En
esta fecha, 30 de junio de 1765, el primer reloj de campana de España, colocado
el 16 de julio de 1400 sobre la Torre (aún no era Giralda), es sustituido de
puro viejo por otro, tras 365 años de existencia. Era el viejo reloj que
ordenara colocar el arzobispo don Gonzalo de Mena, el de la Cartuja, en
presencia, se dice, del rey Enrique III que por entonces se hallaba en Sevilla.
Día pesaroso aquel, según se lee en papeles antiguos, puesto que «se levantó
una furiosa tempestad de truenos y rayos que llenó de confusión esta ciudad
porque se hicieron muchas procesiones, penitencias y rogativas». Fue, no más,
una tormenta de verano. Porque el reloj duró sus tres siglos y medio.
Se
cambió el reloj, pero se dejó la antigua campana que lleva impresas las armas
de don Gonzalo de Mena, cinco estrellas y ocho roeles con fajas en orla, y el
nombre del fundidor, Alfonso Domínguez. Y esta leyenda: Esta campana mandó
facer D. Gonzalo, Arzobispo de Sevilla año del nacimiento de Jesucristo de mil
CCCC. Acabóla Alfonso Dominguez: era mayordomo de la obra Juan de Soto.
Christus vinxit. Christus regnat. Christus imperat.
El
nuevo reloj comenzó a sonar con la antigua campana el 7 de diciembre de 1765,
realizado por fray José Cordero, lego franciscano. Este reloj marcaba
curiosamente, hasta bien entrado el siglo XX, diez minutos de retraso sobre el
horario oficial. Y con él, los relojes del Arzobispado y del Seminario en el
Palacio de San Telmo.
Por
los años veinte del siglo pasado era gobernador de Sevilla y comisario de la Exposición
Iberoamericana don José Cruz Conde. Un alto personaje político paseaba por el
parque en coche de caballo dando tiempo a la salida del tren. Cuando pasó por
el Seminario de San Telmo dirigió su mirada hacia la fachada y observó la hora.
Aún tenía tiempo de llegar a la estación, se dijo. Confiado en el reloj
clerical, llegó con retraso y perdió el tren a Madrid. Se quejó a Cruz Conde, quien
transmitió la queja al arzobispo de Sevilla, cardenal Ilundáin.
–¿Cómo
puede existir en un país civilizado un reloj de edificio público con diez
minutos de retraso sobre el horario oficial?
Ilundáin,
que tenía su temperamento, dio su brazo a torcer... a medias. Ordenó tapiar el
reloj de la fachada del palacio de San Telmo, pero la hora canónica seguía con
sus diez minutos de retraso. Y así hasta tiempos no muy lejanos, año 1956, que yo mismo he
llegado a conocer.
Tal
vez la razón del retraso del reloj catedralicio y de los demás relojes de
edificios eclesiásticos se deba al meridiano de Greenwich, hallándose Sevilla
diez minutos después de la línea cero que pasa por Londres y Barcelona.
Pero
la leyenda popular es más sabrosa. Cuenta que la diferencia horaria entre los
relojes eclesiásticos y civiles de la ciudad es reflejo de una disputa entre
los cabildos eclesiástico y civil. Convocado en cierta ocasión el cabildo
municipal a función solemne en la iglesia catedral, llegaron bajo mazas con
diez minutos de retraso. La función había comenzado sin aguardar los canónigos
la llegada del asistente y caballeros veinticuatro. Lo que fue considerado como
una violación del protocolo y una desconsideración para con la Ciudad por ellos
representada.
El
cabildo eclesiástico sostenía que una función señalada para las diez comenzaba
a las diez. El cabildo municipal consideraba que comienza cuando la Ciudad sale
bajo mazas de las Casas Consistoriales. Y como el trayecto a la catedral dura
eso, diez minutos, la función religiosa debe comenzar con diez minutos de
retraso, es decir, a las diez y diez. Sencillamente, cuando los munícipes
lleguen a la catedral. Surgió la fórmula conciliadora que sólo puede ocurrir en
una mente chispeante como la sevillana. Se atrasará diez minutos el reloj de la
Giralda. Y aquí paz y después gloria. El cabildo secular se regirá por el reloj
municipal y el cabildo eclesiástico por el suyo. Uno y otro cabildo comenzarán
su función a la hora señalada.
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