El dogma de la Inmaculada Concepción está
siendo un tanto incómodo a cierta teología moderna. Benedicto XVI, en la
homilía del 8 de diciembre de 2005, hacía la siguiente pregunta:
–¿Qué significa «María, la Inmaculada»?
¿Este título tiene algo que decirnos?
Y el Papa responde a la consideración de
los fieles y pienso que indirectamente a la reflexión de los teólogos:
–En María, la Inmaculada, encontramos la
esencia de la Iglesia de un modo no deformado. De ella debemos aprender a
convertirnos nosotros mismos en «almas eclesiales» –así se expresaban los
Padres–, para poder presentarnos también nosotros, según la palabra de san
Pablo, «inmaculados» delante del Señor, tal como él nos quiso desde el
principio (cf. Col 1, 21; Ef 1, 4).
Dos papas se significaron especialmente por
el dogma inmaculado en el siglo XX por aquello de que les tocó la doble
efeméride del cincuentenario y del centenario de la proclamación del dogma. San
Pío X, con su encíclica Ad diem
laetissimum (1904), y Pío XII, con la encíclica Fulgens corona (1953). Éste último instituyó el Año Mariano desde
el 8 de diciembre de 1953 al 8 de diciembre de 1954.
–Es
necesario que la celebración de este Centenario –decía Pío XII– no solamente
encienda de nuevo en todas las almas la fe católica y la devoción ferviente a
la Virgen Madre de Dios, sino que haga también que la vida de los cristianos se
conforme lo más posible a la imagen de la Virgen. De la misma manera que todas
las madres sienten suavísimo gozo cuando ven en el rostro de sus hijos una
peculiar semejanza de sus propias facciones, así también nuestra dulcísima
Madre María, cuando mira a los hijos que, junto a la Cruz, recibió en lugar del
suyo, nada desea más y nada le resulta más grato que el ver reproducidos los
rasgos y virtudes de su alma en sus pensamientos, en sus palabras y en sus
acciones. Ahora bien: para que la piedad no sea sólo palabra huera o una forma
falaz de religión o un sentimiento débil y pasajero de un instante, sino que
sea sincera y eficaz, debe impulsarnos a todos y a cada uno, según la propia
condición, a conseguir la virtud. Y, en primer lugar, debe incitarnos a todos a
mantener una inocencia e integridad de costumbres tal, que nos haga aborrecer y
evitar cualquier mancha de pecado, aun la más leve, ya que precisamente
conmemoramos el misterio de la Santísima Virgen, según el cual su concepción
fue inmaculada e inmune de toda mancha original.
Posteriormente, el Concilio Vaticano II
reflexionó sobre la doctrina mariana en la reflexión sobre Cristo y sobre la
Iglesia. Fue el primer concilio que se refiere a la Virgen María como
Inmaculada Concepción. En la constitución dogmática Lumen Gentium se proclama a la Virgen «como miembro excelentísimo y
enteramente singular de la Iglesia» y «tipo y ejemplar acabadísimo de la
Iglesia en la fe y en la caridad» (LG 53). Al tiempo que recoge que la «Madre
de Dios y del Redentor» fue «redimida de modo eminente en previsión de los
méritos de su Hijo, unida a Él con un vínculo estrecho e indisoluble».
Curiosamente, el Concilio Vaticano II se clausuró el 8 de diciembre de 1965,
festividad de la Inmaculada Concepción.
Pero todos los papas del último siglo se
han volcado en alabanzas a la Inmaculada. Juan Pablo II, que alumbró el siglo
XXI, celebró con toda solemnidad el 150 aniversario de la proclamación del
dogma.
–¡Cuán grande es el misterio de la
Inmaculada Concepción, que nos presenta la liturgia de hoy! Un misterio que no
cesa de atraer la contemplación de los creyentes e inspira la reflexión de los
teólogos –dijo en la homilía del 8 de diciembre de 2004.
Pero han llegado también voces
discrepantes. Lo de Kart Barth (1886-1968), teólogo significativo del
protestantismo del siglo XX, no es una discrepancia, es un exabrupto. En su
monumental Dogmática, considera no
sólo este misterio de la Inmaculada, sino toda la Mariología, como una
«excrecencia tumoral del catolicismo». En su dogmática dice: «El discurso
católico sobre María es una excrecencia maligna, es una planta parásito de la Teología:
ahora bien, las plantas parásitos deben ser desenraizadas».
La reflexión en lenguaje actual del pecado
original ha llevado a algunos teólogos católicos a reconsiderar, sin llegar a
negarlo explícitamente, el dogma de la Inmaculada Concepción. Sirva de ejemplo Domiciano
Fernández, que propone una revisión global de la doctrina del pecado original
en su obra El Pecado Original, ¿mito o
realidad? Pero estas discusiones de escuela no es tema de hoy. Apunto
simplemente el dato. Aunque me quedo con la expresión de Juan Pablo II ante la
Inmaculada de la Plaza de España de Roma en la tarde del 8 de diciembre de
1984:
–Venimos hoy, como todos los años, a Ti,
Virgen de la Plaza de España… Eres «llena de gracia». ¡Oh Inmaculada! Madre que
nos conoces, permanece con tus hijos. Amén.
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