Hace
unos días, en el Carmelo de Sevilla, visité a mi amiga sor Inés, que acababa de
llegar de Argentina, y recuerdo que en la conversación que sostuvimos en el
locutorio le dije:
–Como
siga así, el papa Francisco va a durar muy poco.
Hoy,
6 de julio, el diario El Mundo trae
un artículo, firmado por Irene Hernández Velasco, corresponsal en Roma, que
corrobora lo que yo había predicho a mi amiga carmelita argentina. Se titula «La
extenuación de ser Papa», y se refiere a los problemas de salud del pontífice.
–Más
de 230 misas oficiadas a las siete de la mañana en la residencia de Santa Marta
(con sus correspondientes homilías improvisadas y los saludos finales, uno por
uno, a todos los asistentes, que en total sobrepasan las 12.000 personas). Nada
menos que 95 importantes celebraciones litúrgicas. Más de 230 discursos, sin
incluir aquellos que pronuncia antes del rezo del Angelus y que ascienden a 73.
Una encíclica. Una exhortación apostólica. Tres cartas apostólicas. Cuatro
decretos motu proprio. Cuarenta y
cinco cartas oficiales. Todo eso sin vacaciones, sin tener un solo día de
fiesta.
Esta
es la frenética actividad desplegada por el papa Francisco en los 15 meses de
papado. La alarma se ha disparado cuando ha empezado a suspender encuentros
alegando indisposiciones y motivos de salud.
El
último, hace cosa de una semana. El Policlínico Gemmeli aguardaba su llegada
con los 5.000 médicos, enfermeros y demás personal sanitario y un millar más de
personas arremolinadas a la entrada, cuando, de repente, se anuncia por megafonía
la cancelación de la visita del papa por el cansancio acumulado que sufría.
Cumplirá
en diciembre 78 años y le falta parte de un pulmón que perdió de joven por
tuberculosis. Se levanta a las 4,45 de la madrugada y se pone a rezar hasta la
hora de la misa, a las 7, en Santa Marta con homilía diaria y saludo al final de
la misa a los fieles, uno a uno. Ni tuvo vacaciones el verano pasado ni lo
tendrá este año. Pienso que un ritmo así no hay cuerpo que lo resista. Y la mesa
de un papa, llena de problemas del mundo entero, es de caoba pesada.
Su
antiguo médico personal, un acupuntor chino que se llama Liu Ming, está
preocupado por su salud. Querría viajar a Roma para hacerle un reconocimiento.
–Tengo
la sensación de que hay algo que no va bien –ha declarado a la revista
argentina Noticias.
Estoy
leyendo en estos momentos un libro más sobre el papa Francisco. Escrito por
Marco Politi, uno de los más prestigiosos vaticanistas, que ha publicado libros
sobre Wojtyla y Ratzinger. De este predijo que dimitiría. El título es bien
sugerente: Francesco tra i lupi
(Francisco entre los lobos). Pienso que pronto estará traducido al español;
recomiendo su lectura. De los lobos no diré nada, que, como en las películas,
no se debe contar el final. Pero a buen entendedor, pocas palabras bastan. No
son lobos esteparios, sino lobos cercanos en el interior de la Iglesia.
Es
muy interesante el capítulo que titula: «El golpe de estado de Benedicto XVI».
–Joseph
Ratzinger es una figura trágica. Dentro de un comportamiento en apariencia frío,
reacio a entrar en contacto con la multitud, se esconde una personalidad tierna,
tímida, de gran delicadeza, dotada de humorismo y con un temperamento alegre en
el fondo que es una característica del meridional alemán.
Un
año antes de su dimisión, al acercarse a Aquilla para consolar a las víctimas
del terremoto, hizo un gesto simbólico. Dejó el palio papal sobre la tumba de
Celestino V, el célebre papa dimisionario. La dimisión de Benedicto XVI ha sido
todo un golpe de Estado, para Marco Politi.
–Sin
Ratzinger –escribe Politi– no hay Francisco. Sin la dimisión de Benedicto XVI,
el catolicismo no hubiera llegado al giro histórico de un papa del Nuevo Mundo.
Con
su renuncia, «Benedicto XVI desmitologiza el cargo papal, archiva el icono
sobrenatural del pontífice monarca eterno hasta que la muerte le llegue, infalible
porque tiene una corte pronta a jurar que no se equivoca jamás».
Para
Politi, la abdicación de Ratzinger es «el gesto más importante de su
pontificado. El acto por el que pasará a la historia. Un gesto noble, humilde, valiente».
Un
gesto que ha dado fin a la Iglesia imperial para dar paso al cardenal
bonaerense Jorge Bergoglio.
–Jorge,
que ha llegado a la edad de la jubilación, ignora que su vida se encuentra a la
vuelta de una esquina. Cada uno nace en una «estación» precisa. Karol Wojtyla
se ha templado en el teatro clandestino contra la ocupación nazi y trabajando
en las canteras de piedra y en la fábrica Solvay. Benedicto XVI se ha formado
en las aulas universitarias. Pío XII y Pablo VI han crecido en la secretaría
de Estado vaticana. Juan XXIII ha madurado entre ortodoxos de Bulgaria y
musulmanes de Turquía. Jorge María Bergoglio renace en viajes en metro,
observando la ciudad en sus vísceras, midiendo a pie los espacios entre las
barracas.
Espero
que, cuando termine de leer este libro, continúe con otro comentario.
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