Menos conocido que el holocausto de los
judíos fue el asesinato de miles de alemanes, de toda condición, víctimas del
«Programa eutanasia». Un holocausto en menor escala, pero igualmente inhumano y
terrible.
Fue un proceso gradual que transitó de una
ley de esterilización a la eutanasia. La eutanasia era un eufemismo nazi para
definir el asesinato de los discapacitados, seres humanos «cuya vida no merecía
ser vivida».
Ya el 14 de julio de 1933, cuatro meses
después de la subida al poder de Hitler, su gobierno dictó una ley para la
prevención de la prole que afectaba a las enfermedades hereditarias e imponía
la esterilización forzosa de los discapacitados. Se calcula que al inicio de la
guerra habían sido esterilizados de trescientos a cuatrocientos mil alemanes.
Esquizofrénicos, maníacos depresivos, epilépticos, alcohólicos, ciegos, sordos
y otras personas con deformaciones físicas… Eran considerados «existencias
gravosas», «envoltorios humanos vacíos», «personas defectuosas»…
Los obispos alemanes condenaron la
esterilización. El cardenal Bertram preguntó en 1933 al secretario de Estado,
cardenal Pacelli, cómo proceder. Y el futuro Pío XII le dijo que debían
regularse por la encíclica Casti connubii
de Pío XI, que condenaba la esterilización.
Pero iniciada la guerra, la careta nazi se
cayó. Y lo que era esterilización se convirtió en eutanasia, es decir, en
muerte de los discapacitados físicos y psíquicos. Para tal función, Hitler nombró
a su médico personal, Karl Brandt, y al jefe de la cancillería del Führer,
Viktor Brack. Los dos dispusieron de un equipo de médicos para planificar la
operación y ciertos hospitales para la eliminación de los discapacitados,
especialmente de los niños recién nacidos. Se le llamó Operación T4 (por la sede de la organización central que se
encontraba en la Tiergartenstrasse 4 de Berlín). Tras el registro civil con una
supuesta muerte, se incineraba el cadáver. Las reiteradas sospechas de los
familiares llegaron al conocimiento del pueblo alemán de lo que se estaba
perpetrando. Y vinieron las voces de condena. La voz más significativa fue la
del obispo de Münster, Clemens August von Galen, con tres famosas homilías
pronunciadas en el verano de 1941, en tres domingos consecutivos, la tercera
con denuncia expresa de los crímenes que se estaban cometiendo.
La tercera prédica, la que tuvo más
resonancia, la ofreció el domingo 3 de agosto, dedicada al quinto mandamiento,
en la iglesia de San Lamberto.
–Desde hace algunos meses vemos que, por
disposición de Berlín, son cogidas forzadamente de las casas de cura y
manicomios personas enfermas desde hace tiempo y que podrían parecer
incurables. Regularmente, los familiares al poco tiempo son informados que los
restos mortales han sido incinerados y que las cenizas de sus difuntos pueden
serles enviadas. Generalmente se tiene la sospecha, casi la certeza, de que
estos numerosos casos de inesperados fallecimientos de enfermos mentales no se
producen espontáneamente, sino que son causados intencionalmente, que se sigue
en estos casos la doctrina que afirma que se pueden destruir las llamadas
«vidas inútiles», es decir, matar seres inocentes, si se juzga que su vida no
posee valor alguno para el pueblo ni para el Estado. Doctrina horrible que
quiere justificar el asesinato de inocentes y permite, por principio, la muerte
violenta de inválidos para el trabajo, de mutilados, de enfermos incurables, de
personas decrépitas. Por fuentes atendibles sé que ahora en las casas de cura y
en los manicomios de la provincia de Westfalia se redactan listas de esos
enfermos, que los llamados «compatriotas improductivos» en breve plazo deben
ser cogidos y eliminados. Durante esta semana ha partido el primer transporte
desde la casa de cura de Marienthal cerca de Münster.
La
denuncia de von Galen no puede ser más clara y directa.
–Se
me ha asegurado que en el
ministerio del Interior y en las oficinas del jefe de los médicos del Reich,
doctor Conti, no se hace ningún misterio del hecho de que, en realidad, se ha
matado ya premeditadamente un gran número de enfermos mentales en Alemania y
que lo mismo sucederá en el futuro.
Alemania está en guerra y el terror impera
en la gente. Hitler está en el apogeo de su poder. Sus ejércitos se pasean
victoriosos a Este y Oeste de Europa. Y, sin embargo, un obispo sube al púlpito
y clama de esta manera. Las tres homilías fueron copiadas y recopiadas, pasando
de mano en mano. Llegó incluso a los soldados alemanes, que luchaban en el
frente, con gran impacto mediático. El caso «von Galen» llegó también al
ministerio de Propaganda y a la cancillería del Reich. Bormann, secretario
particular de Hitler, pidió el ahorcamiento del obispo. Pero Goebels abrió el
expediente titulado Graf Galen y
convenció a Hitler de no «hacer mártires» durante la guerra y ajustarle las
cuentas después de la victoria. Unas cuentas que saldaría, según Hitler, «hasta
el último céntimo».
A la voz del obispo se unieron las
reacciones de protesta de la opinión pública y obligó a la interrupción oficial
de la operación eutanasia. Si hasta entonces se habían eliminado a unos 70.000
discapacitados, a partir de este momento –finales de verano de 1941– se
llegaría de forma más subrepticia a eliminar hasta el final de la guerra a
otros 50.000.
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