En mis tiempos de profesor de Instituto,
llegado el 4 de octubre, solía proponer a los alumnos la siguiente afirmación:
–El 4 de octubre de 1582 murió santa Teresa
de Jesús y fue enterrada al día siguiente 15 de octubre de 1582.
Y la voz unánime era:
–Tuvo que ser enterrada el 5 de octubre, no
el 15.
Y de ahí partían mis razonamientos para
explicarles lo que se llamó «reforma gregoriana» del calendario, por ser su
propulsor el papa Gregorio XIII. Diez días desaparecieron del calendario juliano,
por ser Julio César quien lo instauró en el año 46 a.C. En tantos años había un
desfase en la celebración de la Pascua de Resurrección y con ella de las demás
fiestas movibles de la Iglesia y la corrección del calendario litúrgico era una
necesidad que habían pedido ya en el siglo XIII Roger Bacon y otros.
–De aquí se sigue otro inconveniente –decía–,
que el ayuno de Cuaresma comience ocho días más tarde; que los cristianos
comerán carne en la verdadera Cuaresma durante ocho días, lo cual es
inadmisible. Y una vez más, ni las Rogativas, ni la Ascensión, ni Pentecostés
se celebrarán este año en la fecha que le corresponde. Y tal como ocurre esto
en 1267, ocurrirá el año que viene.
Bula Inter gravissimas
Hubo un nuevo intento de reforma en el
siglo XIV, en tiempos del papa Clemente VI (1342-1352), con su Epístola super reformatione antiqui
kalendarii. Pero poco después, en 1348, sobrevino sobre Europa la Peste
Negra que acabó con media humanidad y el cambio de calendario pasó a mejor vida.
En 1512, Julio II convocó el V Concilio de
Letrán. Y de nuevo surgió la reforma del calendario. En 1514, su sucesor León X
invitó al astrónomo Pablo de Middelburgo (c. 1450-1533) que encabezara una comisión
para la reforma del calendario. El Papa escribió a todos los monarcas
cristianos pidiéndoles opinión sobre el tema. Pero no obtuvo respuestas de la
mayoría. Vino poco después la Reforma Protestante y el cambio del calendario se
archivó de nuevo.
Nicolás Copérnico declarará en 1543 en su De revolutionibus:
–Cuando se estudió el calendario… no se
encontró solución alguna por la única razón de que la duración de los años y
los meses, y los movimientos solar y lunar, todavía no se habían estudiado lo suficiente
para estar bien determinados.
Copérnico trabajó durante más de treinta
años sobre este tema, pero no quería publicar su libro porque sabía que su
teoría heliocéntrica, que en él se desarrollaba, no sería bien recibida por los
tradicionistas ni por la Iglesia. Apareció su obra días antes de su muerte,
acaecida el 24 de mayo de 1543. Él la vio terminada el día en que murió.
Quien primero censuró su teoría
heliocéntrica fue Lutero, apoyándose en pasajes de la Biblia que parecen decir
que la tierra está inmóvil y el sol gira alrededor de ella.
–El necio quiere dar al traste con toda la
ciencia de la astronomía –dijo Lutero–, pero según las Escrituras, Josué ordenó
al sol, y no a la tierra, que se detuviera.
Se refiere a ese pasaje del Antiguo Testamento
en el que Josué, en el curso de una batalla, ordenó al sol que quedara inmóvil
en el cielo.
Años después, reinando en la Iglesia
Gregorio XIII, se resolverá definitivamente el tema del calendario. El 24 de
febrero de 1582, promulgó la bula Inter gravissimas, en la que se reformaba el calendario juliano
y fueron creadas las bases de uno nuevo, llamado a partir de entonces
«calendario gregoriano», que ahora se usa ampliamente en todo el mundo.
Se eliminaban diez días del calendario (del
4 al 14 de octubre de 1582) y se hacía coincidir el día de Pascua con el
domingo siguiente a la luna llena del primer mes lunar después del inicio
de la primavera, es decir, con el decimocuarto día del primer mes lunar de la
primavera.
Los países que lo adoptaron desde un
principio fueron España, Italia y Portugal. En diciembre de ese año se
añadieron Baviera y las zonas católicas de Alemania y de Suiza. Entre 1586 y
1587, Polonia y Hungría. Prusia en 1610. Pero Inglaterra y demás países
protestantes no adoptaron el nuevo calendario hasta el año 1700.
De ahí la confusión de algunos autores al
considerar que los dos grandes genios de las literaturas inglesa y española,
Shakespeare y Cervantes, murieron el mismo día, es decir, el 22 de abril de
1616, cuando en verdad, al observar en su tiempo un calendario distinto
Inglaterra y España, Shakespeare murió el 22 de abril de 1616 del calendario
juliano, pero diez días después que Cervantes según el calendario gregoriano, es
decir, el 3 de mayo de 1616.
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