El documento del Concilio Vaticano II Nostra Aetate, «sobre las relaciones de
la Iglesia con las religiones no cristianas», al referirse a la religión del islam,
dice lo siguiente:
–La Iglesia mira con aprecio a los
musulmanes que adoran al único Dios, viviente y subsistente, misericordioso y
todo poderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a
cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma como se sometió a
Dios Abraham, a quien la fe islámica mira con complacencia. Veneran a Jesús como
profeta, aunque no lo reconocen como Dios; honran a María, su Madre virginal, y
a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del juicio,
cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello, aprecian
además el día del juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres
resucitados. Por tanto, aprecian la vida moral, y honran a Dios sobre todo con
la oración, las limosnas y el ayuno. Si en el transcurso de los siglos
surgieron no pocas desavenencias y enemistades entre cristianos y musulmanes,
el Sagrado Concilio exhorta a todos a que, olvidando lo pasado, procuren y
promuevan unidos la justicia social, los bienes morales, la paz y la libertad
para todos los hombres.
Pasados unos años y después de estas
palabras de aprecio generoso por parte de la Iglesia, ¿se ha visto
correspondencia?
Alí Cheknoum, tras la
conversión Pablo Elías, sacerdote argelino
Pienso que no es fácil ello, cuando la
religión del islam, que aglutina en torno a los 1.700 millones de personas en
el mundo, se asienta fundamentalmente en unos cincuenta países donde rige la
ley islámica (sharía) como norma
oficial del Estado y sus gentes viven todavía con una mentalidad cultural tan
distinta a nuestro mundo cristiano y occidental. Si sirve de parangón, viven todavía
en el siglo XV de la era islámica (que comenzó en el año 622 después de
Cristo), mientras nosotros ya estamos en el siglo XXI. Les falta el paso por
una Ilustración, como tuvimos en el XVIII, y la conciencia de valorar lo que es
la libertad religiosa y de pensamiento.
Para el islam, Jesucristo es un profeta,
hijo de María, pero su vida fue adulterada por sus discípulos en los Evangelios.
Jesús no es Hijo de Dios, solo hijo de María. No murió en la cruz –que Dios
hace triunfar a los profetas–, sino que fue crucificado uno que se le parecía. Los
Evangelios no cuentan que Jesús anunció la venida de Mahoma. Y el Corán es la
última palabra «descendida» de Dios o Alá al profeta Mahoma en árabe, que es la
lengua de Dios.
Un personaje Mahoma de no muy imitable
ejemplo de vida. Nació huérfano de padre, que murió durante un viaje en una
caravana comercial. A los seis años, murió su madre, y a los ocho, el abuelo
que se había hecho cargo de él. Casó con una viuda por nombre Jadiya, unos
quince años mayor que él. Pero tuvo más mujeres. Algunos historiadores llegan a
decir que tuvo hasta veinte esposas, aunque la más apreciada fue una niña de
seis o siete años, llamada Aisha, con la que casó cuando él tenía ya los 50.
Aisha era hija del que sería primer califa, sucesor de Mahoma, Abu Bakr. Y las
guerras que sostuvo y… Obvio otras tantas cosas que cuentan sus biógrafos.
No son fáciles las conversiones al cristianismo.
El islam cierra las puertas a toda conversión. Porque el musulmán que se
convierta a otra religión es un «murtadd», un apóstata, y no pocas escuelas
islámicas lo penan con la muerte.
Referiré solo un caso contado recientemente
en «Religión en Libertad». El musulmán, que se hizo católico, huyó por las
amenazas y ha vuelto a Argelia como sacerdote misionero. Se trata de Alí Cheknoum, tras la conversión Pablo Elías, quien estuvo
cerca de la muerte, pero logró huir a Bélgica donde consiguió asilo y una vez
que descubrió su vocación fue ordenado sacerdote en 2016 en la diócesis
francesa de Toulon. En una entrevista en Le
Figaro, cuenta su conversión y los riesgos que entraña a todos los que
siguen este camino.
–Nací en una familia musulmana y crecí en
esta religión, pero desde joven me decepcionó lo que el Corán enseña acerca de
Dios. El Dios del islam es muy distante. No permite estar cerca, como si él
estuviera allí para castigarnos cuando transgredimos las leyes coránicas. Lo
desagradable fue ver que en el islam todo estaba construido sobre el miedo al
castigo.
A la muerte de su hermana, perdió la fe y pasó un período sumido en el
ateísmo en medio de su familia musulmana. Pero un día le hablaron de Cristo y
en 1999 un primo suyo le presentó a una comunidad evangélica clandestina en la
región de Cabilia, en el norte del país, de donde es natural. Oyó hablar al
pastor de Cristo y…
–… sentí una gran
calidez en mí y oía cómo Cristo me hablaba y me decía todo lo que me quería.
¡Me sentí amado, amado por Dios! ¡El miedo se había convertido en amor! Lloré
de felicidad pues, ¡me había convertido en cristiano!
En 2005 conoció al hermano Ismael, de la comunidad de San Juan.
–Me hizo descubrir la riqueza espiritual de
la Iglesia Católica y sentí claramente en mí la llamada del Espíritu Santo para
convertirme en un sacerdote católico y misionero, para así dar a conocer la
profundidad del amor de Jesús a todos y especialmente a nuestros hermanos
musulmanes de Argelia, mi país.
Huyó a Europa en 2006 y se refugió en
Bélgica. Tanto él como su familia habían recibido amenazas de muerte de los
fundamentalistas islámicos.
–Esta tolerancia de mi familia fue una
gracia del Señor, mi padre dio la bienvenida a mi conversión. Soy una excepción
porque conozco a conversos en Argelia que fueron expulsados de sus hogares. El
amor de Jesucristo tocó a toda mi familia.
Ordenado de sacerdote, su propio padre
musulmán le regaló la casulla. Ahora se halla en Argelia para ejercer su misión
sacerdotal, pero no sin cierto peligro.
–Los musulmanes convertidos –termina
diciendo– deben aprender a sobrevivir en una sociedad muy a menudo hostil. Hay
que tener en cuenta que son perseguidos, y muy a menudo, rechazados por sus
familiares y amigos. Se los considera traidores y apóstatas.
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