Tuve en la Universidad de Comillas un
profesor de Literatura, P. Juan Carrascal, que hacía poco había llegado de
China donde había sido misionero durante años hasta la llegada al poder de Mao.
Su salida fue traumática. Trece meses de cárcel en un gélido campo de concentración
hasta su expulsión en 1953. Consecuencia de ello fue una operación que le
hicieron con la implantación en el abdomen de un ano artificial. Siendo un
hombre corpulento y alto, salió de China pesando 35 kilos.
Nos contaba en clase cosas de China y de su
cautiverio y ha dejado para la posteridad, entre otros libros, aquel que
tituló: «Máscaras. El comunismo entre
bastidores», editado en 1954, un año después de su liberación, en la
Editorial Sal Terrae. A pesar del tiempo transcurrido, le he echado un nuevo
vistazo y sigue teniendo total actualidad, por lo didáctico, clarificador y
fácil lectura. También conocí al obispo Federico Melendro, arzobispo de Anqing
(China), que pasaba temporadas en Comillas.
China siempre ha estado en el horizonte de
los jesuitas. Comenzando por San Francisco Javier, que murió a sus puertas,
cuando, predicando en Japón, los japoneses llegaron a reconocer que la doctrina
que predicaba el misionero jesuita era superior, pero se preguntaban por qué no
estaba implantada en China, donde nacían las cosas más bellas. Y Francisco
Javier ardió en deseos de ir a China a predicar también allí –donde nacen las
cosas bellas– el evangelio de Jesús. Se hallaba ya cercano a Cantón, puerta de
China, en una pequeña isla llamada Sancián, a la espera de una embarcación que
le llevase a ese mundo fascinante, cuando murió de una pulmonía en una choza a
orillas del mar, 3 de diciembre de 1552.
Recordemos también al jesuita Matteo Ricci,
que viajó a China en 1582 y se aclimató al país, pidiendo a Roma la adaptación
del cristianismo a la cultura china y la aceptación en la liturgia de los ritos
malabares. Lo que no fue aceptado por Roma y supuso una dificultad insalvable
para la propagación de cristianismo en China. Lo que pedía Matteo Ricci y
jesuitas posteriores, fue aceptado siglos después y universalizado por el
Concilio Vaticano II. Y con Ricci, el P. Diego de Pantoja, su colaborador, que desempeñó
un papel importante en el desarrollo de la tecnología y la cartografía chinas.
Ahora, después de la debacle que supuso la
llegada del comunismo de Mao, la Iglesia china se dividió entre aquellos
obispos sometidos al férreo control del Estado, elegidos por el régimen
marxista, la llamada Iglesia patriótica china, y la Iglesia clandestina, fiel a
Roma.
Con el papa Francisco, se habla ahora de la
próxima firma de un cierto acuerdo entre China y el Vaticano. Un acuerdo, se
dice, de carácter provisional y renovable cada dos o tres años. Con este
acuerdo se conseguiría que Roma nombrase a todos los obispos, pero para ello se
tendrá que reconocer también a los que han sido ordenados de forma ilegítima.
Quedan siete obispos de la Iglesia patriótica que han manifestado su voluntad
de acatamiento a Roma y han pedido perdón al Papa. Pero existe un problema. En
las diócesis de Shantou y Mindong coexisten dos obispos, el patriótico y el
clandestino. Después del acuerdo, ¿a quién se adjudicará la jurisdicción de la
diócesis?
En la diócesis de Shantou, el obispo
«católico» tiene 88 años. La solución prevista es nombrarle un vicario entre
tres sacerdotes cercanos al obispo para, más adelante, convertirlo en obispo
auxiliar del obispo «patriótico». En la diócesis de Mindong, la cosa es más
complicada. El obispo «católico» Guo Xijin, de 59 años, cuenta con 60
sacerdotes y el 80% de los fieles, mientras que hay solo seis sacerdotes que
responden a la autoridad del obispo «patriótico», Zhan Silu. ¿No sería una
humillación convertir al obispo «católico», en auxiliar del obispo «patriótico»? Se ha pensado, al parecer, en
invitarlo a vivir en Roma, pero sus fieles lo necesitan. Es un obispo muy bueno
y querido en su Iglesia.
Este Lunes Santo ha ocurrido un hecho
preocupante. El obispo Guo ha sido arrestado por las autoridades chinas, al
parecer, por oponerse a celebrar la ceremonia de la misa Crismal en compañía
del obispo «patriótico». Ha sido liberado al día siguiente, comprometiéndose,
se cree también, a no celebrar «cualquier
misa en calidad de obispo, siendo que él no está reconocido como tal por el
Gobierno». El New York Times ha
ofrecido otra versión: el objetivo de su arresto es mantener al prelado fuera
del foco de atención durante la Semana Santa y que, aunque se le permitió
regresar este miércoles a su casa por razones familiares, esperan que reanude
sus «vacaciones forzosas» a finales de Semana Santa.
También el obispo de Zhengding, Giulio Jia
Zhiguo, reconocido por el Vaticano, fue arrestado el pasado 6 y 7 de marzo para
que no opinase sobre las negociaciones en pre-sencia de los periodistas
extranjeros llegados a la capital para cubrir la sesión anual de la Asamblea
Nacional del Pueblo que encumbró al presidente chino, Xi Jinping.
No hace mucho, el cardenal Joseph Zen,
obispo emérito de Hong Kong, llegó a
Roma y acusó al Papa de «malvender» la Iglesia de China. Y escribió un artículo
en una revista donde decía que «o te rindes o aceptas la persecución, pero
permaneciendo fiel a ti mismo». Y ha llamado a su hermano en el cardenalato, el
secretario de Estado cardenal Parolin, como «hombre de poca fe». Así se las
gasta el viejo cardenal Zen.
Sin embargo, son muchos los que desean
llegar a un equilibrio en el que se pueda lograr unos acuerdos aceptables. ¿Se
llegará a este acuerdo sin atropello de las partes? Porque bien se sabe lo que
es el Estado chino y el temor que tiene a la expansión de una Iglesia católica con
propuestas éticas tan contrarias al marxismo. Por ahora son solo doce millones
de católicos chinos en una población de mil trescientos millones. Como una gota
de agua.
Pienso que el acuerdo en ciernes es
solamente una opción entre dos males, y hay que optar por el mal menor. Hay
actualmente 40 diócesis que malviven su fe sin obispos que regenten a sus
fieles. Esta semana próxima, según el diario católico francés La Croix, llegará una delegación china a
Roma para seguir con el diálogo. Pero el portavoz del Vaticano, Greg Burke,
desmintió ayer que el acuerdo con las autoridades chinas sea «inminente» y
afirmó que el Papa permanece en constante contacto con sus colaboradores sobre
las cuestiones chinas y sigue los pasos del diálogo en curso. Esperemos, pues.