El próximo 31 de
diciembre se cumplirán 80 años de la muerte de Miguel de Unamuno, recio vasco
rector de la Universidad de Salamanca. Y ya están apareciendo diversos escritos
sobre su figura en los periódicos. Yo quisiera unirme a ello y reflejar aquí
unas pinceladas de su viaje a Las Hurdes en 1913, donde se llevó el manuscrito
de su poema Ante el Cristo de Velázquez,
para perfilarlo en aquellas soledades.
Unamuno
y el Cristo de Velázquez (Museo del Prado).
Las
Hurdes era un terreno montañoso de difícil acceso y la zona más deprimida de
España en los años primeros del siglo XX, descubriendo al visitante de aquellos
pueblos y alquerías la vida miserable de los hurdanos: atraso económico,
incomunicación, analfabetismo, nula asistencia sanitaria, enfermedades endémicas y muertes de una comarca perdida al
norte de Extremadura. Abundaba el enanismo y en los cinco municipios hurdanos
la estatura de los mozos apenas sobrepasaba el metro y medio. Las enfermedades
y epidemias eran continuas: calenturas, viruela, bocio, cretinismo, difteria,
paludismo, el garrotillo o las tercianas diezmaban la población… Y las
precarias condiciones de un alto índice de analfabetismo, de una alimentación
exigua y de unas viviendas míseras.
Es célebre la visita
que a ella realizó el rey Alfonso XIII acompañado de don Gregorio Marañón en
1922 y recibida la expedición regia por el obispo de Coria, don Pedro Segura y
Sáenz. Pero Las Hurdes ya había sido desde el siglo XIX lugar de estudio como un
caso singular en el corazón profundo de España.
Ya el Diccionario geográfico-estadístico de
Madoz de mediados del siglo XIX supone un hito en la historiografía y un antes
y un después en el conocimiento de la realidad de Las Hurdes. Para Madoz «es un
país casi desconocido en el resto de la nación… y lo poco que de él se ha
escrito está lleno de inexactitudes y de faltas».
Hay estudios
sociológicos ya desde finales del siglo XIX. Y el trabajo que el obispo de
Plasencia, Francisco Jarrín Moro (+1912), y su secretario, José Polo Benito,
habían hecho en Las Hurdes.
Polo Benito, muerto su
obispo, dirigió por espacio de cinco años la revista Las Hurdes (1904-1909) y
organizó el Congreso Nacional Hurdanófilo, celebrado en Plasencia en los días 14 y 15 de junio de 1908. Y permítanme un inciso
acerca de Polo Benito, que llegó a ser deán de la catedral de Toledo y acabó su
vida el 22 de agosto de 1936, al comienzo de la guerra civil, fusilado en la
Puerta del Cambrón de Toledo junto a un grupo de 70 personas: otros diez
sacerdotes, once hermanos maristas y personas civiles, entre ellas Luis
Moscardó, hijo del coronel Moscardó, defensor del Alcázar de Toledo. José Polo
Benito fue beatificado junto con otros 497 mártires por el papa Benedicto XVI
el 28 de octubre de 2007 en Roma.
Siguiendo con Las
Hurdes, en la primera mitad del siglo XIX apareció por España un simpático
inglés vendiendo Biblias. George Borrow, conocido como Don Jorgito, dejó
escritas las impresiones de sus correrías en un famoso libro titulado La
Biblia en España. Y oyó hablar de «una pequeña nación o tribu de gente
desconocida que hablaba una lengua desconocida, que vivía allí desde la
creación del mundo, sin cruzarse con las demás criaturas y sin saber que
existían otros seres además de ellos mismos». No era así ciertamente, pero la leyenda que oyó George Borrow
sobre Las Hurdes viene de muy atrás.
El hispanista francés
Maurice Legendre, que fuera director de la Casa de Velázquez, centro cultural
del Estado francés en Madrid, visitó en 1909 el santuario de la Peña de
Francia, lugar próximo a Las Hurdes, inicio de una serie de visitas anuales de
estudio a la comarca, que culminará en una tesis doctoral que presentó en la
Universidad de Burdeos.
Maurice Legendre conoció
a Miguel de Unamuno en Burgos en julio de 1909 y juntos realizaron un viaje a
Las Hurdes en 1913, acompañados del filósofo francés Jacques Chevalier, viaje
que el ilustre escritor vasco dejará consignado en un cuaderno de viaje.
–Esas tierras
extremeñas, las que cantó como una alondra Gabriel y Galán –que dirá Unamuno.
El 28 de julio, antes
de salir para Las Hurdes, Unamuno escribe a su amigo portugués, Teixeira de
Pascoâes:
–A mí me ha dado ahora
por formular la fe de mi pueblo, su cristología realista y… lo estoy haciendo
en verso. Es un poema que se titulará Ante
el Cristo de Velázquez y del que llevo escrito más de 700 endecasílabos.
Quiero hacer una cosa cristiana, bíblica y… española. Veremos.
Este poema a medio
construir se lo llevó a Las Hurdes y lo iba leyendo a sus amigos franceses.
Unamuno se sentía
feliz al contacto con la tierra virgen de aquellos terruños inhóspitos. Alguna
noche será «de perros», según explica el mismo Unamuno, pero señala que se
siente a solas consigo mismo y con la tierra pura.
–¡Adiós el mundo de
los periódicos y de la política! Por unos días no habríamos de saber nada de
él.
Y el autor del Sentimiento trágico de la vida, cuyas
pruebas de este libro había dejado sobre la mesa del rectorado de la
Universidad de Salamanca, escribirá el 24 de diciembre a Jacques Chevalier, quien,
desde Lyon, le había preguntado si había terminado «votre poignant poéme, le
Crist de Velázquez»:
–Al fin puedo ponerle
cuatro letras, mi querido amigo… Estos días de vacaciones me ocupo en redondear
mi Cristo de Velázquez. Algo creció,
desde que ustedes se fueron y algo ha mejorado. Resulta que a mí me parece mi
obra mejor, más serena y más concentrada, y a los que la conocen aquí les
parece lo más católico que he hecho. No tiene la inquietud y el tormento de mi Sentimiento trágico. Y es que he
encontrado al hacerla mucho del alma de mi niñez, madurada por meditaciones. Y
habla en ella, creo, lo mejor del alma de mi pueblo».
Un poema,
Ante el Cristo de Velázquez, que
comienza:
¿En
qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por
qué ese velo de cerrada noche
de tu
abundosa cabellera negra
de
nazareno cae sobre tu frente?
Y
termina:
…¡Dame,
Señor,
que cuando al fin vaya perdido
a
salir de esta noche tenebrosa
en
que soñando el corazón se acorcha,
me
entre en el claro día que no acaba,
fijos
mis ojos de tu blanco cuerpo,
Hijo
del Hombre, Humanidad completa,
en la
increada luz que nunca muere;
mis
ojos fijos en tus ojos, Cristo,
mi
mirada anegada en Ti, Señor!