viernes, 14 de septiembre de 2018

La cruz, el símbolo más grandioso de la historia


Hoy, 14 de septiembre, es la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz, sin duda el símbolo más grandioso de la historia del mundo. Es extraño que, siendo un instrumento de suplicio, el más ignominioso en el Imperio romano, se haya convertido en signo de victoria. En tiempos de san Pablo, la cruz era objeto de escándalo y locura para muchos. Dice en Corintios 1, 22-25:
–Dios tuvo bien salvar a los que creen con esa locura que predicamos. Pues mientras los judíos piden señales y los griegos buscan saber, nosotros predicamos un Mesías crucificado, para los judíos un escándalo, para los paganos una locura; en cambio, para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Mesías que es portento de Dios y saber de Dios: porque la locura de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios más potente que los hombres.


 Hoy, en Jerusalén, las campanas de la Anástasis, es decir, la Basílica de la Resurrección, llamada también del Santo Sepulcro, voltean invitando a los cristianos y peregrinos a la celebración de «la universal exaltación de la preciosa y vivificante cruz», denominación ortodoxa de esta fiesta. En el transcurso de los Oficios santos, el celebrante, en medio de nubes de incienso, y delante de las puertas reales del iconostasio (pared que separa las naves del santuario del coro en las iglesias ortodoxas) eleva la cruz lo más alto que puede para bendecir al pueblo, primero al mediodía, después a occidente, al norte y finalmente al sur.
Fue Macario, patriarca de Jerusalén, al momento de la Invención de la Santa Cruz, quien dio esta bendición en presencia de santa Elena, madre del emperador Constantino.
A santa Elena, cuenta la tradición, se debe el descubrimiento o invención de la cruz en la que murió Jesús. Hay que descender a las profundidades de la Basílica y bajar los viejos escalones que llevan a la capilla de la Invención de la cruz, sin duda, uno de los sitios más entrañables y más fascinantes del Santo Sepulcro, tal vez una vieja cisterna del tiempo de Jesús.
En el año 135, en la segunda revuelta de los judíos, el emperador Adriano (sevillano por más señas, nacido en Itálica), reedificó Jerusalén al estilo romano. Y enterraron los lugares santos para levantar sobre ellos un foro. Lo cuenta san Jerónimo en carta a Paulino:
–Desde la época de Adriano hasta el reinado de Constantino, durante unos ciento ochenta años, los paganos pusieron la imagen de Júpiter en el lugar de la Resurrección, la estatua de Venus en mármol sobre la Roca de la cruz, y les rendían culto.
Fue Macario, patriarca de Jerusalén, quien convenció al emperador Constantino que destruyera el foro y restituyera los lugares santos a los cristianos y también que se construyera una basílica que por siempre los protegiera.
Santa Elena, la madre de Constantino, llegó a Jerusalén en el año 326. Hizo de arqueóloga y excavando en una cisterna vecina al Calvario y al Sepulcro encontró la cruz de Cristo.
Lo cuentan Ambrosio de Milán, Paulino de Nola y otros... Cirilo de Jerusalén, en carta al emperador Constancio, le dirá de esta invención:
–En tiempos de vuestro viejo padre Constantino, de dichosa memoria, la madera salutífera de la cruz fue encontrada en Jerusalén.
Sócrates de Constantinopla, en su Historia eclesiástica, cuenta los detalles de las excavaciones y la emoción que produjo en santa Elena cuando aparecieron, no una, sino tres cruces. Y dice:
–Se encontró la tablilla de Pilato en la que proclamaba en diferentes caracteres rey de los judíos a Cristo crucificado.
San Juan Crisóstomo, por su parte, en una homilía sobre san Juan, confirma este hecho:
–Estando enterradas las tres cruces en el mismo lugar, se reconoció la del Salvador al hecho de que se encontraba en medio, y por el título, ya que las cruces de los ladrones no lo tenían.
La invención de la Santa Cruz y su recorrido posterior en reliquias dispersas por el mundo cristiano se ha alimentado de bonitas leyendas y narraciones piadosas. Nos basta, al venerar la cruz, que ella es a la vez «sufrimiento y triunfo de Dios», y el solo «signo de gloria» (Ga 6, 14) que los cristianos tienen para seguir el camino del Señor, llevando en nosotros la cruz para pasar un día con Él de la muerte a la vida.
Postdata: Hay estúpidos en esta sufrida tierra nuestra que aúllan pidiendo que se eche abajo la más grande cruz levantada en el mundo: la del Valle de los Caídos.

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