un evidente castigo de Dios por semejantes bailes ante los pasos cofradieros de la Semana Santa de Sevilla.
Segura le arrea a su colega en el episcopado, recriminándole de «imputación falsa e injusta»:
–A la pena que nos causa el haber de lastimaros, llevando a vuestra noticia la imputación falsa e injusta que se hace a una de las más solemnes y conmovedoras manifestaciones de fe y de piedad, se sobrepone el deber de defender el honor religioso de esta ciudad, que Nos es tan amada, y de salir por la verdad, que, indudablemente, por defecto de información, más bien que por mala voluntad, ha sido falseada.
Y añade:
–Grandes pecados había cometido, ciertamente, Nuestra Patria por los que se hacía acreedora a los justos castigos del Señor, que, al ser aplicados tan paternalmente por su divina Providencia, son al mismo tiempo grandes misericordias y fuente de copiosas bendiciones del Cielo. Mas insinuar, en forma tan improcedente, que la causa de la gran desgracia española hayan sido las hermosas procesio­nes de Semana Santa de Sevilla, es sencillamente incalificable… Son las antiquísimas procesiones de Semana Santa de Sevilla con sus filas interminables de hermanos, con su inmensa multi­tud de piadosos admiradores, con sus imágenes venerandas que ordenadamente desfilan día y noche por todas sus calles, una obra excelsa de que ellas legítimamente se glorían y que tal vez no tiene semejante en toda la Cristiandad.
Tras este repaso al obispo portugués, Segura dedicará a lo largo de su pontificado algunas otras pastorales al tema cofradiero, incidiendo especialmente en los abusos en los desfiles procesionales o la prohibición de la participación de las mujeres en las mismas, e incluso en 1944 que se alzara el brazo a la romana para saludar a los Cristos que pasaban, saludo propio del fascismo italiano, del nazismo alemán y de la Falange. Celebrará también un par de Asambleas Diocesanas de Hermandades de Penitencia (años 1941 y 1945). Pero no mostrará la dureza verbal de otros temas, como los de moralidad, con su obsesión de los bailes agarrados, o de doctrina, con su testarudez contra el protestantismo. El hecho de que no tenga cosa especial que censurar en el tema cofradiero, que es la tónica de todas sus admoniciones pastorales, es un signo positivo en el cardenal Segura. Es más, se apoyará en las Cofradías cuando al final de su mandato presienta que está en juego su permanencia en la sede de Sevilla y acuda con una peregrinación cofradiera con sus respectivos estandartes (Simpecados) a llenar la Plaza de San Pedro el 1 de noviembre de 1954 con motivo de la institución de una fiesta dedicada a la Virgen: la Realeza de María. Pero Pío XII ya le había movido la silla que fue ocupada por el obispo de Vitoria José María Bueno Monreal, parodiando aquel dicho de que «quien se fue de Sevilla, perdió su silla».

miércoles, 27 de enero de 2016

Trajano, emperador de Roma

Hace unas fechas –1 de enero– hablé del emperador Adriano, nacido en Itálica, a un tiro de piedra de Sevilla, la antigua Hispalis. Toca hoy, por ser la fecha significativa de ser elegido emperador, hablar de otro hijo de la vieja Hispalis.
Trajano es el primer emperador que llega a la más alta magistratura del Imperio romano viniendo de provincias, de fuera de Italia. Hijo de Marcus Ulpius Traianus, nació en Itálica el 18 de septiembre del año 53 de nuestra Era. Pertenecía a una burguesía media, familia sin abolengo. Un provinciano que llega al trono imperial a la edad de cuarenta y cinco años.


