Nos hallamos en la
octava del Corpus
y los Seises de Sevilla bailan todas las tardes
ante el Santísimo.
El
1911 los Seises fueron invitados a bailar en el Congreso Eucarístico
Internacional, que se celebraba en Madrid. A algunos canónigos de la diócesis
madrileña les pareció irreverente esta invitación.
–¡Bailar
delante del Santísimo Sacramento! ¡Qué profanación!
Y
ofrecieron algunas dificultades, que fueron obviadas por la infanta doña
Isabel, «La Chata», que deseaba que en la fiesta internacional dedicada a la
Eucaristía no faltase el gustoso aperitivo de los Seises de Sevilla.
Rodríguez
Marín, que escribió un artículo en ABC el 19 de junio de 1911, salió al
paso de esta supuesta irreverencia:
–¿Irreverente
la danza de los seises? Los que tal dicen han olvidado que representa el pasaje
del Real Profeta bailando ante el Arca del Testamento. Y claro es que lo dicen
porque no han presenciado jamás esa danza y la confunden, o poco menos, con los
callejeros bailes de las verbenas. Pues ¿cómo, a ser irreverente, la conservara
y la patrocinara, siglo tras siglo, el siempre celoso cabildo de la gran
metrópoli sevillana, cuando ni por ensueño había en Madrid catedral ni
obispado?
La
existencia de los Seises se pierde en los siglos medievales. Lo que comenzó
siendo niños de coro, que existieron desde la creación de la Iglesia de Sevilla
a mediados del siglo XIII, terminó con la danza y el baile, cuando el Corpus,
fiesta creada por Urbano IV para que «cante la fe, dance la esperanza y salte
de gozo la caridad», arraigó en Sevilla en el siglo XV.
El
27 de junio de 1454, Nicolás V emitió la bula Votis illis, por la que
concedía a la catedral de Sevilla un maestro de canto para los niños cantores
independiente del maestro de gramática, puesto que «los servicios de canto del
maestro y de los niños son de más inmediata y directa utilidad que los de
gramática, para el culto de la Iglesia y más necesarios para aumentar su brillo
y esplendor». Contaron así desde entonces los niños cantorcicos, que así
se llamaba a los Seises en el siglo XV, con un maestro de capilla distinto al
de gramática.
Ese
año de 1454 aparece un primer apunte de la existencia de los niños cantorcicos
en los libros de cuentas de la catedral:
–Seis
ángeles tañendo; ocho profetas tañendo, veintisiete cantores, moços niños.
Y
en 1512:
–A
once moços de capilla cantorcicos desta santa iglesia que fueron cantando e
baylando delante del Corpus Xti, para hacer las guirnaldas que llevaron, a real
cada una, once reales.
En
la bula de Eugenio IV Ad exequendum, expedida en Florencia el 24 de
septiembre de 1439, se habla por primera vez de «seis niños cantores». Aunque
el nombre de Seise no aparece en los papeles de la catedral hasta el año
1553, cuando se dice en un auto capitular «hacer guirnaldas para seises».
Se
llaman así porque en un principio fueron seis. Pero su número ha variado a lo
largo de la historia, siendo unas veces ocho, doce, hasta dieciséis en 1570
cuando entró en Sevilla el rey Felipe II. A comienzos del siglo XVII se fijó en
diez su número, que perdura en la actualidad.
A
finales del siglo XVII tuvieron un momento difícil durante el pontificado del
arzobispo Palafox, el de los «cien pleitos». Acabó con las danzas y bailes de
hombres y mujeres en la procesión del Corpus y a punto estuvo también de acabar
con el baile de los Seises. Envió un dubium a la Sagrada Congregación
del Concilio para que le dijese si parecía correcto a Roma que durante la octava
del Corpus unos niños bailen con trajes de danzantes, dando a veces la espalda
al Santísimo y con la cabeza cubierta.
El
cabildo catedral, que venía soportando durante años los dubium del
arzobispo, con no poco gasto de mantener un representante para defensa de sus
intereses ante la corte de Madrid, cerca del nuncio, y otro en la misma Roma,
no estaba dispuesto a transigir en este tema, tan secular en la Iglesia de
Sevilla y de tanto arraigo popular. Un mandamiento del nuncio da en principio
la razón al arzobispo y ordena «bajo censuras latae sententiae quitar el
abuso de la danza de los seises», mientras el rey Carlos II, más comedido,
recomienda «se procurara conciliar los pleitos». El cabildo plantó resistencia
al arzobispo y al nuncio y acordó el 15 de julio de 1701 «que se defendiese su
tan antigua posesión judicial y extrajudicialmente». Pero no hubo necesidad de
seguir en pleitos. El arzobispo está enfermo de muerte. En diciembre de ese año
muere. Su sucesor, el cardenal Arias, se apresuró a firmar una concordia con
los canónigos en todos los pleitos planteados por el arzobispo anterior. Y los
Seises fueron salvados.
Se
forjó entonces una leyenda –Sevilla es tierra mágica de leyendas– que narra así
Simón de la Rosa, autor de su renombrado libro Los Seises de la Catedral de
Sevilla:
–Cuéntase
que un antiguo arzobispo, cuyo nombre no ha podido averiguar la leyenda,
promovió ruidoso pleito al cabildo eclesiástico y llevó a Roma la cuestión,
para que la Sagrada Congregación de Cardenales decretase la supresión de la
danza de seises por considerarla ofensiva a la majestad augusta del Santísimo
Sacramento. Llegado el período de prueba, a Roma fueron los seises con sus
borceguíes argentados, gregüescos, vaquerillos, bandas, valonas, sombreros,
castañetas, y con su maestro de capilla al frente, en barco fletado por cuenta
del Cabildo; y, tan prendado quedó el Pontífice de la danza censurada por el
Arzobispo, cuando se hubo ejecutado a su presencia, que mandó sobreseer el
proceso y proveer en adelante que nadie fuese osado a perturbar al Cabildo en
la posesión de una costumbre inmemorial, sancionada por el tiempo y abonada por
la licitud de la ceremonia.
Existe
una leyenda añadida. El papa les dijo que pervivirían mientras les durase el
traje que llevaban. Por eso, es tradición al hacerse vestimentas nuevas, rojas
en el Corpus y azules en la Inmaculada, que lleven siempre un retal del viejo
traje añadido al nuevo para que perdure de alguna manera el vestido primitivo.
Los Seises bailan ante el Santísimo en el triduo de Carnaval, como preparación
para la Cuaresma, en la fiesta del Corpus y su octava y en la fiesta de la
Inmaculada y su octava.
El
inglés lord Rosebery quedó tan prendado del baile de los Seises que encargó al
pintor Gonzalo Bilbao un óleo con la representación de tan hermosa danza. Hoy
se conserva ese cuadro, Los Seises de la catedral de Sevilla, en toda la
belleza de su expresión plástica, en una colección particular de Londres.
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