Todos
los que vivimos en Sevilla y ya peinamos canas (los que las tengan, que lo mío
más bien es un erial) recordamos –de las
muchas anécdotas en torno al cardenal Segura, que ya se hallaba en los últimos
momentos de su pontificado antes de que fuera destronado de su diócesis por
Roma– aquel mes de abril de 1952 en que Franco vino a Sevilla por espacio de unas
dos semanas y el cardenal Segura se las ingenió para desaparecer de la ciudad,
refugiándose en el Cerro de los Sagrados Corazones de San Juan de Aznalfarache,
al lado mismo de Sevilla, a dar ejercicios espirituales a señoras, a sacerdotes
y a hombres.
No
se vieron. Segura dejó el campo libre a Franco y este paseó por la ciudad y
visitó, con su esposa doña Carmen Polo, el Cachorro, la Esperanza de Triana, la
Macarena y el Gran Poder; el 24 de abril presidió un consejo de ministros y el
28 pasó a pie del Alcázar a la puerta de los Príncipes de la catedral de
Sevilla, vestido de paisano, y su esposa, con traje oscuro, velo y sin collares.
Los recibieron el vicario general, Castrillo Aguado, y el cabildo en pleno, que
introdujeron en la catedral a Franco bajo palio. Cuando pasó a Madrid y bajó
del Cerro el cardenal Segura, tuvo a bien destituir a su vicario general. ¿Por
haber introducido al general Franco en la catedral bajo palio? Eso se decía.
Pero
esta anécdota de Segura me sirve para afirmar que la entrada bajo palio es un
invento sevillano, que se pierde allá por el siglo XIV. Tal día como hoy, 10 de
julio de 1327, el jovencísimo rey Alfonso XI, deseoso de recorrer las ciudades
del reino, llegó a Sevilla.
–Aunque
no consta el día de su entrada –cuenta Zúñiga en sus Anales–, estaba en
ella a 10 de julio, día en que confirmó sus privilegios a las monjas de Santa
Clara.
El
recibimiento fue apoteósico. Lo especifica la Crónica, señalando que
«Sevilla es una de las más nobles cibdades del mundo, et en quien ovo siempre
omes de grandes solares». Alfonso XI pisaba Sevilla por primera vez.
–Et
ante que el Rey entrase por la ciubdat, los mejores hombres, et caballeros, et
ciubdadanos descendieron de las bestias, et tomaron un paño de oro muy noble,
et traxieronle en varas encima del Rey.
Es
la primera referencia histórica de una entrada bajo palio, por lo que ha de
pensarse que se trata de un invento más de los sevillanos. El barroco impera en
Sevilla, como llevado en sus genes, antes de que el barroco se inventase.
Fue
tal la magnificencia de la acogida sevillana, que los hombres de Alfonso XI
volvían a Castilla ponderando el fasto de entrada tan ostentosa y divulgando un
par de refranes que ha perdurado hasta hoy: «El que no vio Sevilla no vio
maravilla» y «A quien Dios quiso bien, en Sevilla le dio de comer».
Sevilla
se deslumbró ante el jovencísimo rey de dieciséis años que entraba por sus
puertas. La Crónica lo pinta como «non muy grande de cuerpo, mas de
talante, et de buena fuerza, et rubio, blanco et venturoso en la guerra». Y en
la mirada de un historiador árabe: «era don Alfonso de mediana estatura bien
proporcionado y de buen talle; blanco e rubio, de ojos verdes y mirada grave;
de mucha fuerza y buen temperamento; bien hablado y gracioso en su decir; muy
animoso y esforzado, noble, franco y venturoso en la guerra para mal de los
muslimes».
Los
muslimes, efectivamente, van a saber bien pronto del arrojo y coraje de este
rey. La guerra será uno de sus deportes favoritos por donde encauzar sus
energías. Y también una táctica política que empeñe a todos los nobles, tan
díscolos e indisciplinados durante su minoridad, en una causa común: la guerra
contra el moro. Logra el orden interno distrayendo las energías de sus
caballeros en la lucha por la conquista del Estrecho.
Terminadas
las fiestas de Sevilla, donde no han faltado «muchas danzas de hombres et de
mugeres con trompas et atabales», comienza el cerco de Olvera, que se toma sin
grandes dificultades, aunque en una escaramuza se perdió el pendón de Sevilla,
y su gente, acaudillada por Ruiz González Manzanedo, sufrió serios reveses.
A
la vuelta de la guerra, Alfonso XI encontró en Sevilla su gran amor, doña
Leonor de Guzmán, que tanto conflicto creará en el reino. Favorita que le dio
muchos hijos frente a la reina doña María de Portugal, que solo pudo darle un
hijo prematuramente muerto y a Pedro I el Cruel.
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