sábado, 26 de noviembre de 2016

Unamuno y el Cristo de Velázquez

El próximo 31 de diciembre se cumplirán 80 años de la muerte de Miguel de Unamuno, recio vasco rector de la Universidad de Salamanca. Y ya están apareciendo diversos escritos sobre su figura en los periódicos. Yo quisiera unirme a ello y reflejar aquí unas pinceladas de su viaje a Las Hurdes en 1913, donde se llevó el manuscrito de su poema Ante el Cristo de Velázquez, para perfilarlo en aquellas soledades.



Unamuno y el Cristo de Velázquez (Museo del Prado).

Las Hurdes era un terreno montañoso de difícil acceso y la zona más deprimida de España en los años primeros del siglo XX, descubriendo al visitante de aquellos pueblos y alquerías la vida miserable de los hurdanos: atraso económico, incomunicación, analfabetismo, nula asistencia sanitaria, enfermedades endémicas y muertes de una comarca perdida al norte de Extremadura. Abundaba el enanismo y en los cinco municipios hurdanos la estatura de los mozos apenas sobrepasaba el metro y medio. Las enfermedades y epidemias eran continuas: calenturas, viruela, bocio, cretinismo, difteria, paludismo, el garrotillo o las tercianas diezmaban la población… Y las precarias condiciones de un alto índice de analfabetismo, de una alimentación exigua y de unas viviendas míseras.
Es célebre la visita que a ella realizó el rey Alfonso XIII acompañado de don Gregorio Marañón en 1922 y recibida la expedición regia por el obispo de Coria, don Pedro Segura y Sáenz. Pero Las Hurdes ya había sido desde el siglo XIX lugar de estudio como un caso singular en el corazón profundo de España.
Ya el Diccionario geográfico-estadístico de Madoz de mediados del siglo XIX supone un hito en la historiografía y un antes y un después en el conocimiento de la realidad de Las Hurdes. Para Madoz «es un país casi desconocido en el resto de la nación… y lo poco que de él se ha escrito está lleno de inexactitudes y de faltas».
Hay estudios sociológicos ya desde finales del siglo XIX. Y el trabajo que el obispo de Plasencia, Francisco Jarrín Moro (+1912), y su secretario, José Polo Benito, habían hecho en Las Hurdes.
Polo Benito, muerto su obispo, dirigió por espacio de cinco años la revista Las Hurdes (1904-1909) y organizó el Congreso Nacional Hurdanófilo, celebrado en Plasencia en los días 14 y 15 de junio de 1908. Y permítanme un inciso acerca de Polo Benito, que llegó a ser deán de la catedral de Toledo y acabó su vida el 22 de agosto de 1936, al comienzo de la guerra civil, fusilado en la Puerta del Cambrón de Toledo junto a un grupo de 70 personas: otros diez sacerdotes, once hermanos maristas y personas civiles, entre ellas Luis Moscardó, hijo del coronel Moscardó, defensor del Alcázar de Toledo. José Polo Benito fue beatificado junto con otros 497 mártires por el papa Benedicto XVI el 28 de octubre de 2007 en Roma.
Siguiendo con Las Hurdes, en la primera mitad del siglo XIX apareció por España un simpático inglés vendiendo Biblias. George Borrow, conocido como Don Jorgito, dejó escritas las impresiones de sus correrías en un famoso libro titulado La Biblia en España. Y oyó hablar de «una pequeña nación o tribu de gente desconocida que hablaba una lengua desconocida, que vivía allí desde la creación del mundo, sin cruzarse con las demás criaturas y sin saber que existían otros seres además de ellos mismos». No era así ciertamente, pero la leyenda que oyó George Borrow sobre Las Hurdes viene de muy atrás.
El hispanista francés Maurice Legendre, que fuera director de la Casa de Velázquez, centro cultural del Estado francés en Madrid, visitó en 1909 el santuario de la Peña de Francia, lugar próximo a Las Hurdes, inicio de una serie de visitas anuales de estudio a la comarca, que culminará en una tesis doctoral que presentó en la Universidad de Burdeos.
Maurice Legendre conoció a Miguel de Unamuno en Burgos en julio de 1909 y juntos realizaron un viaje a Las Hurdes en 1913, acompañados del filósofo francés Jacques Chevalier, viaje que el ilustre escritor vasco dejará consignado en un cuaderno de viaje.
–Esas tierras extremeñas, las que cantó como una alondra Gabriel y Galán –que dirá Unamuno.
El 28 de julio, antes de salir para Las Hurdes, Unamuno escribe a su amigo portugués, Teixeira de Pascoâes:
–A mí me ha dado ahora por formular la fe de mi pueblo, su cristología realista y… lo estoy haciendo en verso. Es un poema que se titulará Ante el Cristo de Velázquez y del que llevo escrito más de 700 endecasílabos. Quiero hacer una cosa cristiana, bíblica y… española. Veremos.
Este poema a medio construir se lo llevó a Las Hurdes y lo iba leyendo a sus amigos franceses.
Unamuno se sentía feliz al contacto con la tierra virgen de aquellos terruños inhóspitos. Alguna noche será «de perros», según explica el mismo Unamuno, pero señala que se siente a solas consigo mismo y con la tierra pura.
–¡Adiós el mundo de los periódicos y de la política! Por unos días no habríamos de saber nada de él.
Y el autor del Sentimiento trágico de la vida, cuyas pruebas de este libro había dejado sobre la mesa del rectorado de la Universidad de Salamanca, escribirá el 24 de diciembre a Jacques Chevalier, quien, desde Lyon, le había preguntado si había terminado «votre poignant poéme, le Crist de Velázquez»:
–Al fin puedo ponerle cuatro letras, mi querido amigo… Estos días de vacaciones me ocupo en redondear mi Cristo de Velázquez. Algo creció, desde que ustedes se fueron y algo ha mejorado. Resulta que a mí me parece mi obra mejor, más serena y más concentrada, y a los que la conocen aquí les parece lo más católico que he hecho. No tiene la inquietud y el tormento de mi Sentimiento trágico. Y es que he encontrado al hacerla mucho del alma de mi niñez, madurada por meditaciones. Y habla en ella, creo, lo mejor del alma de mi pueblo».
Un poema, Ante el Cristo de Velázquez, que comienza:

¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?

Y termina:
…¡Dame,
Señor, que cuando al fin vaya perdido
a salir de esta noche tenebrosa
en que soñando el corazón se acorcha,
me entre en el claro día que no acaba,
fijos mis ojos de tu blanco cuerpo,
Hijo del Hombre, Humanidad completa,
en la increada luz que nunca muere;
mis ojos fijos en tus ojos, Cristo,
mi mirada anegada en Ti, Señor!

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