sábado, 14 de diciembre de 2019

Muerte de San Juan de la Cruz


Fray Juan de la Cruz está hecho «un lastimoso Job, lleno de llagas, de dolores y de intolerables mortificaciones». Con la llegada a Úbeda se ha agravado su enfermedad. Y el Santo soporta los dolores con infinita paciencia. Y más paciencia aún con el prior Francisco Crisóstomo, «áspero de condición y algo corto».
Fray Diego de la Concepción, prior de La Peñuela, vino a visitar al enfermo. Y observó que no sólo llevaba con paciencia sus dolores sino también la condición del prior del convento.
–No hacía con él lo que tenía obligación –cuenta– y a mí me pareció que lo tenía de mala gana en su convento, llorando y gruñendo lo que comía. Y, como vi esto, dije un día al prior que no llorase lo que con aquel Santo gastaba; ni le gruñese ni mostrase mala cara de hombre apretado.
El prior «llora y gruñe» que el enfermo es una carga para la economía de un convento tan pobre. Que no se queje tanto, le aconseja Diego de la Concepción. Y al volver a La Peñuela envió cuatro fanegas de trigo para el convento de Úbeda y seis gallinas para el enfermo. ¿Le darían siquiera un caldo de gallina a fray Juan? No lo refieren las crónicas.


 Fray Bernardo de la Virgen, enfermero de fray Juan de la Cruz, cuenta la repugnancia que el prior mostraba al Santo.
–En todo lo que podía hacerle molestia –confiesa– se la hacía, aun en la enfermedad larga y penosa de que murió, mandando que nadie le entrase a ver sin licencia expresa suya, y él entraba muchas veces en la celda del enfermo, y le decía siempre palabras de mucha pesadumbre, trayéndole a la memoria cosas pasadas, como vengándose.
El prior quitó el oficio de enfermero a fray Bernardo. ¿Porque estaba haciendo bien su oficio? Pero fray Bernardo no se achicó. Escribió a Antonio de Jesús y le notificó lo que pasaba. Vino a Úbeda el provincial el 27 de noviembre, y reprendió al prior de su poca piedad. Devolvió el cargo al enfermero y le dijo que cuidase con esmero del enfermo.
Fray Juan de la Cruz, sumido en su camastro, calla ante el prior y no protesta ni una queja. Ha sido la norma de su vida: el silencio. Su enfermero puede atestiguar que, en las ocasiones de pesadumbre, que fueron muchas, jamás le oyó decir al enfermo una palabra contra el prior. Las curas son cada vez más dolorosas y el estado del enfermo se agrava cada día. Los testimonios de frailes que testificaron de la enfermedad y muerte de Juan de la Cruz son múltiples. Voy a espigar algunas declaraciones:
Agustín de San José nos dice:
–En el curso de la enfermedad se le hinchó una pierna, y mandando el médico que le diesen un baño de agua tibia, el enfermero le dio un poco de agua más caliente que era menester. De donde resultó que toda aquella hinchazón se le quedase y cuajase allí con una dureza muy grande, de lo cual procedió hacérsele cinco llagas. La primera me dijo que le daba grande devoción, que fue en el lugar del clavo (de Cristo). Las otras cuatro se las abrió el médico, y una estando yo presente.
El suprior de Úbeda, fray Fernando de la Madre de Dios, cuenta:
–Un día el licenciado Ambrosio de Villarreal, cirujano que le curaba, le abrió con unas tijeras desde el talón del pie para arriba en la pierna, al parecer de este testigo más cantidad de un jeme, poco más o menos...
Un jeme es la distancia que hay desde la extremidad del dedo pulgar a la del índice, separado el uno del otro todo lo posible.
–El Santo no hizo sentimiento ni se quejó —prosigue—, antes vuelto al médico, con palabras suaves y blandas, mirando la llaga que le había abierto, dijo: «¡Jesús!, ¿eso ha hecho?» Y asistiendo muchas veces este testigo y otros religiosos a las curas que le hacían, y cortándole pedazos de la pierna, estaba con tan grande paciencia, que este testigo y los demás se admiraban del gran sufrimiento que el Santo tenía en tan terribles tormentos; y era de suerte que parecía o que era de piedra o insensible. El licenciado Villarreal, conociendo los terribles dolores que el Santo padecía, estaba admirado de verle padecer con tanta suavidad y alegría, y decía muchas veces que le parecía que era imposible padecer lo que padecía si no fuera, como era, tan santo y con mucho amor de Dios.
El prior ha rectificado en su actitud y se excusa ante el enfermo diciéndole que la casa era tan pobre que no podía regalar nada como él hubiera querido. Fray Juan, como no dándole importancia, le contesta:
Padre Prior, yo estoy muy contento y tengo más de lo que merezco. No se fatigue ni aflija, que hoy esté esta casa con la necesidad que sabe. Tenga confianza en nuestro Señor, que tiempo vendrá en que esta casa tenga lo que hubiere menester.
El 13 de diciembre, día de santa Lucía, le dieron la extremaunción, «que recibió atentísimo, rezando y respondiendo al preste con los demás del convento».
El prior busca un libro con las recomendaciones del alma. Fray Juan lo nota y le dice: «Dígame, Padre, de los Cantares, que eso otro no es menester». Y el cantor por excelencia del amor pide que en la hora de su muerte le reciten del Cantar de los Cantares, que ha sido como la fuente de inspiración de su Cántico Espiritual.
Y es que se muere un poeta, el más sublime poeta místico. Traspuesto está con un crucifijo elevado en su mano.
Preguntaba con frecuencia la hora. Como presintiendo llegado su momento.
–¿Qué hora es? –pregunta al enfermero.
–Las once.
–Ya se acerca la hora de los maitines que diremos en el cielo.
–¿Qué hora es? –pregunta al cabo de un rato.
–Las once y media.
–Ya se llega mi hora; avisen a los religiosos.
A las doce, tocan la campana a maitines.
–¿A qué tañen? –pregunta el Santo.
–A maitines.
–¡Gloria a Dios, que al cielo los iré a decir!
El crucifijo que tenía en una mano lo entregó a un seglar que se hallaba en la celda, metió las manos debajo de la ropa, compuso todo el cuerpo y, sacando los brazos, tomó de nuevo el crucifijo. Cerró los ojos, pronunció las últimas palabras de Jesús en la cruz: En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu, y expiró. Llovía copiosamente. Era la madrugada del 14 de diciembre de 1591, sábado. Tenía fray Juan de la Cruz cuarenta y nueve años.

No hay comentarios:

Publicar un comentario