Una mujer moribunda le dijo a Madre Teresa:
–¿Por qué lo haces?
–Porque te quiero, porque Dios te ama– le contestó.
Y la mujer, sonriente, replicó:
–Dilo otra vez, que es la primera vez en la vida que
oigo estas palabras.
Y murió, cuenta Madre Teresa, completamente feliz.
«No pude hacer otra cosa ante ella que examinar mi
conciencia. Me pregunté: ¿Qué habría yo dicho si estuviera en su lugar? Mi
respuesta fue muy sencilla: habría tratado de atraer un poco de atención hacia
mí misma. Habría dicho: “Tengo hambre, me estoy muriendo, tengo frío, siento
dolor”, o cualquier cosa. Pero ella me dio algo mucho más precioso, me dio su
amor agradecido. Y murió con una sonrisa en su rostro».
«Había también –prosigue Madre Teresa– un hombre que
recogimos en un vertedero, medio comido por los gusanos. Después de haberle
traído a casa, dijo: “He vivido en la calle como un animal, pero voy a morir
como un ángel, amado y cuidado”. Después de haber sacado todos los gusanos de
su cuerpo, lo único que dijo, con una gran sonrisa fue: “Hermana, me voy a
casa, a estar con Dios” y se murió. Fue maravilloso ver la grandeza de aquel
hombre, que podía hablar de aquella manera, sin acusar a nadie, sin compararse
con nadie. Como un ángel. Esta es la grandeza de nuestra gente, son ricos
espiritualmente aunque sean materialmente pobres».
Madre de los Pobres, así la calificó Juan Pablo II, el
gran amigo de Teresa de Calcuta. En el rezo dominical del Ángelus, a los dos
días de su muerte, el Papa alabó la grandeza de esta mujer «reconocida
universalmente como Madre de los Pobres». Y en la homilía de la misa de
beatificación pidió que «veneremos a esta pequeña mujer enamorada de Dios, humilde
mensajera del Evangelio e infatigable bienhechora de la humanidad».
Pequeña mujer, Madre de los pobres, Teresa de Calcuta ha
sido una de las personalidades más relevantes del siglo XX, reconocida y
respetada su menuda figura no sólo en el ámbito de la Iglesia sino en toda la
amplia geografía del mundo. «El mundo quedó huérfano», se escribió cuando ella
murió, y el Gobierno indio decidió otorgarle «funerales nacionales con honores
militares», reservado para los jefes de Estado.
Ella, que se entregó a Cristo al servicio de los
pobres más pobres, recibió 124 premios internacionales, convirtiéndose en la
mujer más laureada de la historia. Como sería una letanía interminable
enumerarlos todos, reseño aquí un puñado de entre los más prestigiosos: Premio
Padmashree (del presidente de la India), agosto 1962; Premio de la Paz Juan
XXIII, enero 1971; Premio Internacional John F. Kennedy, septiembre 1971;
Premio Nobel de la Paz, diciembre 1979; Bharat Ratna (Joya de India),
marzo1980; Orden al Mérito (de la reina Isabel II), noviembre 1983; Medalla de
oro del Comité Soviético por la Paz, agosto 1987; Medalla de Oro del Congreso
de los Estados Unidos, junio 1997. Y un largo etcétera.
Pablo VI, que la dio a conocer al mundo, al otorgarle
en 1971 la primera edición del «Premio de la Paz Juan XXIII», manifestó: «Este
premio se confiere a una religiosa que, a pesar de ser modesta y silenciosa, es
conocida por quienes observan el arrojo de la caridad en el mundo de los
pobres: se llama Madre Teresa y, desde hace veinte años, está desempeñando una
maravillosa misión de amor en las calles de la India a favor de los leprosos,
de los viejos, de los niños abandonados». Ese mismo año, Madre Teresa recibió
el «Premio Buen Samaritano» en Boston.
Siguiendo la máxima de su madre, Madre Teresa nos dejó
este mensaje: «Cuando por los años no puedas correr, trota. Cuando no puedas
trotar, camina. Cuando no puedas caminar, usa el bastón. ¡Pero nunca te
detengas!». Será la máxima de su vida, hasta el final, hasta rendirse agotado
su corazón. Solía repartir unas estampas con una oración detrás, donde se
rezaba: «El fruto del silencio es la plegaria. El fruto de la plegaria es la
fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto
del servicio es la paz».
Los últimos años de su vida los vivió con un
marcapasos que le implantaron en 1982. Y estuvo internada en no pocos
hospitales en Estados Unidos, Roma o Calcuta, allá donde le pillaba un nuevo
amago de la insuficiencia cardiaca que padecía. Ya en 1989 quiso dejar su cargo
de superiora general por los problemas de salud, pero no será hasta marzo de
1997, el año de su muerte, cuando una cincuentena de religiosas venidas del
mundo entero decidió por fin buscarle relevo, que recayó en sor Nirmala, que
dirigía la rama contemplativa de la congregación. Nacida en 1934 en Ranchi,
nordeste de la India, dentro de una familia militar brahmana de origen nepalí,
se convirtió al cristianismo a los 24 años al calor de Madre Teresa.
Meses más tarde, 5 de septiembre de 1997, Madre Teresa
falleció en un hospital de Calcuta de un paro cardíaco, no podía ser de otro
modo. Había cumplido 87 años. Trasladado su cuerpo a la iglesia de Santo Tomás,
durante toda una semana fue venerado por medio millón de personas que acudieron
a darle el último adiós. «La India ha perdido a su madre; el mundo ha perdido
al apóstol de la paz y el amor. Con su muerte el mundo y especialmente la India
son ahora más pobres», manifestó el primer ministro indio y su Gobierno decretó
tres días de luto nacional y funerales con honores militares. Envuelto su
cuerpo en la bandera india, blanca, verde y azafrán, fue transportado el
féretro hasta el estadio Netaji en un histórico armón que había transportado al
padre de la patria india, el Mahatma Gandhi, asesinado en 1948, para oficiarse
el funeral. El presidente de la India, dos reinas, Sofía de España y Noor de
Jordania, la primera dama norteamericana Hillary Clinton, los presidentes de
Italia y Albania… y un largo etcétera de altas personalidades del mundo acudieron
a darle el último adiós. Pero también estaban allí, en el estadio, los pobres
de Calcuta. Y el mundo entero, a través de la televisión. Su tumba se halla en
la Casa madre de la congregación, ubicada en el centro de Calcuta, lugar de
peregrinación y encuentro de tantos devotos de Madre Teresa que acuden de todo
el mundo.
Beatificada el 19 de octubre de 2003 por Juan Pablo
II, será canonizada este domingo 4 de septiembre por el papa Francisco.
Nos dejó muchos pensamientos y oraciones. Valga como
colofón esta «Oración para sonreír»:
–Señor, renueva mi espíritu y dibuja en mi rostro sonrisas
de gozo por la riqueza de tu bendición. Que mis ojos sonrían diariamente por el
cuidado y compañerismo de mi familia y de mi comunidad. Que mi corazón sonría
diariamente por las alegrías y dolores que compartimos. Que mi boca sonría
diariamente con la alegría y regocijo de tus trabajos. Que mi rostro dé
testimonio diariamente de la alegría que tú me brindas. Gracias por este regalo
de mi sonrisa, Señor. Amén.
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