En un relicario del
monasterio de la Encarnación de Ávila, donde Teresa de Jesús pasó años de vida
religiosa antes de la fundación de su primer Carmelo de San José, se
conserva un pequeño dibujo, en papel y tinta, de fray Juan de la Cruz, en el
que se aprecia su habilidad artística. Es un Cristo muerto en la cruz bajo una
perspectiva sumamente original en aquellos tiempos. La tradición cuenta que se
hallaba fray Juan orando en una tribuna interior que da al crucero del templo
de la Encarnación cuando recibió la visión de Cristo crucificado, que presto
plasmó con maestría en un papel. Pintado en escorzo, aparece el Cristo en una
perspectiva tomada de arriba abajo, un virtuosismo que sólo podía venir en aquel
entonces de una mente artísticamente privilegiada. Salvador Dalí apreció este
original ángulo de visión y lo tradujo en un imponente cuadro, llamado
precisamente «Cristo de San Juan de la Cruz».
El santo carmelita Juan de
la Cruz dibujó su Cristo en una fecha imprecisa durante su estancia de confesor
de la Encarnación, es decir, de 1572 a 1577. Regaló el dibujo a una de sus
predilectas hijas espirituales, Ana María de Jesús, «diciéndole el misterio que
tenía y que le guardase para su devoción. Ella lo guardó con gran veneración
toda la vida, y al fin de ella le entregó como preciosa reliquia a doña María
Pinel, religiosa, priora que después fue del mismo convento, la cual le tiene
en particular relicario con adornos y estima digna de tal prenda, por serlo de
un tan gran padre y maestro de aquella casa».
En el número especial de
1952, editado por la Scottish Art Review,
Dalí explica su pintura con las siguientes palabras:
–La posición de Cristo ha
provocado una de las primeras objeciones respecto a esta pintura. Desde el
punto de vista religioso, esa objeción no está fundada, pues mi cuadro fue
inspirado por los dibujos en los que el mismo san Juan de la Cruz representó la
Crucifixión. En mi opinión ese cuadro debió ser ejecutado como consecuencia de
un estado de éxtasis. La primera vez que vi ese dibujo me impresionó de tal
manera que más tarde, en California, vi en sueños al Cristo en la misma
posición pero en paisaje de Port Lligat y oí voces que me decían: «¡Dalí tienes
que pintar ese Cristo!». Y comencé a pintarlo al día siguiente. Hasta el
momento en que comencé con la composición, tenía la intención de incluir todos
los atributos de la crucifixión –clavos, corona de espinas, etc.– y de
transformar la sangre en claveles rojos sujetos en las manos y los pies, con
tres flores de jazmín sobresaliendo de la herida del costado. Las flores
hubieran sido realizadas a la manera ascética de Zurbarán. Pero justo antes de
finalizar mi cuadro, un segundo sueño modificó todo esto, tal vez a causa de un
proverbio español que dice: «A mal Cristo, demasiada sangre». En ese segundo
sueño, vi el cuadro sin los atributos anecdóticos: sólo la belleza metafísica
del Cristo-Dios. También había tenido al principio la intención de tomar como
modelos para el fondo a los pescadores de Port Lligat, pero en ese sueño, en
lugar de ellos, aparecía en un bote un campesino francés pintado por Le Nain,
del cual sólo el rostro había modificado a semejanza de un pescador de Port
Lligat. Sin embargo, visto de espaldas, el pescador tenía una silueta
velazqueña. Mi ambición estética en ese cuadro era la contraria a la de todos
los Cristos pintados por la mayoría de los pintores modernos, que lo
interpretaron en el sentido expresionista y contorsionista, provocando la
emoción por medio de la fealdad. Mi principal preocupación era pintar a un
Cristo bello como el mismo Dios que él encarna.
El cuadro de Salvador Dalí
recibe el nombre de «Cristo de San Juan de la Cruz», pintado en 1951, óleo sobre
lienzo, 205 cm × 116 cm, conservado en el Museo Kelvingrove de Glasgow, Reino
Unido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario