Mi
amigo Antonio Burgos confiesa que tiene tres gatos que son romanos de la Bética
y verderones los tres. Otro buen amigo, ya fallecido, me sintetizaba la cultura
multirracial de Andalucía, tierra por donde han pasado desde siglos
inmemoriales pueblos diversos. Pero sin mezcla alguna. Por la calle Sierpes, me
decía, te puedes encontrar al romano puro, al cartaginés puro, al moro puro… Y
lo mismo se ha de decir de los animales domésticos. Antonio Burgos dice que sus
gatos son romanos. Y además, verderones. Es decir, del Real Betis Balompié, que
nos ha brindado una alegría después de muchas penalidades, venciendo al rival
de enfrente en la competición europea. Antonio Burgos sabe bastante de gatos,
que por algo ha escrito dos libros exitosos sobre estos felinos: “Gatos sin Fronteras” y “Alegatos de los
Gatos”. Pero como él mismo dice, quien de verdad sabe de los gatos son los
gatos.
Tengo
para mí, que nunca he tenido un gato, que son animales de compañía afectuosos,
pero que guardan las distancias. No así el perro, que es zalamero y faldero.
San Felipe
Neri, apóstol de la ciudad de Roma, tenía
un gato, el “gato” por antonomasia, como san Juan Bosco tenía su perro, llamado
“Grigio”. No podremos comprender al buen
santo Neri –todo simpatía y buen humor, uno de los más simpáticos santos de la
corte celestial– sin ese eficaz colaborador en la tarea de mortificar el
orgullo de sus seguidores. Es cierto que el Santo Cura de Ars tenía también su
gato, pero no era como el de Felipe Neri, que se las sabía todas como su amo.
Con él colaboraba en la ardua tarea de enseñar un poquito de humildad en las
penitentes del santo. Todo un anciano, a Felipe Neri no le importaba jugar
a la pelota con la chiquillería. La alegría le estallaba en su piel blanca y
delicada. Pero cuando venían a consultarle cardenales y demás gente de la élite
de Roma, los recibía sencillamente con su gato enroscado en su regazo. Cuando murió,
se vio que tenía dos costillas vencidas por el ardor de su corazón. Ya lo dijo
él: «Cuando un hombre ama realmente a Dios llega al fin a tal estado que se ve
obligado a rogar: Señor, dejadme dormir un poco».
Juan
Pablo II también tenía su gato. Cuando era cardenal Wojtyla, escribió allá por
1962, en su libro “Amor y Responsabilidad”, lo siguiente:
–En
particular, cuando se trata de su actitud hacia los animales, estos seres
dotados de sensibilidad y capaces de sufrir, se exige del hombre que no les
haga daño ni les torture físicamente cuando los toma a su servicio.
Hay
una anécdota curiosa de la sensibilidad de Karol Wojtyla acerca de su amor a
los animales. Se disponía a salir de Cracovia para acudir al cónclave en el que
sería elegido papa, para suceder a Juan Pablo I. Su automóvil se hallaba en la
puerta para conducirlo al aeropuerto, cuando le vino una señora anciana,
desesperada porque sus vecinos le habían robado el gato. Pedía implorante al
cardenal intercediera para que le devolvieran el compañero de sus viejos días.
Karol Wojtyla tenía poco tiempo. El avión no espera. Pero, en un arranque
caritativo, montó a la anciana en su coche, pidió al conductor se dirigiera al
barrio donde ella vivía y convenció a los vecinos para que devolvieran el gato
a su legítima dueña. Después corrió al aeropuerto y llegó a tiempo de tomar el
avión. Fue su última acción pastoral en su diócesis de Cracovia. Pocos días
después, subía al trono de San Pedro con el nombre de Juan Pablo II.
Ya
en Roma, hizo venir a su gato –no el de la vieja– que él tenía en el palacio
arzobispal de Cracovia. Es evidente el amor de este papa por los animales. A
todas las sociedades protectoras de animales que se acercaban por Roma las
animaba en su labor humanitaria. En noviembre de 1979, declaró al alemán Paul
Kruse que «la protección animal es una ética cristiana». Y para confirmar su
amor a los animales, en el inicio de su pontificado proclamó a san Francisco de
Asís (29 noviembre 1979) patrono celestial de los ecologistas.
Dirá
Juan Pablo II:
–San
Francisco de Asís, al que he proclamado Patrono celestial de los ecologistas,
ofrece a los cristianos el ejemplo de un respeto auténtico y pleno por la
integridad de la creación. Amigo de los pobres, amado por las criaturas de
Dios, invitó a todos –animales, plantas, fuerzas naturales, incluso al hermano
Sol y a la hermana Luna– a honrar y alabar al Señor. El pobre de Asís nos da
testimonio de que estando en paz con Dios podemos dedicarnos mejor a construir
la paz con toda la creación, la cual es inseparable de la paz entre los pueblos.
Tiene
razón el papa. Francisco fue un gran amigo de las criaturas. Interpretó como
nadie el espíritu evangélico de reconciliación del hombre con todo lo creado,
no sólo lo animado, también lo inanimado. El agua, la tierra, las estrellas...
aparecen santificadas y convertidas en «hermanas» del hombre que trata de
santificarse a través y junto a ellas.
Aunque
Francisco tenía también sus preferencias... La alondra copetuda
era su preferida. Con su
color gris penitencial, su cresta encapuchada y su bello canto de trovador de
Dios, era el vivo reflejo de los hermanos franciscanos. Pero también gustaba de
la «hermana paloma», semejante a las Damas Pobres de la Segunda Orden, guiadas
por Santa Clara, y del «hermano halcón», que lo despertaba delicadamente cada
mañana...
Se
cuenta que el día de su muerte una bandada de alondras revoloteó sobre el
tejado de la casa donde el santo yacía y le ofreció el más bello recital de
despedida.
Recuerdo
aquella frase de san Francisco de Sales: “Quien se muestra benigno con los
animales es de esperar que no lo sea en menor grado con los hombres”. No
recuerdo quién ha dicho que el más cruel de todos los animales de la creación
es precisamente aquél que se denomina racional, el hombre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario