El excura Jesús Aguirre, segundo duque de
Alba casado con doña Cayetana, ha salido a la palestra estos días pasados
–prensa escrita y tertulias televisivas– por las manifestaciones de Eugenia
Martínez de Irujo, hija pequeña de la duquesa, que ha venido a decir que el
Aguirre fue un «malvado padrastro». Como veréis, estos asuntos familiares del
padrastro y los hijos de la duquesa me interesan bien poco, pero surge de
nuevo, cada vez que aparece Jesús Aguirre en los periódicos, que fue «jesuita».
Ya hace algún tiempo, Gregorio Morán, en su
libro “El cura y los mandarines”, cae en ese error de llamarlo «jesuita»,
porque estudió en la Universidad Pontificia de Comillas, regentada por los
jesuitas, y que realizó dos cursos de perfeccionamiento de latín y griego y
tres de Filosofía, lo que no es cierto. También a Javier Sádaba, compañero mío
en Comillas, lo hace «jesuita y más tarde profesor de filosofía».
Por otro lado, Gregorio Morán retrata bien a
Jesús Aguirre cuando dice:
–Jesús Aguirre, el cura, maricón y
arrogante, mandarín de la cultura progresista, editor de éxito, intelectual
ágrafo según la tradición hispana… Había sido un excelente trepador; desde lo
más bajo, que no en otra cosa consiste ser hijo de soltera y sin fortuna,
hospiciano en un Seminario…
Nacido de madre soltera, Carmen Aguirre
Ortiz de Zárate (de ella lleva sus apellidos), siendo santanderina se fue a dar
a luz en Madrid, lejos de los focos de la ciudad cántabra. Y en Madrid nació el
9 de junio de 1934.
Algo que detesto especialmente en este
personaje es el hecho de ocultar sus orígenes, el evitar presentar a su madre,
lo más sagrado que tenemos en esta vida.
Cuando yo llegué en septiembre de 1955, a
mis 14 años, a la Universidad Pontificia de Comillas, Jesús Aguirre se hallaba
en segundo de Filosofía. Y sucedió que un mes más tarde, 18 de octubre, murió
Ortega y Gasset. El Padre González Quevedo, un obtuso jesuita que yo sufriría también,
siendo Prefecto de Filosofía, les habló en la oración de la noche en la iglesia
de la muerte de Ortega y lanzó improperios contra el filósofo. Tres seminaristas
contestatarios se levantaron y salieron de la iglesia. Eran, junto a Jesús
Aguirre, Antonio Dorado, con el tiempo obispo de Cádiz y Málaga, y Celso
Montero, que llegaría a ser en la democracia senador por el PSOE. Y fueron
expulsados.
Marcharon a Madrid a verse con Julián
Marías, discípulo predilecto de Ortega y Gasset, que lo cuenta en sus Memorias
(tomo 2).
–Tres seminaristas en apuros. Una tarde de
1955, creo que en otoño, llamaron a mi puerta, en la calle de Covarrubias, tres
muchachos muy jóvenes; preocupados, vacilantes, bastante confusos, me contaron
el propósito de su inesperada visita. Eran seminaristas de Comillas... Lectores
entusiastas de los autores españoles de pensamiento, desde la generación del
98, habían encontrado en sus profesores la más cerrada hostilidad contra
Unamuno, Ortega, Laín Entralgo y contra mí mismo… A raíz de una plática
particularmente virulenta, la indignación de los tres muchachos había alcanzado
el límite, y habían abandonado la capilla en señal de protesta. La réplica fue
la expulsión del Seminario. Los tres jóvenes, bastante abrumados y
desorientados, habían tomado el tren a Madrid, para presentarse en mi casa y
pedirme consejo y ayuda. Los vi con simpatía, por su juventud y porque eran
víctimas de una causa que evidentemente me parecía justa. Pensé en mi amigo y
antiguo compañero de Universidad Emilio Benavent, entonces obispo [auxiliar] de
Málaga; acaso podría acogerlos en su Seminario. Hablé también con Laín, Rector
de la Universidad. Al final se pudieron arreglar las cosas: dos fueron al
Seminario de Málaga; el tercero, a Munich. Sus nombres eran Antonio Dorado,
Celso Montero y Jesús Aguirre. Los tres terminaron sus estudios sacerdotales y
se ordenaron. Los he vuelto a encontrar, muchos años después, en distintos contextos.
El primero es obispo de Cádiz; el segundo, senador socialista…; el tercero,
Duque.
El hecho de estudiar en Comillas no
significaba que fuéramos jesuitas. Éste es el error que sigue circulando sobre
Aguirre cuando murió en el año 2001.
Siendo ya duque, me encontré con él en el
monasterio de Santa Inés de Sevilla. Conversación corta. Supo que yo había
escrito el libro de la fundadora de este monasterio, doña María Coronel, y me
sugirió que le enviara un libro al Palacio de las Dueñas, cercano a este
convento, y lo entregara al mayordomo, dicho con ese tic de quien da una orden
a un criado. Miré al duque de arriba abajo y ahí acabó la conversación. Naturalmente,
no llevé el libro.
Genio y figura este «cura Aguirre», como se
le decía. Fue director general de Música del Ministerio de Cultura, académico
de la RAE, editor en Taurus, comisario de la Expo de Sevilla, gestor del legado
del Ducado de Alba… Una cabeza despierta, muy inteligente, pero cursi y
jacobino.
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