martes, 27 de septiembre de 2016

«El Fraile» de los Siete Niños de Écija

El 1 de julio de 1817 se pregonó un edicto de la Real Audiencia de Sevilla de persecución de los Niños de Écija. En él aparecen los nombres de Pablo de Aroca, alias Ojitos, el jefe, Diego Meléndez, Juan Antonio Gutiérrez el Cojo, Francisco Narejo Becerra, José Martínez, El Portugués y El Frai­le. Inmediatamente se formaron por los pueblos cuadrillas de escopeteros que se lanzaron a la captura de la banda.
A lo largo de un año fueron cayendo sus componentes, unos vivos y pasados por la horca o el garrote vil, otros muertos. El Fraile, por nombre fray Antonio de Legama, goza de una vida legenda­ria que ha sido contada por Manuel Chaves en su libro Ambientes de antaño y que deseo resumir aquí.
  

Pertenecía fray Antonio al convento sevillano de los Padres Terceros de Nuestra Señora de Consola­ción, fundado en 1602 por compra de la casa principal de los Céspedes en la collación de Santa Catalina, casa inmediata a la de los duques de Arcos. A este convento trajeron la imagen de la Virgen de Consolación que se veneraba en el convento que estos frailes tenían en Bollullos del Condado, llamado de San Juan de Morañina. Como protestaran los lugareños por la pérdida de su imagen, los frailes les contentaron con otra, bajo la advocación del Socorro. La Virgen de Consola­ción presidió en su tiempo el altar mayor de una iglesia, hermosa y amplia, regida actualmente por la Hermandad de la Cena.
Pues en este convento vivía en paz y gracia de Dios a principios del siglo XIX nuestro buen fraile, natural de la villa de Aguilar de la Frontera, provincia de Córdoba. Profesó de lego y vivía en la paz de aquellos claustros cuando la ocupación de la ciudad por los franceses en 1810 vino a turbar su sosiego, el de los frailes terceros y el de todos los frailes de Sevilla. Porque los franceses dispusieron la exclaustración de los frailes y la ocupación de sus conventos para convertirlos en cuarteles u otros menesteres.
Exclaustrado nuestro fray Antonio de Legama, pasó a su pueblo donde ejerció el bello oficio de domine, enseñando a leer y escribir a la chiquillería del pueblo. Le iba tan bien y estaba tan conten­to en su nuevo quehacer que cuando en 1814 llegó al trono Fernando VII y fueron restituidos los frailes a sus conventos, a fray Antonio no le venían ganas de volver al suyo de Sevilla. Pero fue tanta la insistencia de sus frailes, que un buen día, en la primavera de 1815, vistió de nuevo sus hábitos, se despidió de sus paisanos, montó en una mula y tomó el camino de Sevilla.
Se hallaba por los alrededores de La Luisiana cuando nuestro pacífico viajero se vio rodeado por una partida de forajidos. Eran los Niños de Écija, que se vieron contrariados por la poca fortuna que llevaba el fraile y tentados de acabar con él de un trabucazo. En ese momento una chispa alumbró la mente de fray Antonio y, resuelto a resolver su porvenir, pidió que lo admitiesen en la cuadrilla perjurando mil veces que no se arrepentirían de ello.
Y así fue cómo el fraile tercero del convento de Sevilla pasó a engrosar la lista de los Siete Niños de Écija, que ni fueron siete, sino muchos más los que formaron esta cuadrilla de truhanes a lo ancho de su corta existencia de malhechores, ni la mayoría de ellos eran de Écija.
Es lo mismo que se dice de Las Partidas de Alfonso X el Sabio.
–¿Cuántas son las Siete Partidas?
–Siete.
–No; las Siete Partidas son catorce.
Pues lo mismo se diga de los Siete Niños de Écija: ni fueron siete ni todos de Écija, que los había de tierras aledañas de Marchena, Osuna, Lora del Río y Carmona.
Hubo un tiempo en que Écija se sentía ofendida por hacerle cuna de estos pretendidos hijos bandoleros y de esa «vulgar leyenda que la hace haber sido madre de los bandidos que se conocen con el nombre de los Siete Niños de Écija, pues este nombre lo tomaron, no por el lugar de su nacimiento, sino por el sitio que fue teatro de sus fechorías».
Todos ellos fueron cayendo ante la justicia, unos antes y otros después, unos ahorcados, otros a garrote. También el sino de fray Antonio de Legama, el Fraile, estaba echado. El 27 de septiembre de 1817 –hoy hace de ello 199 años– subió al patíbulo de la Plaza de San Francisco de Sevilla donde le aguardaba el verdugo Andrés Cabeza, que lo ejecutó a garrote vil. Su cuerpo, que pasó a mejor vida, como bien se dice, fue descuartizado, y parte de ellos descansó en el osario de la parro­quia de San Pedro. Nada pudieron hacer los padres terceros, aunque lo intentaron, por rescatarle de la terrible pena de muerte.

