jueves, 8 de enero de 2015

Sermones para leer en el bus

Acaba de aparecer mi nuevo libro «Sermones para leer en el bus» con el subtítulo «Prédicas de Juan Párroco en su Parroquia de papel». Reproduzco aquí el prólogo del libro:

Que Dios perdone mi atrevimiento, amén. Aunque mi nombre de pila sea Carlos Ros, mi nombre de batalla es Juan Párroco y mi Parroquia es tan sólo de papel, tan frágil y sutil ella. Me permitiré, por tanto, con permiso de la autoridad y si el tiempo –es decir, mi salud– me lo permite, hablar de lo divino y de lo humano. Escribo las cosas que buenamente se me ocurren, siempre por derecho de la ley de Dios, que habéis de saber que a uno no le falta cierta chispa, según es notorio y voz pública en el entorno en que me muevo, y no me falta erudición y libros en mi biblioteca para acallar al mejor licenciado.


En mi Parroquia de papel pasa esto, que uno escribe porque tiene que escribir y habla porque tiene que hablar. Que para eso soy el párroco de mi Parroquia de papel. Pero es posible que me llegue algún joven y me diga:
–Los sacerdotes sois los únicos que habláis en la iglesia.
Y exclame:
–¿Por qué no escucháis también vosotros?
Bien pensado, comprendo que no le falta razón. Si fuera posible ese milagro de la bilocación, de hallarse al mismo tiempo en dos lugares diferentes, apostaría por vernos en el altar y bajo el coro al mismo tiempo. A la vez que hablamos, oiríamos los soporíferos rollos que no pocas veces ensartamos a la sumisa grey.
Yo digo a este joven que el derecho a la palabra pertenece al pueblo de Dios en su totalidad y no está reservado exclusivamente a los sacerdotes. Pero nosotros tenemos el deber, la vocación, la misión, etcétera, de confirmar a los hermanos en la fe.
Animo a todos, sin renunciar a sus parroquias de verdad, sólidas en sus cimientos, y bien conducidas por vuestros queridos párrocos, a participar también en esta mi Parroquia de papel. Si me escribís, compartiré vuestros deseos, incertidumbres o preguntas inquietantes. Y si nadie me escribe, haré como el santo Francisco de Sales, obispo de Ginebra y patrono de los periodistas. Sacaba unas hojillas y las iba repartiendo de puerta en puerta.
Son estos unos «sermones» que lanzo desde hace algún tiempo a parroquianos digitales, unos 120. Con ellos sostengo, de una u otra manera, una amistad o al menos un contacto cálido en estos años, enganchados unos desde un principio, adheridos otros después e incluso alguno recientemente. Pero en todos he sentido un deseo, al menos tácito, de recibir gratamente estas comunicaciones mías. Alguna que otra vez, me han manifestado su discrepancia sobre cualquier punto y lo he aceptado como no puede ser de otro modo. Porque el discrepar matiza y enriquece las opiniones. Y porque confieso que no me considero infalible.
Pero también ha habido –y confieso que es una excepción– quien me ha enviado una nota discrepante que me ha sonado a ofensa, viniendo sobre todo de un señor mitrado, en un correo en que afirmaba que digo «alguna que otra estupidez».
Es decir, que para monseñor soy un necio, un falto de inteligencia, un torpe notable en comprender las cosas.
¡Pues muchas gracias! Sobre todo, viniendo de quien viene. Como he llegado a pensar que lo que envío debe ser para él spam (correo basura), lo he borrado de la lista de parroquianos. Si fuera santo –que no lo soy–, hubiera aceptado la reprimenda de monseñor con espíritu penitencial cristiano. Le pasó a Teresa de Jesús –con la que no me puedo comparar, aunque le tengo mucha devoción y he escrito una biografía sobre la Santa andariega de Ávila– que yendo de Pastrana a Toledo, después de haber fundado en ese pueblo alcarreño un convento de monjas y otro de frailes, viajó en un coche lujoso puesto por la señora del lugar, la célebre tuerta princesa de Éboli.
Al llegar a la ciudad imperial, un clérigo chiflado le soltó:
–¿Vos sois la santa que engañáis al mundo y os andáis en coche?
Madre Teresa, en vez de reprenderlo, confesó con humildad:
–¡No hay quien me diga mis faltas como éste!
Y desde entonces rehusó viajar en coche, prefería ir en carro.
Pero un servidor no es Teresa de Jesús. He preferido usar el símil del Señor en la noche del viernes santo. Mientras le interroga el sumo pontífice Caifás, un sayón le pega un bofetón a Jesús, diciéndole:
–¿Así contestas al Sumo Sacerdote?
Jesús le respondió:
–Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?  (Juan 18, 19-24).
Pues eso. Si he dicho alguna que otra estupidez, dime en qué…
Estos «sermones» circulan también por el ancho mundo a través de mi blog. Y es así cómo ya ha sido visitado por 217 países, que tengo un contador de visitas que señala las banderas de los países que se asoman a él.
Ahora también aparecen en papel. Y espero que guste, a los parroquianos que me han pedido que los imprima y coleccione, y al público en general. Son «Sermones» que van a su aire, ya veréis, más bien laicos muchos de ellos, pero creo que os resultarán interesantes aunque unos hablen de lo divino y otros de lo humano. Como son cortos y pueden ser leídos en el autobús –transporte que uso cotidianamente–, he querido titularlos con el nombre de Sermones para leer en el bus.
Gracias anticipadas por la acogida. Y buena lectura. 

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