Hoy, 18 de septiembre, celebra la Iglesia
la festividad de santa María de la Purísima, día también en el que fue
beatificada en el Estadio Olímpico de Sevilla en 2010. Espigaré, ya que he
escrito tanto de ella, una página de su vida: Su primer destino, en Lopera,
pueblo de Jaén, donde había un colegio y un convento de las Hermanas de la
Cruz. Ahí fue destinada María de la Purísima en septiembre de 1947 para hacerse
cargo de la dirección del colegio. Tenía 21 años.
La liberación del pueblo por las tropas
nacionales tuvo lugar tras la conocida «Batalla de Lopera», ocurrida entre los
días 27 y 29 de diciembre de 1936, en la que murieron varios centenares de
brigadistas internacionales, entre los que se encontraban los poetas ingleses
Ralph Fox y John Cornford. Frente a las brigadas internacionales había luchado
la Columna del comandante Redondo, compuesta fundamentalmente por la brigada de
choque del Requeté andaluz, formada a su vez por los Tercios de la Virgen de
los Reyes de Sevilla, Virgen del Rocío de Huelva, Virgen de la Merced de Jerez,
Isabel la Católica de Granada, Angustias y San Rafael de Córdoba, así como
fuerzas del Batallón de Cádiz y de la Caballería de Sevilla. Entre ellos estaba
y murió Pepe «El Algabeño», célebre torero sevillano que se había metido a
falangista y que, como ayudante del general Queipo de Llano, mandaba una de las
columnas durante la campaña de la Aceituna.
En la línea formada por los pueblos de
Alcalá la Real, Lopera y Porcuna se paró el avance del ejército nacional de
Queipo de Llano en la provincia de Jaén hasta casi el final de la contienda.
Jaén y su provincia sufrieron junto a los destrozos de iglesias y signos
religiosos, el martirio de cientos de personas y sacerdotes. La cripta de la
catedral de Jaén es un testimonio fiel de lo ocurrido. Una gran cruz de mármol
rojo cubre los restos de los allí enterrados: 328 personas, entre ellas 127
sacerdotes y la hermana del obispo. Don Manuel Basulto y Jiménez, obispo de
Jaén, ocupa su lugar a los pies del altar en tumba exenta.
Es una cripta que evoca momentos doloridos
y tristes de aquella guerra civil –mejor dicho, incivil– de 1936. Una buena
porción de ellos, con el obispo Basulto y su hermana, proviene de aquel «tren
de la muerte» que salió hacia la prisión de Alcalá de Henares el 11 de agosto
de 1936, cargado con presos de la prisión provincial y de la catedral, repleta
en aquellos momentos con más de 1.200 detenidos. Pero no llegaron a su destino.
En la estación de Santa Catalina, inmediata a la de Atocha, llegó el tren hacia
el mediodía del día 12. Un grupo de mozalbetes armados pidió que le entregaran
los prisioneros. Y aquello fue una masacre. El que mató al obispo Basulto
confesó que lo hizo disparando una escopeta cargada de plomo a una distancia de
metro y medio. El obispo de rodillas imploró esta oración:
–Perdona, Señor, mis pecados y perdona
también a mis asesinos.
La hermana del obispo gritaba:
–Esto es una infamia, soy una pobre mujer.
Y le contestaron:
–No te apures, a ti te matará una mujer.
Se llamaba Josefa Coso la miliciana que
disparó a sangre fría a la única mujer de la expedición.
Enterrados en una inmensa fosa, fueron
exhumados en marzo de 1940 y, tras laboriosa identificación, traídos a la
Cripta de la catedral de Jaén, que sirvió de panteón un siglo antes para los
caídos de la guerra de la Independencia.
Pero las Hermanas de la Cruz habían vuelto
a Lopera en 1937. Convertido su convento en un hospital de guerra, ellas
prestaron la atención que pudieron. Los militares limpiaron el convento y
devolvieron la casa a las Hermanas. Pero Lopera, como tantos y tantos pueblos, sintió
en su piel la destrucción y la ruina, al punto de que fuera incluida en el
listado de localidades a reconstruir por el Servicio Nacional de Regiones
Devastadas y Reparaciones.
La posguerra será un cúmulo de penalidades
como el hambre y la miseria.
Trabajo tienen las Hermanas de la Cruz.
Y en el año siete de los años cuarenta,
años de hambre, llega a Lopera una jovencita monja con ganas de ganarse el
mundo por la Cruz: Hermana María de la Purísima, que dirigirá el colegio de
niñas.
Una chica de Lopera, alumna del colegio, que
se hará Hermana de la Cruz, dirá de ella:
–Cierro los ojos… y parece que la estoy
viendo en la leñera partiendo leña con un hacha… como si no hubiese hecho otra
cosa en su vida. Ella tan educada y distinguida. ¡Qué caridad tan extrema!
Siempre dispuesta a ayudarnos en todo cuanto podía; y con qué rectitud tan
grande; sin buscar nada a cambio, sólo y exclusivamente la gloria de Dios, ésa
era la ilusión de su alma.
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