Hoy, 14 de septiembre, es la festividad de
la Exaltación de la Santa Cruz, sin duda el símbolo más grandioso de la
historia del mundo. Es extraño que, siendo un instrumento de suplicio, el más
ignominioso en el Imperio romano, se haya convertido en signo de victoria. En
tiempos de san Pablo, la cruz era objeto de escándalo y locura para muchos.
Dice en Corintios 1, 22-25:
–Dios tuvo bien salvar a los que creen con
esa locura que predicamos. Pues mientras los judíos piden señales y los griegos
buscan saber, nosotros predicamos un Mesías crucificado, para los judíos un
escándalo, para los paganos una locura; en cambio, para los llamados, lo mismo judíos
que griegos, un Mesías que es portento de Dios y saber de Dios: porque la
locura de Dios es más sabia que los hombres, y la debilidad de Dios más potente
que los hombres.
Fue Macario, patriarca de Jerusalén, al momento
de la Invención de la Santa Cruz, quien dio esta bendición en presencia de
santa Elena, madre del emperador Constantino.
A santa Elena, cuenta la tradición, se debe
el descubrimiento o invención de la cruz en la que murió Jesús. Hay que
descender a las profundidades de la Basílica y bajar los viejos escalones que
llevan a la capilla de la Invención de la cruz, sin duda, uno de los sitios más
entrañables y más fascinantes del Santo Sepulcro, tal vez una vieja cisterna
del tiempo de Jesús.
En el año 135, en la segunda revuelta de
los judíos, el emperador Adriano (sevillano por más señas, nacido en Itálica),
reedificó Jerusalén al estilo romano. Y enterraron los lugares santos para
levantar sobre ellos un foro. Lo cuenta san Jerónimo en carta a Paulino:
–Desde la época de Adriano hasta el reinado
de Constantino, durante unos ciento ochenta años, los paganos pusieron la
imagen de Júpiter en el lugar de la Resurrección, la estatua de Venus en mármol
sobre la Roca de la cruz, y les rendían culto.
Fue Macario, patriarca de Jerusalén, quien
convenció al emperador Constantino que destruyera el foro y restituyera los
lugares santos a los cristianos y también que se construyera una basílica que
por siempre los protegiera.
Santa Elena, la madre de Constantino, llegó
a Jerusalén en el año 326. Hizo de arqueóloga y excavando en una cisterna
vecina al Calvario y al Sepulcro encontró la cruz de Cristo.
Lo cuentan Ambrosio de Milán, Paulino de
Nola y otros... Cirilo de Jerusalén, en carta al emperador Constancio, le dirá
de esta invención:
–En tiempos de vuestro viejo padre
Constantino, de dichosa memoria, la madera salutífera de la cruz fue encontrada
en Jerusalén.
Sócrates de Constantinopla, en su Historia eclesiástica, cuenta los detalles de las excavaciones y
la emoción que produjo en santa Elena cuando aparecieron, no una, sino tres
cruces. Y dice:
–Se encontró la tablilla de Pilato en la
que proclamaba en diferentes caracteres rey de los judíos a Cristo crucificado.
San Juan Crisóstomo, por su parte, en una
homilía sobre san Juan, confirma este hecho:
–Estando enterradas las tres cruces en el
mismo lugar, se reconoció la del Salvador al hecho de que se encontraba en
medio, y por el título, ya que las cruces de los ladrones no lo tenían.
La invención de la Santa Cruz y su
recorrido posterior en reliquias dispersas por el mundo cristiano se ha
alimentado de bonitas leyendas y narraciones piadosas. Nos basta, al venerar la
cruz, que ella es a la vez «sufrimiento y triunfo de Dios», y el solo «signo de
gloria» (Ga 6, 14) que los cristianos tienen para seguir el camino del Señor,
llevando en nosotros la cruz para pasar un día con Él de la muerte a la vida.
Postdata: Hay estúpidos en esta sufrida
tierra nuestra que aúllan pidiendo que se eche abajo la más grande cruz
levantada en el mundo: la del Valle de los Caídos.
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