jueves, 30 de mayo de 2019

San Fernando, enfermo del corazón


Conocí a don Gabriel Sanchez de la Cuesta, médico farmacólogo, cuando en 1979 ofrecí el estudio clínico de doña María Coronel a la Real Academia de Medicina de Sevilla, que él presidía. Yo preparaba entonces la biografía de esa gran heroína sevillana que, según la leyenda, se quemó el rostro con aceite hirviendo para huir de la lascivia del rey don Pedro el Cruel. Y era el momento, con los permisos correspondientes, de interrogar al propio cuerpo incorrupto qué era en verdad esa mancha inquietante en su rostro dormido.
Hablando de cadáveres incorruptos, que son tres a la veneración de los sevillanos: San Fernando, doña María Coronel, y Santa Ángela de la Cruz, me sacó a relucir don Gabriel, vestido todo de negro y con esa su larga barba blanca que aparentaba un personaje bíblico, su estudio médico sobre San Fernando y su hijo Alfonso X el Sabio. Lo había titulado: «Dos reyes enfermos del corazón: Los conquistadores del Sevilla» (1948), y un subtítulo: «Un ensayo de telediagnóstico sobre la cardiopatía gotosa del Rey Santo y la cardio-esclerosis del Rey Sabio».


De este estudio, del que se sentía orgulloso como historiador de la Medicina, había un algo que le hubiera gustado tener en su entorchado de títulos académicos: la excomunión del temido cardenal Segura, que en 1948 se hallaba en todo su apogeo al frente de la sede hispalense. A Segura le había sentado fatal que don Gabriel hubiera calificado a San Fernando de «momia». Calificativo que apunta ya en la introducción del libro:
–Todos los años, se expone a la visión del pueblo sevillano la momia encristalada y siete siglos yacente del rey Fernando III.
La excomunión no se concretó y me dio la impresión de que el viejo profesor lo sintió. Le hubiera gustado añadir un título más a su historial: excomulgado por el cardenal Segura. Al que no le temblaba el pulso a la hora de suspender a divinis a clérigos importantes en la diócesis, pero don Gabriel no tuvo la fortuna de la admonición del prelado al que yo he calificado en mi biografía como un «cardenal selvático». No sé si el cuerpo del santo rey está realmente momificado o embalsamado, que en ello habría que hacer una dis­tinción. Considero momificado el cuerpo que se ha conservado de forma na­tural, sin intervención médica, como es el caso de doña María Coronel, y cuerpo embalsamado el sometido a procesos químicos y manipulación, que bien pudo sufrir el de San Fernando —práctica habitual de la época— por los médicos judíos que tenía en su entorno.
De todos modos, momificado o embalsamado, todo cuerpo, lo mismo que toda vida, tiene un período limitado de tiempo. Para su conservación, cuando comienza el deterioro en picado, es necesaria una urgente interven­ción. Esto hicieron con la momia de Ramsés II, faraón egipcio, en 1976. Llevado a París, fue recibido con honores de jefe de Estado y paseado al­rededor del obelisco que, durante su reinado, hace unos 3200 años, fue erigido ante el templo de Luxor por orden suya y desde los tiempos de Na­poleón adorna la Place de la Concorde de París. Después lo llevaron al Musée de l’Homme, donde la momia fue tratada por los mejores especialistas del momento. Ocho meses más tarde, ya restaurado, voló de nuevo a Egipto, junto a las aguas sagradas del Nilo.
Pues en Sevilla teníamos dos cuerpos venerados por la ciudad —el uno aupado a los altares por la gracia y deseos de esta ciudad, y el otro, protagonista de una de las leyendas más sonoras— en trance evidente de de­saparecer. Si no se le ponía remedio.
Eso me pregunté yo un día de San Fernando cuando preparaba mi biografía sobre el Santo Rey. Acudí a verlo a la Capilla Real y me dio tan mala impresión su aspecto que escribí un artículo en ABC que titulaba: «San Fernando se nos muere de nuevo».
Y ello era una preocupación compartida por el Cabildo de capellanes reales y la Asociación de la Virgen de los Reyes: el deterioro que se observaba en el cuerpo momificado de unos cinco años a esta parte. Más claro: Que San Fernando se nos va, se nos deshace, se nos pierde.
Algo parecido venía observando en el cuerpo de doña María Coronel. En 1979, la Real Academia de Medicina, como digo, tuvo ocasión de realizar un estudio exhaustivo en el que no faltó la inyección de insecticidas para la extirpación de polillas. Pero doña María Coronel se encontraba aparentemente en un deterioro progresivo. ¿La humedad? ¿Las bacterias? Estas parecen ser las dos causas principales de la muerte de una momia. Y perdonad que hable con un poco de propiedad científica y no emplee el piadoso término de cuerpo incorrupto. Además, el cardenal Segura murió hace ya muchos años.
Yo terminaba mi artículo de ABC diciendo:
–Fernando III el Santo murió una vez en Sevilla, el 30 de mayo de 1252. Que no se nos muera por segunda y definitiva vez.
San Fernando, según los estudios de don Gabriel, había muerto enfermo del corazón: de cardiopatía gotosa. Podría morir de nuevo atacado por la polilla. Pero, llamados por el Cabildo, vinieron unos especialistas de Roma en marzo de 1993 y trataron los cuerpos de San Fernando y doña María Coronel. Por ahora perduran, libres de polillas. Unos especialistas que, con anterioridad, ya habían tratado el cuerpo de Santa Ángela de la Cruz. Que yo sepa, el cuerpo mejor conservado es el de doña María Coronel, seguido por el de Santa Ángela de la Cruz, siendo el peor de los tres el de San Fernando. 

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