viernes, 23 de septiembre de 2016

Maquillar una biografía

No es infrecuente, ni mucho menos, el maquillaje de una biografía, sea propia o ajena, libro de memorias o relato de un personaje histórico. El maquillaje no deja de ser una adulteración de la veracidad de la historia.
Digo esto porque aborrezco silenciar o adulterar cualquier dato relevante del personaje que estoy biografiando. Me ha ocurrido con mi último libro, dedicado al célebre cardenal Segura. Un venerable sacerdote sevillano me dijo:
–No lo cuentes. Eso hace daño a la Iglesia.
Lo que hace daño a la Iglesia es ocultar la verdad, o mentir. Sobre todo, cuando la persona biografiada ya es historia. Es lo que me soltó otro no menos venerable periodista cuando se lo conté:
–Olé con sus… ¡Eso es un tío!
Y todo porque el controvertido cardenal, que se las daba de muy piadoso, tuvo un hijo en su juventud, cosa que corría por los mentideros de Sevilla, desvirtuados los datos, lo que no era novedad. Faltaban las fuentes escritas y ellas vinieron cuando se abrieron en el Vaticano los Archivos Secretos del tiempo de Pío XI.
Algunos, aunque pocos, se han rasgado las vestiduras, entre ellos alguna túnica episcopal.
Ya dijo Pío XII el 13 de junio de 1943:
–La Iglesia no teme la luz de la verdad, ni por el pasado, ni por el presente, ni por el futuro.
Mi querido don Quijote se adelantó unos siglos cuando señala en el capítulo 3 de la segunda parte de la inmortal obra de Cervantes:
–Los historiadores que de mentiras se valen habían de ser quemados, como los que hacen moneda falsa… La historia es como cosa sagrada; porque ha de ser verdadera, y donde está la verdad, está Dios, en cuanto a verdad.
Y muchos siglos antes, Cicerón vino a decir en su De Oratore, Liber II, 15:
–Quién ignora que la primera ley de la historia es que no se diga nada falso; después, no esconder nada de la verdad, para que, al escribir, no existan sospechas de partidismo o de simulación.
Hace unos trece o catorce años, cierta congregación religiosa femenina me pidió la biografía de su fundadora. Me pasé dos meses de aquel verano recogiendo datos. Acudí también a la ciudad donde se hallaba la Casa Madre de la congregación. Y allí observé cómo se me ocultaban ciertos documentos y papeles que uno, por viejo y experimentado, intuye y huele.
Resultado. Al volver a Sevilla, recibo la llamada de la superiora general diciéndome que se rompía el contrato. Que no siguiera adelante. Pero a la susodicha señora no se le ocurrió pensar que ocupé todo un verano en la investigación, realicé un viaje, tuve gastos… Nada, que no siga.
Os contaré un par de cosas de la fundadora y de paso del fundador, ambos, advierto por adelantado, santas personas, y la fundadora ya en estos momentos beatificada por la Iglesia.
Tengo la Positio por delante y he podido refrescar la memoria. La Positio super virtutibus recoge en un tomo grueso –en este caso es más bien delgado– los datos obtenidos por una investigación diocesana sobre las virtudes heroicas del candidato o candidata para su presentación a la Congregación para las Causas de los Santos. Examinada por un comité de expertos, historiadores y teólogos, servirá de paso previo a que el Papa promueva al candidato de Siervo de Dios al grado de Venerable.
Pues bien, en esta Positio se decía que la candidata había sido casada, viuda y fundadora, ayudada en esto por su padre espiritual, un capuchino.
Lo que no dice la Positio, ni supieron los expertos romanos, es el cómo de su casamiento. Toda una escena propia del romanticismo del siglo XIX, época en que sucedió la boda. Ella ya es mayor de edad, su padre duerme en el piso de arriba de la casa. Es madrugada, ella en el piso de abajo, se asoma a una ventana enrejada que da a la calle, el novio está por fuera, con el sacerdote que los casa y un par de testigos. Y así se fraguó el casamiento, a la luz de la luna. Lo que se hizo con nocturnidad y no me atrevería a decir que con alevosía.
Pregunto: ¿Se puede prescindir en una biografía contar el casamiento tan atípico de esta fundadora? Al parecer, a la madre general le parecía algo no oportuno.
Después tuvo su vida de casada durante una serie de años, en la que su marido, un señorito andaluz, le daba malos tratos, venía borracho a casa, etc. Y una suegra insoportable. Y ella que lo sufría todo con resignación cristiana.
Tras la muerte del marido, funda un instituto religioso y pronto se extiende su fundación hacia otras regiones de España.
Hay un segundo punto, tampoco vislumbrado en la Positio. En cierto momento hubo tensiones en la congregación, que repercuten en la fundadora y en el fundador. Hay calumnias de por medio y el fundador es echado de la orden capuchina y la fundadora relegada a un segundo puesto.
¿Es que no se ha de hablar de ello? Precisamente, y poseo documentación inédita que no conocen las monjas, yo podía demostrar la santidad de ambos fundadores en todo este embrollo, en el que salieron a la luz miserias de otras personas.
Pues no había que hablar de ello. Yo era un imprudente que fisgaba en los papeles y la biografía debía de ser un libro piadoso, aunque se oculte la historia. Tengo otros curiosos casos, alguno de una institución poderosa en la Iglesia. Pero esto lo contaré, si hay lugar, a la hora de mi testamento, por si acaso.
Entre tanto, así me va la vida.

domingo, 18 de septiembre de 2016

María de la Purísima, ¡se nos fue al cielo!

Hoy, 18 de septiembre, celebra la Iglesia la primera festividad de Santa María de la Purísima de la Cruz, después de su canonización el pasado 18 de octubre en la Plaza de San Pedro, domingo del Domund.
Cuando hace unos días, el papa Francisco canonizó a Teresa de Calcuta, se dijo que había sido una canonización exprés. Pues con todo lo grande y universalmente conocida que es Madre Teresa de Calcuta, hay una sencilla monja española que le ha ganado en la escalada a los altares. Me refiero a María de la Purísima, Hermana de la Cruz. Madrileña de nacimiento, pero fabricada santa en Sevilla, murió un año después que Teresa de Calcuta y ha subido a los altares un año antes. Madre María de la Purísima murió el 31 de octubre de 1998 (Teresa falleció el 5 de septiembre de 1997) y fue canonizada el 18 de octubre de 2015 (Teresa de Calcuta lo ha sido casi un año después, el 4 de septiembre, hace unos días).


María de la Purísima murió en Sevilla de cáncer.
Al amanecer de ese 31 de octubre llamaron al capellán don José Polo para que le administrara la unción de enfermos. Cuenta el capellán, mi buen amigo:
–Me causó un gran impacto, que no olvidaré nunca, cuando me llamaron con urgencia, a las siete de la mañana… Yo no esperaba un desenlace tan rápido de su enfermedad. Al verla rodeada de todas sus hijas, recordé la frase de santa Teresa de Jesús: «En fin, Señor, soy hija de la Iglesia».
Llamaron también al médico, don Antonio Gallardo, el cirujano que la operó.
Cuenta el doctor:
–Lo que encontré en la enfermería es para verlo, pues, por mucho que lo explique, es difícil hacerse una idea. En el largo pasillo de la enfermería y en la habitación que ocupaba la enferma, no cabía nadie más; un silencio absoluto a pesar del llanto de todas las religiosas que allí se encontraban. Estaba en coma, con gran disnea, tratada con oxígeno y en situación irreversible.
Y volviéndose hacia las Hermanas, les dijo:
–La Madre ya hace tiempo que vive en el Cielo.
Aún con vida, las Hermanas fueron pasando en silencio y llorosas a besarle la mano. Aún tenía vida, pero aparentemente ya no tenía conciencia de nada. A las nueve y media de la mañana expiró. Sábado 31 de octubre de 1998. Tenía 72 años.
–Se fue apagando lentamente, dulcemente –cuenta una Hermana–. No dijo ninguna palabra, no podía ni hacía falta, había dicho ya tantas… había dicho tanto con su vida y con estos días de dolor callado, sufridos en soledad para no hacernos sufrir. Así, dulce y suave, como había sido su vida, se nos fue al cielo, sin hacer ningún gesto, sin querer que nos diéramos cuenta… Yo en ese momento, cuando le cerramos el suero, comprendí, con una evidencia clara y cierta, que acababa de ver morir a una santa. Siempre había pensado que las vidas de santos eran para leerlas en el refectorio, pero en ese momento abarqué una realidad que quizás tenía en el subconsciente hacía mucho tiempo: «Había vivido con un alma santa».
Su muerte fue algo inesperado para las Hermanas. ¿Es posible que tan de repente haya muerto cuando dos días antes les había hablado en la lectura espiritual y hecho el rezo en cruz y de rodillas en la capilla?
Es un silencio lleno de lágrimas el que corre por la Casa Madre.
Preguntó el doctor Gallardo:
–¿Será enterrada en el mismo convento?
Le respondió la Vicaria:
–No podrá ser porque mañana es domingo y el lunes es también festivo por traslado de la festividad de Todos los Santos al lunes y no habrá posibilidad de conseguir los permisos pertinentes.
Al volver horas después el doctor para extender el certificado de defunción, la Vicaria le dijo que se había producido el primer «milagro». A pesar de ser domingo, había sido autorizado por Sanidad (cuyo director se encontraba en Barcelona) para poder ser enterrada dos días después y en el convento sin necesidad de proceder a su embalsamamiento, y por otro lado la Autoridad Eclesiástica había autorizado la inhumación en la Cripta del convento que ocupó Sor Ángela hasta su beatificación.
–¿No cree que esto se puede considerar como un signo especial después de su muerte?
Bajado el cadáver a la capilla, allí estará durante dos días entre el fervor y rezo de las Hermanas, que de todas las casas iban llegando para darle el último adiós, y el revuelo de los sevillanos, que en gentío enorme se arremolinó en torno al convento en cuanto corrió la noticia de su muerte por Sevilla. Comenzaron a llegar personas de toda clase social: antiguas alumnas, sus pobres tan queridos, bienhechores, sacerdotes, religiosos, autoridades… La gente pasaba medallas, rosarios y estampas y luego los besaban. Y traían ramos de flores. Y muchos sacerdotes oficiaron misas, unas tras otras, durante estos tres días de velatorio. No faltaron tampoco las representaciones de las Cofradías sevillanas. Por allí aparecieron los hermanos mayores de la Amargura, la Macarena, el Amor…
El lunes día 2, conmemoración de los fieles difuntos, a las 12 de la mañana, se celebraron las exequias. Presidió la Eucaristía el arzobispo de Sevilla, Carlos Amigo Vallejo, acompañado de cuarenta y nueve sacerdotes. La iglesia, llena, y multitud de gente en la calle.
Terminado el funeral, se formó la procesión para depositar los restos de María de la Purísima en la cripta. El féretro fue llevado por nueve Hermanas que se fueron turnando hasta cuatro veces; detrás, iba el Consejo y familiares de la difunta: su cuñada Mercedes Ojembarrena, viuda de su hermano Guillermo, y sus sobrinos Guillermo y Olga. A continuación las Hermanas; y cerrando la procesión, los cuarenta y nueve sacerdotes con el arzobispo. Depositaron el féretro en el sepulcro donde Sor Ángela había estado enterrada durante 50 años.
La portada del ABC de Sevilla del martes 3 de noviembre es elocuente. Unas Hermanas de la Cruz que llevan el féretro con los restos mortales de María de la Purísima. Una de ellas, con una mano en el rostro quiere tapar su dolor y sus lágrimas.
La exclamación de muchos devotos ante su cadáver o ante su tumba, al depositar un ramo de flores, fue constante:
–¡Ha muerto una santa!
O lo que dijo esa Hermana:
–¡Se nos fue al cielo!

