No es infrecuente, ni mucho menos, el
maquillaje de una biografía, sea propia o ajena, libro de memorias o relato de
un personaje histórico. El maquillaje no deja de ser una adulteración de la
veracidad de la historia.
Digo esto porque aborrezco silenciar o
adulterar cualquier dato relevante del personaje que estoy biografiando. Me ha
ocurrido con mi último libro, dedicado al célebre cardenal Segura. Un venerable
sacerdote sevillano me dijo:
–No lo cuentes. Eso hace daño a la
Iglesia.
Lo que hace daño a la Iglesia es ocultar
la verdad, o mentir. Sobre todo, cuando la persona biografiada ya es historia.
Es lo que me soltó otro no menos venerable periodista cuando se lo conté:
–Olé con sus… ¡Eso es un tío!
Y todo porque el controvertido cardenal,
que se las daba de muy piadoso, tuvo un hijo en su juventud, cosa que corría por
los mentideros de Sevilla, desvirtuados los datos, lo que no era novedad.
Faltaban las fuentes escritas y ellas vinieron cuando se abrieron en el
Vaticano los Archivos Secretos del tiempo de Pío XI.
Algunos, aunque pocos, se han rasgado
las vestiduras, entre ellos alguna túnica episcopal.
Ya dijo Pío XII el 13 de junio de 1943:
–La Iglesia no teme la luz de la verdad,
ni por el pasado, ni por el presente, ni por el futuro.
Mi querido don Quijote se adelantó unos
siglos cuando señala en el capítulo 3 de la segunda parte de la inmortal obra
de Cervantes:
–Los historiadores que de mentiras se
valen habían de ser quemados, como los que hacen moneda falsa… La historia es
como cosa sagrada; porque ha de ser verdadera, y donde está la verdad, está
Dios, en cuanto a verdad.
Y muchos siglos antes, Cicerón vino a
decir en su De Oratore, Liber II, 15:
–Quién ignora que la primera ley de la
historia es que no se diga nada falso; después, no esconder nada de la verdad,
para que, al escribir, no existan sospechas de partidismo o de simulación.
Hace unos trece o catorce años, cierta
congregación religiosa femenina me pidió la biografía de su fundadora. Me pasé
dos meses de aquel verano recogiendo datos. Acudí también a la ciudad donde se
hallaba la Casa Madre de la congregación. Y allí observé cómo se me ocultaban
ciertos documentos y papeles que uno, por viejo y experimentado, intuye y
huele.
Resultado. Al volver a Sevilla, recibo
la llamada de la superiora general diciéndome que se rompía el contrato. Que no
siguiera adelante. Pero a la susodicha señora no se le ocurrió pensar que ocupé
todo un verano en la investigación, realicé un viaje, tuve gastos… Nada, que no
siga.
Os contaré un par de cosas de la
fundadora y de paso del fundador, ambos, advierto por adelantado, santas
personas, y la fundadora ya en estos momentos beatificada por la Iglesia.
Tengo la Positio por delante y he podido refrescar la memoria. La Positio super virtutibus recoge en un
tomo grueso –en este caso es más bien delgado– los datos obtenidos por una
investigación diocesana sobre las virtudes heroicas del candidato o candidata para
su presentación a la Congregación para las Causas de los Santos. Examinada por
un comité de expertos, historiadores y teólogos, servirá de paso previo a que
el Papa promueva al candidato de Siervo de Dios al grado de Venerable.
Pues bien, en esta Positio se decía que la candidata había sido casada, viuda y
fundadora, ayudada en esto por su padre espiritual, un capuchino.
Lo que no dice la Positio, ni supieron los expertos romanos, es el cómo de su
casamiento. Toda una escena propia del romanticismo del siglo XIX, época en que
sucedió la boda. Ella ya es mayor de edad, su padre duerme en el piso de arriba
de la casa. Es madrugada, ella en el piso de abajo, se asoma a una ventana enrejada
que da a la calle, el novio está por fuera, con el sacerdote que los casa y un
par de testigos. Y así se fraguó el casamiento, a la luz de la luna. Lo que se
hizo con nocturnidad y no me atrevería a decir que con alevosía.
Pregunto: ¿Se puede prescindir en una
biografía contar el casamiento tan atípico de esta fundadora? Al parecer, a la
madre general le parecía algo no oportuno.
Después tuvo su vida de casada durante
una serie de años, en la que su marido, un señorito andaluz, le daba malos
tratos, venía borracho a casa, etc. Y una suegra insoportable. Y ella que lo
sufría todo con resignación cristiana.
Tras la muerte del marido, funda un
instituto religioso y pronto se extiende su fundación hacia otras regiones de
España.
Hay un segundo punto, tampoco vislumbrado
en la Positio. En cierto momento hubo
tensiones en la congregación, que repercuten en la fundadora y en el fundador.
Hay calumnias de por medio y el fundador es echado de la orden capuchina y la
fundadora relegada a un segundo puesto.
¿Es que no se ha de hablar de ello? Precisamente,
y poseo documentación inédita que no conocen las monjas, yo podía demostrar la
santidad de ambos fundadores en todo este embrollo, en el que salieron a la luz
miserias de otras personas.
Pues no había que hablar de ello. Yo era
un imprudente que fisgaba en los papeles y la biografía debía de ser un libro
piadoso, aunque se oculte la historia. Tengo otros curiosos casos, alguno de
una institución poderosa en la Iglesia. Pero esto lo contaré, si hay lugar, a
la hora de mi testamento, por si acaso.
Entre tanto, así me va la vida.
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