martes, 27 de septiembre de 2016

«El Fraile» de los Siete Niños de Écija

El 1 de julio de 1817 se pregonó un edicto de la Real Audiencia de Sevilla de persecución de los Niños de Écija. En él aparecen los nombres de Pablo de Aroca, alias Ojitos, el jefe, Diego Meléndez, Juan Antonio Gutiérrez el Cojo, Francisco Narejo Becerra, José Martínez, El Portugués y El Frai­le. Inmediatamente se formaron por los pueblos cuadrillas de escopeteros que se lanzaron a la captura de la banda.
A lo largo de un año fueron cayendo sus componentes, unos vivos y pasados por la horca o el garrote vil, otros muertos. El Fraile, por nombre fray Antonio de Legama, goza de una vida legenda­ria que ha sido contada por Manuel Chaves en su libro Ambientes de antaño y que deseo resumir aquí.
  

Pertenecía fray Antonio al convento sevillano de los Padres Terceros de Nuestra Señora de Consola­ción, fundado en 1602 por compra de la casa principal de los Céspedes en la collación de Santa Catalina, casa inmediata a la de los duques de Arcos. A este convento trajeron la imagen de la Virgen de Consolación que se veneraba en el convento que estos frailes tenían en Bollullos del Condado, llamado de San Juan de Morañina. Como protestaran los lugareños por la pérdida de su imagen, los frailes les contentaron con otra, bajo la advocación del Socorro. La Virgen de Consola­ción presidió en su tiempo el altar mayor de una iglesia, hermosa y amplia, regida actualmente por la Hermandad de la Cena.
Pues en este convento vivía en paz y gracia de Dios a principios del siglo XIX nuestro buen fraile, natural de la villa de Aguilar de la Frontera, provincia de Córdoba. Profesó de lego y vivía en la paz de aquellos claustros cuando la ocupación de la ciudad por los franceses en 1810 vino a turbar su sosiego, el de los frailes terceros y el de todos los frailes de Sevilla. Porque los franceses dispusieron la exclaustración de los frailes y la ocupación de sus conventos para convertirlos en cuarteles u otros menesteres.
Exclaustrado nuestro fray Antonio de Legama, pasó a su pueblo donde ejerció el bello oficio de domine, enseñando a leer y escribir a la chiquillería del pueblo. Le iba tan bien y estaba tan conten­to en su nuevo quehacer que cuando en 1814 llegó al trono Fernando VII y fueron restituidos los frailes a sus conventos, a fray Antonio no le venían ganas de volver al suyo de Sevilla. Pero fue tanta la insistencia de sus frailes, que un buen día, en la primavera de 1815, vistió de nuevo sus hábitos, se despidió de sus paisanos, montó en una mula y tomó el camino de Sevilla.
Se hallaba por los alrededores de La Luisiana cuando nuestro pacífico viajero se vio rodeado por una partida de forajidos. Eran los Niños de Écija, que se vieron contrariados por la poca fortuna que llevaba el fraile y tentados de acabar con él de un trabucazo. En ese momento una chispa alumbró la mente de fray Antonio y, resuelto a resolver su porvenir, pidió que lo admitiesen en la cuadrilla perjurando mil veces que no se arrepentirían de ello.
Y así fue cómo el fraile tercero del convento de Sevilla pasó a engrosar la lista de los Siete Niños de Écija, que ni fueron siete, sino muchos más los que formaron esta cuadrilla de truhanes a lo ancho de su corta existencia de malhechores, ni la mayoría de ellos eran de Écija.
Es lo mismo que se dice de Las Partidas de Alfonso X el Sabio.
–¿Cuántas son las Siete Partidas?
–Siete.
–No; las Siete Partidas son catorce.
Pues lo mismo se diga de los Siete Niños de Écija: ni fueron siete ni todos de Écija, que los había de tierras aledañas de Marchena, Osuna, Lora del Río y Carmona.
Hubo un tiempo en que Écija se sentía ofendida por hacerle cuna de estos pretendidos hijos bandoleros y de esa «vulgar leyenda que la hace haber sido madre de los bandidos que se conocen con el nombre de los Siete Niños de Écija, pues este nombre lo tomaron, no por el lugar de su nacimiento, sino por el sitio que fue teatro de sus fechorías».
Todos ellos fueron cayendo ante la justicia, unos antes y otros después, unos ahorcados, otros a garrote. También el sino de fray Antonio de Legama, el Fraile, estaba echado. El 27 de septiembre de 1817 –hoy hace de ello 199 años– subió al patíbulo de la Plaza de San Francisco de Sevilla donde le aguardaba el verdugo Andrés Cabeza, que lo ejecutó a garrote vil. Su cuerpo, que pasó a mejor vida, como bien se dice, fue descuartizado, y parte de ellos descansó en el osario de la parro­quia de San Pedro. Nada pudieron hacer los padres terceros, aunque lo intentaron, por rescatarle de la terrible pena de muerte.

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