Conocí a don Gabriel Sanchez de la Cuesta, médico
farmacólogo, cuando en 1979 ofrecí el estudio clínico de doña María Coronel a
la Real Academia de Medicina de Sevilla, que él presidía. Yo preparaba entonces
la biografía de esa gran heroína sevillana que, según la leyenda, se quemó el
rostro con aceite hirviendo para huir de la lascivia del rey don Pedro el
Cruel. Y era el momento, con los permisos correspondientes, de interrogar al
propio cuerpo incorrupto qué era en verdad esa mancha inquietante en su rostro
dormido.
Hablando de cadáveres incorruptos, que son
tres a la veneración de los sevillanos: San Fernando, doña María Coronel, y
Santa Ángela de la Cruz, me sacó a relucir don Gabriel, vestido todo de negro y
con esa su larga barba blanca que aparentaba un personaje bíblico, su estudio
médico sobre San Fernando y su hijo Alfonso X el Sabio. Lo había titulado: «Dos reyes enfermos del corazón: Los
conquistadores del Sevilla» (1948), y un subtítulo: «Un ensayo de telediagnóstico sobre la cardiopatía gotosa del Rey Santo
y la cardio-esclerosis del Rey Sabio».
De este estudio, del que se sentía
orgulloso como historiador de la Medicina, había un algo que le hubiera gustado
tener en su entorchado de títulos académicos: la excomunión del temido cardenal
Segura, que en 1948 se hallaba en todo su apogeo al frente de la sede
hispalense. A Segura le había sentado fatal que don Gabriel hubiera calificado
a San Fernando de «momia». Calificativo
que apunta ya en la introducción del libro:
–Todos los años, se expone a la visión del
pueblo sevillano la momia encristalada y siete siglos yacente del rey Fernando III.
La excomunión no se concretó y me dio la
impresión de que el viejo profesor lo sintió. Le hubiera gustado añadir un
título más a su historial: excomulgado por el cardenal Segura. Al que no le
temblaba el pulso a la hora de suspender a divinis a clérigos importantes en la
diócesis, pero don Gabriel no tuvo la fortuna de la admonición del prelado al
que yo he calificado en mi biografía como un «cardenal selvático». No sé si el
cuerpo del santo rey está realmente momificado o embalsamado, que en ello
habría que hacer una distinción. Considero momificado el cuerpo que se ha
conservado de forma natural, sin intervención médica, como es el caso de doña
María Coronel, y cuerpo embalsamado el sometido a procesos químicos y
manipulación, que bien pudo sufrir el de San Fernando —práctica habitual de la
época— por los médicos judíos que tenía en su entorno.
De todos modos, momificado o embalsamado,
todo cuerpo, lo mismo que toda vida, tiene un período limitado de tiempo. Para
su conservación, cuando comienza el deterioro en picado, es necesaria una
urgente intervención. Esto hicieron con la momia de Ramsés II, faraón egipcio,
en 1976. Llevado a París, fue recibido con honores de jefe de Estado y paseado
alrededor del obelisco que, durante su reinado, hace unos 3200 años, fue
erigido ante el templo de Luxor por orden suya y desde los tiempos de Napoleón
adorna la Place de la Concorde de París. Después lo llevaron al Musée de l’Homme, donde la momia fue
tratada por los mejores especialistas del momento. Ocho meses más tarde, ya
restaurado, voló de nuevo a Egipto, junto a las aguas sagradas del Nilo.
Pues en Sevilla teníamos dos cuerpos
venerados por la ciudad —el uno aupado a los altares por la gracia y deseos de
esta ciudad, y el otro, protagonista de una de las leyendas más sonoras— en
trance evidente de desaparecer. Si no se le ponía remedio.
Eso me pregunté yo un día de San Fernando
cuando preparaba mi biografía sobre el Santo Rey. Acudí a verlo a la Capilla
Real y me dio tan mala impresión su aspecto que escribí un artículo en ABC que
titulaba: «San Fernando se nos muere de nuevo».
Y ello era una preocupación compartida por
el Cabildo de capellanes reales y la Asociación de la Virgen de los Reyes: el
deterioro que se observaba en el cuerpo momificado de unos cinco años a esta
parte. Más claro: Que San Fernando se nos va, se nos deshace, se nos pierde.
Algo parecido venía observando en el cuerpo
de doña María Coronel. En 1979, la Real Academia de Medicina, como digo, tuvo
ocasión de realizar un estudio exhaustivo en el que no faltó la inyección de
insecticidas para la extirpación de polillas. Pero doña María Coronel se encontraba
aparentemente en un deterioro progresivo. ¿La humedad? ¿Las bacterias? Estas
parecen ser las dos causas principales de la muerte de una momia. Y perdonad
que hable con un poco de propiedad científica y no emplee el piadoso término de
cuerpo incorrupto. Además, el cardenal Segura murió hace ya muchos años.
Yo terminaba mi artículo de ABC diciendo:
–Fernando III el Santo murió una vez en
Sevilla, el 30 de mayo de 1252. Que no se nos muera por segunda y definitiva
vez.
San Fernando, según los estudios de don
Gabriel, había muerto enfermo del corazón: de cardiopatía gotosa. Podría morir
de nuevo atacado por la polilla. Pero, llamados por el Cabildo, vinieron unos especialistas
de Roma en marzo de 1993 y trataron los cuerpos de San Fernando y doña María
Coronel. Por ahora perduran, libres de polillas. Unos especialistas que, con
anterioridad, ya habían tratado el cuerpo de Santa Ángela de la Cruz. Que yo
sepa, el cuerpo mejor conservado es el de doña María Coronel, seguido por el de
Santa Ángela de la Cruz, siendo el peor de los tres el de San Fernando.
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