Fuera de la ciudad amurallada de Cartagena
de Indias, en el lugar llamado Jardín de Larate, bajo una cabaña hecha de
palmas, un viejo negro, echado en el suelo, vivía solo desde hace años. Y desde
hace años también, Pedro Claver lo visita con frecuencia, llevándole vestidos,
tabaco, frutas. Ese día llovía. Encontró al pobre viejo muy enfermo,
agonizante. Le confesó, le dio la extremaunción y al poco tiempo murió.
Llega un barco negrero, y allá corre Pedro
Claver, primero que sube al galeón y entra en aquella bodega apestosa donde se
hallan encadenados los pobres negros esclavos.
Pedro Claver nació en Verdú, pueblo
leridano de la Cataluña llana, en 1580, hijo de unos modestos labradores.
Ingresado en la Compañía de Jesús, en Cartagena de Indias se consagró a la
instrucción de los esclavos negros por más de cuarenta años. León XIII lo elevó
a los altares y más tarde lo declaró celestial Patrono de las misiones de los
negros. Su fiesta se celebra hoy 9 de septiembre.
Hay que situarse en aquel momento histórico
de una América recién descubierta. Ante las leyes de Indias que protegían a los
indígenas y la caída demográfica espectacular de los indios antillanos en la
primera mitad del siglo XVI, se creó la necesidad de encontrar una alternativa
de mano de obra para colonizar aquel inmenso territorio. Y se encontró en el
negro de África, que desde el siglo XV ya se mercaba con ellos en los puertos
de Sevilla y Lisboa.
Estudios
solventes refieren que de 1595 a 1640 fueron desembarcados en Cartagena de
Indias unos 130.000 esclavos negros y una cifra similar en otros puertos del
Caribe. Puede decirse que en la bahía de Cartagena arribaban anualmente unos
4.000 negros, provenientes los navíos negreros de Guinea, Cabo Verde o Angola.
Alonso de Sandoval, jesuita sevillano, compañero de Pedro Claver, describe el
transporte inhumano de estos infelices negros, la mayoría de ellos jóvenes:
–Van tan apretados, tan asquerosos y tan
maltratados, que me certifican los mismos que los traen que vienen de seis en
seis con argollas por los cuellos en las corrientes [cadenas muy largas] y,
estos mismos, de dos en dos con grillos en los pies, de modo que de pies a
cabeza vienen aprisionados, debajo de cubierta, cerrados por de fuera, donde no
ven sol ni luna, que no hay español que se atreva a poner la cabeza en el escotillo
sin almadiarse [marearse], ni a perseverar dentro una hora sin riesgo de grave
enfermedad. Tanta es la hediondez, apretura y miseria de aquel lugar. Y el
refugio y el consuelo que en él tienen, es comer de veinticuatro a veinticuatro
horas no más que una mediana escudilla de harina de maíz o de mijo, o millo
crudo, que es como el arroz entre nosotros; y con un pequeño jarro de agua, y
no otras cosas; sino mucho palo, mucho azote y malas palabras… Llegan hechos
unos esqueletos; sácanlos luego en tierra en carnes vivas, pónenlos en un gran
patio o corral; acuden luego a él innumerables gentes, unos llevados de su
codicia, otros de curiosidad y otros de compasión, y entre ellos los de la
Compañía de Jesús, para catequizar, doctrinar, bautizar y confesar a los que se
vienen actualmente muriendo…
Alonso de Sandoval ya se hallaba desde
hacía unos años en Cartagena cuando llegó Pedro Claver. Y dejó escrito un
libro, fruto del contacto con estos esclavos negros, titulado «Tractatus de
instauranda aethiopum salute», que es un testimonio sangrante y en vivo de
la trata de negros.