jueves, 15 de septiembre de 2016

El tabaco y Sevilla

En los primeros días de noviembre de 1492, Cristóbal Colón envió a dos de sus hombres, Rodrigo de Jerez y Luis de Torres, a explorar el interior de la isla de Cuba. A su vuelta contaron que habían visto a los indígenas «mujeres y hombres, con un tizón en la mano e hierbas para tomar sus sahumerios», es decir, que llevaban en sus manos un tizón encendido por un extremo mientras lo chupaban por el otro, aspirando y exhalando el humo. Al tizón llamaban tabaco, formado por hojas secas, enrolladas, del cojibá ó cohivá, nombre indio de la planta del tabaco.
Hoy se tiene por el primer fumador de tabaco de nuestro mundo occidental a Rodrigo de Jerez, natural de Ayamonte (Huelva), marino en la expedición de Colón. Y a América por la cuna del tabaco. Cuando vieron por acá cómo Rodrigo de Jerez echaba humo por la boca y las narices le acusaron de mantener relaciones con el diablo y tuvo que habérselas con la Inquisición.

Las Cigarreras, de Gonzalo Bilbao.
Museo de Bellas Artes de Sevilla.

Pero el tabaco se hará pronto popular en Europa. Se dice que fray Romano Pane, en 1518, remitió a Carlos V semilla del tabaco que el emperador ordenó cultivar. Es posible que este cultivo sea el inicio del tabaco en nuestra tierra. En Francia fue conocido en 1560 por Juan Nicot, embajador francés en Lisboa, que lo obtuvo de un flamenco venido de la Florida. Nicot, que ha dado nombre a la nicotina, presentó la planta y el producto en polvo a Francisco II, rey de Francia. Su madre, Catalina de Médicis, que padecía de fuertes jaquecas, lo usó en polvo y resultó remedio milagroso que recomendó y divulgó por su reino.
A finales del siglo XVI el uso del tabaco, especialmente en polvo, estaba extendido por Europa. El cardenal Santa Cruz lo introdujo en Italia; el cardenal Tornabona, en Roma; el rey de las Dos Sicilias, en Calabria y Cerdeña; Walter Raleigh lo trajo de Virginia a Inglaterra.
Y con su uso vinieron las censuras. Se dice que en Rusia se llegó a castigar el consumo del tabaco con la amputación de la nariz. Y el papa Urbano VIII prohibió su uso en polvo o rapé en las iglesias, costumbre que se había extendido entre los fieles e incluso entre los sacerdotes celebrantes. Recogida esta bula por el cardenal Borja, éste ordenó su publicación y cumplimiento en la diócesis de Sevilla. Y así, el domingo 27 de julio de 1642 se leyó entre los dos coros de la catedral la bula del Papa en la que prohibía bajo pena de excomunión latae sententiae que «ninguna persona, eclesiástica, regular, ni seglar, así hombres como mujeres, de cualquier estado, grado, condición, dignidad, calidad, orden o estatuto, exención etiam del Hospital de San Juan de Jerusalén o de otro cualquier privilegio que sean, puedan tomar, ni tomen tabaco en hoja, ni en polvo, ni en humo, por boca o narices, en ninguna de las iglesias de Sevilla, ni de todo su Arzobispado, ni en su ámbito, ni patio de ellas».
Pero hacía algún tiempo que al tabaco se atribuían virtudes terapéuticas aprendidas de los indios. Nicolás Monardes (+1588), médico sevillano, fue el primero que lo cultivó en Europa como medicina curativa. En su libro Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales y que sirven en la medicina, trata extensamente del tabaco y ofrece unas curiosas observaciones para su aplicación médica. Por ejemplo, recomienda calentar la hoja seca para su aplicación en la parte enferma o el frotamiento de los dientes con un cepillo embebido en jugo del tabaco.
