martes, 18 de septiembre de 2018

María de la Purísima y el pueblo de Lopera


Hoy, 18 de septiembre, celebra la Iglesia la festividad de santa María de la Purísima, día también en el que fue beatificada en el Estadio Olímpico de Sevilla en 2010. Espigaré, ya que he escrito tanto de ella, una página de su vida: Su primer destino, en Lopera, pueblo de Jaén, donde había un colegio y un convento de las Hermanas de la Cruz. Ahí fue destinada María de la Purísima en septiembre de 1947 para hacerse cargo de la dirección del colegio. Tenía 21 años.


 La casa de Lopera llevaba abierta 20 años. Se inauguró el 3 de mayo de 1927, fiesta de la Santa Cruz, tan celebrada por la Compañía, sin la presencia de sor Ángela, ya achacosa por la edad. Nueve años más tarde, en 1936, con la explosión de la guerra civil, las Hermanas tuvieron que refugiarse en pueblos vecinos. El convento fue saqueado y destrozada la capilla. Pero el edificio religioso que más padeció fue la iglesia parroquial, que sufrió la quema de imágenes sagradas, la destrucción del órgano y parte de la techumbre.
La liberación del pueblo por las tropas nacionales tuvo lugar tras la conocida «Batalla de Lopera», ocurrida entre los días 27 y 29 de diciembre de 1936, en la que murieron varios centenares de brigadistas internacionales, entre los que se encontraban los poetas ingleses Ralph Fox y John Cornford. Frente a las brigadas internacionales había luchado la Columna del comandante Redondo, compuesta fundamentalmente por la brigada de choque del Requeté andaluz, formada a su vez por los Tercios de la Virgen de los Reyes de Sevilla, Virgen del Rocío de Huelva, Virgen de la Merced de Jerez, Isabel la Católica de Granada, Angustias y San Rafael de Córdoba, así como fuerzas del Batallón de Cádiz y de la Caballería de Sevilla. Entre ellos estaba y murió Pepe «El Algabeño», célebre torero sevillano que se había metido a falangista y que, como ayudante del general Queipo de Llano, mandaba una de las columnas durante la campaña de la Aceituna.
En la línea formada por los pueblos de Alcalá la Real, Lopera y Porcuna se paró el avance del ejército nacional de Queipo de Llano en la provincia de Jaén hasta casi el final de la contienda. Jaén y su provincia sufrieron junto a los destrozos de iglesias y signos religiosos, el martirio de cientos de personas y sacerdotes. La cripta de la catedral de Jaén es un testimonio fiel de lo ocurrido. Una gran cruz de mármol rojo cubre los restos de los allí enterrados: 328 personas, entre ellas 127 sacerdotes y la hermana del obispo. Don Manuel Basulto y Jiménez, obispo de Jaén, ocupa su lugar a los pies del altar en tumba exenta.
Es una cripta que evoca momentos doloridos y tristes de aquella guerra civil –mejor dicho, incivil– de 1936. Una buena porción de ellos, con el obispo Basulto y su hermana, proviene de aquel «tren de la muerte» que salió hacia la prisión de Alcalá de Henares el 11 de agosto de 1936, cargado con presos de la prisión provincial y de la catedral, repleta en aquellos momentos con más de 1.200 detenidos. Pero no llegaron a su destino. En la estación de Santa Catalina, inmediata a la de Atocha, llegó el tren hacia el mediodía del día 12. Un grupo de mozalbetes armados pidió que le entregaran los prisioneros. Y aquello fue una masacre. El que mató al obispo Basulto confesó que lo hizo disparando una escopeta cargada de plomo a una distancia de metro y medio. El obispo de rodillas imploró esta oración:
–Perdona, Señor, mis pecados y perdona también a mis asesinos.
La hermana del obispo gritaba:
–Esto es una infamia, soy una pobre mujer.
Y le contestaron:
–No te apures, a ti te matará una mujer.
Se llamaba Josefa Coso la miliciana que disparó a sangre fría a la única mujer de la expedición.
Enterrados en una inmensa fosa, fueron exhumados en marzo de 1940 y, tras laboriosa identificación, traídos a la Cripta de la catedral de Jaén, que sirvió de panteón un siglo antes para los caídos de la guerra de la Independencia.
Pero las Hermanas de la Cruz habían vuelto a Lopera en 1937. Convertido su convento en un hospital de guerra, ellas prestaron la atención que pudieron. Los militares limpiaron el convento y devolvieron la casa a las Hermanas. Pero Lopera, como tantos y tantos pueblos, sintió en su piel la destrucción y la ruina, al punto de que fuera incluida en el listado de localidades a reconstruir por el Servicio Nacional de Regiones Devastadas y Reparaciones.
La posguerra será un cúmulo de penalidades como el hambre y la miseria.
Trabajo tienen las Hermanas de la Cruz.
Y en el año siete de los años cuarenta, años de hambre, llega a Lopera una jovencita monja con ganas de ganarse el mundo por la Cruz: Hermana María de la Purísima, que dirigirá el colegio de niñas.
Una chica de Lopera, alumna del colegio, que se hará Hermana de la Cruz, dirá de ella:
–Cierro los ojos… y parece que la estoy viendo en la leñera partiendo leña con un hacha… como si no hubiese hecho otra cosa en su vida. Ella tan educada y distinguida. ¡Qué caridad tan extrema! Siempre dispuesta a ayudarnos en todo cuanto podía; y con qué rectitud tan grande; sin buscar nada a cambio, sólo y exclusivamente la gloria de Dios, ésa era la ilusión de su alma.

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