 Columna Traiana y busto de Trajano  

Su padre, proconsul de la Bética en tiempos de Nerón, tuvo el mando de la Legión X Fretensis que tomó parte en la guerra contra los judíos que destruyó Jerusalén y su famoso templo. El historiador judío Flavio Josefo lo cita varias veces. Después consiguió el Consulado, máxima distinción civil en Roma.
Es en este momento cuando comienza la memoria de su hijo. En el año 71, a los veintiún años, entra en el servicio militar. Y de ahí, en ascensión progresiva, tras 27 años de vida militar, al trono imperial obtenido –tal día como hoy– el 27 de enero del año 98, a la muerte del emperador Nerva.
En el año 75 Trajano padre es nombrado gobernador de Siria y se lleva a su hijo como ayudante suyo, que participa en la guerra contra los partos. El año 79, año del Vesubio y la destrucción de Pompeya y Herculano, el padre es nombrado procónsul de Asia, con capital en Éfeso. Inscripciones y monumentos dan cuenta de la actividad desarrollada por Trajano padre en aquella tierra. Y aquí desaparece su memoria.
A partir de este momento, Trajano, a sus veintisiete años, ha de valerse por sí mismo. Pero le ayudará el recuerdo grato que ha dejado su padre.
El 81 sube al trono el cruel y sanguinario Domiciano. Bajo su reinado, Trajano es elevado en el año 91 a la categoría de cónsul ordinario. Tenía 37 años. Su colega en el consulado, Acilius Glabrio, fue víctima de la humillación más vejatoria que podía sufrir un romano. Fue echado al circo a luchar contra los leones como un vulgar esclavo. ¿Qué hizo Trajano? ¿Por qué no se rebeló ante la humillación de su compañero? ¿Por qué toleró una crueldad más del cruel Domiciano? Se ha querido excusar su silencio en la falsa virtud de la obediencia militar, pero ésta es una página extraña en la vida de nuestro personaje que se mostrará, cuando tenga el poder absoluto, con moderación y cordura frente a la tiranía de Domiciano, que le aupó a los más altos honores.
Trajano debía estar ya casado con Plotina, no muy bella de rostro, pero sencilla, discreta, fiel compañera y más joven que su marido. Montanelli, siempre malicioso, comenta cómo Plotina «se proclamaba la más feliz de las mujeres porque sólo él la engañaba, de vez en cuando, con algún mozalbete; con otras mujeres, nunca».
En el 97 aparece como legatus de Germania. Domiciano muere asesinado y asciende al trono el anciano Nerva, que dura lo suficiente como para poner un poco de paz en la casa grande del Imperio y nombrar sucesor –no tenía hijos– al gobernador de la Germania, Trajano. «Para el bien del Imperio, del Pueblo y del mío propio, adopto como hijo y heredero a Marcus Ulpius Traianus». «Prefirió Nerva –cuenta el historiador Dion Casio– los intereses del Estado al cariño de sus parientes, y creyendo que era necesario juzgar a los hombres por el mérito de sus virtudes más que por el lugar de su nacimiento, eligió a Trajano, que era español de origen, para elevarlo al trono, en el que no se había sentado aún ninguno que no fuese de Roma o de Italia».
Trajano fue el segundo hispano que consiguió el consulado. El primero lo fue el gaditano Balbo. Pero Trajano fue el primer hispano que llegó a la más alta magistratura, emperador del gran Imperio Romano. Nerva envió a Trajano una carta credencial de su proclamación junto a un diamante, que luego heredó Adriano.
Trajano se tomó con calma la proclamación imperial. Siguió en Germania durante un año más pacificando aquellas fronteras antes de aparecer por Roma. Agradeció al senado su confianza depositada en él y les dijo que iría cuando tuviese un minuto de tiempo.
–Cuando por fin dispuso del famoso minuto de tiempo para ceñir la corona, Plinio el Joven quedó encargado de dedicarle un panegírico en el que se le recordaba cortésmente que debía su elección a los senadores y que, por lo tanto, debía dirigirse a ellos para cualquier decisión. Trajano subrayó el párrafo con un gesto aprobatorio de la cabeza, al que nadie prestó mucha fe. Pero se equivocaron, porque aquella regla Trajano la observó rígidamente. El poder no se le subió nunca a la cabeza y ni siquiera la amenaza de conjuras bastó para transformarle en un déspota suspicaz y sanguinario. Cuando descubrió la de Licinio Sura, fue a comer a casa de éste y no sólo tomó todo lo que le sirvieron en los platos, sino que después ofreció la cara al barbero del conjurado para que se la afeitase. (Montanelli).
Murió Trajano en Selimonte (Cilicia) en agosto de 117. A Roma sólo volvieron sus cenizas que fueron depositadas bajo su columna, la célebre Columna Traiana. En el nicho del interior del basamento se escondía la urna de oro con las cenizas de Trajano. Y en lo alto de la columna, compuesta de diecisiete cilindros de mármol de Carrara donde en espiral se narran las dos guerras victoriosas que sostuvo con los Dacios, se erguía la estatua del emperador, desaparecida en la Edad Media. En el siglo XVII, el papa Sixto V ordenó colocar la estatua de san Pedro, que es la que se contempla actualmente.

