Santa Rita de Casia,
patrona de los casos imposibles, es conocida también como la santa de las rosas.
Hoy, 22 de mayo, se celebra su festividad. Me gustaría destacar en la figura de
Santa Rita no tanto la fama de los prodigios que el pueblo atribuye a su
intercesión ante Dios, cuanto, como ha recalcado el papa Juan Pablo II, la “normalidad
de su trayectoria como esposa y madre primero, después como viuda y, finalmente,
como monja agustina”. Porque por todas esas etapas discurrió la vida de santa
Rita: fue esposa paciente, madre amorosa de sus hijos y viuda resignada, antes
de enclaustrarse en un monasterio.
La “normalidad” que apunta
el Papa debe referirse, creo yo, a una mujer que cubre los estadios naturales
del común denominador de los creyentes. Es decir, que fue joven, casó, sufrió
con paciencia a un marido tal vez desconsiderado con ella, tuvo hijos, y ya —esto
es menos frecuente— en la soledad de una viudez joven, ingresó de monja en las
agustinas. Y “normalidad” también porque su vida no fue fácil, como no lo es
para nadie. Pesada como una cruz, supo llevarla con humildad y paciencia a
imitación de Cristo crucificado. De ahí su fama tras de su muerte, porque Rita,
“dulce y doliente”, expresión de Juan Pablo II, supo ser un espejo en el que puede
mirarse cualquier criatura sufriente de este mundo.
Mientras más grande es la
devoción popular por un santo más difícil es distinguir los confines entre la
historia y la leyenda. Los documentos históricos no dilucidan con claridad ni
la fecha de su nacimiento ni la de su muerte. De ahí que unos historiadores se
inclinen por acotar el periodo de su vida de 1371 a 1447 y otros lo retrasen
diez años: de 1381 a 1457. El primer documento histórico que ofrece referencias
de Santa Rita no es ningún papel sino una caja mortuoria, la Caja Solemne,
la primera que acogió su cuerpo, que ofrece, junto a imágenes pictóricas de la
Santa, un breve epitafio en verso escrito en la lengua vulgar italiana del
siglo XV, interesante desde el punto de visto histórico, lingüístico y
religioso, de no fácil interpretación. Y el Codex miraculorum, escrito
por un notario, Domenico Angeli, que registra once milagros sucedidos entre el
25 de marzo y el 18 de junio de 1457, ante la tumba de Santa Rita. Fue mucho
más tarde, en 1610, siglo y medio después de su muerte, cuando aparece la
primera biografía, más bien hagiografía, obra del agustino Cavalluci de
Foligno, que recoge la tradición oral de Casia y sirve de base para el proceso
de beatificación que se inició entonces y culminó en 1628. Estas fuentes
alternan los datos históricos con noticias legendarias, para trazar el perfil
de una Santa que fue venerada en vida y canonizada por el pueblo antes que lo
hiciera la misma Iglesia.
Nació en Roccaporena, pueblecito
cercano a Casia, en la Umbría italiana. Sus padres, Antonio Lotti y Amada
Ferri, eran, según la tradición, de edad madura cuando tuvieron a esta niña. Se
cuenta que su madre tuvo la visión de un ángel que le manifestó que tendría el
gozo de una hija a la que debía poner por nombre Rita (o Margarita, su nombre
completo). Margarita deriva del griego Margarites, de origen oriental,
“perla”, en relación a la belleza y a la luminosidad. Sólo en el tardío medievo
italiano, margarita asumió el significado de planta y flor.
Muy piadosa, ya despuntaba
en ella desde la más tierna infancia indicios de su vocación religiosa. Con
frecuencia acudía al monasterio de Santa María Magdalena, en la vecina Casia,
donde se hallaba una monja pariente suya, o a la iglesia de San Agustín, donde
se veneraban las imágenes de tres santos a los que escogió como protectores:
San Juan Bautista, san Agustín y san Nicolás de Tolentino. Se cuenta que estos
protectores se le aparecieron un día en una visión y le aseguraron que llegaría
a ser monja.
Cuando Rita llegó a la
edad de quince años, sus padres la casaron con un joven del pueblo, Pablo
Fernando Mancini, a quien el biógrafo Cavalluci lo describe como “un hombre muy
feroz que espantaba a su pobre esposa con solo hablar”. Con él engendró dos
hijos, Juan Santiago y Pablo María, tal vez gemelos. Pero en 1401, el marido
fue encontrado muerto al pie de la torre de Collegiacone, víctima de una
venganza o de una lucha de güelfos y gibelinos, no se sabe bien.
Fue entonces cuando
reverdeció en Rita su antigua vocación religiosa y pidió su ingreso en el
monasterio de agustinas de Santa María Magdalena de Casia. El Codex
miraculorum refiere que Rita “vivió cuarenta años en el convento de Santa
Magdalena en el amor y servicio de Dios, el ayuno y la oración”.
Rita pasó los cuatro
últimos años de su vida enferma y en cama. El último invierno le visitó una
parienta suya, vecina de Roccaporena. Rita le pide un imposible. En el viejo
huerto de su casa han florecido una rosa y unos higos. ¿Se los puede traer? La
parienta, escéptica, piensa que Rita delira. Pero cuando vuelve a Roccaporena,
ve con asombro que el rosal ha florecido y que la higuera ha dado unos higos.
¿Un guiño simpático de la
santa? ¿Una mera leyenda? Lo cierto es que desde entonces a Rita se la conoce
como “la Santa de las rosas” y también “la Santa de lo imposible”, que hizo
florecer en el frío invierno un rosal y una higuera.
Inmediatamente después de
su muerte, Santa Rita comenzó a gozar del culto tributado por el pueblo.
Documentos de 1485 hablan ya de su culto conocido y propagado en toda la
diócesis de Espoleto a la que pertenecía Casia. El reconocimiento de la Iglesia
llegó más tarde. En 16 de junio de 1628 fue beatificada por Urbano VIII.
Finalmente, el 24 de mayo de 1900 fue canonizada en San Pedro por León XIII,
que la llamó “la perla preciosa de la Umbría” y la propuso como modelo de vida
cristiana. Fue la primera mujer santificada en el Gran Jubileo del comienzo del
siglo XX. Su culto, con profunda raigambre en toda Italia, se ha extendido por
España y Portugal, de donde ha pasado a Hispanoamérica y Filipinas. También a
los Estados Unidos. Un pequeño boletín en italiano titulado “Dalle api alle
rose” (De las abejas a las rosas), traducido al francés, inglés, alemán y
español, difunde desde el santuario de Casia, con una tirada que supera los
cuatrocientos mil ejemplares, el espíritu de Santa Rita.
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