Leo en un manuscrito de la Biblioteca Arzobispal de Sevilla: «El día 15, miércoles de este año [1728], Septiembre, se empezó la obra de la Fábrica de Tabacos, entre la Puerta de Jerez y la de la Carne, extramuros de esta ciudad». Naturalmente se refiere a la nueva fábrica, que hoy alberga a la Universidad de Sevilla, y comienza a levantarse con pausada lentitud.
La antigua Fábrica se encontraba en lo que hoy es plaza del Cristo de Burgos. En ese lugar se asentó la primera fábrica del mundo para la elaboración del tabaco, con su estanco o monopolio incluido. En Sevilla comenzaron su elaboración primeramente los particulares, quizás a partir de 1620, según Domínguez Ortiz. Después la Real Hacienda, ante el consumo en incremento del tabaco, arbitró en 1632 el estancarlo y formó, a partir de ahí, la Real Fábrica de Tabacos de San Pedro, levantada por un tal Juan Bautista Carrafa, armenio, con facultad real para su elaboración.
Lo que empezó siendo una fábrica de atarazanas de pequeñas dimensiones a los inicios del siglo XVII, sobre el solar de una antigua mezquita de la Morería, se fue ampliando con la adquisición de nuevos locales adyacentes para la ubicación de sus almacenes, molinos, cuadras y patios, ante la demanda progresiva de este nuevo vicio nacional. En 1730, cuando ya se han puesto los cimientos de la nueva fábrica, operan en la de San Pedro 600 operarios y 170 mulos en los molinos. Y se elaboraban cigarros, no sólo tabaco en polvo.
Ese día, 15 de septiembre de 1728, comenzaron a abrir los cimientos de la nueva Real Fábrica, bajo la dirección del ingeniero militar Ignacio de Salas. Pero poco después se suspendieron y no se reanudaron hasta el 17 de agosto de 1749 para concluirse la parte principal del edificio en 1757. Comenzó la obra el arquitecto Sebastián Van der Borcht y fue concluida por Juan Vicente Catalán y por Bengoechea.
A finales del siglo XVIII, en tiempos de Carlos IV, había empleados hasta doce mil operarios, que movían ciento cuarenta molinos de rapé. A mediados del XIX, se reduce su número a cuatro mil operarios, la mayoría de ellos del sexo femenino, las cigarreras, inmortalizadas por Gonzalo Bilbao, en su célebre cuadro que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, donde aparece en primer plano una cigarrera dando el pecho a su bebé.
Tienen las cigarreras
en el zapato
un letrero que dice:
¡Viva el tabaco!

O la obrita Carmen, de Próspero Mérimée, la cigarrera gitana inmortalizada en la ópera por Bizet. Y tantos otros –Richard Ford, Teófilo Gautier, Charles Davillier, Pierre Louÿs, Palacio Valdés...–, que en sus crónicas de viajes o en sus novelas han asomado por la Fábrica de Tabacos y han exaltado la galanura de estas mujeres de Sevilla. Que lo dice la copla:
Me gusta una cigarrera
más que ochenta señoritas.
¿En la tierra habrá más brío
que tienen las cigarreras? 

viernes, 9 de septiembre de 2016

Pedro Claver, el santo de los esclavos negros

Fuera de la ciudad amurallada de Cartagena de Indias, en el lugar llamado Jardín de Larate, bajo una cabaña hecha de palmas, un viejo negro, echado en el suelo, vivía solo desde hace años. Y desde hace años también, Pedro Claver lo visita con frecuencia, llevándole vestidos, tabaco, frutas. Ese día llovía. Encontró al pobre viejo muy enfermo, agonizante. Le confesó, le dio la extremaunción y al poco tiempo murió.
Llega un barco negrero, y allá corre Pedro Claver, primero que sube al galeón y entra en aquella bodega apestosa donde se hallan encadenados los pobres negros esclavos.


Pedro Claver nació en Verdú, pueblo leridano de la Cataluña llana, en 1580, hijo de unos modestos labradores. Ingresado en la Compañía de Jesús, en Cartagena de Indias se consagró a la instrucción de los esclavos negros por más de cuarenta años. León XIII lo elevó a los altares y más tarde lo declaró celestial Patrono de las misiones de los negros. Su fiesta se celebra hoy 9 de septiembre.
Hay que situarse en aquel momento histórico de una América recién descubierta. Ante las leyes de Indias que protegían a los indígenas y la caída demográfica espectacular de los indios antillanos en la primera mitad del siglo XVI, se creó la necesidad de encontrar una alternativa de mano de obra para colonizar aquel inmenso territorio. Y se encontró en el negro de África, que desde el siglo XV ya se mercaba con ellos en los puertos de Sevilla y Lisboa.
Estudios solventes refieren que de 1595 a 1640 fueron desembarcados en Cartagena de Indias unos 130.000 esclavos negros y una cifra similar en otros puertos del Caribe. Puede decirse que en la bahía de Cartagena arribaban anualmente unos 4.000 negros, provenientes los navíos negreros de Guinea, Cabo Verde o Angola. Alonso de Sandoval, jesuita sevillano, compañero de Pedro Claver, describe el transporte inhumano de estos infelices negros, la mayoría de ellos jóvenes:
–Van tan apretados, tan asquerosos y tan maltratados, que me certifican los mismos que los traen que vienen de seis en seis con argollas por los cuellos en las corrientes [cadenas muy largas] y, estos mismos, de dos en dos con grillos en los pies, de modo que de pies a cabeza vienen aprisionados, debajo de cubierta, cerrados por de fuera, donde no ven sol ni luna, que no hay español que se atreva a poner la cabeza en el escotillo sin almadiarse [marearse], ni a perseverar dentro una hora sin riesgo de grave enfermedad. Tanta es la hediondez, apretura y miseria de aquel lugar. Y el refugio y el consuelo que en él tienen, es comer de veinticuatro a veinticuatro horas no más que una mediana escudilla de harina de maíz o de mijo, o millo crudo, que es como el arroz entre nosotros; y con un pequeño jarro de agua, y no otras cosas; sino mucho palo, mucho azote y malas palabras… Llegan hechos unos esqueletos; sácanlos luego en tierra en carnes vivas, pónenlos en un gran patio o corral; acuden luego a él innumerables gentes, unos llevados de su codicia, otros de curiosidad y otros de compasión, y entre ellos los de la Compañía de Jesús, para catequizar, doctrinar, bautizar y confesar a los que se vienen actualmente muriendo…
Alonso de Sandoval ya se hallaba desde hacía unos años en Cartagena cuando llegó Pedro Claver. Y dejó escrito un libro, fruto del contacto con estos esclavos negros, titulado «Tractatus de instauranda aethiopum salute», que es un testimonio sangrante y en vivo de la trata de negros.
Este libro sirve de pauta para describir el marco en el que se movían aquellos intrépidos jesuitas, uno de los cuales, nuestro Pedro Claver, ha merecido de la Iglesia el premio de los altares. Alonso de Sandoval, muerto dos años antes que Pedro Claver, inquieto y rebelde, merece el honor de haber llamado la atención al mundo de su tiempo, y al nuestro, sobre el despiadado problema de la esclavitud.
En cuanto se avistaba un galeón negrero, allá acudía Pedro Claver, con su sotana raída y su manteo negro, a visitar la «cargazón» del barco, cientos de negros en sus bodegas, para ofrecerles los primeros auxilios. Como venían de tantas tribus africanas, aquello era una babel de lenguas. Más de setenta lenguas diferentes distinguió Alonso de Sandoval. Venían negros angolas, congos, jolofos, biafaras, biojos, enau, carabali, etc. Claver, con los años, llegó a aprender algo de angolés, pero eran muchas las lenguas de los negros que venían de África y por ello se valió de intérpretes. Con las limosnas que recibía, pudo comprar hasta siete negros: Andrés Sacabuche e Ignacio Aluanil, angoleses; Ignacio Sofo y Francisco Yolofo, de los grandes ríos de Guinea; Manuel Báfara, José Monzolo… Y sobre todos ellos, Calepino, el esclavo negro que dominaba once lenguas.
Es una contradicción chocante que quien busca la salvación espiritual y corporal de los negros tratase igualmente de comprarlos. Pero Alonso de Sandoval nos da la respuesta. En un principio, los jesuitas solían pedir prestados esclavos negros que pudieran servirles de intérpretes, pero sus dueños se resistían a darlos porque perdían horas de trabajo. Por eso, el Colegio de los jesuitas optó finalmente por comprar negros intérpretes que les sirvieran, después de ser instruidos, en la catequesis y en las arribadas de barcos negreros. Hubieron de pedir para ello permiso en Roma al general de los jesuitas, Muzio Vitelleschi, quien concedió en 1628 retener «los ocho o nueve intérpretes negritos tan necesarios para este ministerio».
En una travesía que ha durado más de dos meses, viene a morir un tercio de la cargazón. Los que llegan vivos, fantasmas esqueléticos, son llevados a unos almacenes o depósitos donde pretenden reponerlos para su venta. Y aquí comienza la labor de Pedro Claver y sus compañeros jesuitas. Después de saciar su sed con agua endulzada con miel y procurado un poco de ropa y otras golosinas, tratan de ganar su confianza y comienza su labor apostólica. José Monzolo, uno de sus negros intérpretes, cuenta en su declaración para la causa de beatificación de Pedro Claver que, seducido por su caridad exquisita, cuando llegó a puerto, le suplicó que lo comprara y que hiciera con él lo que quisiera. Fue uno de sus intérpretes más leales. El manteo de Pedro Claver, gastado por el uso, tenía a veces que lavarlo hasta siete veces, utilizado para arropar a negros exhaustos a punto de expirar.
No dejó escritos, como hiciera su compañero Sandoval, que murió en 1652 de enfermedad infecciosa. Pero nos dejó el testimonio de su vida hecha esclavitud por aquellos negritos que venían a puerto para ser llevados después a los más diversos lugares de América como mano de obra esclava. Él los catequizó, les habló de Jesús, los bautizó.
En 1650 quedó inválido, atacado por el mal de Parkinson. Sobrevive aún cuatro años, inmovilizado y abandonado por muchos. El 8 de septiembre de 1654, festividad de la Virgen, falleció en Cartagena de Indias a los 74 años de edad.
Corrió la voz:
— ¡Murió el santo… murió el padre Claver!
La ciudad se alborotó y comenzó a afluir el gentío. Y a besar la mano del difunto y a tocar los rosarios. Y a despojarlo para llevarse reliquias. Los funerales duraron ocho días y toda la ciudad de Cartagena de Indias pasó ante el cadáver del santo de los negros. 

