Fray Bartolomé de las Casas, obispo de
Chiapas, hace testamento el 17 de marzo de 1564 –hace hoy 454 años– en el
convento dominicano de Santa María de Atocha, en Madrid, ante el escribano
público Gaspar Testa. Tiene noventa años el «procurador de los indios», todo un
puñado de años tras de sí en la lucha por sus ideales de siempre. Tras su
protestación de fe de «morir y vivir lo que viviere en la fe católica», deja
todos sus escritos a favor del colegio de San Gregorio de Valladolid, en el que
habitó por espacio de unos diez años, y lanza un último grito «profético» de
que Dios habrá «de derramar su furor e ira» sobre España por los males
perpetrados en las Indias. Dos años después, en plena lucidez, a sus noventa y
dos años, muere el 19 de julio de 1566 y es enterrado en la capilla mayor
antigua del convento de Nuestra Señora de Atocha, «con pontifical pobre y
báculo de palo», como él mismo ordenó.
La reina se mostró inflexible ante aquella
primera trata de esclavos:
–¿Qué poder tiene mío el Almirante para dar
a nadie mis vasallos?
Y los que sobrevivieron, fueron devueltos a
las Indias. «El indio que yo en Castilla tuve –cuenta Las Casas– y algunos días
anduvo conmigo, tornó a esta isla con el Comendador Bobadilla... y después yo
lo vide y traté acá».
Según cuenta Fabié, en su biografía
publicada en 1879, «una tradición muy general afirma que nació en el barrio de
Triana, donde sin duda residió largo tiempo parte de su familia, que hizo
varias fundaciones piadosas en la iglesia parroquial de aquel barrio». Por eso,
en 1859, el Ayuntamiento de Sevilla rotuló la antigua calle de los Caballeros,
en Triana, por la de Procurador, en memoria de fray Bartolomé de las Casas,
«Procurador de los indios».
En ninguna parte, que se sepa, firmó Las
Casas de este modo, pero ciertamente respondía al ejercicio y cargo que llevó
durante buena parte de su vida, «Procurador universal de todos los indios de
las Indias», que le confirió el cardenal Cisneros.
De todos modos, hubiera sido más bonito y
más clarificativo para todos que el Ayuntamiento sevillano hubiera plasmado en
aquella calle, para perpetuar la memoria de tan insigne sevillano, en vez de
«Procurador», que nada sugiere a la gente, sencillamente el nombre de «Fray
Bartolomé de las Casas».
La vida de Las Casas es larga y compleja.
Imposible de sintetizar en pocas palabras la biografía de este luchador tan
controvertido. Valgan tan sólo estas pinceladas. Pasó a Indias por primera vez
en 1502, embarcado en una flota de 32 naves y navíos mandada por Nicolás de
Ovando. Iba de doctrinero, considerado como clérigo por sus estudios en la Escuela
de San Miguel, de la catedral de Sevilla. Ordenado de sacerdote, ofició su
primera misa en la Isla Española en 1510, a los 36 años. Posiblemente, el
primer misacantano de América.
En 1513 participó como capellán en la
conquista de Cuba por Diego Velázquez y presenció la bárbara matanza de indios
ejecutada por Narváez en Caonao. Velázquez le había otorgado una encomienda con
un tal Pedro de Rentería, que prosperó. Pero Las Casas comenzó a plantearse
dudas sobre la legalidad de obtener beneficios de los indios encomendados. En
1511 había oído el célebre sermón del dominico fray Antonio Montesinos,
condenando la encomienda y la esclavitud del indio. «Todos estáis en pecado
mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas
inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan
cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho
tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras mansas y
pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muerte y estragos nunca oídos,
habéis consumido?». Y continuaban las diatribas del fraile: «Estos ¿no son
hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a
vosotros mismos?». En 1514 le vino la «conversión» a Bartolomé de las Casas,
preparando su sermón de Pentecostés, al leer un pasaje del libro del Eclesiástico
(34, 18-26). «Se determinó de predicallo», como él mismo confiesa, y «acordó,
para libremente condenar los repartimientos o encomiendas como injusticias o
tiranías, dejar luego los indios y renunciarlos en manos del gobernador Diego
Velázquez».
A partir de ese momento, y a lo largo de su
extensa vida –ingresa en la orden dominicana en 1522 y es consagrado obispo de
Chiapas en 1543–, Bartolomé de las Casas luchará denodadamente, con su palabra,
sus obras y sus escritos, por la defensa del indio. Con un ideario tal vez
simplista y con la tozudez de un carácter impetuoso, carga sobre el indio todos
los derechos y sobre el español todas las obligaciones, encastillado en sus
ideas sin calibrar muchas veces la evolución de las cosas.
Su obra más célebre, Brevísima relación
de la destruición de las Indias, tuvo una enorme repercusión en Europa y
sirvió en buena medida para la difusión de la Leyenda Negra.
Más crítica su figura en Europa, idealizado
en América como un santo, fray Bartolomé de las Casas se ha convertido hoy en
un símbolo indigenista y anticolonialista, prescindiendo de su condición
religiosa.
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