sábado, 17 de marzo de 2018

Fray Bartolomé de las Casas, su testamento


Fray Bartolomé de las Casas, obispo de Chiapas, hace testamento el 17 de marzo de 1564 –hace hoy 454 años– en el convento dominicano de Santa María de Atocha, en Madrid, ante el escribano público Gaspar Testa. Tiene noventa años el «procurador de los indios», todo un puñado de años tras de sí en la lucha por sus ideales de siempre. Tras su protestación de fe de «morir y vivir lo que viviere en la fe católica», deja todos sus escritos a favor del colegio de San Gregorio de Valladolid, en el que habitó por espacio de unos diez años, y lanza un último grito «profético» de que Dios habrá «de derramar su furor e ira» sobre España por los males perpetrados en las Indias. Dos años después, en plena lucidez, a sus noventa y dos años, muere el 19 de julio de 1566 y es enterrado en la capilla mayor antigua del convento de Nuestra Señora de Atocha, «con pontifical pobre y báculo de palo», como él mismo ordenó.


 Fray Bartolomé de las Casas es sevillano, nacido en 1474, hijo de Pedro de las Casas, de origen segoviano, y de Isabel de Sosa, de familia sevillana que poseía una tahona y horno de cocer pan en la calle de la Carpintería (hoy Cuna). Su padre, Pedro de las Casas, acompañó a Colón en su segundo viaje a Indias en 1493 y volvió en 1499, trayendo consigo un indio esclavo, que regaló a su hijo Bartolomé. Pero lo poseyó tan sólo unos meses. Una orden de Isabel la Católica acabó con estos caprichos de Colón y sus gentes y los indios fueron reintegrados a sus tierras de origen.
La reina se mostró inflexible ante aquella primera trata de esclavos:
–¿Qué poder tiene mío el Almirante para dar a nadie mis vasallos?
Y los que sobrevivieron, fueron devueltos a las Indias. «El indio que yo en Castilla tuve –cuenta Las Casas– y algunos días anduvo conmigo, tornó a esta isla con el Comendador Bobadilla... y después yo lo vide y traté acá».
Según cuenta Fabié, en su biografía publicada en 1879, «una tradición muy general afirma que nació en el barrio de Triana, donde sin duda residió largo tiempo parte de su familia, que hizo varias fundaciones piadosas en la iglesia parroquial de aquel barrio». Por eso, en 1859, el Ayuntamiento de Sevilla rotuló la antigua calle de los Caballeros, en Triana, por la de Procurador, en memoria de fray Bartolomé de las Casas, «Procurador de los indios».
En ninguna parte, que se sepa, firmó Las Casas de este modo, pero ciertamente respondía al ejercicio y cargo que llevó durante buena parte de su vida, «Procurador universal de todos los indios de las Indias», que le confirió el cardenal Cisneros.
De todos modos, hubiera sido más bonito y más clarificativo para todos que el Ayuntamiento sevillano hubiera plasmado en aquella calle, para perpetuar la memoria de tan insigne sevillano, en vez de «Procurador», que nada sugiere a la gente, sencillamente el nombre de «Fray Bartolomé de las Casas».
La vida de Las Casas es larga y compleja. Imposible de sintetizar en pocas palabras la biografía de este luchador tan controvertido. Valgan tan sólo estas pinceladas. Pasó a Indias por primera vez en 1502, embarcado en una flota de 32 naves y navíos mandada por Nicolás de Ovando. Iba de doctrinero, considerado como clérigo por sus estudios en la Escuela de San Miguel, de la catedral de Sevilla. Ordenado de sacerdote, ofició su primera misa en la Isla Española en 1510, a los 36 años. Posiblemente, el primer misacantano de América.
En 1513 participó como capellán en la conquista de Cuba por Diego Velázquez y presenció la bárbara matanza de indios ejecutada por Narváez en Caonao. Velázquez le había otorgado una encomienda con un tal Pedro de Rentería, que prosperó. Pero Las Casas comenzó a plantearse dudas sobre la legalidad de obtener beneficios de los indios encomendados. En 1511 había oído el célebre sermón del dominico fray Antonio Montesinos, condenando la encomienda y la esclavitud del indio. «Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muerte y estragos nunca oídos, habéis consumido?». Y continuaban las diatribas del fraile: «Estos ¿no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos?». En 1514 le vino la «conversión» a Bartolomé de las Casas, preparando su sermón de Pentecostés, al leer un pasaje del libro del Eclesiástico (34, 18-26). «Se determinó de predicallo», como él mismo confiesa, y «acordó, para libremente condenar los repartimientos o encomiendas como injusticias o tiranías, dejar luego los indios y renunciarlos en manos del gobernador Diego Velázquez».
A partir de ese momento, y a lo largo de su extensa vida –ingresa en la orden dominicana en 1522 y es consagrado obispo de Chiapas en 1543–, Bartolomé de las Casas luchará denodadamente, con su palabra, sus obras y sus escritos, por la defensa del indio. Con un ideario tal vez simplista y con la tozudez de un carácter impetuoso, carga sobre el indio todos los derechos y sobre el español todas las obligaciones, encastillado en sus ideas sin calibrar muchas veces la evolución de las cosas.
Su obra más célebre, Brevísima relación de la destruición de las Indias, tuvo una enorme repercusión en Europa y sirvió en buena medida para la difusión de la Leyenda Negra.
Más crítica su figura en Europa, idealizado en América como un santo, fray Bartolomé de las Casas se ha convertido hoy en un símbolo indigenista y anticolonialista, prescindiendo de su condición religiosa.

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