Hoy, 26 de septiembre, la Iglesia celebra al
beato Pablo VI, que el próximo 14 de octubre, después de 25 años del inicio de
su proceso de canonización, será declarado santo.
Juan Bautista Montini, su nombre de pila,
trabajó en la Secretaría de Estado del Vaticano de 1922 a 1954, convirtiéndose,
junto a Domenico Tardini, en uno de los curiales más influyentes del
pontificado de Pío XII. Y por ello, fue alejado del Vaticano por los ultras
Ottaviani, Pizzardo y otros, que no veían con buenos ojos a un curial que
mostraba simpatías por el nacionalsocialismo francés. En París estaba de nuncio
Roncalli, futuro Juan XXIII, quien animó a Montini a publicar en L’Osservatore Romano un artículo
laudatorio del cardenal Suhard, arzobispo de París, y de la Misión de Francia. Por
ello, con no pocas «alabanzas», será promovido, por elevación, al arzobispado
de Milán el 1 de noviembre de 1954.
Montini con Pío XII. A la
derecha, el cardenal Segura.
Se
celebraba el Año Santo Mariano con motivo del centenario de la proclamación del
dogma de la Inmaculada Concepción. Como culminación de esta efeméride mariana,
Pío XII anunció para el 1 de noviembre la institución de una fiesta dedicada a
la Virgen: la Realeza de María.
En Sevilla, el cardenal Segura, que
presiente que le están moviendo la silla arzobispal, acude a Roma con
una peregrinación cofrade. Ve en ello un último cabo de salvación. Hacerse
presente en Roma con una magna peregrinación de cofrades con sus respectivos
estandartes –los «Simpecados»–, que darán color y vistosidad a la Plaza de San
Pedro. Y acompañará esta llamativa manifestación con un sustancioso donativo de
250.000 liras al Santo Padre.
Pero
Pío XII ya le ha movido la silla. Días antes,
27 de octubre, había firmado la bula de nombramiento del obispo de Vitoria,
Bueno Monreal, como arzobispo coadjutor de Sevilla con derecho a sucesión y
plena jurisdicción de la diócesis.
Ese
2 de noviembre, mientras Bueno
Monreal tomaba posesión en Sevilla, en Roma Pío XII daba audiencia a los 243
prelados, cardenales, arzobispos y obispos, que habían asistido el día anterior
a la solemnidad mariana de la proclamación de la Realeza de la Virgen. Entre
los 25 cardenales, estaba Segura, que recibió como los demás prelados de manos
del Papa una medalla de plata conmemorativa.
¿Cómo
se enteró Segura de su defenestración? Parece ser que por una llamada
telefónica desde Sevilla. Lo cual no deja de ser inaudito. También Bueno
Monreal le envió un telegrama a su lugar de residencia, pero tal vez lo supiera
de primera mano de esa forma tan informal y surrealista de una llamada
telefónica.
La embajada de España en Roma ofreció una
recepción con banquete ese 2 de noviembre, a la que asistieron el cardenal
Tedeschini, prelados, algunas personalidades españolas que han acudido a Roma,
y también la Comisión sevillana enviada por el Ayuntamiento de Sevilla.
–Señores –dice el embajador Castiella–,
tenemos que darles una noticia que va a ser una bomba atómica…
El cardenal Tedeschini añade sonriente:
–Dentro de diez minutos.
Al llegar los postres, se lanza la nueva de
que, al cardenal Segura en su ausencia, le han ocupado la silla arzobispal.
Ese 2 de noviembre, una carta de la
Secretaría de Estado, firmada por monseñor Montini, es enviada al arzobispado
de Sevilla, en la que no se hace referencia a este hecho consumado. En el mejor
estilo diplomático, da las gracias a Segura de parte de Su Santidad por «su
caritativo homenaje» (limosna ofrecida al Papa) con motivo de la peregrinación.
Pienso que fue la última carta que firmó
Montini, como sustituto de la Secretaría de Estado. Y tal vez, la única
relación, más bien indirecta, con el cardenal Segura. Cuando se convierta en Pablo
VI, Segura ha muerto unos años antes.
¿Qué sentimientos encontrados bullían en un
Segura defenestrado? Se puede imaginar, conociendo al personaje. Pío XII no le recibió
en audiencia privada. Tan sólo se vio con él en los actos litúrgicos del día 1
y en la audiencia colectiva de todos los prelados del día 2. A Segura le
obligaron a recorrer tres dicasterios –creo que fue Montini quien se los
señaló–, donde le expusieron su situación personal. ¿Sabéis qué reacción tuvo?
Amenazó con tomar un avión y exiliarse en Moscú. Fue un farol que se echó, pero
imaginen qué escándalo se hubiera formado si lo hubiera llevado a la práctica. Recuerden
el momento histórico: año 1954, Stalin ha muerto el año anterior, telón de
acero, Nikita Kruschev, el del zapato en la ONU, en el Kremlin... y un cardenal
que pide asilo político.
El 6 de noviembre vuelven los cofrades, sin
saber bien qué ha ocurrido en Sevilla en estos días de ausencia. Segura llegará
en avión el 9 de noviembre. Al
aterrizar en Madrid, le aguarda una lluvia de fotógrafos. Pero no hizo
declaraciones. Será Franco, y no un reportero, quien dé el parte de la
situación anímica de Segura. Confesará a su primo Salgado-Araujo:
–Ayer
tarde llegó a España por avión y según los testigos que le vieron bajar
tuvieron que auxiliarle tres sacerdotes, dado su estado de postración. La
noticia de la destitución le habrá causado cuando se la notificaron en Roma una
impresión terrible. Su actitud futura sólo Dios la conoce. Lo cierto es que en
Sevilla su marcha fue acogida con una sensación de alivio grande, era una
pesadilla que padecían los sevillanos.
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