miércoles, 20 de enero de 2016

La Virgen de los Navegantes y la Casa de Contratación de Indias

Hay en el Alcázar de Sevilla, el llamado «Cuarto del Almirante», decorado con tapices de Goya y en el que se sitúa la Sala de Audiencias, un retablo pintado por Alejo Fernández entre 1531 y 1536, dedicado a la Virgen de los Navegantes o del Buen Aire. En los laterales, se hallan las imágenes de san Telmo, san Juan Evangelista, Santiago y san Sebastián. Una Virgen que protege con su manto protector a Fernando El Católico, a la reina Isabel y su hija Juana, un anciano con báculo que sería el doctor Sancho de Matienzo, primer tesorero de la Casa de Contratación. Tal vez el obispo Juan de Fonseca, organizador del segundo viaje de Colón. También Cristóbal Colón y al parecer Américo Vespucio y Juan de la Cosa. Abajo del cuadro, la mar océana con los barcos que van y vienen de Indias, travesía arriesgada en aquellos tiempos en que aquellas naves más se parecían a unas cáscaras de nueces que a otra cosa.


Este lugar del Alcázar tiene su historia engarzada con el tráfico comercial que se incrementó tras el descubrimiento de América en 1492. Aquí se creó la Casa de Contratación de Indias tal día como hoy, 20 de enero de 1503, para la explotación comercial, muy incipiente en la primera década del Descubrimiento.
Hasta 1495, se rigió el comercio por las Capitulaciones de Santa Fe, y por tanto Cristóbal Colón disfrutaba de la exclusiva de su explotación. Pero las Indias era un territorio demasiado goloso como para permanecer en manos exclusivas del Almirante, que había demostrado por otra parte cierta ineptitud como gobernante. La Corona abrió en 1495 el comercio a todos los castellanos y rompió los acuerdos establecidos con Colón. El control sobre el comercio de Indias llevó pronto a la creación de un monopolio comercial que controlase las mercaderías que iban de un lado al otro del Atlántico.
La elección de Sevilla como capital de ese monopolio supuso el inicio del engrandecimiento de la ciudad en los siglos XVI y XVII. Y la pérdida de este privilegio dos siglos después, en 1717, en favor de Cádiz, la postración mercantil de Sevilla que padeció a lo largo del siglo XVIII.
La real orden de la creación de la Casa de Contratación fue dada en Alcalá de Henares por Isabel la Católica el 20 de enero de 1503 –ya había zarpado Colón para su cuarto viaje–, para el fomento del comercio y de los viajes a Indias y como centro de estudios geográficos y marítimos. Sería como un centro promotor del comercio con Indias y un almacén o depósito general de todo lo que viniera o saliera para esas lejanas tierras. A esta casa habían de traerse todas las mercancías para el comercio entre España y las Indias, lo mismo las que fuesen que las que viniesen de los territorios recién descubiertos.
–Tendrían que encargarse del tipo de barcos y el número de ellos que se debían enviar, de la observación del mercado, comprando y vendiendo productos indianos cuando la Corona obtuviera un mayor beneficio y por último se encargarían de hacer un registro sistemático de todas las transacciones realizadas. Unas ordenanzas posteriores, emitidas en 1510, son más precisas y señalan las horas de oficina, los documentos y los libros que llevaría la Casa, el régimen interior de trabajo, las relaciones de los oficiales con los mercaderes, con el puerto y con la Casa de la Moneda. Debían hacer constar de forma clara las contiendas y colisiones entre navegantes y pasajeros, así como cualquier otra incidencia administrativa. Además debían enviar con cada barco un escribano, que tenía que hacer el registro de cada artículo del cargamento puesto a bordo. Esos registros debían ser entregados a los funcionarios reales en Indias, trayéndose un recibo a Sevilla de todo ello en el viaje de vuelta. Tras estas operaciones, una vez al año, los funcionarios de la Casa debían enviar al rey sus libros para someterlos a examen. (Sanz Ayán).
En un principio, la Casa de Contratación se estableció en las Atarazanas, pero pronto pasó sus oficinas al Alcázar, sala de los Almirantes. Tres oficiales formaban el cuerpo de funcionarios: el Factor, el Tesorero y el Contador, que se encargaban respectivamente de los negocios mercantiles, de la caja y de los libros de contabilidad. A partir de 1508 surge la figura de Piloto Mayor, encargado de la escuela de navegación para el aprendizaje de los pilotos. En un principio se encargaba también del trazado de los mapas de navegación hasta que en 1519 se creó el cargo de Cartógrafo. También surgió el Correo Mayor, para la correspondencia colonial.
Si empezó con tres funcionarios en 1503, cuando se trasladó a Cádiz en 1718 había aumentado a cien, a causa de que los buques de alto bordo dejaron de remontar el Guadalquivir.
Al perder Sevilla su Casa de Contratación, la ciudad se hizo provinciana y Cádiz recogió toda la riqueza que supuso el traslado, con un nuevo y renovado trasiego comercial y bancario. Pero no le duró mucho. La Casa de Contratación cerró sus puertas en Cádiz en 1790. Las medidas liberalizadoras de Carlos III acabaron con el monopolio de la Corona española sobre el comercio de las Indias.

