Mañana sábado, 2 de diciembre, como es
tradición anual, será expuesto a los fieles en el Monasterio de Santa Inés de
Sevilla el cuerpo incorrupto de doña María Coronel, su fundadora, sugeridora de
una de las leyendas más bonitas de Sevilla.
El rey enamoradizo persigue a la dama.
Ella, de deslumbrante hermosura, guarda su viudez tras las rejas de un
convento. Como los muros no son obstáculo suficiente para el antojadizo rey, la
dama realiza un último y supremo gesto trágico: se arroja aceite hirviendo
sobre la cara, que le desfigura su hermoso rostro. El rey es don Pedro I de
Castilla, para unos el Cruel, para otros el Justiciero. La dama es doña María
Coronel. Érase una vez, allá por el siglo XIV, cuando ocurrió esta curiosa
leyenda sevillana.
Este 2 de diciembre, además de poder
contemplar su cuerpo, que se halla en una urna en el coro de la iglesia del
monasterio, se puede comprar los dulces exquisitos de las monjas, entre ellos
los célebres bollitos de Santa Inés, e igualmente una nueva edición de la
«Historia y leyenda de doña María Coronel», escrita por mí y cuyos derechos de
autor cedí al monasterio desde su primera edición en 1980.
Cuando inicié mi estudio sobre su figura
para escribir su biografía, me topé con esa inquietante mancha que tiene en el
rostro, sugeridora de lo que afirma la leyenda: que se quemó el rostro con
aceite hirviendo en el convento de Santa Clara, donde se hallaba recluida. Pedí
y se me concedió la necesidad de un reconocimiento médico que avalase con las
técnicas modernas los reconocimientos visuales habidos en siglos pasados. Se
hizo cargo de ello la Real Academia de Medicina de Sevilla, que nombró una
Comisión Especial, formada por su presidente Gabriel Sánchez de la Cuesta, y
los académicos José Domínguez Martínez, médico legista; Ildefonso Camacho
Baños, analista; Ángel Rodríguez de Quesada y Cobián, electrorradiólogo; Antonio
Hermosilla Molina, historiador; José Luis López Campos, histopatólogo; y Eloy
Domínguez-Rodiño y Domínguez-Adame, secretario general. También acordó que a
dicha Comisión acompañara Francisco Peláez del Espino, especialista en
conservación y restauraciones, «con el fin de que aconseje debidamente lo que
deba hacerse para la mejor conservación de dichos restos en el futuro».
Y así, el 25 de marzo de 1979, de forma
solemne y ante la presencia del notario eclesiástico Manuel Terol, se procedió
a la exhumación. Llevado el cuerpo a una sala contigua al coro, los médicos
procedieron a su estudio en distintas sesiones con una toma incluso de un
pequeño trozo de piel quemada que fue examinada en la Universidad de Granada.
Antes de su nueva inhumación, 17 de abril de 1979, el cuerpo de doña María
Coronel fue expuesto junto a la reja del coro y pudo ser contemplado muy cerca por
el pueblo sevillano —con expectación inusitada y cola interminable— durante los
días 15 y 16 de abril, domingo de Resurrección y lunes de Pascua. Doña María
Coronel ofrecía a sus devotos un aspecto nuevo: sus monjitas le habían cambiado
el hábito de tisú de plata que llevaba desde la exhumación de 1833, y la
vistieron con el hábito marrón de las clarisas franciscanas.
El martes de Pascua, 17 de abril de 1979, a
las cuatro de la tarde, tuvo lugar la inhumación definitiva en presencia de la
Comisión médica y del notario eclesiástico. Tras una sencilla ceremonia
religiosa, en la que se leyó una lectura bíblica referente a la resurrección,
doña María Coronel fue colocada de nuevo en la urna y ésta cerrada
herméticamente. Bajo el pliegue de su manto, una carpeta con la firma de todos
los presentes llevaba este lema: «En recuerdo de la exhumación judicial del
cuerpo venerable de doña María Coronel (25 marzo - 17 abril de 1979) y como un
deseo de perpetuar junto a ella los nombres de las personas que más
directamente han intervenido en su reconocimiento médico y en el conocimiento
de su vida y de sus virtudes. Que doña María Coronel interceda piadosamente
ante Dios por todos nosotros para que nos veamos un día en la incorrupción
gloriosa de la definitiva Pascua de Resurrección. Sevilla, Martes de Pascua, 17
abril 1979». En página aparte, y con la firma del arzobispo, se leía: «Este
reconocimiento se efectuó bajo el Pontificado del Emmo. y Rvdmo. Sr. Cardenal
D. José María Bueno y Monreal, Arzobispo de Sevilla».
El informe médico ofreció un estudio
exhaustivo sobre el cuerpo de doña María Coronel, pero no sacó conclusiones
definitivas sobre las manchas cutáneas que se observan en su rostro y pecho. El
informe, importante desde el punto de vista médico, dejó un pelillo de
desilusión en los muchos devotos de doña María Coronel, que hubieran deseado
ver confirmada desde el campo de la medicina su pregunta inquietante:
—¿Verdad que es cierta la quemadura del
rostro?
O la del pueblo de Sevilla, curioso de sus
leyendas:
—¿Es quemadura o no la mancha del rostro?
La investigación médica no encontró razones
científicas «para decidir si la causa de las modificaciones que aparecen fue
producida o no por quemaduras». Es decir, mantenía el suspense.
Una última exhumación tuvo lugar el 20 de
marzo de 1993 para la restauración del cuerpo y desinfección de bacterias y
hongos. Se hallaban presentes la comunidad de Clarisas con su abadesa sor
Mercedes de Santa Clara Gaviño; por los padres franciscanos, fray Manuel
Tohaces; el historiógrafo de la fundadora, Carlos Ros; y Antonio Hermosilla,
médico académico de la Real Academia de Medicina de Sevilla. También el equipo
médico venido de Italia y dirigido por el doctor Nazzareno Gabrielli, director
del Departamento de Investigaciones Científicas de los Museos Vaticanos, y
formado por María Venturini, primario del Hospital de S. Giovannni de Roma,
Ezio Fulcheri, anatomopatólogo del Instituto de Arqueopatología de Génova,
Riccardo Montacutelli, microbiólogo higienista de la Universidad de Roma La
Sapienza, Oriana Maggi, micóloga de la Universidad de Roma La Sapienza, y
Massimo Beneditucci, arquitecto.
El cuerpo de doña María Coronel, una vez
restaurado, fue expuesto al pueblo sevillano junto a la reja del coro los días
30 de noviembre y 1 y 2 de diciembre de 1993, con gran afluencia de fieles. En
la noche del 2 de diciembre, día en que tradicionalmente se expone a la
veneración de los fieles, fue colocada de nuevo en su urna.
La investigación dio como resultado que
doña María Coronel había vivido con la cara vendada por los signos impresos que
hay en ella y ocultaba una herida que no se cicatrizaba, originada por un
ácido, sin llegar a demostrarse que fuera aceite hirviendo.
La mancha del rostro,
inquietante y sugerente, está ahí. Doña María Coronel sigue envuelta en la
leyenda.
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