sábado, 31 de marzo de 2018

Acuerdo China-Vaticano


Tuve en la Universidad de Comillas un profesor de Literatura, P. Juan Carrascal, que hacía poco había llegado de China donde había sido misionero durante años hasta la llegada al poder de Mao. Su salida fue traumática. Trece meses de cárcel en un gélido campo de concentración hasta su expulsión en 1953. Consecuencia de ello fue una operación que le hicieron con la implantación en el abdomen de un ano artificial. Siendo un hombre corpulento y alto, salió de China pesando 35 kilos.
Nos contaba en clase cosas de China y de su cautiverio y ha dejado para la posteridad, entre otros libros, aquel que tituló: «Máscaras. El comunismo entre bastidores», editado en 1954, un año después de su liberación, en la Editorial Sal Terrae. A pesar del tiempo transcurrido, le he echado un nuevo vistazo y sigue teniendo total actualidad, por lo didáctico, clarificador y fácil lectura. También conocí al obispo Federico Melendro, arzobispo de Anqing (China), que pasaba temporadas en Comillas.


 El cardenal Zen con el papa Francisco.

China siempre ha estado en el horizonte de los jesuitas. Comenzando por San Francisco Javier, que murió a sus puertas, cuando, predicando en Japón, los japoneses llegaron a reconocer que la doctrina que predicaba el misionero jesuita era superior, pero se preguntaban por qué no estaba implantada en China, donde nacían las cosas más bellas. Y Francisco Javier ardió en deseos de ir a China a predicar también allí –donde nacen las cosas bellas– el evangelio de Jesús. Se hallaba ya cercano a Cantón, puerta de China, en una pequeña isla llamada Sancián, a la espera de una embarcación que le llevase a ese mundo fascinante, cuando murió de una pulmonía en una choza a orillas del mar, 3 de diciembre de 1552.
Recordemos también al jesuita Matteo Ricci, que viajó a China en 1582 y se aclimató al país, pidiendo a Roma la adaptación del cristianismo a la cultura china y la aceptación en la liturgia de los ritos malabares. Lo que no fue aceptado por Roma y supuso una dificultad insalvable para la propagación de cristianismo en China. Lo que pedía Matteo Ricci y jesuitas posteriores, fue aceptado siglos después y universalizado por el Concilio Vaticano II. Y con Ricci, el P. Diego de Pantoja, su colaborador, que desempeñó un papel importante en el desarrollo de la tecnología y la cartografía chinas.
Ahora, después de la debacle que supuso la llegada del comunismo de Mao, la Iglesia china se dividió entre aquellos obispos sometidos al férreo control del Estado, elegidos por el régimen marxista, la llamada Iglesia patriótica china, y la Iglesia clandestina, fiel a Roma.
Con el papa Francisco, se habla ahora de la próxima firma de un cierto acuerdo entre China y el Vaticano. Un acuerdo, se dice, de carácter provisional y renovable cada dos o tres años. Con este acuerdo se conseguiría que Roma nombrase a todos los obispos, pero para ello se tendrá que reconocer también a los que han sido ordenados de forma ilegítima. Quedan siete obispos de la Iglesia patriótica que han manifestado su voluntad de acatamiento a Roma y han pedido perdón al Papa. Pero existe un problema. En las diócesis de Shantou y Mindong coexisten dos obispos, el patriótico y el clandestino. Después del acuerdo, ¿a quién se adjudicará la jurisdicción de la diócesis?
En la diócesis de Shantou, el obispo «católico» tiene 88 años. La solución prevista es nombrarle un vicario entre tres sacerdotes cercanos al obispo para, más adelante, convertirlo en obispo auxiliar del obispo «patriótico». En la diócesis de Mindong, la cosa es más complicada. El obispo «católico» Guo Xijin, de 59 años, cuenta con 60 sacerdotes y el 80% de los fieles, mientras que hay solo seis sacerdotes que responden a la autoridad del obispo «patriótico», Zhan Silu. ¿No sería una humillación convertir al obispo «católico», en auxiliar del obispo «patriótico»? Se ha pensado, al parecer, en invitarlo a vivir en Roma, pero sus fieles lo necesitan. Es un obispo muy bueno y querido en su Iglesia.
Este Lunes Santo ha ocurrido un hecho preocupante. El obispo Guo ha sido arrestado por las autoridades chinas, al parecer, por oponerse a celebrar la ceremonia de la misa Crismal en compañía del obispo «patriótico». Ha sido liberado al día siguiente, comprometiéndose, se cree también, a no celebrar «cualquier misa en calidad de obispo, siendo que él no está reconocido como tal por el Gobierno». El New York Times ha ofrecido otra versión: el objetivo de su arresto es mantener al prelado fuera del foco de atención durante la Semana Santa y que, aunque se le permitió regresar este miércoles a su casa por razones familiares, esperan que reanude sus «vacaciones forzosas» a finales de Semana Santa.
También el obispo de Zhengding, Giulio Jia Zhiguo, reconocido por el Vaticano, fue arrestado el pasado 6 y 7 de marzo para que no opinase sobre las negociaciones en pre-sencia de los periodistas extranjeros llegados a la capital para cubrir la sesión anual de la Asamblea Nacional del Pueblo que encumbró al presidente chino, Xi Jinping.
No hace mucho, el cardenal Joseph Zen, obispo emérito de Hong Kong, llegó a Roma y acusó al Papa de «malvender» la Iglesia de China. Y escribió un artículo en una revista donde decía que «o te rindes o aceptas la persecución, pero permaneciendo fiel a ti mismo». Y ha llamado a su hermano en el cardenalato, el secretario de Estado cardenal Parolin, como «hombre de poca fe». Así se las gasta el viejo cardenal Zen.
Sin embargo, son muchos los que desean llegar a un equilibrio en el que se pueda lograr unos acuerdos aceptables. ¿Se llegará a este acuerdo sin atropello de las partes? Porque bien se sabe lo que es el Estado chino y el temor que tiene a la expansión de una Iglesia católica con propuestas éticas tan contrarias al marxismo. Por ahora son solo doce millones de católicos chinos en una población de mil trescientos millones. Como una gota de agua.
Pienso que el acuerdo en ciernes es solamente una opción entre dos males, y hay que optar por el mal menor. Hay actualmente 40 diócesis que malviven su fe sin obispos que regenten a sus fieles. Esta semana próxima, según el diario católico francés La Croix, llegará una delegación china a Roma para seguir con el diálogo. Pero el portavoz del Vaticano, Greg Burke, desmintió ayer que el acuerdo con las autoridades chinas sea «inminente» y afirmó que el Papa permanece en constante contacto con sus colaboradores sobre las cuestiones chinas y sigue los pasos del diálogo en curso. Esperemos, pues.

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