viernes, 15 de enero de 2016

Dulce Nombre de Jesús, contra «la depravada costumbre de blasfemar»

En la vorágine que zozobra estos días a este desgraciado país, llamado España por ahora, ha pasado casi desapercibida una noticia dada por el diario El Mundo el pasado 3 de enero. Me refiero al sobresaliente en arte –nueve sobre diez–que una profesora de un Instituto de Mallorca dio a un alumno por la creación de un videoclip, que llegó incluso a estar en la red Youtube durante unos días, donde dice las cosas más soeces que se pueden decir de Jesucristo, la Virgen, la Iglesia… venidas de un jovencito de Bachillerato.
El periódico recoge todas estas blasfemias, pero yo no soy capaz de reproducir semejantes groserías y ultrajes a lo más sagrado para los creyentes.
Transcribiré solamente el comienzo de su canto:
–Soy maricón y me encanta la Iglesia pero no me dejan entrar porque monto gresca. Siempre llevo top y minifalda y se ve que eso a las monjas les molesta…
Todo lo demás es irreproducible para un oído medianamente sensible, y sano.
Protestó el profesor de Religión, pero el centro educativo defendió el trabajo del alumno asegurando que era «simplemente impecable». Un sobresaliente que «incita al odio religioso» y «premia la blasfemia».
La plataforma HazteOír.org ha recabado miles de firmas apoyando la carta dirigida al conceller: No al fomento del odio religioso en las aulas.
El chaval, que estudia Bachillerato Artístico, es un menor de edad… ¿y la profesora que le dio el sobresaliente?
Un signo más del país en que vivimos, desgraciadamente, hoy más degradable que ayer, pero menos que mañana.
La blasfemia es un pecado grave contra el amor de Dios. Dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
–La blasfemia se opone directamente al segundo mandamiento. Consiste en proferir contra Dios —interior o exteriormente— palabras de odio, de reproche, de desafío; en injuriar a Dios, faltarle al respeto en las expresiones, en abusar del nombre de Dios. Santiago reprueba a «los que blasfeman el hermoso Nombre (de Jesús) que ha sido invocado sobre ellos» (St 2, 7). La prohibición de la blasfemia se extiende a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y las cosas sagradas…
Curiosamente, tal día como hoy, 15 de enero de 1572, a los pocos meses de su entrada en la diócesis de Sevilla, el arzobispo don Cristóbal de Rojas y Sandoval convocó un sínodo para cumplir las disposiciones del concilio de Trento. Me interesa resaltar de este sínodo la fundación de una cofradía con el título de Dulce Nombre de Jesús para desagraviar a Dios de las blasfemias y juramentos, que recogía así el sentir de Pío IV (Breve de 13 abril 1564) y san Pío V (Motu proprio de 21 junio 1571).
Establecida esta hermandad en la parroquia de San Vicente, vio confirmadas sus reglas en 1574 en las que se obligaba a hacer estación de penitencia todos los años con acompañamiento de hermanos de luz y de sangre la tarde del jueves santo. Pasó enseguida a unas casas del barrio de Colón o de los Humeros y de ahí al hospital de Santa Cruz de Jerusalén. Con la reducción de hospitales, tenida en tiempos del cardenal don Rodrigo de Castro, se vieron en la calle, pero, como las disposiciones pontificias determinaban que las cofradías del Dulce Nombre debían residir en las iglesias de los dominicos, lograron que dicha Hermandad se ubicase en el convento de San Pablo (1587), actual parroquia de la Magdalena, donde continúa fusionada desde el siglo XIX con la Hermandad de la Quinta Angustia.
La primera Hermandad que respondía a esta advocación del Dulce Nombre de Jesús fue creada en el convento de San Pablo de la ciudad de Burgos hacia 1550 por el dominico fray Diego de la Victoria «para remedio de la depravada costumbre de blasfemar». Extendida por la península esta devoción dominicana y agraciada con bulas pontificias, fue recogida en el sínodo de Sevilla con la cofradía de este nombre que se fundó en la parroquia de San Vicente.
Dando por supuesto que fray Diego de la Victoria sea, como dicen los textos, el progenitor de las cofradías de este nombre, quiero recordar que la devoción al Dulcísimo Nombre de Jesús ya debía caminar por los amplios caminos de Castilla y Andalucía, puesto que anterior a la fecha en que fray Diego de la Victoria funda en Burgos, en Sevilla aparece el monasterio del Dulcísimo Nombre de Jesús en 1540 para recogimiento de mujeres arrepentidas, convertido en el año 1551 como verdadero monasterio de la orden agustina en el sitio que llaman los Baños de la Reina Mora. Suprimido en 1837, su iglesia es regentada actualmente por la Hermandad de la Vera-Cruz.
Dulce Nombre de Jesús –bonita jaculatoria– contra «la depravada costumbre de blasfemar».

