sábado, 8 de diciembre de 2018

¿Tiene algo que decirnos hoy el título de María Inmaculada?


El dogma de la Inmaculada Concepción está siendo un tanto incómodo a cierta teología moderna. Benedicto XVI, en la homilía del 8 de diciembre de 2005, hacía la siguiente pregunta:
–¿Qué significa «María, la Inmaculada»? ¿Este título tiene algo que decirnos?
Y el Papa responde a la consideración de los fieles y pienso que indirectamente a la reflexión de los teólogos:
–En María, la Inmaculada, encontramos la esencia de la Iglesia de un modo no deformado. De ella debemos aprender a convertirnos nosotros mismos en «almas eclesiales» –así se expresaban los Padres–, para poder presentarnos también nosotros, según la palabra de san Pablo, «inmaculados» delante del Señor, tal como él nos quiso desde el principio (cf. Col 1, 21; Ef 1, 4).


Dos papas se significaron especialmente por el dogma inmaculado en el siglo XX por aquello de que les tocó la doble efeméride del cincuentenario y del centenario de la proclamación del dogma. San Pío X, con su encíclica Ad diem laetissimum (1904), y Pío XII, con la encíclica Fulgens corona (1953). Éste último instituyó el Año Mariano desde el 8 de diciembre de 1953 al 8 de diciembre de 1954.
Es necesario que la celebración de este Centenario –decía Pío XII– no solamente encienda de nuevo en todas las almas la fe católica y la devoción ferviente a la Virgen Madre de Dios, sino que haga también que la vida de los cristianos se conforme lo más posible a la imagen de la Virgen. De la misma manera que todas las madres sienten suavísimo gozo cuando ven en el rostro de sus hijos una peculiar semejanza de sus propias facciones, así también nuestra dulcísima Madre María, cuando mira a los hijos que, junto a la Cruz, recibió en lugar del suyo, nada desea más y nada le resulta más grato que el ver reproducidos los rasgos y virtudes de su alma en sus pensamientos, en sus palabras y en sus acciones. Ahora bien: para que la piedad no sea sólo palabra huera o una forma falaz de religión o un sentimiento débil y pasajero de un instante, sino que sea sincera y eficaz, debe impulsarnos a todos y a cada uno, según la propia condición, a conseguir la virtud. Y, en primer lugar, debe incitarnos a todos a mantener una inocencia e integridad de costumbres tal, que nos haga aborrecer y evitar cualquier mancha de pecado, aun la más leve, ya que precisamente conmemoramos el misterio de la Santísima Virgen, según el cual su concepción fue inmaculada e inmune de toda mancha original.
Posteriormente, el Concilio Vaticano II reflexionó sobre la doctrina mariana en la reflexión sobre Cristo y sobre la Iglesia. Fue el primer concilio que se refiere a la Virgen María como Inmaculada Concepción. En la constitución dogmática Lumen Gentium se proclama a la Virgen «como miembro excelentísimo y enteramente singular de la Iglesia» y «tipo y ejemplar acabadísimo de la Iglesia en la fe y en la caridad» (LG 53). Al tiempo que recoge que la «Madre de Dios y del Redentor» fue «redimida de modo eminente en previsión de los méritos de su Hijo, unida a Él con un vínculo estrecho e indisoluble». Curiosamente, el Concilio Vaticano II se clausuró el 8 de diciembre de 1965, festividad de la Inmaculada Concepción.
Pero todos los papas del último siglo se han volcado en alabanzas a la Inmaculada. Juan Pablo II, que alumbró el siglo XXI, celebró con toda solemnidad el 150 aniversario de la proclamación del dogma.
–¡Cuán grande es el misterio de la Inmaculada Concepción, que nos presenta la liturgia de hoy! Un misterio que no cesa de atraer la contemplación de los creyentes e inspira la reflexión de los teólogos –dijo en la homilía del 8 de diciembre de 2004.
Pero han llegado también voces discrepantes. Lo de Kart Barth (1886-1968), teólogo significativo del protestantismo del siglo XX, no es una discrepancia, es un exabrupto. En su monumental Dogmática, considera no sólo este misterio de la Inmaculada, sino toda la Mariología, como una «excrecencia tumoral del catolicismo». En su dogmática dice: «El discurso católico sobre María es una excrecencia maligna, es una planta parásito de la Teología: ahora bien, las plantas parásitos deben ser desenraizadas».
La reflexión en lenguaje actual del pecado original ha llevado a algunos teólogos católicos a reconsiderar, sin llegar a negarlo explícitamente, el dogma de la Inmaculada Concepción. Sirva de ejemplo Domiciano Fernández, que propone una revisión global de la doctrina del pecado original en su obra El Pecado Original, ¿mito o realidad? Pero estas discusiones de escuela no es tema de hoy. Apunto simplemente el dato. Aunque me quedo con la expresión de Juan Pablo II ante la Inmaculada de la Plaza de España de Roma en la tarde del 8 de diciembre de 1984:
–Venimos hoy, como todos los años, a Ti, Virgen de la Plaza de España… Eres «llena de gracia». ¡Oh Inmaculada! Madre que nos conoces, permanece con tus hijos. Amén.

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