Nació
el cardenal Segura en el municipio de Carazo, pueblecito de Burgos, el 4 de
diciembre de 1880. No tendría entonces el pueblo más de cuatrocientos
habitantes y hoy, con la despoblación, ha quedado reducido a unos cuarenta.
Aparece
historiado este pequeño terruño no solo porque en él nació el cardenal don
Pedro Segura y Sáenz, es historiado también –si vale la frivolidad– porque en
él fue rodada en el verano de 1966 la película El bueno, el feo y el malo del director italiano Sergio Leone, con
Clint Eastwood, Eli Wallach y Lee Van Cleef.
No
sé qué papel podría corresponder a este atípico cardenal Segura, si se pudieran
trasmutar los tiempos. Cierto que no pocas veces hizo de malo, algunas de feo,
y también a veces de bueno.
He
terminado un libro –que espero publicar– sobre el cardenal Segura, primado de
Toledo, expulsado por la República en 1931, y arzobispo de Sevilla en 1937, al
que trato con el rigor histórico que ofrece su figura montaraz y selvática.
Luchaba contra todo y contra todos. Las suyas no eran amables cartas
pastorales, eran admoniciones pastorales, en cuaresma contra los Carnavales, en
abril contra la Feria de Sevilla y sus bailes, en verano con las playas, y en
su integrismo radical contra la Falange y el Protestantismo.
Pero
tenía una cosa positiva. Es curioso, pero al cardenal Segura le gustaba la
Semana Santa de Sevilla. Aún no había tenido tiempo de saborearla, puesto que
será la del año 1938 la primera que contemple desde el balcón del Palacio
arzobispal, cuando las cofradías salen de la catedral por la Puerta de los
Palos y vuelven hacia Su Eminencia los pasos, a los que bendice, y ya los días 7 y 31 de marzo, escribió un par de documentos
positivos sobre las cofradías sevillanas. El primero titulado Las Cofradías y la vida cristiana, y el
segundo,
Declaración sobre las
Procesiones de Semana Santa de Sevilla. Por la verdad y la justicia.
–Aun en medio de
la bancarrota de los verdaderos valores nacionales en las últimas épocas, nos
es dado descubrir vestigios de esta vida cristiana exuberante, en la que
debemos fijar detenidamente nuestra atención. Uno de esos vestigios gloriosos
es el de las Cofradías piadosas que tanto abundan no solo en la capital sino en
las parroquias todas de la Archidiócesis… ¡Institución santa! ¡Pensamiento
inspirado por el cielo, y el más útil y conveniente de cuantos los hombres
pudieran imaginar! Esas fueron las Cofradías de Sevilla desde sus comienzos y
por tener raíces tan hondas han conservado su vida a través de esos últimos
siglos de indiferentismo religioso…
En el segundo
documento sale «en defensa del prestigio de la Archidiócesis que el Señor por
medio de su Vicario en la tierra ha confiado a Nuestro cuidado». Y acude en
salvaguarda de la Semana Santa de Sevilla contra vestigios de leyenda negra
como son las declaraciones del obispo portugués Agostino, de la diócesis de
Lamego, quien había publicado el 28 de enero de 1938 en la revista Lumen, Revista de cultura para o Clero, un
artículo titulado Aplicaçao de Pastoral
sobre Festas, donde a su vez cita un artículo publicado dos años antes en
la revista Renacimiento, de un
anónimo escritor, que tacha de «paganismo» la Semana Santa sevillana.
El obispo
Agostino anota, por ejemplo, del literato portugués:
–Muchas personas
acompañaron descalzas las procesiones. Antes la procesión se detenía muchas
veces para que los devotos pudieran divertirse con bailes que aquí y allí se
organizaban, cuando menos se esperaba. Bailarina afamada que estuviese presenciando
el paso de la procesión era invitada en el acto para que bailara, no haciéndose
rogar a la invitación. ¡Y es de creer que apareciese allí precisamente para
exhibir sus habilidades en la danza!...
El obispo de
Lamego saca de esto la siguiente conclusión:
– Al
leer aquellos artículos, Nos decíamos a Nosotros mismos: ¿Cómo puede una nación
en que semejantes profanaciones se cometen ser bendecida por Dios?
Se refiere a la
Guerra Civil española, que para el obispo Agostino es un evidente castigo de
Dios por semejantes bailes ante los pasos cofradieros de la Semana Santa de
Sevilla.
Segura le arrea a
su colega en el episcopado, recriminándole de «imputación falsa e injusta»:
–A la pena que
nos causa el haber de lastimaros, llevando a vuestra noticia la imputación
falsa e injusta que se hace a una de las más solemnes y conmovedoras
manifestaciones de fe y de piedad, se sobrepone el deber de defender el honor
religioso de esta ciudad, que Nos es tan amada, y de salir por la verdad, que,
indudablemente, por defecto de información, más bien que por mala voluntad, ha
sido falseada.
Y añade:
–Grandes pecados
había cometido, ciertamente, Nuestra Patria por los que se hacía acreedora a
los justos castigos del Señor, que, al ser aplicados tan paternalmente por su
divina Providencia, son al mismo tiempo grandes misericordias y fuente de
copiosas bendiciones del Cielo. Mas insinuar, en forma tan improcedente, que la
causa de la gran desgracia española hayan sido las hermosas procesiones de
Semana Santa de Sevilla, es sencillamente incalificable… Son las antiquísimas
procesiones de Semana Santa de Sevilla con sus filas interminables de hermanos,
con su inmensa multitud de piadosos admiradores, con sus imágenes venerandas
que ordenadamente desfilan día y noche por todas sus calles, una obra excelsa
de que ellas legítimamente se glorían y que tal vez no tiene semejante en toda
la Cristiandad.
Tras
este repaso al obispo portugués, Segura dedicará a lo largo de su pontificado
algunas otras pastorales al tema cofradiero, incidiendo especialmente en los
abusos en los desfiles procesionales o la prohibición de la participación de
las mujeres en las mismas, e incluso en 1944 que se alzara el brazo a la romana
para saludar a los Cristos que pasaban, saludo propio del fascismo italiano,
del nazismo alemán y de la Falange. Celebrará también un par de Asambleas
Diocesanas de Hermandades de Penitencia (años 1941 y 1945). Pero no mostrará la
dureza verbal de otros temas, como los de moralidad, con su obsesión de los
bailes agarrados, o de doctrina, con su testarudez contra el protestantismo. El
hecho de que no tenga cosa especial que censurar en el tema cofradiero, que es
la tónica de todas sus admoniciones pastorales, es un signo positivo en el
cardenal Segura. Es más, se apoyará en las Cofradías cuando al final de su
mandato presienta que está en juego su permanencia en la sede de Sevilla y
acuda con una peregrinación cofradiera con sus respectivos estandartes
(Simpecados) a llenar la Plaza de San Pedro el 1 de noviembre de 1954 con
motivo de la institución de una fiesta dedicada a la Virgen: la Realeza de
María. Pero Pío XII ya le había movido la silla que fue ocupada por el obispo
de Vitoria José María Bueno Monreal, parodiando aquel dicho de que «quien se
fue de Sevilla, perdió su silla».
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