jueves, 5 de abril de 2018

La religión del islam


El documento del Concilio Vaticano II Nostra Aetate, «sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas», al referirse a la religión del islam, dice lo siguiente:
–La Iglesia mira con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian además el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por tanto, aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo con la oración, las limosnas y el ayuno. Si en el transcurso de los siglos surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes, el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad para todos los hombres.
Pasados unos años y después de estas palabras de aprecio generoso por parte de la Iglesia, ¿se ha visto correspondencia?

  
Alí Cheknoum, tras la conversión Pablo Elías, sacerdote argelino

Pienso que no es fácil ello, cuando la religión del islam, que aglutina en torno a los 1.700 millones de personas en el mundo, se asienta fundamentalmente en unos cincuenta países donde rige la ley islámica (sharía) como norma oficial del Estado y sus gentes viven todavía con una mentalidad cultural tan distinta a nuestro mundo cristiano y occidental. Si sirve de parangón, viven todavía en el siglo XV de la era islámica (que comenzó en el año 622 después de Cristo), mientras nosotros ya estamos en el siglo XXI. Les falta el paso por una Ilustración, como tuvimos en el XVIII, y la conciencia de valorar lo que es la libertad religiosa y de pensamiento. 
Para el islam, Jesucristo es un profeta, hijo de María, pero su vida fue adulterada por sus discípulos en los Evangelios. Jesús no es Hijo de Dios, solo hijo de María. No murió en la cruz –que Dios hace triunfar a los profetas–, sino que fue crucificado uno que se le parecía. Los Evangelios no cuentan que Jesús anunció la venida de Mahoma. Y el Corán es la última palabra «descendida» de Dios o Alá al profeta Mahoma en árabe, que es la lengua de Dios.
Un personaje Mahoma de no muy imitable ejemplo de vida. Nació huérfano de padre, que murió durante un viaje en una caravana comercial. A los seis años, murió su madre, y a los ocho, el abuelo que se había hecho cargo de él. Casó con una viuda por nombre Jadiya, unos quince años mayor que él. Pero tuvo más mujeres. Algunos historiadores llegan a decir que tuvo hasta veinte esposas, aunque la más apreciada fue una niña de seis o siete años, llamada Aisha, con la que casó cuando él tenía ya los 50. Aisha era hija del que sería primer califa, sucesor de Mahoma, Abu Bakr. Y las guerras que sostuvo y… Obvio otras tantas cosas que cuentan sus biógrafos.
No son fáciles las conversiones al cristianismo. El islam cierra las puertas a toda conversión. Porque el musulmán que se convierta a otra religión es un «murtadd», un apóstata, y no pocas escuelas islámicas lo penan con la muerte.
Referiré solo un caso contado recientemente en «Religión en Libertad». El musulmán, que se hizo católico, huyó por las amenazas y ha vuelto a Argelia como sacerdote misionero. Se trata de Alí Cheknoum, tras la conversión Pablo Elías, quien estuvo cerca de la muerte, pero logró huir a Bélgica donde consiguió asilo y una vez que descubrió su vocación fue ordenado sacerdote en 2016 en la diócesis francesa de Toulon. En una entrevista en Le Figaro, cuenta su conversión y los riesgos que entraña a todos los que siguen este camino.
–Nací en una familia musulmana y crecí en esta religión, pero desde joven me decepcionó lo que el Corán enseña acerca de Dios. El Dios del islam es muy distante. No permite estar cerca, como si él estuviera allí para castigarnos cuando transgredimos las leyes coránicas. Lo desagradable fue ver que en el islam todo estaba construido sobre el miedo al castigo.
A la muerte de su hermana, perdió la fe y pasó un período sumido en el ateísmo en medio de su familia musulmana. Pero un día le hablaron de Cristo y en 1999 un primo suyo le presentó a una comunidad evangélica clandestina en la región de Cabilia, en el norte del país, de donde es natural. Oyó hablar al pastor de Cristo y…
–… sentí una gran calidez en mí y oía cómo Cristo me hablaba y me decía todo lo que me quería. ¡Me sentí amado, amado por Dios! ¡El miedo se había convertido en amor! Lloré de felicidad pues, ¡me había convertido en cristiano!
En 2005 conoció al hermano Ismael, de la comunidad de San Juan.
–Me hizo descubrir la riqueza espiritual de la Iglesia Católica y sentí claramente en mí la llamada del Espíritu Santo para convertirme en un sacerdote católico y misionero, para así dar a conocer la profundidad del amor de Jesús a todos y especialmente a nuestros hermanos musulmanes de Argelia, mi país.
Huyó a Europa en 2006 y se refugió en Bélgica. Tanto él como su familia habían recibido amenazas de muerte de los fundamentalistas islámicos.
–Esta tolerancia de mi familia fue una gracia del Señor, mi padre dio la bienvenida a mi conversión. Soy una excepción porque conozco a conversos en Argelia que fueron expulsados de sus hogares. El amor de Jesucristo tocó a toda mi familia.
Ordenado de sacerdote, su propio padre musulmán le regaló la casulla. Ahora se halla en Argelia para ejercer su misión sacerdotal, pero no sin cierto peligro.
–Los musulmanes convertidos –termina diciendo– deben aprender a sobrevivir en una sociedad muy a menudo hostil. Hay que tener en cuenta que son perseguidos, y muy a menudo, rechazados por sus familiares y amigos. Se los considera traidores y apóstatas.

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