jueves, 7 de enero de 2016

La hija del general

El pasado 14 de diciembre, el papa Francisco ha firmado el decreto de declaración de las virtudes heroicas de la Madre María Emilia Riquelme, fundadora de las Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada, que fundara en Granada el 25 de marzo de 1896, congregación religiosa en la que quiso aunar la contemplación con la acción misionera, ejes de su vida.
Este documento papal significa que de Sierva de Dios pasa a ser Venerable y el próximo paso hacia la beatificación será la aprobación de un milagro, que se halla ya en fase muy avanzada de reconocimiento. Es una pancreatitis aguda en un señor de unos 35 años de Colombia.


Me alegro por sus Hijas, a las que estimo, y me alegro personalmente porque hace unos cinco años publiqué una biografía de la Madre María Emilia Riquelme (Editorial San Pablo 2010), lo que supone para el escritor un acercamiento más íntimo a la figura de la biografiada.
Nació en Granada  en 1847. Su padre, Joaquín Riquelme, era un militar de bigote. Y al decir esto, quiero expresar dos cosas. Primero, que era un hombre de cuerpo entero, caballero con sentido del honor y del valor, espíritu cívico y militar, patriotismo y fervor religioso. También, como todo militar que se precie en su siglo, mostraba en su físico un bigote grande y espeso, es decir, lo que se dice un buen mostacho. Ya en su madurez, en el exilio de Lisboa, se dejará crecer la barba, lo que le dio un aspecto de profeta bíblico. Era alto, rubio, enérgico y a la par romántico, como buen militar de su tiempo. Un romanticismo que le llevó, tras años de viudez, a enamorarse en Sevilla de una joven viuda, amiga de María Emilia, y a declararle sus deseos de matrimonio. Todo bajo los cánones del romanticismo, aunque recibió, como no podía ser menos, calabazas de quien podía ser su hija.
Su madre, María Emilia Zayas, era la buena esposa del militar con el porte y la educación de una joven de la alta sociedad granadina.
Es fácil de creer, y así lo cuenta la historia de la Congregación, que don Joaquín Riquelme mostró un gesto de contrariedad al comprobar que su mujer había parido una niña.
No era inusual, en aquella España del XIX, encontrarse con actitudes parecidas en militares curtidos por las guerras. Cuatro años más tarde, 20 de diciembre de 1851, la reina Isabel II esperaba su primer hijo, que sería revestido con el título de príncipe de Asturias, como heredero al trono, pero dio a luz una niña conocida popularmente como La Chata. La noche antes, a la espera del alumbramiento de la reina, aguardaban en los salones de palacio los ministros y grandes del reino que se dan cita en estos acontecimientos palatinos. Por fin, después de una noche de intenso frío, el rey, acompañado por su padre, por los duques de Montpensier y por Bravo Murillo, presidente del Consejo de ministros, mostró a la recién nacida en una bandeja de plata. Fue el momento de la exclamación ocurrente del viejo general Castaños, noventa y tres años, el vencedor de la batalla de Bailén contra los franceses:
