30 de septiembre de 1897, siete y veinte de
la tarde. Llovía sobre Lisieux cuando exhaló su último suspiro santa Teresita
del Niño Jesús o Teresa de Lisieux. El funeral y el entierro de Teresa fue como
el de cualquier otra monja: «muy, muy simple», como expresó su hermana sor
Genoveva. Su celda fue deshabitada de las pocas cosas que tenía. Allí estaban
sus alpargatas, «tan usadas y remendadas que ninguna hermana de la comunidad la
hubiera querido llevar», dice sor Marta. Será sor Marta quien las eche al fuego
y, pasados unos años, cuando Teresa sea ya canonizable, se lamentará de no
haberlas conservado para probar con esta reliquia la pobreza extrema de Teresa.
¿Qué más se puede decir de ella?
Una hermana del Carmelo, poco tiempo antes
de su muerte, pronunció estas palabras ingenuas, que pueden reflejar un cierto
ambiente en buena parte de la comunidad:
—Me pregunto verdaderamente lo que nuestra
madre podrá decir después de su muerte. Se verá bien confusa, porque esta
hermanita, por muy amable que sea, no ha hecho nada que valga la pena de ser
contado.
Es decir, que para esa religiosa y
posiblemente para otras también fue una existencia aparentemente
insignificante.
Debo traer aquí el testimonio de sor María
de la Trinidad en el proceso de beatificación:
—Durante
su vida en el Carmelo, pasó poco menos que inadvertida en la comunidad.
Solamente cuatro o cinco religiosas, y entre ellas yo, penetrando más
profundamente en su intimidad, nos dimos cuenta de la perfección que se
escondía bajo las apariencias de su humildad y sencillez. En cuanto al resto de
la comunidad, se la estimaba como a religiosa muy observante, sin nada que
reprocharle.
Hay que escribir una noticia biográfica de
Teresa, como se hace con todas las monjas difuntas, para enviarla a los demás
conventos carmelitanos de Francia. Y lo harán las hermanas Martín bajo la
responsabilidad de la madre priora María de Gonzaga. Se piensa en recoger en
uno los tres manuscritos que ha dejado escritos. Resultará extenso, pero será
el mejor documento para dar a conocer a su hermana Teresa.
El tío Isidoro Guérin puso el dinero para
la edición y resultó un libro de 496 páginas, que apareció el 30 de septiembre
de 1898, un año después de la muerte de Teresa, añadidas cartas suyas y
poesías, editado en la imprenta de Saint-Paul à Bar-le-Duc, dos mil ejemplares
al precio de 4 francos. Llevaba por título: Soeur
Thérèse de l'Enfant-Jésus et de la Sainte-Face, religieuse carmélite (1873-1897).
Histoire d'une âme écrite par elle-même.
Un éxito fulminante. Distribuido por conventos de carmelitas y
por familiares y amigos, pronto hubo de hacerse nuevas ediciones. En 1899 se
hizo una segunda edición de cuatro mil ejemplares. Y suma y sigue... Hasta ser
traducido a más de sesenta lenguas. Y unas novecientas biografías dedicadas a
su persona. Entre ellas la que humildemente escribí con el título: Teresa de Lisieux, huracán de gloria
(Ed. San Pablo, 2012) y otra más concisa en castellano y catalán: Teresa de Lisieux. En el corazón de la
Iglesia: ¡Mi vocación es el amor! / Teresa
de Lisieux. En el cor de l’Església: La meva vocació és l’Amor! (Centre de
Pastoral Litúrgica, Barcelona 2018).
Ya
en 1899, dos años después de la muerte de Teresa, la tía Guérin decía a sus
sobrinas monjas que la familia iba a tener que abandonar Lisieux a causa de Teresa.
Cada día venían peregrinos a Lisieux al reclamo de la monja que había escrito
ese maravilloso libro Historia de un alma. Y como no podían hablar con sus hermanas,
amparadas por la clausura, acudían a sus tíos Guérin. En la tumba, hubo de
ponerse guardas porque la gente arrancaba las flores y se llevaba la tierra
como reliquia.
Los
Guérin están preocupados por el revuelo que se ha formado en torno a su sobrina
Teresa. En 1901, la Historia de un alma ha sido traducida al
polaco, inglés, alemán e italiano. En 1903, aparece por Lisieux un sacerdote
escocés que ha leído el libro. Se llega al convento y habla en el locutorio con
María de Gonzaga. Pregunta a la priora:
—¿Para cuándo la canonización de sor Teresa
del Niño Jesús?
Y la priora, riendo con sorna, le contestó:
—¿Canonizarla? En ese caso, ¿a
cuántas carmelitas habría que canonizar?
Sus mismas hermanas están sorprendidas del
revuelo que está ocasionando el libro. Leonia, que ha
entrado en 1899 en la
Visitación de Caen, es de la misma opinión:
—Teresa
era muy amable, ¡pero de eso a canonizarla!
Pero
la vox populi resuena tan
intensamente por doquier, la figura de sor Teresa del Niño Jesús se hace tan
famosa, que esa voz llega a los umbrales de la diócesis y de la misma Curia
romana, y enseguida se procederá a su causa de beatificación.
¿Por
qué de este clamor? Tal vez la respuesta la tenga su prima sor María de la
Eucaristía cuando dice en el proceso de beatificación:
—No se trata de una santidad extraordinaria, no se
trata de un amor a las penitencias extraordinarias, no; se trata sencillamente
del amor a Dios. Las
gentes del mundo pueden imitar su santidad, porque es una
santidad que no se ocupa más que de hacerlo todo por amor y de aceptar todas
las pequeñas contrariedades, todos los pequeños sacrificios, que nos llegan a
cada instante, como venidos de la mano de Dios.
Cuando
en el proceso de
beatificación, los jueces preguntaron a María, su hermana mayor:
—¿Desea su beatificación?
Ella contestó:
—Deseo grandemente que sea beatificada,
porque así se verá lo que ella quería que se viese: que se ha de tener
confianza en la infinita misericordia de Dios, y que la santidad es accesible a
todas las almas, cualesquiera que sean.