domingo, 30 de septiembre de 2018

Teresa de Lisieux: Historia de un alma


30 de septiembre de 1897, siete y veinte de la tarde. Llovía sobre Lisieux cuando exhaló su último suspiro santa Teresita del Niño Jesús o Teresa de Lisieux. El funeral y el entierro de Teresa fue como el de cualquier otra monja: «muy, muy simple», como expresó su hermana sor Genoveva. Su celda fue deshabitada de las pocas cosas que tenía. Allí estaban sus alpargatas, «tan usadas y remendadas que ninguna hermana de la comunidad la hubiera querido llevar», dice sor Marta. Será sor Marta quien las eche al fuego y, pasados unos años, cuando Teresa sea ya canonizable, se lamentará de no haberlas conservado para probar con esta reliquia la pobreza extrema de Teresa.


 Murió, como dice su paisana Delarue, «a la edad dichosa en la que aún no se tiene biografía». ¿Quién es Teresa? Una niña bien, que ha querido mucho a sus hermanas y a sus papás y que ha entrado en el Carmelo a la edad de quince años, donde ha sido una buena monja que ha cumplido con rigor sus votos y la Regla.
¿Qué más se puede decir de ella?
Una hermana del Carmelo, poco tiempo antes de su muerte, pronunció estas palabras ingenuas, que pueden reflejar un cierto ambiente en buena parte de la comunidad:
—Me pregunto verdaderamente lo que nuestra madre podrá decir después de su muerte. Se verá bien confusa, porque esta hermanita, por muy amable que sea, no ha hecho nada que valga la pena de ser contado.
Es decir, que para esa religiosa y posiblemente para otras también fue una existencia aparentemente insignificante.
Debo traer aquí el testimonio de sor María de la Trinidad en el proceso de beatificación:
—Durante su vida en el Carmelo, pasó poco menos que inadvertida en la comunidad. Solamente cuatro o cinco religiosas, y entre ellas yo, penetrando más profundamente en su intimidad, nos dimos cuenta de la perfección que se escondía bajo las apariencias de su humildad y sencillez. En cuanto al resto de la comunidad, se la estimaba como a religiosa muy observante, sin nada que reprocharle.
Hay que escribir una noticia biográfica de Teresa, como se hace con todas las monjas difuntas, para enviarla a los demás conventos carmelitanos de Francia. Y lo harán las hermanas Martín bajo la responsabilidad de la madre priora María de Gonzaga. Se piensa en recoger en uno los tres manuscritos que ha dejado escritos. Resultará extenso, pero será el mejor documento para dar a conocer a su hermana Teresa.
El tío Isidoro Guérin puso el dinero para la edición y resultó un libro de 496 páginas, que apareció el 30 de septiembre de 1898, un año después de la muerte de Teresa, añadidas cartas suyas y poesías, editado en la imprenta de Saint-Paul à Bar-le-Duc, dos mil ejemplares al precio de 4 francos. Llevaba por título: Soeur Thérèse de l'Enfant-Jésus et de la Sainte-Face, religieuse carmélite (1873-1897). Histoire d'une âme écrite par elle-même.
Un éxito fulminante. Distribuido por conventos de carmelitas y por familiares y amigos, pronto hubo de hacerse nuevas ediciones. En 1899 se hizo una segunda edición de cuatro mil ejemplares. Y suma y sigue... Hasta ser traducido a más de sesenta lenguas. Y unas novecientas biografías dedicadas a su persona. Entre ellas la que humildemente escribí con el título: Teresa de Lisieux, huracán de gloria (Ed. San Pablo, 2012) y otra más concisa en castellano y catalán: Teresa de Lisieux. En el corazón de la Iglesia: ¡Mi vocación es el amor! / Teresa de Lisieux. En el cor de l’Església: La meva vocació és l’Amor! (Centre de Pastoral Litúrgica, Barcelona 2018).
Ya en 1899, dos años después de la muerte de Teresa, la tía Guérin decía a sus sobrinas monjas que la familia iba a tener que abandonar Lisieux a causa de Teresa. Cada día venían peregrinos a Lisieux al reclamo de la monja que había escrito ese maravilloso libro Historia de un alma. Y como no podían hablar con sus hermanas, amparadas por la clausura, acudían a sus tíos Guérin. En la tumba, hubo de ponerse guardas porque la gente arrancaba las flores y se llevaba la tierra como reliquia.
Los Guérin están preocupados por el revuelo que se ha formado en torno a su sobrina Teresa. En 1901, la Historia de un alma ha sido traducida al polaco, inglés, alemán e italiano. En 1903, aparece por Lisieux un sacerdote escocés que ha leído el libro. Se llega al convento y habla en el locutorio con María de Gonzaga. Pregunta a la priora:
—¿Para cuándo la canonización de sor Teresa del Niño Jesús?
Y la priora, riendo con sorna, le contestó:
—¿Canonizarla? En ese caso, ¿a cuántas carmelitas habría que canonizar?
Sus mismas hermanas están sorprendidas del revuelo que está ocasionando el libro. Leonia, que ha entrado en 1899 en la Visitación de Caen, es de la misma opinión:
—Teresa era muy amable, ¡pero de eso a canonizarla!
Pero la vox populi resuena tan intensamente por doquier, la figura de sor Teresa del Niño Jesús se hace tan famosa, que esa voz llega a los umbrales de la diócesis y de la misma Curia romana, y enseguida se procederá a su causa de beatificación.
¿Por qué de este clamor? Tal vez la respuesta la tenga su prima sor María de la Eucaristía cuando dice en el proceso de beatificación:
—No se trata de una santidad extraordinaria, no se trata de un amor a las penitencias extraordinarias, no; se trata sencillamente del amor a Dios. Las gentes del mundo pueden imitar su santidad, porque es una santidad que no se ocupa más que de hacerlo todo por amor y de aceptar todas las pequeñas contrariedades, todos los pequeños sacrificios, que nos llegan a cada instante, como venidos de la mano de Dios.
Cuando en el proceso de beatificación, los jueces preguntaron a María, su hermana mayor:
—¿Desea su beatificación?
Ella contestó:
—Deseo grandemente que sea beatificada, porque así se verá lo que ella quería que se viese: que se ha de tener confianza en la infinita misericordia de Dios, y que la santidad es accesible a todas las almas, cualesquiera que sean.

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