Santa Bárbara cayó «fulminada» del
calendario de la Iglesia en 1969 en su primera revisión tras el Concilio
Vaticano II. Adornada su vida de relatos inverosímiles y teológicamente
sorprendentes, los liturgistas llegaron a una conclusión que ya sabían los
historiadores: las actas martiriales atribuidas a esta santa son fabulosas y ni
siquiera se tiene certeza del lugar de su martirio. Tal vez haya influido
también en esa decisión de eliminarla del calendario litúrgico el hecho de que
la religión de la Santería, tan extendida en el folklore afrocubano y
afrobrasileño, la haya adoptado como a uno de sus dioses, lo que no tiene nada
que ver con la veneración de los santos que tributa la Iglesia Católica.
La santería es una religión que tiene sus
orígenes en la tribu Yoruba de África. Los Yorubas vivían en lo que se conoce
hoy como Nigeria, a lo largo del río Níger. Esclavizados, fueron llevados
muchos de ellos a Cuba, a trabajar en las plantaciones de azúcar, y a Brasil.
La santería surge del sincretismo de la religión que han traído de África y el
cristianismo.
Con el triunfo de la revolución comunista
en Cuba en 1959, más de un millón de cubanos se exiliaron a otros países
(principalmente a Estados Unidos, en Miami, Nueva York y Los Ángeles). Por lo
que la santería cubana se ha propagado a esos nuevos ambientes.
Según la santería, la vida de cada persona
está supervisada por un santo (orisha) que toma parte activa en su vida diaria.
En la fiesta de su santo, la persona debe asistir a misa y a las ceremonias de
ese orisha. Santa Bárbara es uno de esos santos o dioses principales. Vestida
de rojo y con espada en las imágenes católicas (símbolos de su martirio), la
santería la ha identificado con el dios Shangó,
guerrero a quien se le atribuye la fuerza.
Pero esta santa, de existencia dudosa, a la
que se invoca cuando truena, ha gozado en la Edad Media de una popularidad
ingente, siendo colocada en la lista de los catorce santos «auxiliadores». Su
devoción se inició en Oriente y se propagó por Occidente con un fervor tan
extendido que no había lugar en los pueblos de Europa que no tuviera un templo
o capilla erigidos en su honor.
Las Passio de la santa —que son
múltiples y escritas en distintas lenguas, latín, griego, siríaco, armenio...—,
se remontan al siglo VII; por tanto, cuatro siglos posteriores a su supuesto
martirio. Fuentes tan diversas y tan lejanas de los acontecimientos que relatan
necesariamente tienen que estar plagadas de elementos legendarios y
contradictorios entre sí.
Resumiendo lo que tan variadas fuentes
cuentan de ella, diré que su martirio sucedió en el siglo III o tal vez a los
inicios del IV. Hay quien coloca su suplicio bajo el imperio de Maximino el
Tracio (235-238) y quien sostiene que ocurrió bajo Maximiano (286-305) o
Maximino Daia (308-313). Si nos preguntamos por el lugar, la duda es más
acentuada. Se habla de Antioquía, Nicomedia de Bitinia o incluso de una
localidad llamada Heliópolis, en la región de Anatolia, todas ellas en la
actual Turquía. Y para complicar más la cosa, los italianos la hacen vivir en
Toscana y muerta en Scandriglia, cercana a Rieti, que guarda en su catedral un
sepulcro que dicen conserva sus restos mortales.
Nos encontramos así con una santa mártir,
querida y venerada profundamente por devotos de todos los tiempos, de la que
hay dudas profundas sobre la población que le dio a luz y las ciudades que
disputan a Rieti la posesión de sus reliquias. Entre ellas, Arezzo, Nicomedia
(hoy Izmit, Turquía) y Torcello.
El nuevo Martirologio Romano,
reformado tras el Concilio Vaticano II, es muy escueto al referirse a esta
santa. Señala simplemente el día 4 de diciembre: «Conmemoración de santa
Bárbara, de la cual se dice que fue virgen y mártir en Nicomedia, en la actual
Turquía (s. III/IV)». El antiguo Martirologio era más explícito: «En
Nicomedia, el triunfo de santa Bárbara, virgen y mártir, que, en la persecución
de Maximino, después de atormentada con dura prisión y abrasada con hachas,
sufrió, entre otros tormentos, que le cortasen los pechos, y consumó el martirio
por la espada».
Los católicos veneramos a los santos,
sabiendo que son seres humanos como nosotros y que han vivido heroicamente su
fe, han muerto y viven en el cielo donde interceden por nosotros por la
participación en la gloria de Jesucristo.
Dejando a un lado las fantasías legendarias
que encubren la vida de santa Bárbara y su usurpación por la santería, la
piedad popular la invoca como patrona de la buena muerte y contra la muerte
imprevista. Hagamos nuestra la plegaria que aparece en la letanía de los
santos:
—De la muerte súbita e imprevista, líbranos
Señor.
Y también la oración de los viejos
eucologios o devocionarios que contenían los oficios de los domingos y
principales festividades del año:
—Señor, concédenos que, por intercesión de
santa Bárbara podamos recibir el sacramento del Cuerpo y la Sangre de Nuestro
Señor Jesucristo antes de la muerte.
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