lunes, 30 de junio de 2014

El reloj de la catedral de Sevilla

En esta fecha, 30 de junio de 1765, el primer reloj de campana de España, colocado el 16 de julio de 1400 sobre la Torre (aún no era Giralda), es sustituido de puro viejo por otro, tras 365 años de existencia. Era el viejo reloj que ordenara colocar el arzobispo don Gonzalo de Mena, el de la Cartuja, en presencia, se dice, del rey Enrique III que por entonces se hallaba en Sevilla. Día pesaroso aquel, según se lee en papeles antiguos, puesto que «se levantó una furiosa tempestad de truenos y rayos que llenó de confusión esta ciudad porque se hicieron muchas procesiones, penitencias y rogativas». Fue, no más, una tormenta de verano. Porque el reloj duró sus tres siglos y medio.


Se cambió el reloj, pero se dejó la antigua campana que lleva impresas las armas de don Gonzalo de Mena, cinco estrellas y ocho roeles con fajas en orla, y el nombre del fundidor, Alfonso Domínguez. Y esta leyenda: Esta campana mandó facer D. Gonzalo, Arzobispo de Sevilla año del nacimiento de Jesucristo de mil CCCC. Acabóla Alfonso Dominguez: era mayordomo de la obra Juan de Soto. Christus vinxit. Christus regnat. Christus imperat.
El nuevo reloj comenzó a sonar con la antigua campana el 7 de diciembre de 1765, realizado por fray José Cordero, lego franciscano. Este reloj marcaba curiosamente, hasta bien entrado el siglo XX, diez minutos de retraso sobre el horario oficial. Y con él, los relojes del Arzobispado y del Seminario en el Palacio de San Telmo.
Por los años veinte del siglo pasado era gobernador de Sevilla y comisario de la Exposición Iberoamericana don José Cruz Conde. Un alto personaje político paseaba por el parque en coche de caballo dando tiempo a la salida del tren. Cuando pasó por el Seminario de San Telmo dirigió su mirada hacia la fachada y observó la hora. Aún tenía tiempo de llegar a la estación, se dijo. Confiado en el reloj clerical, llegó con retraso y perdió el tren a Madrid. Se quejó a Cruz Conde, quien transmitió la queja al arzobispo de Sevilla, cardenal Ilundáin.
–¿Cómo puede existir en un país civilizado un reloj de edificio público con diez minutos de retraso sobre el horario oficial?
Ilundáin, que tenía su temperamento, dio su brazo a torcer... a medias. Ordenó tapiar el reloj de la fachada del palacio de San Telmo, pero la hora canónica seguía con sus diez minutos de retraso. Y así hasta tiempos no muy lejanos, año 1956, que yo mismo he llegado a conocer.
Tal vez la razón del retraso del reloj catedralicio y de los demás relojes de edificios eclesiásticos se deba al meridiano de Greenwich, hallándose Sevilla diez minutos después de la línea cero que pasa por Londres y Barcelona.
Pero la leyenda popular es más sabrosa. Cuenta que la diferencia horaria entre los relojes eclesiásticos y civiles de la ciudad es reflejo de una disputa entre los cabildos eclesiástico y civil. Convocado en cierta ocasión el cabildo municipal a función solemne en la iglesia catedral, llegaron bajo mazas con diez minutos de retraso. La función había comenzado sin aguardar los canónigos la llegada del asistente y caballeros veinticuatro. Lo que fue considerado como una violación del protocolo y una desconsideración para con la Ciudad por ellos representada.
El cabildo eclesiástico sostenía que una función señalada para las diez comenzaba a las diez. El cabildo municipal consideraba que comienza cuando la Ciudad sale bajo mazas de las Casas Consistoriales. Y como el trayecto a la catedral dura eso, diez minutos, la función religiosa debe comenzar con diez minutos de retraso, es decir, a las diez y diez. Sencillamente, cuando los munícipes lleguen a la catedral. Surgió la fórmula conciliadora que sólo puede ocurrir en una mente chispeante como la sevillana. Se atrasará diez minutos el reloj de la Giralda. Y aquí paz y después gloria. El cabildo secular se regirá por el reloj municipal y el cabildo eclesiástico por el suyo. Uno y otro cabildo comenzarán su función a la hora señalada.

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