En
la vorágine que zozobra estos días a este desgraciado país, llamado España por
ahora, ha pasado casi desapercibida una noticia dada por el diario El Mundo el pasado 3 de enero. Me
refiero al sobresaliente en arte –nueve sobre diez–que una profesora de un
Instituto de Mallorca dio a un alumno por la creación de un videoclip, que
llegó incluso a estar en la red Youtube durante unos días, donde dice las cosas
más soeces que se pueden decir de Jesucristo, la Virgen, la Iglesia… venidas de
un jovencito de Bachillerato.
El
periódico recoge todas estas blasfemias, pero yo no soy capaz de reproducir
semejantes groserías y ultrajes a lo más sagrado para los creyentes.
Transcribiré
solamente el comienzo de su canto:
–Soy
maricón y me encanta la Iglesia pero no me dejan entrar porque monto gresca.
Siempre llevo top y minifalda y se ve que eso a las monjas les molesta…
Todo
lo demás es irreproducible para un oído medianamente sensible, y sano.
Protestó
el profesor de Religión, pero el centro educativo defendió el trabajo del alumno
asegurando que era «simplemente impecable». Un sobresaliente que «incita al odio religioso» y «premia la
blasfemia».
La
plataforma HazteOír.org ha recabado miles de firmas apoyando la carta dirigida
al conceller: No al fomento del odio
religioso en las aulas.
El
chaval, que estudia Bachillerato Artístico, es un menor de edad… ¿y la
profesora que le dio el sobresaliente?
Un
signo más del país en que vivimos, desgraciadamente, hoy más degradable que
ayer, pero menos que mañana.
La
blasfemia es un pecado grave contra el amor de Dios. Dice el Catecismo de la
Iglesia Católica:
–La
blasfemia se opone directamente al segundo mandamiento. Consiste en proferir
contra Dios —interior o exteriormente— palabras de odio, de reproche, de
desafío; en injuriar a Dios, faltarle al respeto en las expresiones, en abusar
del nombre de Dios. Santiago reprueba a «los que blasfeman el hermoso Nombre
(de Jesús) que ha sido invocado sobre ellos» (St 2, 7). La prohibición de la
blasfemia se extiende a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y
las cosas sagradas…
Curiosamente,
tal día como hoy, 15 de enero de 1572, a los pocos meses de su entrada en la
diócesis de Sevilla, el arzobispo don Cristóbal de Rojas y Sandoval convocó un
sínodo para cumplir las disposiciones del concilio de Trento. Me interesa
resaltar de este sínodo la fundación de una cofradía con el título de Dulce
Nombre de Jesús para desagraviar a Dios de las blasfemias y juramentos, que
recogía así el sentir de Pío IV (Breve
de 13 abril 1564) y san Pío V (Motu proprio de 21 junio 1571).
Establecida
esta hermandad en la parroquia de San Vicente, vio confirmadas sus reglas en
1574 en las que se obligaba a hacer estación de penitencia todos los años con
acompañamiento de hermanos de luz y de sangre la tarde del jueves santo. Pasó
enseguida a unas casas del barrio de Colón o de los Humeros y de ahí al
hospital de Santa Cruz de Jerusalén. Con la reducción de hospitales, tenida en
tiempos del cardenal don Rodrigo de Castro, se vieron en la calle, pero, como
las disposiciones pontificias determinaban que las cofradías del Dulce Nombre debían
residir en las iglesias de los dominicos, lograron que dicha Hermandad se
ubicase en el convento de San Pablo (1587), actual parroquia de la Magdalena,
donde continúa fusionada desde el siglo XIX con la Hermandad de la Quinta
Angustia.
La
primera Hermandad que respondía a esta advocación del Dulce Nombre de Jesús fue
creada en el convento de San Pablo de la ciudad de Burgos hacia 1550 por el
dominico fray Diego de la Victoria «para remedio de la depravada costumbre de
blasfemar». Extendida por la península esta devoción dominicana y agraciada con
bulas pontificias, fue recogida en el sínodo de Sevilla con la cofradía de este
nombre que se fundó en la parroquia de San Vicente.
Dando
por supuesto que fray Diego de la Victoria sea, como dicen los textos, el
progenitor de las cofradías de este nombre, quiero recordar que la devoción al
Dulcísimo Nombre de Jesús ya debía caminar por los amplios caminos de Castilla
y Andalucía, puesto que anterior a la fecha en que fray Diego de la Victoria
funda en Burgos, en Sevilla aparece el monasterio del Dulcísimo Nombre de Jesús
en 1540 para recogimiento de mujeres arrepentidas, convertido en el año 1551 como
verdadero monasterio de la orden agustina en el sitio que llaman los Baños de
la Reina Mora. Suprimido en 1837, su iglesia es regentada actualmente por la
Hermandad de la Vera-Cruz.
Dulce
Nombre de Jesús –bonita jaculatoria– contra «la depravada costumbre de
blasfemar».
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