Sevilla se despide del año
2014 con cielo luminoso de sol pero con un frío que te congela hasta el
pensamiento. A ver si soy capaz de despedir el año junto a vosotros sin que se
me congelen las meninges. Con este frío, si el cielo estuviese cargado de nubes
y lloviese, seguro que la lluvia caería en forma de copos de nieve. Sería bello
para la gente joven que no ha visto nevar salvo en la tele. Pero en Sevilla,
que sepan todos, también ha nevado de vez en cuando. Al menos, una vez por
siglo. Recuerdo la nevada que cayó en Sevilla la noche del 2 de febrero de
1954. Yo tenía doce años y estudiaba tercero de Bachillerato en los Maristas.
Comenzó a nevar a eso de las diez de la noche. A la mañana siguiente, la ciudad
apareció toda blanca con un espesor de al menos 8 ó 9 centímetros. Para la
chavalería fue todo un acontecimiento en el colegio. Un bonito recuerdo de ver
a una Sevilla blanca, aunque no fuese Navidad.
Esto me da pie para
recordar aquí algunas otras nevadas que he podido recoger de los Anales de
Sevilla como hecho insólito que cada generación puede contemplar, si tiene
suerte, una vez en la vida. El 3 de enero de 1622 nevó copiosamente en la
ciudad. Ya dice el refrán que «cuando nieva por enero, no hay año fullero».
Debió de ser así, aunque no tengo mayores referencias de tal acontecimiento. El 13
de marzo de 1754, ya en el siglo XVIII, nevó con tal abundancia, que el cabildo
catedral no pudo hacer estación al convento de San Leandro como tenía por
costumbre en su día. Otra gran nevada sorprendió a Sevilla el 11 y 12 de enero
de 1820, «cubriendo sus edificios y sus campos como de una inmensa sábana,
interceptando sus calles con más de media vara de nieve». Pero me voy a referir
especialmente a la nevada que cayó en Sevilla el 16 de enero de 1885. Aquel
día, un manto de nieve envolvió el amanecer de la ciudad. Comenzó a media
noche y duró la nevada hasta las once de la mañana: los copos de nieve llegaron
a formar una capa de diez centímetros. Fue un día grande de fiesta para
Sevilla: la gente pululaba por las calles, donde surgían a cada paso episodios
cómicos de resbalones y caídas. ¡La falta de costumbre! Don Santiago Magdalena,
provisor y vicario general del arzobispado, comentaba displicente, según
recuerda Luis Montoto en sus memorias:
–¡Pelusillas! ¡Se emboban
ustedes viendo caer esas pelusillas…! ¡Vivieran en mi país, en Asturias...!
Don Santiago Magdalena se
topa en el patio del Palacio arzobispal con el secretario del cardenal dominico
fray Ceferino González. Don Silvestre, que así se llamaba, secretario de Cámara
y Gobierno, es más sordo que una tapia. Don Santiago le pregunta:
–¿Despachó usted con el
señor?
Don Santiago debe aguardar
a que don Silvestre se aplique el aparato auricular, a modo de trompetilla, que
siempre lleva consigo. Le repite la pregunta:
–¿Despachó usted con el
señor?
–Hoy no despacha su Eminencia
–contestó don Silvestre–. Dice el señor que está muy entretenido viendo
nevar...
–¡Hombre, un asturiano
como él!
–Eso observé yo –replicó
el sordo de don Silvestre–, pero su Eminencia, que es vivo como un rayo, me
replicó: «¡Si estuviéramos en Asturias no me sorprendería...! ¡Estamos en
Sevilla!».
Sin nieve, pero con frío y
sol, Feliz Año 2015 a todos.
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