domingo, 4 de septiembre de 2016

Teresa de Calcuta, una sonrisa de gozo

Una mujer moribunda le dijo a Madre Teresa:
–¿Por qué lo haces?
–Porque te quiero, porque Dios te ama– le contestó.
Y la mujer, sonriente, replicó:
–Dilo otra vez, que es la primera vez en la vida que oigo estas palabras.
Y murió, cuenta Madre Teresa, completamente feliz.
«No pude hacer otra cosa ante ella que examinar mi conciencia. Me pregunté: ¿Qué habría yo dicho si estuviera en su lugar? Mi respuesta fue muy sencilla: habría tratado de atraer un poco de atención hacia mí misma. Habría dicho: “Tengo hambre, me estoy muriendo, tengo frío, siento dolor”, o cualquier cosa. Pero ella me dio algo mucho más precioso, me dio su amor agradecido. Y murió con una sonrisa en su rostro».


 «Había también –prosigue Madre Teresa– un hombre que recogimos en un vertedero, medio comido por los gusanos. Después de haberle traído a casa, dijo: “He vivido en la calle como un animal, pero voy a morir como un ángel, amado y cuidado”. Después de haber sacado todos los gusanos de su cuerpo, lo único que dijo, con una gran sonrisa fue: “Hermana, me voy a casa, a estar con Dios” y se murió. Fue maravilloso ver la grandeza de aquel hombre, que podía hablar de aquella manera, sin acusar a nadie, sin compararse con nadie. Como un ángel. Esta es la grandeza de nuestra gente, son ricos espiritualmente aunque sean materialmente pobres».
Madre de los Pobres, así la calificó Juan Pablo II, el gran amigo de Teresa de Calcuta. En el rezo dominical del Ángelus, a los dos días de su muerte, el Papa alabó la grandeza de esta mujer «reconocida universalmente como Madre de los Pobres». Y en la homilía de la misa de beatificación pidió que «veneremos a esta pequeña mujer enamorada de Dios, humilde mensajera del Evangelio e infatigable bienhechora de la humanidad».
Pequeña mujer, Madre de los pobres, Teresa de Calcuta ha sido una de las personalidades más relevantes del siglo XX, reconocida y respetada su menuda figura no sólo en el ámbito de la Iglesia sino en toda la amplia geografía del mundo. «El mundo quedó huérfano», se escribió cuando ella murió, y el Gobierno indio decidió otorgarle «funerales nacionales con honores militares», reservado para los jefes de Estado.
Ella, que se entregó a Cristo al servicio de los pobres más pobres, recibió 124 premios internacionales, convirtiéndose en la mujer más laureada de la historia. Como sería una letanía interminable enumerarlos todos, reseño aquí un puñado de entre los más prestigiosos: Premio Padmashree (del presidente de la India), agosto 1962; Premio de la Paz Juan XXIII, enero 1971; Premio Internacional John F. Kennedy, septiembre 1971; Premio Nobel de la Paz, diciembre 1979; Bharat Ratna (Joya de India), marzo1980; Orden al Mérito (de la reina Isabel II), noviembre 1983; Medalla de oro del Comité Soviético por la Paz, agosto 1987; Medalla de Oro del Congreso de los Estados Unidos, junio 1997. Y un largo etcétera.
Pablo VI, que la dio a conocer al mundo, al otorgarle en 1971 la primera edición del «Premio de la Paz Juan XXIII», manifestó: «Este premio se confiere a una religiosa que, a pesar de ser modesta y silenciosa, es conocida por quienes observan el arrojo de la caridad en el mundo de los pobres: se llama Madre Teresa y, desde hace veinte años, está desempeñando una maravillosa misión de amor en las calles de la India a favor de los leprosos, de los viejos, de los niños abandonados». Ese mismo año, Madre Teresa recibió el «Premio Buen Samaritano» en Boston.
