sábado, 28 de diciembre de 2019

El seductor Prisciliano


¿Quién era Prisciliano? Promotor del priscilianismo, movimiento que surgió a finales del siglo IV en Hispania.
Sulpicio Severo, su antiguo adversario, lo retrata así: «Hijo de padres nobles, muy rico, dinámico, elegante, elocuente y sabio por sus muchas lecturas, Prisciliano estaba siempre dispuesto a hablar y a discutir... Poseía en abundancia los dones del espíritu y del cuerpo. Podía resistir largas vigilias, el hambre, la sed. Nada inclinado a adquirir riquezas, apenas usaba de las que poseía. En cambio, su vanidad era muy grande, enorgulleciéndose con exceso de su saber en las cosas profanas. Hasta tenía fama de haber andado mucho, desde muy joven, en cosas de magia. Apenas empezó a propagar sus perniciosas doctrinas, y gracias a su fuerza de persuasión y a sus dones de seductor, atrajo a muchos nobles y, en mayor número, a la gente del pueblo. También acudieron a él multitud de mujeres afanosas de novedades, vacilantes en su fe y empeñadas en saberlo todo».
Es decir, según dice un autor moderno, Prisciliano era un seductor. Predicaba una vuelta a la pureza y simpleza de la Iglesia primitiva, ya entonces viciada y acomodaticia.


 Se le acusó de gnosticismo, de maniqueísmo, de sabelianismo, los males de la época. El gnosticismo, en el conflicto entre el bien y el mal, condenaba el apego a los bienes materiales, pero proclamaba al mismo tiempo que el pecado de la carne no era reprensible con tal de que el corazón no lo aprobara. El maniqueísmo enseñaba que el hombre es obra de un dios malo y que sólo el ayuno, el testamento de Cristo, la oración y los cantos podían enmendarlo. El sabelianismo negaba las tres personas de la Trinidad.
Parece ser que no. La doctrina de Prisciliano no era tan simplista. Él anatematiza a los falsos profetas y proclama la divinidad de Jesucristo. Prisciliano suscita un movimiento espiritual, ascético, iluminista, frente a la corrupción y decadencia que se nota en algunas posturas de la Iglesia hispana. En los once tratados conservados de Prisciliano no hay nada aparentemente heterodoxo.
Sin embargo, fue perseguido. La voz de alarma la dio Higinio, obispo de Córdoba. Advirtió del peligro al obispo de Mérida, Hidacio. La reacción de Hidacio fue violenta y la emprendió con dos de sus obispos lusitanos: Instancio y Salviano, contagiados de este movimiento espiritual, que, siguiendo la ruta de la Plata, ha venido de Galicia, patria de Prisciliano, y ha penetrado en la Lusitania y la Bética. Hidacio, impetuoso, condenó a los obispos Instancio y Salviano y al laico Prisciliano.
Después, el obispo de Mérida promueve un concilio de los obispos de Hispania y Galia. Acompañado de Itacio, obispo de Ossonoba (Faro), camina a Zaragoza donde se reúne con otros obispos españoles y franceses. El concilio se celebró el 4 de octubre de 380. Asistieron doce obispos: Valerio de Zaragoza, los acusadores principales Hidacio de Mérida e Itacio de Ossonoba, Simposio de Astorga, vacilante, con un pie en la ortodoxia y otro en el priscilianismo, Fitadio de Agen, y Delfín de Burdeos. En realidad, un fracaso de concilio por el escaso número de asistentes.
Por los documentos que nos han llegado de este concilio, en él no se condenó a nadie. Tan sólo se muestra la preocupación por ciertas prácticas ascéticas extrañas y se le ve alertado para investigar sobre lo que hubiera acerca de Prisciliano.
Pero de este concilio arranca la acción persecutoria de Itacio, obispo de Ossonoba, contra Prisciliano, que no terminará hasta su condena a muerte en el 385. Itacio escribió un libro apologético contra Prisciliano que no se conserva. Lo sabemos por san Isidoro.
Prisciliano, mientras tanto, es consagrado obispo de Ávila por los obispos Instancio y Salviano, que consagran a otros obispos creando la discordia y la desunión en la iglesia hispana. Hidacio de Mérida e Itacio de Ossonoba informan a san Ambrosio de Milán de la precaria situación y recurren al emperador Graciano.
Prisciliano acude con los suyos a Roma. Pero el papa Dámaso, hispano de origen, no le recibe. A su vuelta, pasa por Milán y trata de convencer a san Ambrosio. Pero el obispo de Milán lo desautoriza. Prisciliano apela al César y logra del emperador Graciano la restitución de su diócesis de Ávila. Valiéndose de medios ilícitos, persigue a Hidacio y a Itacio. Este, el obispo de Ossonoba, se refugia en la Galia y se presenta en Tréveris, capital interina del usurpador Máximo, dueño entonces del Imperio de Occidente. A Tréveris llega también Prisciliano, apelando la autoridad civil de Máximo. En el proceso, el prefecto Evodio alega dos acusaciones contra Prisciliano y los suyos. Les acusa de maniqueísmo y de magia. Prisciliano responde que eso de la magia fue diversión de juventud, abandonada al recibir el bautismo. Sin embargo, fue condenado a muerte con dos compañeros.
Al ser juzgados Prisciliano y sus compañeros, Sulpicio Severo desfoga sus iras contra Hidacio e Itacio, que «en su codicia por la victoria se fueron más allá de lo conveniente». De Itacio dice más: «Ciertamente de Itacio puedo asegurar que no tenía nada de ponderado, nada de santo. Era atrevido, charlatán, desvergonzado, suntuoso, dado al vientre y a la gula».
San Martín de Tours se encontraba en aquel momento en Tréveris donde se estaba juzgando a Prisciliano y «no dejaba de amonestar a Itacio que desistiera de la acusación. También interviene ante el emperador Máximo, rogándole que se abstuviera de derramar la sangre de aquellos infelices; bastante era que, juzgados como herejes por los obispos, fueran expulsados de las iglesias, pues era un crimen nuevo e inaudito que un juez secular juzgara una causa de la Iglesia».
Máximo Clemente prometió a san Martín que atendería su súplica, pero cuando el santo marchó de Tréveris, el juicio siguió adelante y Prisciliano y sus socios fueron condenados a la decapitación.
Un sínodo celebrado en Tréveris declaraba a Hidacio de Mérida e Itacio de Ossonoba inocentes de la sangre de los ajusticiados por la justicia imperial. Entre los priscilianistas condenados se encontraban Latroniano, magnífico poeta celebrado por san Jerónimo; Tiberiano, también citado por el santo de Belén; y Asarbo que, con Tiberiano, compuso un Apologético.
Tras la muerte de Prisciliano, su doctrina se propagó fuertemente por Galicia y Prisciliano venerado como mártir. Los cuerpos de los ajusticiados fueron traídos a Galicia y dado culto. Hay quien ha apuntado que la tumba que en la época medieval apareció en Compostela pertenecía a Prisciliano. Sería una curiosa broma de la historia que los restos del sepulcro de Santiago sean los de Prisciliano y no los de Santiago apóstol. No pocos historiadores se inclinan a ello.

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