Este
libro sirve de pauta para describir el marco en el que se movían aquellos
intrépidos jesuitas, uno de los cuales, nuestro Pedro Claver, ha merecido de la
Iglesia el premio de los altares. Alonso de Sandoval, muerto dos años antes que
Pedro Claver, inquieto y rebelde, merece el honor de haber llamado la atención
al mundo de su tiempo, y al nuestro, sobre el despiadado problema de la
esclavitud.
En cuanto se avistaba un galeón negrero,
allá acudía Pedro Claver, con su sotana raída y su manteo negro, a visitar la
«cargazón» del barco, cientos de negros en sus bodegas, para ofrecerles los
primeros auxilios. Como venían de tantas tribus africanas, aquello era una
babel de lenguas. Más de setenta lenguas diferentes distinguió Alonso de
Sandoval. Venían negros angolas, congos, jolofos, biafaras, biojos, enau,
carabali, etc. Claver, con los años, llegó a aprender algo de angolés, pero
eran muchas las lenguas de los negros que venían de África y por ello se valió
de intérpretes. Con las limosnas que recibía, pudo comprar hasta siete negros: Andrés
Sacabuche e Ignacio Aluanil, angoleses; Ignacio Sofo y Francisco Yolofo, de los
grandes ríos de Guinea; Manuel Báfara, José Monzolo… Y sobre todos ellos,
Calepino, el esclavo negro que dominaba once lenguas.
Es una contradicción chocante que quien
busca la salvación espiritual y corporal de los negros tratase igualmente de
comprarlos. Pero Alonso de Sandoval nos da la respuesta. En un principio, los
jesuitas solían pedir prestados esclavos negros que pudieran servirles de
intérpretes, pero sus dueños se resistían a darlos porque perdían horas de
trabajo. Por eso, el Colegio de los jesuitas optó finalmente por comprar negros
intérpretes que les sirvieran, después de ser instruidos, en la catequesis y en
las arribadas de barcos negreros. Hubieron de pedir para ello permiso en Roma al
general de los jesuitas, Muzio Vitelleschi, quien concedió en 1628 retener «los
ocho o nueve intérpretes negritos tan necesarios para este ministerio».
En una travesía que ha durado más de dos
meses, viene a morir un tercio de la cargazón. Los que llegan vivos, fantasmas
esqueléticos, son llevados a unos almacenes o depósitos donde pretenden
reponerlos para su venta. Y aquí comienza la labor de Pedro Claver y sus
compañeros jesuitas. Después de saciar su sed con agua endulzada con miel y
procurado un poco de ropa y otras golosinas, tratan de ganar su confianza y
comienza su labor apostólica. José Monzolo, uno de sus negros intérpretes,
cuenta en su declaración para la causa de beatificación de Pedro Claver que,
seducido por su caridad exquisita, cuando llegó a puerto, le suplicó que lo
comprara y que hiciera con él lo que quisiera. Fue uno de sus intérpretes más
leales. El manteo de Pedro Claver, gastado por el uso, tenía a veces que
lavarlo hasta siete veces, utilizado para arropar a negros exhaustos a punto de
expirar.
No dejó escritos, como hiciera su compañero
Sandoval, que murió en 1652 de enfermedad infecciosa. Pero nos dejó el
testimonio de su vida hecha esclavitud por aquellos negritos que venían a
puerto para ser llevados después a los más diversos lugares de América como
mano de obra esclava. Él los catequizó, les habló de Jesús, los bautizó.
En 1650 quedó inválido, atacado por el mal
de Parkinson. Sobrevive aún cuatro años, inmovilizado y abandonado por muchos. El
8 de septiembre de 1654, festividad de la Virgen, falleció en Cartagena de
Indias a los 74 años de edad.
Corrió
la voz:
—
¡Murió el santo… murió el padre Claver!
La
ciudad se alborotó y comenzó a afluir el gentío. Y a besar la mano del difunto
y a tocar los rosarios. Y a despojarlo para llevarse reliquias. Los funerales
duraron ocho días y toda la ciudad de Cartagena de Indias pasó ante el cadáver
del santo de los negros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario