viernes, 9 de septiembre de 2016

Pedro Claver, el santo de los esclavos negros

Fuera de la ciudad amurallada de Cartagena de Indias, en el lugar llamado Jardín de Larate, bajo una cabaña hecha de palmas, un viejo negro, echado en el suelo, vivía solo desde hace años. Y desde hace años también, Pedro Claver lo visita con frecuencia, llevándole vestidos, tabaco, frutas. Ese día llovía. Encontró al pobre viejo muy enfermo, agonizante. Le confesó, le dio la extremaunción y al poco tiempo murió.
Llega un barco negrero, y allá corre Pedro Claver, primero que sube al galeón y entra en aquella bodega apestosa donde se hallan encadenados los pobres negros esclavos.


Pedro Claver nació en Verdú, pueblo leridano de la Cataluña llana, en 1580, hijo de unos modestos labradores. Ingresado en la Compañía de Jesús, en Cartagena de Indias se consagró a la instrucción de los esclavos negros por más de cuarenta años. León XIII lo elevó a los altares y más tarde lo declaró celestial Patrono de las misiones de los negros. Su fiesta se celebra hoy 9 de septiembre.
Hay que situarse en aquel momento histórico de una América recién descubierta. Ante las leyes de Indias que protegían a los indígenas y la caída demográfica espectacular de los indios antillanos en la primera mitad del siglo XVI, se creó la necesidad de encontrar una alternativa de mano de obra para colonizar aquel inmenso territorio. Y se encontró en el negro de África, que desde el siglo XV ya se mercaba con ellos en los puertos de Sevilla y Lisboa.
Estudios solventes refieren que de 1595 a 1640 fueron desembarcados en Cartagena de Indias unos 130.000 esclavos negros y una cifra similar en otros puertos del Caribe. Puede decirse que en la bahía de Cartagena arribaban anualmente unos 4.000 negros, provenientes los navíos negreros de Guinea, Cabo Verde o Angola. Alonso de Sandoval, jesuita sevillano, compañero de Pedro Claver, describe el transporte inhumano de estos infelices negros, la mayoría de ellos jóvenes:
–Van tan apretados, tan asquerosos y tan maltratados, que me certifican los mismos que los traen que vienen de seis en seis con argollas por los cuellos en las corrientes [cadenas muy largas] y, estos mismos, de dos en dos con grillos en los pies, de modo que de pies a cabeza vienen aprisionados, debajo de cubierta, cerrados por de fuera, donde no ven sol ni luna, que no hay español que se atreva a poner la cabeza en el escotillo sin almadiarse [marearse], ni a perseverar dentro una hora sin riesgo de grave enfermedad. Tanta es la hediondez, apretura y miseria de aquel lugar. Y el refugio y el consuelo que en él tienen, es comer de veinticuatro a veinticuatro horas no más que una mediana escudilla de harina de maíz o de mijo, o millo crudo, que es como el arroz entre nosotros; y con un pequeño jarro de agua, y no otras cosas; sino mucho palo, mucho azote y malas palabras… Llegan hechos unos esqueletos; sácanlos luego en tierra en carnes vivas, pónenlos en un gran patio o corral; acuden luego a él innumerables gentes, unos llevados de su codicia, otros de curiosidad y otros de compasión, y entre ellos los de la Compañía de Jesús, para catequizar, doctrinar, bautizar y confesar a los que se vienen actualmente muriendo…
Alonso de Sandoval ya se hallaba desde hacía unos años en Cartagena cuando llegó Pedro Claver. Y dejó escrito un libro, fruto del contacto con estos esclavos negros, titulado «Tractatus de instauranda aethiopum salute», que es un testimonio sangrante y en vivo de la trata de negros.
Este libro sirve de pauta para describir el marco en el que se movían aquellos intrépidos jesuitas, uno de los cuales, nuestro Pedro Claver, ha merecido de la Iglesia el premio de los altares. Alonso de Sandoval, muerto dos años antes que Pedro Claver, inquieto y rebelde, merece el honor de haber llamado la atención al mundo de su tiempo, y al nuestro, sobre el despiadado problema de la esclavitud.
En cuanto se avistaba un galeón negrero, allá acudía Pedro Claver, con su sotana raída y su manteo negro, a visitar la «cargazón» del barco, cientos de negros en sus bodegas, para ofrecerles los primeros auxilios. Como venían de tantas tribus africanas, aquello era una babel de lenguas. Más de setenta lenguas diferentes distinguió Alonso de Sandoval. Venían negros angolas, congos, jolofos, biafaras, biojos, enau, carabali, etc. Claver, con los años, llegó a aprender algo de angolés, pero eran muchas las lenguas de los negros que venían de África y por ello se valió de intérpretes. Con las limosnas que recibía, pudo comprar hasta siete negros: Andrés Sacabuche e Ignacio Aluanil, angoleses; Ignacio Sofo y Francisco Yolofo, de los grandes ríos de Guinea; Manuel Báfara, José Monzolo… Y sobre todos ellos, Calepino, el esclavo negro que dominaba once lenguas.
Es una contradicción chocante que quien busca la salvación espiritual y corporal de los negros tratase igualmente de comprarlos. Pero Alonso de Sandoval nos da la respuesta. En un principio, los jesuitas solían pedir prestados esclavos negros que pudieran servirles de intérpretes, pero sus dueños se resistían a darlos porque perdían horas de trabajo. Por eso, el Colegio de los jesuitas optó finalmente por comprar negros intérpretes que les sirvieran, después de ser instruidos, en la catequesis y en las arribadas de barcos negreros. Hubieron de pedir para ello permiso en Roma al general de los jesuitas, Muzio Vitelleschi, quien concedió en 1628 retener «los ocho o nueve intérpretes negritos tan necesarios para este ministerio».
En una travesía que ha durado más de dos meses, viene a morir un tercio de la cargazón. Los que llegan vivos, fantasmas esqueléticos, son llevados a unos almacenes o depósitos donde pretenden reponerlos para su venta. Y aquí comienza la labor de Pedro Claver y sus compañeros jesuitas. Después de saciar su sed con agua endulzada con miel y procurado un poco de ropa y otras golosinas, tratan de ganar su confianza y comienza su labor apostólica. José Monzolo, uno de sus negros intérpretes, cuenta en su declaración para la causa de beatificación de Pedro Claver que, seducido por su caridad exquisita, cuando llegó a puerto, le suplicó que lo comprara y que hiciera con él lo que quisiera. Fue uno de sus intérpretes más leales. El manteo de Pedro Claver, gastado por el uso, tenía a veces que lavarlo hasta siete veces, utilizado para arropar a negros exhaustos a punto de expirar.
No dejó escritos, como hiciera su compañero Sandoval, que murió en 1652 de enfermedad infecciosa. Pero nos dejó el testimonio de su vida hecha esclavitud por aquellos negritos que venían a puerto para ser llevados después a los más diversos lugares de América como mano de obra esclava. Él los catequizó, les habló de Jesús, los bautizó.
En 1650 quedó inválido, atacado por el mal de Parkinson. Sobrevive aún cuatro años, inmovilizado y abandonado por muchos. El 8 de septiembre de 1654, festividad de la Virgen, falleció en Cartagena de Indias a los 74 años de edad.
Corrió la voz:
— ¡Murió el santo… murió el padre Claver!
La ciudad se alborotó y comenzó a afluir el gentío. Y a besar la mano del difunto y a tocar los rosarios. Y a despojarlo para llevarse reliquias. Los funerales duraron ocho días y toda la ciudad de Cartagena de Indias pasó ante el cadáver del santo de los negros. 

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