miércoles, 25 de junio de 2014

El cerdo está muerto

Acabo de leer «Heil Hitler, el cerdo está muerto», de Rudolph Herzog, con el subtítulo «Comicidad y humor en el Tercer Reich». En verdad, con Hitler se podían tener pocas bromas. Muchos de los que se rieron de él antes de llegar al poder, conocieron el campo de concentración y la muerte tras su ascensión en 1933. El título del libro me sirve para entronizar este artículo. Lo veo acertado y sugerente, pero las reflexiones que siguen las entresaco del libro que tengo en capilla para una publicación próxima.
  

Uno se pregunta, a la distancia de los años, cómo un hombre de presencia tan ridícula, bigotito como un moscardón bajo la nariz, flequillo sobre la frente, rostro moreno – lo contrario de la suspirada raza aria rubia y esbelta que pregonaba–, austríaco, puesto que no tenía la ciudadanía alemana, haya sostenido una meteórica carrera hacia el poder y adueñarse en pocos años del mando absoluto de Alemania. ¿Cómo fue posible que la ideología de un hombre así haya derivado en la terrible tragedia humana del siglo XX que propició la segunda guerra mundial y el Holocausto? 
El periodista y escritor norteamericano John Gunther, autor de libros sobre los regímenes totalitarios, afirma que «todos los dictadores son anormales. La mayoría de ellos son neuróticos». Al menos, Adolf Hitler cumple en demasía los dos conceptos: la anormalidad y la neurosis.  
–¿Era «anormal» Hitler? 
Ron Rosenbaun, ensayista americano judío, dedica todo un capítulo, de su libro Explicar a Hitler. Los orígenes de su maldad, a dilucidar la anormalidad del dictador alemán. Viene a afirmar que Hitler padecía una psicopatología sexual extremadamente perversa… que fue origen de su patología política asesina porque «lo aislaba del amor normal de los seres humanos». Y recoge la tesis que otros muchos analistas apuntan:  
–Hitler practicaba una perversión sexual extrema tan repelente que empujaba a las mujeres al suicidio… De las siete mujeres que podemos tener una certeza razonable de que tuvieron relaciones íntimas con Hitler, seis se suicidaron o hicieron intentos serios de suicidarse.  
Entre ellas, su propia sobrina Geli Raubal. Un día confesó a una amiga: 
–Mi tío es un monstruo, nadie puede imaginarse las cosas que me exige. 
El 18 de septiembre de 1931 se suicidó con la pistola del dictador en la propia residencia de Hitler en Munich.  
La anormalidad sexual de Hitler ya circulaba por Munich en los años veinte. El fotógrafo Nachum Tim Gidal le tomó una fotografía no autorizada, desprevenido en su intimidad, que se publicó en el periódico Munich Illustrated News. Tim Gidal pudo escapar a Jerusalén en 1933 cuando Hitler subió al poder. Le hubiera costado la vida, como ocurrió a otros muchos. Años después confesará a Rosenbaun que «en Múnich todo el mundo sabía» que Hitler era «algún tipo de pervertido sexual». 
Peor suerte le cupo al periodista Fritz Gerlich, que tuvo la ocurrencia en julio de 1932, apenas seis meses antes de que Hitler llegara al poder, de hacer un fotomontaje de Hitler, con sombrero de copa y levita, del brazo de una novia negra. Como título de la «foto de boda» puso: 
–¿Tiene Hitler sangre mongólica? 
El texto de Fritz Gerlich, que es toda una sátira, juega con las teorías raciales de Hans Friedrich Karl Günther, ideólogo del nazismo, quien en Los elementos raciales del pueblo alemán desarrolla una teoría en la que destaca sobre todas la raza nórdica, la más noble y la más creativa de la historia. Opuesto a los países nórdicos fueron los judíos, que eran «una cosa de fermento y perturbación, una cuña impulsada por Asia en la estructura europea». Günther argumentaba que los pueblos nórdicos debían unirse para asegurar su dominio. Es el primero de una serie de «científicos raciales» que pretendían dar un matiz académico al racismo nazi.  
Para Günther, la nariz de un ser humano es «el síntoma más importante de la ascendencia racial de una persona» y especifica que la nariz de raza aria nórdica tiene el puente y la base pequeños. 
Gerlich, apoyándose en la investigación racial de Günther y de otros científicos raciales de la misma escuela, muestra en su escrito satírico dos fotografías de individuos arios con sus narices de puente y base pequeños y las compara con la nariz de Hitler. 
–Las narices de los tipos óstico [oriental] y mongólico tienen la base ancha y el puente chato y, en general, tienen en el puente una pequeña fractura que hace que la punta de la nariz quede un poco más hacia delante y hacia arriba. 
Concluye Gerlich que la nariz de Hitler, inconfundiblemente, concuerda con la descripción dada por los teóricos raciales de la nariz mongólica.  
Luego no es ario, sino de una clase de la raza eslava que refleja las invasiones de Europa por las hordas mongólicas de Atila, rey de los hunos. Por lo tanto, la nariz de Hitler ni siquiera es compatible con la sangre eslava pura –aunque «inferior»–, sino con la sangre mestiza, mezclada, del tipo eslavo, los bastardos nacidos de la violación de las mujeres eslavas por los jinetes mongoles invasores. 
En los años previos a su subida al poder, Hitler fue objeto de múltiples burlas y caricaturas en los medios periodísticos, tratándolo generalmente con desprecio, como un payaso que no llegará a ninguna parte, pero nada le dolió más que esta cruel parodia de su sangre y nariz mongólica y de su casamiento con una negra. No se lo perdonará. Al llegar Hitler al poder, Fritz Gerlich preparó una nueva historia donde lo vinculaba con la muerte de su sobrina Geli. El artículo no llegó a salir, confiscado por la Gestapo, y su autor detenido el 9 de marzo de 1933 y llevado a la cárcel de Munich. El 30 de junio de 1934 fue enviado al campo de concentración de Dachau, donde fue asesinado el 1 de julio durante la noche de los cuchillos largos. Su esposa recibió la confirmación de la muerte de Fritz Gerlich cuando sus lentes salpicados de sangre les fueron entregados.  

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