Siguiendo la máxima de su madre, Madre Teresa nos dejó este mensaje: «Cuando por los años no puedas correr, trota. Cuando no puedas trotar, camina. Cuando no puedas caminar, usa el bastón. ¡Pero nunca te detengas!». Será la máxima de su vida, hasta el final, hasta rendirse agotado su corazón. Solía repartir unas estampas con una oración detrás, donde se rezaba: «El fruto del silencio es la plegaria. El fruto de la plegaria es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz».
Los últimos años de su vida los vivió con un marcapasos que le implantaron en 1982. Y estuvo internada en no pocos hospitales en Estados Unidos, Roma o Calcuta, allá donde le pillaba un nuevo amago de la insuficiencia cardiaca que padecía. Ya en 1989 quiso dejar su cargo de superiora general por los problemas de salud, pero no será hasta marzo de 1997, el año de su muerte, cuando una cincuentena de religiosas venidas del mundo entero decidió por fin buscarle relevo, que recayó en sor Nirmala, que dirigía la rama contemplativa de la congregación. Nacida en 1934 en Ranchi, nordeste de la India, dentro de una familia militar brahmana de origen nepalí, se convirtió al cristianismo a los 24 años al calor de Madre Teresa.
Meses más tarde, 5 de septiembre de 1997, Madre Teresa falleció en un hospital de Calcuta de un paro cardíaco, no podía ser de otro modo. Había cumplido 87 años. Trasladado su cuerpo a la iglesia de Santo Tomás, durante toda una semana fue venerado por medio millón de personas que acudieron a darle el último adiós. «La India ha perdido a su madre; el mundo ha perdido al apóstol de la paz y el amor. Con su muerte el mundo y especialmente la India son ahora más pobres», manifestó el primer ministro indio y su Gobierno decretó tres días de luto nacional y funerales con honores militares. Envuelto su cuerpo en la bandera india, blanca, verde y azafrán, fue transportado el féretro hasta el estadio Netaji en un histórico armón que había transportado al padre de la patria india, el Mahatma Gandhi, asesinado en 1948, para oficiarse el funeral. El presidente de la India, dos reinas, Sofía de España y Noor de Jordania, la primera dama norteamericana Hillary Clinton, los presidentes de Italia y Albania… y un largo etcétera de altas personalidades del mundo acudieron a darle el último adiós. Pero también estaban allí, en el estadio, los pobres de Calcuta. Y el mundo entero, a través de la televisión. Su tumba se halla en la Casa madre de la congregación, ubicada en el centro de Calcuta, lugar de peregrinación y encuentro de tantos devotos de Madre Teresa que acuden de todo el mundo.
Beatificada el 19 de octubre de 2003 por Juan Pablo II, será canonizada este domingo 4 de septiembre por el papa Francisco.
Nos dejó muchos pensamientos y oraciones. Valga como colofón esta «Oración para sonreír»:
–Señor, renueva mi espíritu y dibuja en mi rostro sonrisas de gozo por la riqueza de tu bendición. Que mis ojos sonrían diariamente por el cuidado y compañerismo de mi familia y de mi comunidad. Que mi corazón sonría diariamente por las alegrías y dolores que compartimos. Que mi boca sonría diariamente con la alegría y regocijo de tus trabajos. Que mi rostro dé testimonio diariamente de la alegría que tú me brindas. Gracias por este regalo de mi sonrisa, Señor. Amén.