–¡Mala noche y parir hembra!
Pues algo así debió barruntar el padre de María Emilia. Como todo militar decimonónico que se precie, suspiraba por un primogénito que perpetuara su apellido y como él sirviera a la patria en la milicia. Aunque el enfado le duró poco. Porque, lo iremos viendo, este soldado tiene madera de hombre de honor.
María Emilia sabía de este desplante de su padre, cuando confesó a sus monjas en cierta ocasión:
–Gracias a Dios, siempre he padecido, comencé a sufrir en la cuna. Mi padre, que tan bueno era, llevó una decepción con mi nacimiento y así no me recibió muy bien; mi pobre madre también sufrió, pero, como era tanta la bondad de mi padre y quería a mi madre con delirio, se fue contentando y queriéndome cada vez más.
Se le pasó pronto. El curtido militar, bigote en ristre, se contentó con la voluntad de Dios y, pasados los años, ya en su vejez y viudo, se sentirá enternecido por los mimos y cuidados de su hija para con él.
El matrimonio tuvo después un hijo, Joaquinillo, la esperanza del padre, que desgraciadamente morirá a los 17 años de tuberculosis.
La madre morirá antes, cuando los dos hermanos eran pequeños, María Emilia de siete años.
Quedando solos los dos, el general y su hija, no sabe bien el general las gracias que tuvo que dar a Dios por haberle dado una hija, que lo cuidó hasta que, ya maduro, murió el general en la navidad de 1884 en Sevilla.
Desde entonces, la vida de María Riquelme será una búsqueda de su propia vocación, hasta decidirse en su ciudad de Granada a fundar una congregación con el carisma que ella buscaba.
Pero esto es ya una historia que sobrepasa este sermón.
María Emilia era de carácter fuerte para mandar, se le notaba su ascendencia paterna de militar. Se mantenía entera en las dificultades. Todo hasta el fin. Decía que sus religiosas fueran las «Misio­neras últimas, del no ser». Recomendaba a todas la humildad. Ella era mujer instruida. Escribía con más que mediana correc­ción, hablaba el francés con fluidez, tocaba el piano y el armonio, bordaba primorosamente y pintaba cuadros al óleo y ternos litúr­gicos (casullas y dalmáticas).
Y etcétera.
¿Sabéis cómo se retrató ella?
–Toda de Dios y de sus hijas es esta pobre viejecita.
Así fue, yo creo, el retrato de la hija del general.

viernes, 1 de enero de 2016

Adriano, emperador de Roma

Adriano, emperador de Roma, muere el 1 de enero del año 138. 62 años antes, el 24 de enero del año 76, había nacido en Itálica, junto a Sevilla, en la Bética romana, uno de los más grandes emperadores de la Roma antigua.
Tenía diez años cuando, en el 86, quedó huérfano de padre. Su madre, Domicia Paulina, era natural de Cádiz. A la muerte del padre de Adriano, Trajano y L. Acilius Attianus se hicieron cargo del niño como tutores. Y aquí le sonrió la fortuna. A la sombra de Trajano (también nacido en Itálica), ascenderá en el Imperio hasta alzarse en la más alta magistratura del Estado romano.


