miércoles, 9 de octubre de 2019

Los pajarillos de Pío XII


Hoy, 9 de octubre, se cumple 61 años de la muerte de Pío XII. Hay una foto entrañable de este Papa, tan hierático él, con un pajarillo posado en su mano. Yo la he utilizado para ilustrar la portada de mi libro “Pío XII versus Hitler y Mussolini”. Cuenta su médico Riccardo Galeazzi-Lisi que se decía en el Vaticano que, si León XIII comía como una hormiga, Pío XII comía como uno de sus pájaros. Y es que tenía en sus departamentos y en su despacho algunas jaulas con pajarillos que algunos soltaba de vez en cuando revoloteando por la estancia y posándose sobre su mesa. El pájaro que figura en la fotografía, se llamaba Peter, según cuenta su médico, pero tal vez sea Gretchen, que cuenta Sor Pascalina.


 Dice su médico:
–Pío XII quería tenerlos cerca por las mañanas, mientras se afeitaba…
En aquel entonces, la máquina de afeitar era un objeto extraño en nuestros lares, pero Pío XII ya la tenía, regalo que le hizo el cardenal Spellman, arzobispo de Nueva York.
Cuando murió Pío XII el 9 de octubre de 1958 en Castelgandolfo y días después enterrado en la Basílica de San Pedro, el cardenal Tisserant, como Decano del Colegio Cardenalicio, ordenó a Sor Pascalina, que había servido a Pío XII durante 40 años desde los tiempos de nunciatura en Munich, que abandonara ese mismo día su estancia en el Vaticano. Y la que fue llamada “Virgo potens”, odiada por no pocos curiales, salió del Vaticano con una maleta en una mano y una jaula con los pajarillos del Papa en la otra. Ella, que había podido viajar en limusina tantas veces, se vio en la necesidad de atravesar la Plaza de San Pedro en soledad, tomar un taxi y refugiarse en una casa religiosa de Roma. En la jaula iban Peter, que Sor Pascalina regaló al médico Galeazzi-Lisi, y otros dos llamados Greta y Lucía. Pero el preferido del Papa era Peter, un picamadero de la Selva Negra, que también recibía el nombre de Dompfaff, es decir, el cantor de la catedral, regalo de un monseñor alemán. Según cuenta Galeazzi-Lisi, “era un hermoso pájaro de plumaje abundante y brillante, de negro ébano en la espalda y blanco de nieve en el vientre”.
Dirá su médico:
–Veré siempre a Pío XII deteniéndose ante la jaula, distraído con ellos, dándoles migas de pan o pequeños granos. Sacándoles a veces fuera de la jaula y dejándoles saborear un poco de libertad dentro de las estancias del apartamento papal.
Pío XII no tuvo solamente estos pájaros a lo largo de sus años en el Vaticano, primero como Secretario de Estado y después como Papa. Llegó a tener tres jaulas en el comedor y siendo Secretario de Estado, el cardenal O’Connel, arzobispo de Boston, le obsequió con una jaula y dos canarios cuando Pacelli visitó los Estados Unidos.
Cuenta Sor Pascalina en sus memorias:
–Los que vivíamos en torno a Pío XII y veíamos que nunca se permitía nada, procuramos hacerle lo más agradable posible los momentos de respiro que pasaba con los pajarillos. Sentía predilección por Gretchen, canario blanquísimo, que en un principio no quería desarrollarse en el nido y le prestamos atenciones especiales. Esto no fue fácil en los primeros días, porque había que alimentarle cuidadosamente cada dos horas. Poco a poco tomó confianza. Cuando el Santo Padre llegaba a la mesa, allí estaba el pequeño nido con Gretchen junto a su plato, y a veces él mismo lo alimentaba. Luego seguía echado en el nido y piaba cuando el Santo Padre se marchaba. Poco a poco emprendió los vuelos de ensayo, y pronto comenzó a salir a su encuentro. Se le posaba en las manos, cabeza y hombros, aleteaba sobre el plato y, naturalmente, también alguna vez en la sopa caliente, a pesar de todas las precauciones. Por fortuna, nunca ocurrió nada grave. ¡Qué alegrías le deparó este pajarillo al Santo Padre! Conocía su paso, volaba a su encuentro a la hora del desayuno o de la comida. Le picoteaba los cabellos, o las orejas, cuando, absorto en sus ideas, no le prestaba atención. Se posaba en su mano y desgranaba sus trinos lo mejor que podía. Cuando tenía sed, se ponía sobre el vaso de vino o de agua. Revoloteaba sobre cada plato que se llevaba a la mesa, o que estaba ya puesto en ella, para ver si había algo que le gustara. Cuando el Santo Padre le regañaba con el índice amenazador –“Gretchen, esto no es para ti”–, se retiraba y volaba a la mano por si encontraba algo. Después del paseo lo dejábamos revolotear en el despacho. De ordinario, el Santo Padre se sentaba en un sillón, cerca de la ventana, ocupado en el trabajo que regularmente le traían de la Secretaría de Estado después de la comida. Entonces, Gretchen volaba directamente a los hombros del Santo Padre y de los hombros a la hoja que tenía entre manos, como si quisiera leerla. Una vez se le cayó una hoja a Pío XII y se deslizó hasta la puerta, que estaba enfrente. Veloz como el rayo, la siguió Gretchen, la cogió con el pico y la arrastró con todas sus energías a los pies del Papa. De buen grado hubiera levantado la hoja hasta sus rodillas, pero no tenía fuerzas para eso. Entonces, el Santo Padre levantó a Gretchen y la hoja, y el pajarillo coleaba y cabeceaba de contento por los piropos que le decía.
Esta era la distracción del hierático Pío XII, sus pajarillos.

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