sábado, 7 de julio de 2018

La eutanasia de Hitler


Menos conocido que el holocausto de los judíos fue el asesinato de miles de alemanes, de toda condición, víctimas del «Programa eutanasia». Un holocausto en menor escala, pero igualmente inhumano y terrible.
Fue un proceso gradual que transitó de una ley de esterilización a la eutanasia. La eutanasia era un eufemismo nazi para definir el asesinato de los discapacitados, seres humanos «cuya vida no merecía ser vivida».
Ya el 14 de julio de 1933, cuatro meses después de la subida al poder de Hitler, su gobierno dictó una ley para la prevención de la prole que afectaba a las enfermedades hereditarias e imponía la esterilización forzosa de los discapacitados. Se calcula que al inicio de la guerra habían sido esterilizados de trescientos a cuatrocientos mil alemanes. Esquizofrénicos, maníacos depresivos, epilépticos, alcohólicos, ciegos, sordos y otras personas con deformaciones físicas… Eran considerados «existencias gravosas», «envoltorios humanos vacíos», «personas defectuosas»…


Los obispos alemanes condenaron la esterilización. El cardenal Bertram preguntó en 1933 al secretario de Estado, cardenal Pacelli, cómo proceder. Y el futuro Pío XII le dijo que debían regularse por la encíclica Casti connubii de Pío XI, que condenaba la esterilización.
Pero iniciada la guerra, la careta nazi se cayó. Y lo que era esterilización se convirtió en eutanasia, es decir, en muerte de los discapacitados físicos y psíquicos. Para tal función, Hitler nombró a su médico personal, Karl Brandt, y al jefe de la cancillería del Führer, Viktor Brack. Los dos dispusieron de un equipo de médicos para planificar la operación y ciertos hospitales para la eliminación de los discapacitados, especialmente de los niños recién nacidos. Se le llamó Operación T4 (por la sede de la organización central que se encontraba en la Tiergartenstrasse 4 de Berlín). Tras el registro civil con una supuesta muerte, se incineraba el cadáver. Las reiteradas sospechas de los familiares llegaron al conocimiento del pueblo alemán de lo que se estaba perpetrando. Y vinieron las voces de condena. La voz más significativa fue la del obispo de Münster, Clemens August von Galen, con tres famosas homilías pronunciadas en el verano de 1941, en tres domingos consecutivos, la tercera con denuncia expresa de los crímenes que se estaban cometiendo.
La tercera prédica, la que tuvo más resonancia, la ofreció el domingo 3 de agosto, dedicada al quinto mandamiento, en la iglesia de San Lamberto.
–Desde hace algunos meses vemos que, por disposición de Berlín, son cogidas forzadamente de las casas de cura y manicomios personas enfermas desde hace tiempo y que podrían parecer incurables. Regularmente, los familiares al poco tiempo son informados que los restos mortales han sido incinerados y que las cenizas de sus difuntos pueden serles enviadas. Generalmente se tiene la sospecha, casi la certeza, de que estos numerosos casos de inesperados fallecimientos de enfermos mentales no se producen espontáneamente, sino que son causados intencionalmente, que se sigue en estos casos la doctrina que afirma que se pueden destruir las llamadas «vidas inútiles», es decir, matar seres inocentes, si se juzga que su vida no posee valor alguno para el pueblo ni para el Estado. Doctrina horrible que quiere justificar el asesinato de inocentes y permite, por principio, la muerte violenta de inválidos para el trabajo, de mutilados, de enfermos incurables, de personas decrépitas. Por fuentes atendibles sé que ahora en las casas de cura y en los manicomios de la provincia de Westfalia se redactan listas de esos enfermos, que los llamados «compatriotas improductivos» en breve plazo deben ser cogidos y eliminados. Durante esta semana ha partido el primer transporte desde la casa de cura de Marienthal cerca de Münster.
La denuncia de von Galen no puede ser más clara y directa.
–Se me ha asegurado que en el ministerio del Interior y en las oficinas del jefe de los médicos del Reich, doctor Conti, no se hace ningún misterio del hecho de que, en realidad, se ha matado ya premeditadamente un gran número de enfermos mentales en Alemania y que lo mismo sucederá en el futuro.
Alemania está en guerra y el terror impera en la gente. Hitler está en el apogeo de su poder. Sus ejércitos se pasean victoriosos a Este y Oeste de Europa. Y, sin embargo, un obispo sube al púlpito y clama de esta manera. Las tres homilías fueron copiadas y recopiadas, pasando de mano en mano. Llegó incluso a los soldados alemanes, que luchaban en el frente, con gran impacto mediático. El caso «von Galen» llegó también al ministerio de Propaganda y a la cancillería del Reich. Bormann, secretario particular de Hitler, pidió el ahorcamiento del obispo. Pero Goebels abrió el expediente titulado Graf Galen y convenció a Hitler de no «hacer mártires» durante la guerra y ajustarle las cuentas después de la victoria. Unas cuentas que saldaría, según Hitler, «hasta el último céntimo».
A la voz del obispo se unieron las reacciones de protesta de la opinión pública y obligó a la interrupción oficial de la operación eutanasia. Si hasta entonces se habían eliminado a unos 70.000 discapacitados, a partir de este momento –finales de verano de 1941– se llegaría de forma más subrepticia a eliminar hasta el final de la guerra a otros 50.000.

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