Un correo extraordinario salió de Roma con un decreto pontificio para
Felipe III. El correo llegó a Madrid el 8 de octubre de 1617. Saltó la noticia
a la calle y corrió la voz de que incluso un prodigio se había obrado ante la
hornacina de una Concepción pintada en la pared en la Puerta del Sol. Se decía
que al apearse el correo que traía el decreto de Roma, se encendió
milagrosamente una lámpara sin que nadie la hubiera alimentado.
En la corte se dispuso una misa solemne en acción de gracias con procesión,
organizada por don Diego de Guzmán, patriarca de las Indias, que es «quien
guiaba la danza», en expresión irónica del nuncio. Pero Caetani, siguiendo
indicaciones de Roma, que no quería manifestaciones de júbilo para no herir a
la parte contraria, lo pudo impedir. Y así, con un fervor popular contenido y
cierta tibieza, se vivió la llegada del buleto a la corte.
Pero en Sevilla no será así. Aunque le pese al nuncio. El domingo 15 de
octubre se desató un júbilo desbordante. A las cinco de la tarde, vino con la
estafeta el buleto de Roma que había
llegado días antes a la corte de Madrid. A las tres horas, ya era público en
toda la ciudad. El arzobispo y luego el cabildo «enviaron al fiscal por todas
las parroquias a que repicasen… repique que tuvo desde las doce de medianoche
hasta las seis de la mañana, extendiéndose el caso por la ciudad, indecible lo
que en Sevilla pasó esta noche, y dos siguientes de fuegos, corro de gentes,
luminarias, bailes, compañías de soldados, máscaras... un espanto de gozo y
alegría universal».
La calle Génova se llenó de gente que gritaba: Sin pecado original.
En Sierpes muchachos repetían: Sin pecado original. Los franciscanos hicieron
candelas en el compás de su convento. En la plaza de San Francisco apareció un
estandarte de la Concepción, mientras sonaban las trompetas y chirimías. Otros
corrían por la ciudad, «no cantando sino a gritos»: Sin pecado original, que
lo manda el Papa. En la calle Colcheros (actual Tetuán) colgaron de un pie el
pecado original, vestido de luto. «La ciudad se llenó de luces y repiques de
campanas...».
A la mañana siguiente, lunes 16, se reunió el cabildo y acordó que al
mediodía repicasen las campanas –ya lo había hecho espontáneamente durante la
noche– y que al domingo siguiente, 22 de octubre, hubiera una procesión general
de acción de gracias procesionando a la Virgen de los Reyes y convidando al
clero y religiones y al cabildo de la ciudad.
El cabildo secular ordenó que se alegrase la noche con luminarias y fuegos
con chirimías y trompetas.
Y todo, ¿por qué?
El buleto venido de Roma es el
decreto Sanctissimus Dominus noster, fechado el 31 de agosto de 1617 y
firmado por el Papa, en el que se decía que «en adelante, hasta tanto que Su
Santidad o la Santa Sede lo defina o lo derogue, nadie se permita afirmar
públicamente, en sermones, lecciones o conclusiones y otros actos de cualquier
naturaleza que la Santísima Virgen fue concebida en pecado original».
Un pequeño triunfo de la embajada española, formada por el arcediano
Vázquez de Leca y Bernardo de Toro, para conseguir de Roma la definición
dogmática de la Concepción Inmaculada de María, cosa que no se logró, aunque sí
acallar a los predicadores de la opinión
rigurosa frente a la pía opinión,
acogido con júbilo y fiesta al llegar el decreto a España.
La gente vivía con tal calentura el anuncio del buleto, que llegaron
a invadir el patio del palacio arzobispal y obligar al viejo arzobispo a salir
al balcón para compartir esa noche de jolgorio.
El arzobispo tuvo un gesto indulgente. Ordenó soltar todos los presos por
deudas de sus cárceles, obligándose su señoría ilustrísima a pagar a los
acreedores.
La Virgen de los Reyes fue paseada la mañana del domingo 22 de octubre por
bajo de Gradas de la catedral. Iban todos: la clerecía, las religiones, las
hermandades, el arzobispo... Al término de la procesión, comenzó la misa
solemne, con predicación, cosa admirable, del provincial de los dominicos,
Maestro Cano.
Y se repitieron las manifestaciones populares, y se prodigaron las
máscaras, es decir, esas compañías de nobles que corrían a caballo la ciudad
con hachas encendidas. Y los triduos, octavarios y novenarios en las iglesias.
Era una forma sutil de responder a los maculistas, que, agazapados, qué
remedio, ante el jolgorio popular, hacían atisbos de dar la cara cuando podían.
Los jubeteros han montado unas máscaras. También los barberos y cirujanos.
El 13 de noviembre, el gremio de gorreros y sederos se luce con un gran torneo.
Y el 26, los plateros montan un paseo de gala.
El convento Casa Grande de la Merced calzada lo ha celebrado con un triduo
solemne. La parroquia de Omnium Sanctorum, con un novenario y encamisadas y
luminarias por el barrio de la Feria. La parroquia de San Miguel, con un
novenario y luminarias en el frontero palacio de los duques de Medina Sidonia.
Un octavario organizó la parroquia de San Marcos. Y lo mismo la parroquia de
Santa Ana, en Triana, y el convento mercedario descalzo de San José. Un triduo,
el Hospital de San Lázaro, extramuros de la ciudad... Y etcétera.
Los negros de la ciudad tienen una hermandad titulada del Santo Cristo de
la Fundación y María Santísima de los Ángeles, conocida popularmente como Los Negritos.
Aman a la Virgen, son muy fervorosos de la opinión pía, quieren unirse a los
festejos, pero no tienen dinero para costear los cultos. Entonces dos negros se
ofrecieron como esclavos para conseguir los doscientos pesos necesarios. La
tradición sevillana cuenta que el trato se hizo en la calle de Catalanes (hoy
Albareda), junto a los muros del convento de San Francisco. Serrano Ortega
encontró en el Archivo de la Catedral un precioso documento que confirma la
leyenda de estos negros que vendieron su libertad:
–Fernando de Molina, Hermano mayor de esta Cofradía, y Pedro Francisco
Moreno, que hace el oficio de alcalde en ella, decimos: que faltando el dinero
para nuestra fiesta: y no teniendo modo de haberlo: con altas voces que dimos
pregonamos: que si se hallase alguno que diese sobre nuestras personas que
éramos libres doscientos pesos de a ocho, nosotros quedaríamos por esclavos de
quien los diese para nuestra fiesta. Oído esto, salieron algunos devotos y nos
dieron hasta ochenta pesos de limosna, y Gerónimo Rodríguez de Morales nos ha
prestado ciento y veinte sobre nuestras cartas de libertad con que ya tenemos
para nuestra fiesta que puede cuando quisiere determinarla la cofradía.
El arzobispo de Sevilla, el anciano don Pedro de Castro, animado por el buleto, quiere hacer voto solemne de
defender el misterio inmaculado el 8 de diciembre. Los canónigos se adhieren
unánimes, y el cabildo de la ciudad. Pero ese día en que la ciudad de Sevilla
hizo voto en defensa de la Concepción Inmaculada de la Virgen María merece un
capítulo nuevo, llegado su día.
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