Aunque Trajano, muerto el 8 de agosto del 117 en Cilicia cuando venía de regreso a Roma, no dejó sucesor. Que Adriano se alzara con el poder tal vez se deba, como dice Montanelli, «a una coincidencia fútil y más bien sucia como el adulterio». Dion Casio cifra la suerte de Adriano en el favor de la emperatriz Plotina, esposa de Trajano, enamorada de Adriano. Pero sostiene que Trajano, en el momento de su muerte, ya no podía escribir comido por la enfermedad y el documento de adopción de Adriano fue firmado por la misma Plotina. Dion Casio va más lejos: se mantuvo en secreto durante unos días la muerte de Trajano para que la adopción de Adriano fuese proclamada antes que la muerte del emperador. Es significativo que el sirviente personal de Trajano, testigo de los últimos momentos del emperador, muriese cuatro días después que su amo. Adriano, gobernador de Siria en aquel momento, se hallaba cerca del lugar donde había muerto Trajano y tenía a su cargo el ejército romano oriental, el más potente del Imperio. No hubo discusión. El senado romano recibió al mismo tiempo la muerte del emperador y la elección por las legiones de Adriano que prometía el respeto de los privilegios senatoriales.
Adriano tenía 40 años cuando subió al poder. «Era un hombre guapo, alto, elegante, de pelo rizado y barba rubia que todos los romanos quisieron imitar, ignorando tal vez que él se la había dejado crecer sólo para ocultar unas desagradables mechas azuladas que tenía en las mejillas» (Montanelli). Cantaba, pintaba, componía versos... Poco antes de morir compuso un poema en recuerdo de los tiempos pasados. «Animula, vagula, blandula...»: este poema de Adriano revela uno de los aspectos más originales de la personalidad del que fuera el más singular y el más imprevisible de los emperadores romanos. El hombre que encontraba acentos de ternura casi femeninos por la propia «pequeña ánima errabunda y festiva», era el mismo que había ordenado suprimir cuatro generales culpables de no aprobar su política. Pero era también quien desarmó por sí mismo a un agresor para concederle la gracia del perdón inmediatamente después.
Sus contradicciones eran numerosas y, tal vez, desconcertantes. Detestaba la guerra, pero tenía el físico y la mentalidad del soldado. Se dedicaba con pasión a las artes, pero las consideraba tan sólo como un apacible juego. No creía en los dioses, pero ejercía con gran empeño sus funciones de pontífice máximo y castigaba duramente todo acto de incredulidad. Era social y misántropo, moral e inmoral, clarividente e imprevisor. Su decisión de abandonar algunas provincias «indefendibles» y de erigir una empalizada en Britania tuvo el efecto inmediato de reforzar el Imperio. Pero el juicio posterior debía dar razón a los que sostenían que la renuncia al expansionismo sería para Roma el principio del fin.
Una sola cosa era en Adriano constante y coherente: el sentido del deber hacia el Estado, al que sirvió con devoción y celo de un funcionario modelo. A sus ojos, el Estado representaba el valor supremo.
Tenía 56 años cuando decidió construirse una tumba: la quiso grandiosa e imponente, como todos los edificios que había ordenado erigir en Roma o en provincias. Se inspiró en las formas del Mausoleo de Augusto, cuyas ruinas aún pueden contemplarse en Roma, y levantó la Mole Adriana, hoy conocida como Castillo de Sant’Angelo. Lo preside el arcángel san Miguel, pero en su tiempo lo coronaba una gigantesca cuadriga de bronce dorado, dirigida por Adriano, revestida su estatua con las vestiduras de Helio, o sea el Sol (pues también tenía el nombre de Helio además del de Adriano).
Adriano había construido también en Roma un templo en su honor y el templo de Matidia, madre de su mujer Sabina, curiosamente quizás el único ejemplo en la historia de un templo dedicado en honor de la suegra.
En cierta ocasión, como un intelectual galo llamado Favorito le adulase y le diese permanentemente la razón, Adriano se lo reprochó. Pero el galo Favorito le respondió:
–Un hombre que basa sus argumentos sobre treinta divisiones en armas siempre tiene razón.
Adriano contó la historieta en el Senado y todos se divirtieron.
Estos son unos rasgos de nuestro paisano sevillano, al que los romanos consideran como un genio en la organización del Estado y uno de sus más grandes emperadores. Lo demás pertenece a la historia de Roma.